¿Qué criterios se sugieren seguir para nombrar calles y para erigir estatuas y monumentos en lugares públicos? ¿Deben cambiarse al pasar el tiempo y las circunstancias que los impusieron? ¿O deben respetarse los originales? ¿Pueden derribarse o sustituirse estatuas y monumentos?
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Todas estas preguntas vuelven a estar en el tapete, en este año 2020, debido a que Estados Unidos, además de las campañas electorales de Trump y Biden, de los récords negativos de Covid-19 y de los conflictos callejeros con eje en los abusos policiales y el racismo, estuvo en la agenda mediática global por las polémicas generadas ante el derribamiento de estatuas recordatorias de héroes militares de la Guerra de Secesión, implícitamente representativos de racismos más primigenios y de complejos ideológicos que los incluyen variadamente.
Y precisamente todas estas cosas, aunque con conflictividad dramática menor que en Estados Unidos, han ocurrido en los últimos años y se están debatiendo ahora mismo en Uruguay. Bien puede ser el momento -por ejemplo- de repensarlos ahora, que ha habido un cambio de gobierno con fuerte golpe político ideológico de timón. Las idas y vueltas de la placa al inspector Castiglioni revelan que este debate está abierto.
Criterios para nombrar y cambiar nombres
Uno. Desde la fundación de la ciudad-capital Montevideo, las calles de los actuales barrios de Ciudad Vieja y Aduana tuvieron, casi todas, nombres de santos católicos, al igual que la ciudad, bautizada como San Felipe y Santiago de Montevideo, muestra de su raíz española y de militante catolicismo. Pues bien, las élites intelectuales de fines del siglo XIX, con gran contingente de agnósticos, positivistas, espiritualistas seculares y anticlericales, las cambiaron por nombres laicos, básicamente relacionados a los fundadores de la ciudad y a hechos de la historia de la independencia patria. Hay, pues, un primer tipo de criterios ideológico-religiosos en conflicto epocal con contenidos nacionales.
Dos. Las calles que desembocaban en la avenida central de Montevideo, 18 de Julio, llevaban los nombres de afluentes del Río Uruguay, que fueron paulatinamente cambiados (Arapey se volvió Julio Herrera y Obes; el tramo sur de Yaguarón, Aquiles Lanza; el de Río Branco, Wilson Ferreira Aldunate; el de Yi, Carlos Quijano; el de Cuareim, Zelmar Michelini; y la calle Ibicuy pasó a llamarse Héctor Gutiérrez Ruiz). Estos cambios obedecen a necesidades de nombramientos político partidarios que suceden a primeros recordatorios de la estructura geográfica vernácula geográfica, obviamente identitaria cuando aún no había tantas figuras partidarias cuyo recuerdo imponer.
Tres. Recién fundado, el barrio Pocitos llevaba, y aún lleva, los nombres de todos los asambleístas constituyentes de 1830, desde la calle 21 de Setiembre hasta Luis Alberto de Herrera, de oeste a este. Es este un criterio relacionado directamente con la simbología nacional, transpartidaria, no ya ideológica, como en el caso uno, relativo a las calles de Ciudad Vieja.
Cuatro. La céntrica calle Convención fue rebautizada Coronel Latorre por el gobierno cívico militar, y le fue devuelto su nombre en la posdictadura. Hay calles y lugares que celebran caídos en la lucha cívico militar contra la subversión tupamara de los 60-70. Se puede identificar como un cuarto criterio, en el que cada partido o grupo gobernante, nacional o departamental, ha dejado su impronta en el nomenclátor, sea en calles y vías mayores de comunicación, o mediante otros espacios y monumentos.
Cinco. ¿Sabe bien usted por qué si uno sale desde el túnel que une 18 de Julio con el este, entra en la Avenida 8 de Octubre, una recta que abruptamente se vuelve Camino Maldonado, y en otro golpe de magia, Ruta 8? Porque si bien es una misma y sola recta, con apenas una suave curva en todo su transcurso, aparece un quinto criterio, que tiene que ver con la jurisdicción administrativa de la vía, que pide por avenidas (departamentales), caminos (locales, en el caso de la antigua Villa de la Unión), o rutas (nacionales).
Seis. Toda una categoría refiere a los homenajes a naciones determinadas, por coyunturas determinadas o iniciativas conjuntas del país con otros extranjeros. Ejemplos claros de este criterio son los abundantes nombres de naciones y países que recuerdan las ramblas de toda la ciudad y las calles del barrio del Cerro, un barrio compuesto en gran medida por inmigrantes europeos del este.
Siete. Homenajes variados y diversos a artistas, deportistas y científicos reconocidos en el mundo. Especie de encarnación material de orgullos nacionales reconocidos internacionalmente, el estatus y prestigio nacionales manifestados en el arte, el deporte y la ciencia.
Ocho. Homenajes más locales a figuras no tan reconocidas nacional o internacionalmente. De alguna manera opuesto al criterio número siete, se trata de reconocer figuras y hechos de importancia local que si bien no han trascendido hasta el nivel nacional, mucho menos internacional, han dejado huellas y recuerdos locales quizás más marcantes que otros de resonancia nacional o internacional.
Puede verse, en estos ocho criterios, un primer eje, ya obsoleto, de nombres religioso-importados versus indígeno-locales, sean estos patrios o ancestrales. Un segundo eje es el geográfico versus el histórico, con síntesis posteriores. Un tercer eje es el del criterio nacional versus el partidario. Un posible cuarto eje estaría determinado por la relevancia internacional, o translocal, versus la local. Y un quinto podría ser el homenaje a lo extranjero amigo versus a lo nacional con estatus internacional.
Función comunitaria del nomenclátor
Nunca debe olvidarse, más allá de cuáles hubieren sido los criterios y ejes de nominación adoptados concretamente en cada caso, la finalidad del nomenclátor, en especial en lo relativo a vías de tránsito, en el entendido de que excede y antecede a dichos criterios y ejes de decisión y fundamentación.
La señalización y las coordenadas de localización de personas, familias, comercios y empresas-instituciones son imprescindibles cuando los agrupamientos humanos adquieren variedad, novedad y rotación tales que no es posible la localización de todos ellos, en especial con los forasteros, que crecen en los paisajes urbanos en la vida actual.
Es por ello que no es en principio recomendable la modificación flexible de los nomenclátor, más allá de las razones de diverso tipo ya vistas y que han comandado tantos cambios.
Una de las mejores maneras de evitar cambios que obstaculizan la mejor ubicación geográfica en mapas, folletería e internet es la adoptada por Estados Unidos, donde, a partir de un centro geográfico, se nominan las calles horizontales con números e indicación del punto cardinal desde ese centro, este o oeste, y las calles verticales, también del 1 en adelante, llevarán la indicación del punto cardinal perpendicular al anterior, norte o sur. De modo que las calles de la retícula central de la ciudad, llevarán números del 1 en adelante con indicación de Este (E), Oeste (W), Sur (S) o Norte (N).
Cuando hay un accidente geográfico o un cambio de jurisdicción que impide la continuación de la señalización por la retícula -los números y las letras-puntos cardinales-, se inicia otra similar, o se recurre, ahora sí, a la nominación de las vías. En estos sistemas se permiten avenidas, bulevares, caminos y rutas que pueden llevar nombres y no solo números y letras como en la retícula central básica; y esa nominación caería dentro de los criterios y ejes de los que hablamos.
Por motivos de mejor localización es casi obvio que mapas y referenciales impresos u online sirven más a esta función básica si no cambian sus nombres ni su numeración al interior de los nombres. Por tanto, toda la discusión anterior sobre criterios y ejes debería subordinarse a la mejor identificación y ubicación espacial de personas, edificios, empresas, comercios y espacios verdes o no en la ciudad. Si los cambios perjudican esas funcionalidades básicas, no se deberían producir; las necesidades nacionales, locales, políticas, deberían subordinarse a esta finalidad primaria de los nomenclátor urbanos.
Hay que confiar en que los crecimientos demográficos y edilicios urbanos proporcionen las oportunidades de homenajear a nuevos nombres sin sustituir a otros que tuvieron su razón de ser y que estabilizaron la ubicabilidad espacial de gente y cosas. Aunque también es comprensible que los indigenistas deseen eliminar homenajes a Cortés o Pizarro, o que a los blancos les rechinen los dientes cuando recorren la avenida General Flores (a mí también, y no soy blanco), y que los afronorteamericanos puedan intentar eliminar huellas de racistas y resistentes a implementar la abolición de la esclavitud, aunque otros méritos suyos deban quizás ser reconocidos con un necesario esfuerzo de relativización histórica.
¿Qué criterios y ejes son sus preferidos, lector? ¿Quiénes cree usted que faltan y hay que agregar? ¿Y quiénes cree usted que deberían ser eliminados o sustituidos, aunque eso perjudique la utilidad de ubicabilidad social, familiar, comercial y turística del nomenclátor? Esperamos sus sugerencias en la página de Caras y Caretas.