Hay entre nosotros un discurso instalado, tan machacón y reiterado que se ha transformado en verdadero frenesí patológico. Ese discurso resuena en los pasillos del Parlamento, en la casa de gobierno, en las intendencias y en los medios de comunicación. Es como si, según aquella idea del nazi Goebbels, repitiendo mil veces una mentira esta pudiera transformarse en verdad. Se nos viene diciendo desde las últimas elecciones nacionales que en Uruguay, durante los últimos quince años, estuvimos de recreo. Ahora acabamos de descubrir que, como si fuera poco, también estuvimos de fiesta. El recreo y la fiesta de los quince años de gobierno frenteamplista fueron, según parece, una farra corrida, como las que daba el Gran Gatsby para sus cientos de invitados. Pero mientras nos dedicábamos a bailar y a enarbolar matracas, sucedieron una serie de milagros no imputables a ningún ser viviente, ya que el gobierno y la mitad del país estaban, como se ha dicho, de fiesta. Pero los milagros, que suelen ser porfiados, sucedieron. Fueron, entre otros, la reforma estructural del sistema de salud, que garantiza la cobertura y acceso universal de toda la población, y que contaba con 2.535.598 personas con afiliación ya en 2017. Gracias a este primer milagrito, se ha podido hacer frente en toda regla a la pandemia de coronavirus, porque a ningún gobierno anterior le importó en lo mínimo la suerte de las tres cuartas partes de la población que no tenía acceso al sistema de salud. Fue el milagro de la seguridad pública, en la que se abordó una profunda reestructura policial, se profesionalizó la labor, se incorporó tecnología y se aumentó el salario policial 187,5% desde el año 2000.
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Fue el milagro del avance en derechos humanos, por el cual se creó la ley de Reproducción Humana Asistida, se extendió la licencia por maternidad y paternidad, se aprobó la ley de violencia basada en género, la interrupción legal del embarazo y el matrimonio igualitario, entre otros. Fue el milagro de la vivienda, ya que entre 2015 y 2017 se construyeron más de 23.500 viviendas nuevas y se triplicó el número de cooperativas en todo el país. Fue el milagro de la producción agropecuaria, pues el 30% de los proyectos promovidos por la ley de Inversiones fue destinado a la agroindustria. Fue el milagro de la investigación científica, fue creada la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), entre cuyos objetivos se encuentran “preparar, organizar y administrar instrumentos y programas para la promoción y el fomento del desarrollo científico-tecnológico y la innovación”. El propio Ministro Pablo da Silveira, meses antes de hablar de fiestas, reconoció (en julio de 2020) la gran importancia de la ANII para la investigación científica, y recordó su labor trascendental en la producción de testeos para el Coronavirus. Dijo también que la ANII asiste a 350 empresas con proyectos de investigación y desarrollo, que impulsa casi 200 proyectos de emprendimientos y que financia 2.300 proyectos de investigación. No entendemos entonces por qué oscuros motivos, huérfanos de todo fundamento racional, el mismo ministro profirió en febrero de 2021 una frase infeliz, según la cual “hubo una verdadera fiesta en 2019, financiando proyectos muy por encima de los promedios históricos”. ¿A qué se refiere el ministro al hablar de fiesta? ¿Cómo sería posible aumentar y respaldar los proyectos de investigación científica, sin ponerse por encima de los (vergonzosos) promedios históricos anteriores? ¿Por qué ese aumento en ciencia e innovación sería perjudicial para el país, o para el gobierno, o para determinadas personas físicas o jurídicas? ¿De qué otra manera un Estado podría profundizar en ciencia e innovación, si no es a través de la financiación de proyectos?
Parecería ridículo, a estas alturas, tener que explicarle a nadie la importancia de la investigación en ciencia y desarrollo, en ciencia y tecnología, en equipos, en posdoctorados, en acceso a literatura especializada. Y mucho menos explicárselo al propio gobierno. Hasta los niños de corta edad lo comprenden. Los recortes masivos en salud y en educación realizados por este gobierno no ayudan a nadie, no promueven a nadie, no benefician a nadie. Pero los recortes en la investigación significan lisa y llanamente un suicidio colectivo a corto plazo, en términos de desarrollo. La famosa fuga de cerebros, principal azote de los países subdesarrollados, no hará más que incrementarse a la velocidad de la luz.
Claro que, si de frasecitas infelices se trata, la primera, la que abrió el camino para todas las otras expresiones humillantes, irreflexivas, indignas e irrespetuosas, agresivas y absurdas, fue que se nos terminó el recreo. Nunca supimos y probablemente no sabremos jamás, qué significa semejante concepto. Suponemos que el fin del recreo solo puede significar (aunque Manini nunca se molestó en aclararlo) todo aquello que para Manini es insufrible. O sea que se terminaron los peludos, los hippies, los rebeldes, los que tienen la mala costumbre de andar protestando y realizando marchas, los que luchan por sus derechos, los que ocupan fábricas o liceos, los que organizan sindicatos, los que claman contra las dictaduras y contra la represión del Estado, los que preguntan en lugar de obedecer ciegamente, los que se niegan a hacer la venia, los que piden razones y motivos para hacer algo, los que rechazan las órdenes verticales, los que tienen la indecencia de pensar, de inquirir, de mirar el revés de las cosas.
Ahora, como si todo eso fuera poco, resulta que se nos terminó la fiesta. Los científicos andaban de copas y de bailongo. Los científicos estaban de vivos. ¿A quién se le ocurre incrementar así como así los fondos destinados a la investigación? ¿A quién se le ocurre pretender mejoras sustantivas en los sectores productivos? ¿Quién puede apostar al crecimiento de la rentabilidad y de los beneficios esperados, a los avances tecnológicos y a la elevación de estándares de calidad y de valor agregado? ¿Quién en su sano juicio querría dar satisfacción a las necesidades sociales y mejorar la calidad de vida de la gente? Y sin embargo, desde hoy ya no habrá necesidades sociales, sino solo recortes, órdenes, mandatos, conminaciones, amenazas y más y más recortes. Desde hoy cerraron los bares y las pistas de baile de la tecnología. Desde hoy se suprimió el cotillón y el papel picado de los laboratorios. Desde hoy se quitaron las consolas de música de los matemáticos, los karaokes de los físicos, las guirnaldas fluo de los químicos y el disfraz de payaso de los economistas. Desde hoy apostaremos a la obsolescencia, a la ceguera y al riesgo en inversiones, a la ineficiencia productiva, al atraso tecnológico, al empeoramiento social, a la miseria generalizada, a la ignorancia sobre los adelantos científicos en otras partes del mundo. Y guardaremos los globos, los manteles, las bolas de luces y los sombreritos con lentejuelas. Es que se terminó la farra, el canyengue, la jarana, la juerga, el guirigay, el jaleo, el arrumaco, la carantoña y todo lo que a usted se le ocurra.