Ya está. La epidemia está instalada y las medidas de distanciamiento social se están lentamente adoptando. El Ministerio de Salud Pública sabe que el virus está circulando por la comunidad.
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También se sabe que la epidemia crece exponencialmente y que, fuera de medidas individuales que hay que tomar, lo que verdaderamente contribuye a la lucha contra el coronavirus es el distanciamiento social.
Sobre la epidemia hay poco más que decir, los números aún no reflejan la cantidad de infectados que probablemente sea mayor que los confirmados.
Solamente puede realizarse un número muy limitado de exámenes por día, lo que altera los números finales. La UdelaR, el Ministerio de Salud Pública, el Instituto Pasteur, el Sindicato Médico y otras instituciones están procurando aumentar el número de test diarios de manera de mejorar el diagnóstico y las medidas de aislamiento de los casos confirmados.
El ministro Salinas, que parece ser hombre de pocas palabras, ha conducido con sobriedad la crisis, manteniendo un diálogo fluido con todos los actores involucrados, instituciones prestadoras de salud, funcionarios, médicos y Academia.
Lo más probable es que la situación se agrave en los próximos días, aumentará el número de casos y el aislamiento social, y la gente comenzará a sentir las repercusiones económicas sobre los hogares que se extenderán, al menos, por unos meses.
“De las crisis se sale —me dijo hace más de quince años el profesor Ricardo Pascale—, pero después de ellas seremos más pobres”.
Los médicos, casi todos, y el personal de la salud están preocupadísimos y reclaman más medidas de protección social, entre otras razones, porque serán los más afectados como ocurre en todos los países.
La Academia cree que estamos ante un gravísimo problema sanitario que analiza según varios modelos probabilísticos que van desde un modelo que pronostica un escenario verdaderamente terrible a otros menos dramáticos pero igualmente graves.
Hasta ayer, la diferencia entre el gobierno, la Academia, el Sindicato Médico, las cátedras de la Facultad de Medicina, una docena de sociedades médicas y Tabaré Vázquez era entre si había o no que disponer la cuarentena general.
Hoy, solo dos días después, esa discusión parece ser un poco bizantina, porque está casi aceptado que más temprano que tarde la medida es inevitable.
Esta crisis, inesperada, tomó de sorpresa al gobierno actual y, para qué negarlo, al gobierno anterior. El gobierno de Tabaré Vázquez tomó nota de la existencia de una grave epidemia en China, pero no percibió la difusión del virus de la manera que se dio. Tomó precauciones, informó a los prestadores, dio la alarma, pero no imaginó lo que iba a suceder. En verdad, nadie lo hizo, los principales líderes del mundo menospreciaron la magnitud de lo que iba a ocurrir. El mismo día que terminaba el gobierno del Frente Amplio, en los principales diarios de Italia, Francia, Estados Unidos, Alemania, Inglaterra e Italia, gobernantes, políticos, líderes, médicos, académicos y científicos restaban importancia a la epidemia y no imaginaban que unas semanas después la Organización Mundial de la Salud la calificaría de Pandemia, haciendo evidente que se había convertido en una amenaza global. Eso ocurrió el 11 de marzo.
El debate, lamentablemente, se vuelve cada vez más un debate político. No se trata de restar fuerza a ese esfuerzo conjunto, necesario, generoso, constructivo, humano y solidario que todos tenemos que hacer sin sectarismos y sin restricción de ningún tipo. En ese sentido, el gobierno debe esperar la solidaridad de todos los uruguayos sin distinción de partidos, y los que somos la oposición estamos obligados moral y políticamente a dejar todo en la cancha —como dijo Lacalle Pou—.
En eso los uruguayos tenemos que estar unidos, plenamente conscientes de que de cada uno de nosotros depende el éxito en esta dura batalla, y que tenemos que guardarnos muy bien de tomar todas las precauciones y de no contagiarnos para no contagiar a los demás, a los más cercanos, familiares y amigos, compañeros de trabajo, vecinos y allegados.
Cuando digo dejar todo en la cancha, incluyo también la soberbia, la politiquería menuda y los desplantes de autoridad, que también merecen una reflexión consecuente. Conste que se puede pasar por alto el estilo medio agrandadito de los muchachos del British, y hasta la sonrisa y la petulancia constitucional de Alfie.
Ahora bien, para enfrentar al coronavirus hay que tomar medidas y emprender acciones, hay que elegir opciones políticas, económicas y sociales, y también eso debería ser objeto de un gran acuerdo nacional.
Esta dura batalla no se gana poniendo milicos en la calle para confinar a la gente dentro de sus casas y acciones sanitarias responsables y oportunas. Se gana con medidas económicas que permitan que la gente permanezca en sus hogares. Todos tenemos miedo de contagiarnos, pero si a la cuarentena hay que agregarle otras penurias será mucho más difícil estar encerrados. Hay que apoyar a los más necesitados, a los indigentes, a los ancianos que viven solos y a los más humildes, a los niños de los hogares más pobres, a los trabajadores informales, a los zafreros, a los jornaleros, a los cuentapropistas, a los artesanos, y a los pequeños comerciantes y a las Pymes.
Si logramos prepararnos como para pasar una cuarentena de 20, 30, 45 o 60 días, atenuando los sufrimientos, apoyando sicológicamente a la sociedad, creando consciencia social, apelando a la solidaridad y la generosidad de los uruguayos, y contribuyendo económicamente a atenuar la angustia de los más pobres, habremos dado un paso muy grande.
Está claro que es muy difícil pedirle peras al olmo, es difícil que el costo de la crisis se pague de manera equilibrada, que los que tienen más contribuyan con los que tienen menos, que los más infelices sean los más privilegiados.
Más cuando el gobierno se aprovechó de la pandemia para devaluar el dólar mucho más que en el resto del mundo, para recuperar una “competitividad” que tiene “ganadores y perdedores” y en la que los ganadores son la corporación agroexportadora que será la que se lleve una vez más las joyas de la corona.
El gobierno de Lacalle Pou vino para ser un gobierno herrerista, neoliberal y restaurador. Anunció que los frutos no caen lejos del árbol, explicitando que su gobierno no iba a ser muy distinto que el de su padre. Vino con un programa de derecha, y dispuesto a no dejar que la presión y la resistencia social le torcieran el brazo. Lacalle Pou fue advertido reiteradamente por los economistas neoliberales, los editoriales de Búsqueda, El País y El Observador que para ganar esta pulseada debía ir a fondo, con mano firme y rápido. El error de Macri, decían algunos de sus asesores, fue haber sido muy gradual.
Lacalle y su equipo económico parecen no haber reaccionado ante el nuevo escenario.
Cree que todas las manifestaciones cuestionadoras —hasta las más puntuales— de su breve gestión son desestabilizadoras, opositoras, direccionadas contra sus anunciadas políticas públicas y coordinadas. Se enfrenta a Tabaré, al Sindicato Médico, a la Academia, a Caras y Caretas, a los docentes de Secundaria, al SUNCA, a la Cámara de la Construcción y hasta a Manini como si fueran “los otros”, sin percibir que la nueva situación exige más prudencia, más libertad de prensa, más medidas antirrecesivas, menos ajuste, y más estímulos para la inversión y la producción.
En los 10 primeros días de su gobierno, se alineó con Estados Unidos y Bolsonaro, aumentó las tarifas públicas, dejó disparar el dólar, puso la policía en la calle para hacer una demostración de fuerza, y anunció una Ley de Urgencia que será muy resistida por la mitad de los uruguayos y que afectaría sustancialmente la normalidad en la enseñanza pública, cuyos docentes rechazaron ampliamente los contenidos de esa ley.
La primera acción de gobierno referida al mundo del trabajo fue rechazar el acuerdo entre trabajadores y empresarios de la construcción, que fue seguido por la movilización relámpago del SUNCA, y con una marcha atrás de Alfie y Arbeleche que reveló que la intención de licuar la masa salarial con el aumento del dólar no le será fácil al equipo económico que conduce Isaac Alfie.
Era previsible que el nuevo gobierno hiciera lo que hizo, pero, como casi siempre sucede, el diablo metió la cola. Hoy va a ser muy difícil navegar en aguas procelosas y será mucho más difícil aplicar un programa neoliberal en un barco que quedará escorado.
La economía en Latinoamérica y no solo en Uruguay saldrá muy debilitada, disminuirá el comercio, la inversión extranjera, el precio de los commodity, el turismo y el consumo interno. No hay espacio para aumentar los ingresos de los más poderosos ni para disminuir los ingresos de los más débiles. Los poderosos no podrán ejercer su dominio como antes, ni los débiles aceptarán ser explotados como antes.
Estamos en la antesala de la mayor crisis mundial de los últimos cien años y todos debemos tomar nota de eso, incluyendo los economistas neoliberales y la corporación agroexportadores que empujaron la coalición gobernante y le dieron letra. El año pasado, el PBI en la región apenas creció unas décimas y este año habrá recesión de 1 o 2 puntos porcentuales promedio.
Hoy leí una frase de Bill Gates dicha en estos días: “Es muy difícil decirle a la gente que siga cenando en restaurantes, comprando casas y autos nuevos, y que sigan gastando y consumiendo, ignorando que se acumulan una pila de cadáveres en la esquina, porque hay políticos que piensan que el crecimiento del PBI es lo que único que cuenta”.
¿Y si paráramos la pelota y reflexionáramos un poco?
Hay una oportunidad para un presidente que llegó al gobierno con un programa ambicioso y una magra votación, y que se encontró en dos semanas con un choque de trenes.
La oportunidad es asumirlo. También tendrá la izquierda que asumir que este gobierno durará, al menos, cinco años, y que reconocer la derrota es reconocer que el gobierno tratará de ejecutar algunas de sus políticas.
Por eso parece sensata, inteligente y oportuna la propuesta del Frente Amplio de sugerir al gobierno un acuerdo nacional con medidas posibles, sensatas y realistas.
El gobierno del FA le dejó a este reservas en el Banco Central por 14.537 millones de dólares, 25,6% del Producto Interno Bruto de 56.900 millones de dólares, y una Deuda Neta del Sector Público Global de 18.468 millones de dólares, cifra equivalente al 32,45% del PIB. El déficit fiscal, según el Banco Central del Uruguay, fue del 4,6% del PIB, o sea 2.617 millones, pero si vamos al real y le descontamos el “efecto cincuentones” (porque esa plata está ahí y se irá gastando en un futuro que no sabemos cómo será), es de 3,7% del PIB, o sea unos 2.105 millones, casi la séptima parte de las reservas. Semejante nivel de reservas no es un blindaje absoluto, pero da mucha tranquilidad al gobierno. Lo mismo la salud del sistema bancario y los vencimientos de la deuda externa.
Leyendo hoy El Observador me entero de que: “Las bajas que se procesaron en los precios de la carne desde los picos de noviembre se vieron compensadas por la valoración del dólar por encima del ritmo de la inflación, mejorando el poder de compra de la ganadería en el eje del 30% anual”.
Por lo pronto, parecen estar mejor los ganaderos que los trabajadores para enfrentar esta crisis que se avecina, y es de esperar que los más poderosos hagan una contribución superior.