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Política

380.000 nuevos pobres

Lo perverso de la pobreza y la ética de la desigualdad

¿Qué es peor, pobreza o desigualdad? 380.000 nuevos pobres en el gobierno de Lacalle Pou y los malla oro de pura fiesta.

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Si sobre la perversidad de la pobreza estamos todos más o menos de acuerdo, cada vez más, se debate en los discursos de políticos y académicos el concepto de desigualdad y la aspiración creciente de equidad económica.

El tema parece ser de última moda, sin embargo ha estado presente en donde haya habido conflicto social, desde siempre.

La desigualdad económica se percibe en la riqueza, las oportunidades, el salario, la salud, la educación, la vivienda, el patrimonio, el ingreso y hasta en el ocio.

Las personas que menos tienen, trabajan más, tienen menos horas de ocio, viviendas más precarias, acceden a una educación menos calificada, a servicios de salud de peor calidad, se enferman más y se mueren antes.

Desgraciadamente, la desigualdad es un hallazgo constante en todas las formaciones sociales, y casi no hay ejemplos de sociedades en donde haya primado la solidaridad, la generosidad y la armonía.

Sin embargo, la respuesta preferible para mitigar la desigualdad es tema de debate y tiene mucho que ver con la ideología.

La pobreza es la cara más visible de la desigualdad. Si bien la pobreza nos ha acompañado desde siempre, el desarrollo de la sociedad y la civilización, la educación, la cultura, la tecnología y las ideas sociales nos ha permitido, al menos en algunas regiones y sociedades modernas, atenuar sus aspectos más irritantes, aunque aún existen en el mundo miles de millones de pobres que viven en condiciones de pobreza extrema.

Es verdad que pobreza y desigualdad son pareja. Ambas suelen andar juntas en la sociedad, en los discursos políticos y en los planes y programas.

Pero no son lo mismo. Se refieren a dos cosas distintas. La desigualdad supone la comparación con otro, con alguna variable entre personas o grupos.

La pobreza, en cambio, supone la comparación con una variable física o matemática, un límite, un parámetro que podemos definir como el nivel de pobreza, por debajo del cual se es pobre.

La pobreza es la cara más visible de la desigualdad. La pobreza es la cara más visible de la desigualdad.

He leído a algunos autores que lo describen así: si el ingreso es diferente entre dos personas o grupos de personas, se dice que hay desigualdad; si una de esas dos personas o ambas están por debajo de una variable convencional y en alguna medida arbitraria, decimos que están debajo de la línea de pobreza.

En una sociedad, particularmente en las más desarrolladas, puede que la desigualdad sea alta y la pobreza baja, también es posible a la inversa, en países muy pobres de bajo desarrollo.

El problema de la pobreza y la aspiración que haya menos gente con necesidades extremas es actualmente aceptado muy mayoritariamente. Las propias Naciones Unidas proponen eliminar la pobreza en algunos años.

A excepción de sectores muy reaccionarios y conservadores, todos estamos de acuerdo en promover con mayor o menos intensidad políticas públicas para mitigar la pobreza.

Hasta en pleno frenesí por bajar el déficit fiscal, los economistas más neoliberales proponen "políticas focalizadas", un eufemismo que supone otorgar pocas migajas en los sectores más postergados, indigentes y marginales de la sociedad.

La eliminación de la pobreza y el hambre tienen, al menos en la retórica, un consenso universal, más que la eliminación del desempleo, los derechos humanos, la preservación del medioambiente y la igualdad de género.

La aceptación de que la desigualdad es un mal social y que merece ser combatido con acciones diversas es mucho más polémica.

Oímos a algunas personas que sostienen que todos nacemos desiguales y que lo somos naturalmente, algunos opinan que la desigualdad es un motor que nos impulsa hacia el progreso, algunos suponen que el egoísmo es algo natural, que la ambición es un "valor destacable" y que los “malla oro” son los que tiran del carro.

Hay quienes se preguntan si vale la pena preocuparse por la desigualdad, siempre que los desiguales no sufran privaciones. Algunos hasta le encuentran un sentido moral.

La discusión de la importancia de la desigualdad como un elemento perturbador de la armonía en las sociedades humanas es un tema que pone en el orden del día el problema de las políticas distributivas y sobre todo el papel del Estado como el factor de equilibrio que debe impulsar políticas compensatorias para promover la equidad social y económica, educativa y sanitaria.

En verdad hay dos tipos de razones para oponerse a la desigualdad. La primera es moral y se ve expresada en la rebeldía de los que afirman que nadie debe ser más que nadie.

La otra es el impacto que tiene la desigualdad sobre el progreso, las instituciones, la seguridad y los derechos humanos.

Es claro que si soñamos una sociedad deseable y habitable, nos la imaginamos como una sociedad igualitaria, sin privilegios, libre, democrática, integrada, sin violencia, con baja conflictividad y con instituciones estables y seguras.

Todas estas condiciones están perturbadas en una sociedad desigual en donde los diferentes grupos desconfían de los otros hasta imaginarlos como adversarios. Esto hace crecer la inestabilidad institucional y los conflictos se vuelven más frecuentes, severos y violentos.

Algunos, como el economista francés Thomas Piketty, advierten que en las sociedades desarrolladas, altos niveles de desigualdad predisponen a afectar el funcionamiento de la democracia y a que los grupos más poderosos capturen el sistema político y afecten el funcionamiento equilibrado de las instituciones, incluyendo los partidos políticos y la división de poderes.

También la desigualdad aumenta los niveles de criminalidad, los comportamientos delictivos y la violencia.

La desigualdad también afecta el crecimiento económico, dependiendo todo de qué sociedad nos propongamos crear, si las instituciones están pensadas para beneficia a una élite o si se propone una construcción sostenible e inclusiva

Se ha señalado hasta ahora la relación inversa que hace que las sociedades más desiguales sean menos integradas, menos estables menos democráticas con menor crecimiento y menos armónicas

También dijimos que mientras la pobreza es comprendida como un mal social, no hay acuerdo en que la desigualdad lo sea.

Ahora destacaremos la relación entre la desigualdad y la pobreza.

Digamos que dos personas tienen ingresos y capacidades desiguales, pero una vive con privaciones bajo la línea de pobreza y la otra no.

Que tengan ingresos diferentes es normal, pero se vuelve irritante cuando una de ambas personas vive en situación de pobreza, no le alcanza para comer, vive en una vivienda precaria y no le alcanza para educar y alimentar a sus hijos.

Personas que tienen un pensamiento conservador y de derecha consideran que las diferencias económicas son consecuencia del esfuerzo y hasta la aprueban. En ese caso, no reconocen la necesidad ni conveniencia de las políticas compensatorias, a las que consideran inútiles e injustas. Personas que tienen un pensamiento conservador y de derecha consideran que las diferencias económicas son consecuencia del esfuerzo y hasta la aprueban. En ese caso, no reconocen la necesidad ni conveniencia de las políticas compensatorias, a las que consideran inútiles e injustas.

Sería relativamente sencillo modificar levemente la estructura de remuneraciones de dos personas de manera que el que menos ingresos tiene supere la línea de pobreza y el que tiene más ingresos disminuya levemente los mismos.

Sin embargo, nos quedaríamos cortos.

Al fin y al cabo, si la desigualdad solo fuera causada por talentos y capacidades diferentes, no nos parecería tan injusta.

Pero resulta injusto cuando los puntos de partida también son diferentes porque es muy común que la desigualdad sea consecuencia de discriminación, falta de oportunidades y aun por condiciones naturales o adquiridas que nos ponen obstáculos insalvables.

Sin mencionar a aquellas situaciones de desigualdad más claramente injustas como las que se originan en los grupos de poder, la herencia, la corrupción y el delito

No todas las desigualdades son injustas, de lo que se trata no es que todos seamos iguales, sino que todos tengamos las mismas oportunidades.

Se trata de poner a todos en el mismo punto de partida proporcionando un hándicap compensatorio al rengo cuando debe competir con el campeón de los cien metros llanos.

Igualdad de oportunidades es emparejar en la partida, de manera que solamente el esfuerzo, el talento y las preferencias sean la causa de la desigualdad.

Las desigualdades que no son socialmente tolerables son las que se originan en circunstancias sobre las que el individuo no tiene control, como el grupo étnico, el género, el ambiente social, la localización urbana o rural, el barrio, los clubes en los que socializan, las herencias recibidas.

Hay que proponerse una sociedad menos desigual si queremos vivir en una sociedad mejor. Hay que proponerse una sociedad menos desigual si queremos vivir en una sociedad mejor.

Todos estamos de acuerdo en que la pobreza es dolorosa y a todos nos perturba más o menos el sueño, pero la desigualdad es otra cosa.

Personas que tienen un pensamiento conservador y de derecha consideran que las diferencias económicas son consecuencia del esfuerzo y hasta la aprueban. En ese caso, no reconocen la necesidad ni conveniencia de las políticas compensatorias, a las que consideran inútiles e injustas.

Otros pensamos que las desigualdades son causadas por situaciones que el individuo y los grupos sociales no pueden alterar porque tienen su origen en la infancia o aun antes, en la infancia de sus padres y su abuelos.

Hay desigualdades de las que no se puede migrar

Por eso es que hay que poner atención en la desigualdad si queremos construir una sociedad mejor.

No es con policías ni con cárceles y tampoco es solamente con aportes puntuales que mitiguen la pobreza extrema.

Hay que proponerse una sociedad menos desigual si queremos vivir en una sociedad mejor.

En Uruguay hay 380.000 personas bajo la línea de pobreza. Eso es el 10,6% de los uruguayos. Más de la mitad son mujeres y niños. Estos pobres viven con algo menos de 17.000 pesos.

Hay también unas 10.000 personas que viven en la marginalidad y están aun peor. Ellos apenas alcanzan a consumir una canasta básica de alimentos que se puede calcular en algo más de 4.000 pesos.

En el mismo tiempo que los salarios y jubilaciones pierden el 5% de su poder adquisitivo, los más ricos depositan 9.000 millones de dólares en bancos extranjeros

Todos estamos de acuerdo en que la cantidad de pobres no debería seguir aumentando.

Casi todos comparten la idea de que hay que hacer lo imposible para disminuir la cantidad de gente pobre hasta que tiendan a ser cero.

Los economistas, los sindicatos, las organizaciones de derechos humanos los políticos de la oposición y aun los legisladores del gobierno aspiran con distinta fuerza a poner fin a la pobreza e implementar acciones y medidas para mitigarla. Unos gritan y otros susurran, pero todos están más o menos de acuerdo.

La carestía y la inflación están en la mirada de todos, lo mismo el hambre, la mugre, la vivienda insalubre, la miseria, el abandono, y quién más quién menos quisiera vivir en un mundo sin pobres.

Hay cientos de estudios académicos sobre los pobres y casi ninguno sobre los ricos.

Para que no haya pobres no tendría que haber ricos y ese binomio divergente de pobres y ricos que hace 200 años que está de moda y que es aun más perturbador que la pobreza es la desigualdad.

Como se trata de la felicidad de los menos y la desgracia de otros es lo que más asquea.

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