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Política Tolosa | BCU | Argentina

La crisis argentina y las prioridades del BCU

Tolosa para el Premio Nobel no tiene rival a la vista

El BCU y Tolosa deberían estar preocupados ante el escenario de inestabilidad cambiaria que seguramente ocurra en Argentina.

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Tan cerquita de esa locura que parece ocurrir en Argentina resulta inevitable seguir sus desarrollos políticos y económicos porque sus temporales sacudirán inevitablemente nuestras ramas. Javier Milei, a los ojos de cualquier uruguayo, es un payaso impresentable que con pocas horas de diferencia exhibe su frivolidad con un concierto de rock en vivo y luego corre a arrodillarse para lamer los botines de Donald Trump a cambio de una millonada de dólares que imploró para procurar salvar sus delirios neoliberales.

Esto, que forma parte del interminable folclore político de la nación hermana, no sería tan preocupante y resultaría hasta ridículo si no nos hiciera acordar tanto a los hechos que se desencadenaron entre 2000 y 2001, y que terminaron produciendo en nuestro país la crisis del 2002.

Es por ello que, mientras que Guillermo Tolosa se pavonea exhibiendo su cocarda de “primer presidente independiente” del BCU, muchos empiezan a inquietarse sobre los efectos que una crisis en la vecina orilla puede tener sobre nuestra frágil economía. Tan vulnerable cuando la city porteña se resfría.

Máxime que hay que ser muy pelotudo para creer en la autoproclamada independencia del presidente del Banco Central cuando se sabe que se trata de un economista que viene del Fondo Monetario, que en Uruguay se le recuerda por haber sido un efímero director de Ceres que, expresamente dicho por él, no es frenteamplista ni fue elegido ni designado por el Frente Amplio, y que se puede jugar cualquier apuesta a que más pronto que tarde terminará siendo funcionario del Fondo Monetario o alguna otra institución financiera internacional del Occidente judeocristiano y del “orden basado en reglas”.

Un vínculo peligroso que hunde a la Argentina

El anterior proceso de “relaciones carnales” entre Argentina y Estados Unidos se había producido a partir del proceso de disolución de la Unión Soviética, que comenzó en 1991. A partir de allí el Consenso de Washington promovió la implantación de un modelo en los diferentes países de América Latina que comenzaban con una reestructura de las deudas que se encontraban en default desde la crisis del 2002 (Plan Brady) y una estabilización monetaria y cambiaria que permitiera la financiarización de las economías y la tan ansiada privatización de las empresas públicas.

La estabilización monetaria fue lograda con un sistema de tipo de cambio fijo y convertibilidad con el dólar (el “uno a uno”), el cual funcionó adecuadamente hasta mediados de la década de los ‘90. Pero quien era el ministro de Economía de Argentina, Domingo Cavallo, no previó que el boom de consumo en los Estados Unidos, aunado a los problemas que Alemania enfrentaba integrando las economías de Europa del Este al emergente modelo poscolonial, llevaron a una fuerte apreciación del dólar frente al marco alemán, pasando de 1.40 marcos por dólar en 1995 a 2.20 a fines del 2001.

La economía argentina (al igual que la brasileña y uruguaya) quedó así atada a una cometa imparable que terminó con la conocida trifecta de devaluación, default y crisis bancaria. Con todas las joyas de la abuela vendidas, a la Argentina ya no quedaban fuentes de dólares que permitieran financiar el déficit de cuenta corriente, consecuencia inevitable de la fuerte sobrevaluación cambiaria, y un déficit fiscal que crecía mano a mano con la profundización de la desindustrialización y la pérdida de empleo.

Cuando ya no había ajuste fiscal posible que pudiera resolver la situación —y el FMI presionaba por un default—, a fines del año 2000 el equipo económico del presidente Fernando de la Rúa cerró, con el apoyo de Washington, el “blindaje”. Promocionado por el “Grupo Sushi” que rodeaba a De la Rúa como la “salvación” de la Argentina, al poco tiempo la crisis siguió ganando impulso. Renunciaron dos ministros de Economía hasta que en marzo de 2001 De la Rúa le encomienda a Domingo Cavallo asumir el timón de un avión que, lejos de estar “estabilizado”, como promovía el círculo Sushi, todo el mundo había percibido que había entrado en un tirabuzón muy difícil de dejar.

Hoy día las políticas de Milei, su hermana, Caputo, Sturzenegger y sus cuatro o cinco perros, vivos o muertos, hacen agua por los cuatro costados y sólo la inyección salvadora de Trump y el Tesoro de Estados Unidos las puede momentáneamente mantener a flote. Los mercados financieros han logrado estabilizarse gracias al swap ofrecido por la Administración de Donald Trump. Nadie sabe a ciencia cierta qué implica el swap, ya que, como el propio nombre lo indica, supone un intercambio. Resulta difícil creer que el secretario del Tesoro de los Estados Unidos esté dispuesto a asumir el riesgo de cambio de 40.000 millones de dólares en pesos argentinos, los que de un día para el otro pueden no valer nada. Para poner las cosas en proporción, un portaaviones nuclear de la clase “Gerald Ford” cuesta unos 13.000 millones, por lo que con ese dinero los Estados Unidos podrían aumentar su flota actual en 3 buques, un incremento de un cuarto respecto a sus 11 actuales.

¿Qué es entonces lo que ofrece Milei a cambio? De una manera u otra los Estados Unidos van a recuperar el dinero prestado. Si fuera el FMI, la receta habitual para recuperar los fondos prestados pasa por forzar una quita a los acreedores privados. Pero en el 2001 los acreedores estaban ampliamente distribuidos por el mundo, y el “megacanje” del 2001 había permitido a los fondos profesionales salirse, descargando posiciones en ahorristas menos informados. No es el caso actual, en que nuevamente dos o tres hedge fund especulativos tienen posiciones muy importantes en la Argentina. Esto lo denuncia el propio Wall Street Journal en un editorial de días pasados, quien advierte que los fondos de los contribuyentes estadounidenses no pueden ir a parar a rescatar las apuestas fallidas de un puñado de especuladores con vínculos privilegiados con Bessent y al ministro Caputo.

Parecería que el Tesoro de los Estados Unidos impuso dos condiciones visibles para el desembolso de los fondos. La primera es que Milei pueda exhibir un triunfo en las elecciones de fines de octubre. La segunda es que se devalúe el peso, algo lógico para asegurar el repago de los fondos con un superávit de cuenta corriente, ya que una vez que se produzca el rescate, será muy difícil licuar el resto de los pasivos con privados, la modalidad preferida del FMI. Probablemente también hayan sido negociadas concesiones de hidrocarburos, petróleo, gas y tierras raras, en términos favorables para la industria estadounidense, lo que, de concretarse, contribuiría significativamente al repago de los préstamos.

De lo anterior se deduce que aún con el nuevo “blindaje” estadounidense y Milei saliendo fortalecido de las elecciones, en el escenario más favorable para los intereses del sistema financiero global, Argentina deberá procesar una devaluación, que por otra parte es presagiada, si no anunciada, por muchos de los principales analistas y buena parte del empresariado que por si acaso ya tiene lo que les queda de las bardas en remojo.

Teléfono para el BCU

Y aquí radica la que debería ser la principal preocupación de las autoridades del BCU: cómo preparar adecuadamente a la economía uruguaya ante ese escenario de inestabilidad cambiaria que con muchísimas probabilidades ocurriría al otro lado del Río de la Plata de pronto ya en el mes próximo. La experiencia indica que en momentos de turbulencia la reacción recomendada es levar anclas para otorgar más flexibilidad al sistema para adaptarse.

Lo que lleva a preguntarnos si la tempistica será la adecuada para insistir con una baja en la tasa de inflación, que por más que se intente explicar lo contrario, su consecuencia inmediata es una presión a la baja en el precio local del dólar. Algo similar se puede decir de la política de desdolarización. Es loable que el presidente del BCU defienda la soberanía de nuestra moneda nacional, y sería muy saludable que el peso pueda tener más peso en el mercado de ahorro y préstamos. Pero una situación estructural que lleva más de medio siglo no se corrige de un día para el otro, y hoy quizás el precioso tiempo del BCU debería estar más atento a la posible tormenta que se viene de enfrente y que puede comprometer todas la hipótesis de nuestro equipo económico, incluyendo las ilusiones de su fantasioso presidente del Banco Central.

Luego de pasada la tormenta, y si sólo se tratara de una brisa inocente y ya evaluados los efectos, estaremos en mejores condiciones para evaluar políticas de largo plazo. Obviamente, sin olvidar que estamos viviendo el comienzo de una era y que navegar en aguas procelosas es muy peligroso para pequeñas embarcaciones, sobre todo si los capitanes se la creen.

El presidente del BCU insiste en que deberíamos ahorrar en pesos, y las estadísticas le dan la razón. Cualquiera que pueda acceder a colocar pesos en las Letras de Regulación Monetaria en pesos emitidas por el BCU le gana ampliamente al dólar cuando la estrategia es evaluada en el mediano plazo. El problema radica en que son muy pocos los ahorristas que acceden a esas elevadas tasas, que terminan capturadas por el sistema financiero que hasta ahora siempre es el que resulta ganador. Está en el mismo BCU implementar las reformas micro que “normalicen” las ganancias del sistema bancario, que resultan harto grotescas en comparación con las del resto de la economía.

Quizás Tolosa pueda empezar por allí si quiere ir ganando tiempo mientras vemos cómo despunta la situación argentina. Si atacara este privilegio tan complicado de las ganancias del capital financiero, hasta podríamos creer que hemos encontrado a un personaje tan independiente que hace innecesario siquiera preguntarse quién lo puso en ese lugar privilegiado donde cayó parado.

En lo que refiere a la independencia del BCU, creo que todo lo que apunte a profesionalizar su gestión e independizarla de los vaivenes de la política es bienvenido. Pero la explicación que da Tolosa sobre los beneficios de tal independencia no es precisa. Desde hace muchos años que el BCU no emite para financiar al Gobierno central. Con una base monetaria por debajo de los 4.000 millones de dólares, ello sería claramente suicida. La realidad de los últimos años muestra en efecto todo lo contrario, con la tesorería implementando periódicas capitalizaciones del BCU para restablecer el patrimonio de la entidad monetaria. De modo que el BCU viene siendo asistido por el MEF para solventar sus pérdidas por “carry trade”, que oscilan entre 0,5 % y 1 % del PIB. Pregunta para Tolosa: si el BCU consiguiera su tan anhelada independencia, ¿quién lo financiaría si sigue perdiendo dinero, como viene haciendo en los últimos 15 años? ¿Recurriría al Fondo Monetario Internacional?

En suma, debemos cuidar que la pretendida independencia del BCU del sistema político no degenere en una subordinación de hecho al FMI, lo que dejaría peligrosamente nuestros destinos en manos de la institución que en 2002 pretendió forzar en las autoridades uruguayas una solución “a la Argentina”. Apenas pudo, el Cr. Danilo Astori canceló el préstamo con el FMI, liberándonos de las periódicas cartas de intención. En ese momento tiramos cohetes y festejamos ese logro del primer gobierno de Tabaré. Sería paradójico que, al inicio de un nuevo período del Frente Amplio en el poder, las autoridades económicas nos dejen nuevamente en el zaguán de la institución domiciliada en Washington.

Lo dejo escrito aquí, negro sobre blanco, porque ya no hay mucho paño para sorprenderme.

Como bien dijo Yamandú, mientras no tiren la bomba atómica… ta’ todo bien.

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