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Resistencia y oficialismo: Con el andar partido en dos

La derecha política quiere sembrar la idea de una derrota contundente del gobierno progresista; solo le falta llamar a degüello. Sin resultados asegurados, bravuconean confiados en los triunfos conservadores en la región y en el apoyo del capital financiero de los sectores de poder, por eso omiten las reservas políticas y morales del pueblo frenteamplista, entre quienes se cuentan los compañeros del interior.

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Por Ricardo Pose

Siento una profunda admiración por las compañeras y compañeros del  interior; han sido, son y serán los “otros” en sus propios pueblos; desde 1989 y después de 2004 son los que tienen como argumento y ejemplo para su lucha política los logros obtenidos fuera de la frontera del pago, y deben combatir para que aquellas mejoras recibidas por sus coterráneos no sean políticamente atribuidas a los intendentes opositores al gobierno nacional.

Territorios, ciudades, pueblos y villas donde perdura una fuerte hegemonía de los partidos tradicionales a quienes han tenido la posibilidad de disputar el ejecutivo comunal los opositores de las propias filas, nacionalistas contra nacionalistas en la mayoría de los casos, fracciones coloradas en los menos, donde las fuerzas de izquierda quedaban reducidas a un leve crecimiento electoral pero con una presencia casi testimonial en las disputas de fondo.

Porque esa hegemonía se sostiene en el poder real, en el cual el gobierno es una anécdota institucional; el poder hegemónico lo constituyen los poderosos del pueblo, los adinerados e influyentes seres y apellidos de esas sociedades; estancieros, comisarios, integrantes del Poder Judicial, comerciantes, abogados y escribanos que han sido los travestidos a dirigentes políticos, caudillos con o sin bancas legislativas nacionales o departamentales, los dueños de los medios de comunicación.

En ese paisaje, nuestras compañeras y compañeros han sido los alborotadores, los comunistas denominados al barrer, los renegados que tanto alzaban su voz por la injusticia cotidiana, por organizar sindicalmente a los trabajadores o simpatizar, votar o militar por grupos de izquierda.

Son los que tienen un relato distinto, una propuesta distinta, una visión antagónica a la diaria forma de hacer política y vivir y la discuten en el boliche, en el almacén, en la peluquería, en plazas y calles del pueblo, en los campos y chacras.

Los abnegados brigadistas, los militantes anónimos y convencidos portadores de la buena nueva.

 

Crecer o engordar

Ese universo no es homogéneo, claro. No es lo mismo -como se ha demostrado- Paysandú que Flores, ni ciudades más chicas o pueblos con respecto a sí mismos dentro de cada departamento.

El destino político de muchos de ellos en el mediano plazo depende de ese mapa electoral donde hay lugares que definen la obtención del gobierno nacional del que arrima votos.

Tampoco es igual el marco de la disputa electoral; mientras en la elección del gobierno nacional las urnas dan un resultado, sobre todo si se define un balotaje, parte de ese apoyo, por ejemplo a propuestas progresistas, vuelve a sus opciones partidarias en disputas municipales.

Así, muchas veces la importante movilización de la izquierda en el interior en campañas electorales nacionales -que alentaba alguna esperanza de obtener el gobierno municipal- no se manifestó de igual manera.

El engorde puntual, el voto prestado, definió más de una segunda vuelta.

El crecimiento político real, el que impacta en la pertenencia se estanca, crece o retrocede.

 

Ser y no existir

Los medios de comunicación nacionales y locales tienen bien clara esta contradicción. Salvo la perspicacia de algún periodista, o al menos su honestidad intelectual, cuando se hable de los altos salarios en el Estado, de los contratos a dedo y la designación de parientes o correligionarios, jamás se mencionará a las intendencias en manos de la oposición.

La práctica política cotidiana de clientelismo y amiguismo  en las intendencias blancas será noticia cuando sea motivo de algún duro enfrentamiento entre fracciones interpartidarias, mientras las denuncias de nuestros ediles con suerte quedarán registradas en las actas de las Junta.

Tampoco hay chance, salvo que el impacto en la opinión pública sea sustancial, de generar una movilización social, de lograr algún destaque en la prensa local.

La hegemonía y la impunidad van de la mano.

 

El ajedrez institucional

El intendente y su séquito están paraditos junto al corte de cinta inaugural; sostiene un discurso permanente y confrontativo contra el gobierno y la fuerza política pero ahora está ahí, sonriente a cuanta cámara de televisión lo pueda enfocar y presto a dar declaraciones.

Los ministros del gobierno, cumpliendo el ritual de lo políticamente correcto, estrechan la mano y comparten oratoria con sus constantes detractores, jerarcas municipales al fin, y a veces han  cometido el error de ningunear, por apuro u omisión de agenda, a sus huestes en el territorio.

Nada que ponga en peligro el  funcionamiento institucional ni crisis de pertenencias partidarias, pero que dan como resultados que a obras del gobierno nacional buena parte de la gente las termine adjudicando al esfuerzo y pericia del gobierno departamental.

No es fácil para nuestros compañeros en el territorio que deben seguir allí, cuando la comitiva oficial se retire rauda  y veloz, que han denunciado un día sí y otro también escandalosas gestiones de jerarcas municipales, cumplir con ese protocolo de amables relaciones institucionales.

Misión titánica la de acumular políticamente los logros obtenidos, que son más importantes para la vida de la gente que para la suerte electoral.

 

Morir en la capital

Más de una vez hago el ejercicio de ponerme en el cuero de esos compañeros, que a la resistencia cotidiana en su pago deben sumar la carga de la andanada que la oposición dispara y se amplifica en Montevideo.

Su peculiar situación debería ser el sostén anímico en estas horas de cruenta lucha política, ya que su permanente estado de resistencia, su práctica política en la adversidad, sus contados y a veces solitarios festejos de triunfos en el medio de la oposición, darán los insumos necesarios sobre todo para los más jóvenes, los frenteamplistas que ganaron el gobierno nacional desde su primer voto.

Sin la facilidad de acceso como en la capital montevideana a los grandes medios de comunicación, a sus estructuras partidarias, a los acontecimientos políticos que definen situaciones en un país macrocefálico, sobreviviendo la falsa contradicción que atraviesa todos los grupos políticos entre Montevideo e interior, lejos del desarrollo político y estable alcanzado por los canarios en Canelones, algunos con alguna experiencia de victoria y otros con constantes derrotas, compañeros y compañeras de distintos puntos del interior del país forman parte de la legión de resistencia y defensa al mismo tiempo.

En estas horas, cuando la estrategia electoral tomará en cuenta -como el bolichero- las regiones que aportan votos para  definir la elección, tomémoslo en cuenta en la dimensión más profunda de la lucha política.

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