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Editorial

¿ES BUENA O MALA LA GESTIÓN DE LA PANDEMIA?

Que la inocencia te valga

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Parece que es verdad que nos acostumbramos a todo; hace un año, cuatro casos de Covid-19 fueron para los uruguayos como un terremoto, nos metimos en nuestras casas, suspendimos las clases, cerramos los cines, paramos con  las fiestas y los viajes, detuvimos la industria de la construcción, inventamos el teletrabajo, nos acostumbramos a vivir con poco y hasta confiamos en la posibilidad de la unidad nacional.

Hoy, un año después, nos encontramos en la zona roja de Harvard con cerca de 1.000 contagios diarios, 10 muertos por día,  sin trabajo, con una Ley de Urgencia, privatizadora, concentradora y excluyente que nos impuso el programa  de la derecha, con una rebaja contundente del salario real y las jubilaciones, debilitadas las empresas públicas, con una desocupación del 12 por ciento, con un dólar más alto  y una inflación en ascenso.

Cualquiera que piense un poquito percibe que la situación sanitaria en Uruguay es gravísima. No sé lo que dice el GACH, pero no se necesita ser Radi para darse cuenta que la pandemia se está escapando de las manos.

Es más, tengo entendido que si el GACH se remitiera a sus propios protocolos aconsejaría extremar las medidas para reducir la movilidad porque la transmisión comunitaria parece estar en una fase exponencial muy difícil de controlar y potencialmente muy peligrosa.

Ya en noviembre del año pasado cuando Lacalle Pou se vanagloriaba de ser el campeón del siglo, era evidente que solo nos podía salvar la vacuna y la restricción de la movilidad, particularmente en las fiestas de fin de año y las  vacaciones de verano.

Eso se caía por su propio peso y se escuchaba de boca de algunos científicos en los reportajes y notas que hacía la prensa y en sus comentarios  en las redes sociales. El gobierno siempre se creyó su propia fantasía y escribió una novela en torno a la libertad mientras aprobaba leyes de corte autoritario y restringía, eso sí, la acción social y sindical. Tardó cuatro meses en conseguir dar la primera dosis después de haber dicho la tontería de que “los últimos serán los primeros”. Algunas de las pavadas que dijo, como  que se  vacunaría a los uruguayos con las vacunas de Pfizer porque eran las mejores, descalificando a las vacunas chinas y rusas, se las tuvo que tragar cuando se encontró con la gentileza y la solidaridad del gobierno chino que lo salvó del “peludo” en el que se había empantanado.

La novela que se tejió en torno a las vacunas fue tan burda que a los aviones los recibieron como si llegaran los Reyes Magos. Faltó que le dejáramos pastito al piloto.

Pero eso ya no importa tanto, las vacunas están aquí y el esquema de vacunación se está implementando tardíamente pero con eficiencia.

Si el suministro de vacunas es suficiente y regular se vacunará en unos meses una buena parte de la población.   Claro que no  estamos en el podio. Ayer estábamos en el lugar 95 entre 190 países. Como es normal, estamos en la media tabla. No es un tsunami pero no tenemos motivo alguno para lanzar fuegos artificiales. La prensa hegemónica, los jerarcas del gobierno, las agencias que supuestamente realizan la medición de la opinión pública se han ocupado en estos días de destacar “el buen manejo que el gobierno ha hecho de la pandemia” en su primer año.

Esta idea panglossiana, que no se condice con la realidad e ignora todas las estadísticas internacionales, no es más que parte de la propaganda oficial que ha sido muy bien instalada en la opinión de la gente, hasta el punto que  algunos de los más inteligentes dirigentes de la oposición han repetido la misma guasada.

El documento que elaboró el Ministerio de Salud Pública, exceptuando algunas breves frases laudatorias del liderazgo presidencial y la “libertad responsable”, parece un análisis prudente y un balance mesurado de la gestión sanitaria de la pandemia en Uruguay y de las condiciones sociales y sanitarias preexistentes que permitieron una rápida y eficiente respuesta sanitaria. Sin cohetes  y sin autobombo.

En realidad, el manejo  de la pandemia podría calificarse como “más o menos”, fue al principio mejor y cada vez peor hasta el punto que hoy se contagian un millar y muere el 1%, entramos nuevamente en la zona roja de Harvard y la mutación brasileña del coronavirus está aquí cerquita al otro lado de la frontera como una bomba a punto de explotar.

Lo que también es verdad es que la propaganda política pretendiendo construir la idea de que estamos gobernados por un estadista fantástico ha sido nefasta, en tanto ha logrado instalar la idea de que la pandemia es riesgosa pero la gestión del gobierno ha aventado los aspectos más terribles del peligro, y consecuentemente esta idea  ha justificado un comportamiento social confiado y algo irresponsable frente a un peligro real inminente. Es obvio que lo más que podemos hacer ahora es vacunar y vacunarnos con la vacuna que se nos proporcione, sea  china, rusa, yanqui o europea, por nosotros y por los demás.

Tal vez el proceso de la vacunación sea exitoso y se consiga vacunar a un porcentaje grande de la población. Si se puede se habrá avanzado mucho en el control de la epidemia y en las devastadoras consecuencias que la pandemia tiene sobre la salud y la vida de la gente de nuestro país.

Pero nadie debe pensar que la epidemia se va a controlar con la vacuna. Hoy mismo vemos que en Chile, uno de los dos países junto con Israel que han sido más potentes en la vacunación, los casos de Covid-19 y los muertos no paran de crecer.

Además de vacunar hay que llamar a la población a cumplir las indicaciones del distanciamiento social, usar tapabocas y lavarse las manos con alcohol. Hay que ayudar económicamente a los más necesitados y a las  pequeñas y medianas  empresas, hay que atender a los jubilados, desocupados y trabajadores por cuenta propia, hay que dejarse de pensar solamente en los equilibrios macroeconómicos y pensar en la gente. El gobierno debería mostrar más sensibilidad social, aunque eso sea pedirle peras al olmo. ¿Qué se le puede pedir a un personaje como Isaac Alfie, que mientras recorta el presupuesto, los sueldos, las jubilaciones, se gestiona un beneficio impositivo para comprar los muebles de la oficina? ¿Qué podemos esperar de Azucena Arbeleche, obsesionada por el gasto del Estado y el déficit fiscal, que para reunirse con otro ministro hay que ponerle un arreglo floral “alargado” como si se  estuviera recibiendo al presidente de EEUU y hay que gastar 800 dólares en milanesas como si hubiera que alimentar un batallón de perros famélicos? Si invitar a la flaca Azucena cuesta el equivalente a 160 kilos de milanesas, ¿cuántos kilos de milanesas comerían el senador Sergio Botana o el intendente Enrique Antía, dos jerarcas con evidente sobrepeso?

Volviendo al principio de esta nota, ¿será verdad que somos tan inocentes que, aun conociéndolos, nos creemos todos los cuentos? ¿Cuánto tiempo se podrá tener anestesiada a la gente con los arrullos de la prensa cada vez más hegemónica? Si con esta performance se dice que la gestión del presidente ha sido muy buena y que su liderazgo ha sido imponente, ¿cuántos muertos habría que haber contado para que la calificáramos de mala, cuántos desocupados más habría que tener? ¿Cuántos derechos más nos tenían que haber quitado? ¿Cuántos pobres más, cuántos indigentes? ¿Cuántos  uruguayos más viviendo en la calle?

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