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Editorial

Los neopentecostales, otra enfermedad del siglo XXI

Se viene la plaga

Por Alberto Grille.

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La periodista que entrevistaba a una niña que dormía en la calle quedó estupefacta. La niña le confesaba que su mamá trabajaba de “milagro” en una iglesia pentecostal. Ingresaba a la enorme sala arrastrándose y pidiendo ayuda al pastor que se paseaba a los gritos por el escenario y que hacía saber al auditorio que la inválida padecía una parálisis infantil, hasta ahora incurable. En ese instante, el pastor le ordenaba ponerse de pie y la frágil señora se erguía con algo de dificultad. El pastor exclamaba: ¡Milagro!, y cientos de sobres con el diezmo sobresalían entre un bosque de manos alzadas. Hacía tres días que la mamá no trabajaba para que no se hiciera evidente el engaño. La próxima semana, la señora volvería a trabajar de “milagro”, para arrimar unos pesos a su hogar.

Karl Marx escribió que «la religión es el opio de los pueblos». Esta afirmación, realizada en su trabajo Contribución a la Crítica de Filosofía del Derecho de Hegel​, fue  publicada en 1844 y tal vez sea de las más conocidas de Marx, y probablemente de las menos discutidas.

Es un planteamiento frontal que apunta, seguramente, a las religiones como construcciones humanas, proselitistas, jerarquizadas, destinadas a catequizar, educar y formar «fieles» con fines propios (muchas veces muy impropios), a partir o aprovechando del mensaje de los grandes líderes religiosos que tuvo la Humanidad, como Moisés, Buda, Jesucristo, Mahoma, Confucio y otros, que muchas veces predicaron exactamente lo contrario de lo que estos señores practican.

Nadie duda de la fuerza que tienen las jerarquías musulmanas (que ha construido varias teocracias a lo largo de la Historia y hasta el presente), ni de la influencia de la religión judía, la afrobrasileña, ni de la verdadera multinacional que constituye la Iglesia Católica, con su propio Estado, sus embajadas y su enorme aparato educativo diseminado a través de órdenes tan distintas como pueden ser los salesianos, los jesuitas y el Opus Dei.

Esta multinacional tuvo desde 1517 la incipiente competencia de la multinacional protestante que, a partir de las «tesis» de Martín Lutero, también tuvo reyes que fundaron sus religiones propias, como la anglicana, los calvinistas, luteranos y presbiterianos, y que hoy se extiende por el mundo a través de uno de sus subproductos, los pentecostales o neopentecostales (cuyo ejemplo más rimbombante en Uruguay es la Iglesia Misión Vida, que orienta el pastor Jorge Márquez, quien colocó a su yerno, Álvaro Dastugue, como diputado del movimiento que orienta la senadora judeo-cristiana Verónica Alonso, con quien ha mantenido ocultas y curiosas  relaciones financieras.

Las llamadas religiones evangélicas, muy distintas en su culto y en su «oferta» a la tradición católica, han crecido notablemente en América Latina y se han constituido en una gigantesca empresa multinacional con intereses económicos, políticos y … hasta militares o paramilitares.

Según «Las religiones en tiempos de Francisco» (Latinobarómetro 2014), los evangélicos han crecido en todas las crisis desde 1930.  Dicen algunas conclusiones del informe: «Lo primero que se viene a la mente cuando se menciona a los católicos, es una Iglesia en franca declinación, hay menos católicos, menos personas que van a misa, menos personas que tienen fe». Y los evangélicos aprovecharon,  pasaron del 1,5% en 1930 al 20% en 2017 en promedio, llegando al 40% en Guatemala, en Chile al 25% y Brasil el 21%.

Hoy perdieron por un puchito en Costa Rica y se proclaman como los impulsores de los triunfos de Jair Bolsonaro en Brasil e Iván Duque en Colombia,…. y vienen por todo.

Un fenómeno que, como bien se ha dicho en estos días, se extiende como una plaga y necesariamente hay que analizar y entender.

 

De religiones y multinacionales 

En 1517 el fraile católico y teólogo agustino de origen alemán Martin Luder (conocido históricamente como Martín Lutero) clavó a martillazos en la puerta  del Castillo de Wittenberg sus 95 tesis que desafiaban a la Iglesia Católica.

Pasó mucha agua bajo los puentes, la tenebrosa Edad Media dominada por la Inquisición dio paso al luminoso Renacimiento y al espíritu individualista, de progreso personal.

Los cambios continuaron, seguidos muy de lejos por la Iglesia Católica, que procesó con harta dificultad su Concilio Vaticano II recién en el siglo XX.

En 1905 Max Weber escribió «La ética protestante y el espíritu del capitalismo», una obra cumbre donde describió las relaciones que había entre los desafíos que había proclamado Lutero y el desarrollo de las fuerzas productivas (en el sentido estrictamente marxista de la palabra) en esa fase histórica.

Las iglesias protestantes (evangélicas y pentecostales) crecieron por los cambios sociales, pero también por un nuevo marco interpretativo que daba sentido a sus condiciones de vida más urbanas, más exigentes.

Pasaron del culto de la libertad individual hacia un contexto de obediencia, orden y disciplina integrado, a celebrar un espíritu festivo y «dador de milagros», es decir, de soluciones terrenales a problemas terrenales. Consolidaron una espiritualidad emotiva, con experiencias carismáticas  en el culto (curaciones milagrosas, danzas, bailes y éxtasis). Los pastores, entrenados en la atracción del lenguaje oral, se prepararon para hablar, pausar y entonar, adaptándose a los diferentes contextos socioculturales del continente.

El siglo XX que, como dijo Galbraith fue «la era de la incertidumbre», aumentó los temores sociales, la necesidad de solución de esos problemas terrenales, el existencialismo vital, y la costumbre de pagar (el «diezmo», costumbre que en nuestra política instauraron otros) por los favores recibidos.

Las dictaduras, los procesos de redemocratización y la precariedad  laboral y familiar de los años 80 y 90 trajeron más inestabilidad. El siglo XXI trajo un aumento de 200% en los divorcios, la unión libre llegó a un tercio, cambiaron las pautas sexuales de los adolescentes y se postergó la edad de casamiento. Estas tendencias pusieron en cuestión el modelo de la familia monogámica, heterosexual y nuclear (la cual hoy se encuentra en virtual implosión en determinados estamentos económico-socioculturales), lo cual generó las condiciones objetivas ideales para el crecimiento explosivo de una doctrina aferrada al tradicionalismo conservador y clasista a la vez que distribuidor y retribuidor de «favores milagrosos».

Así vemos que seis siglos después de Lutero, la participación de iglesias protestantes (evangélicas y pentecostales) trascendió y hoy desembarcan en la política, como ya habían desembarcado en los negocios.

Y con mucha fuerza.

Ya sea con dinero o con candidatos propios, o mediante candidatos vicarios o asociados, utilizan su poder simbólico y retórico para vincular creencias a las ofertas políticas, canalizando la desesperanza social y el enojo hacia el sistema político. Combinan la convicción religiosa de la salvación posexistencial hacia un liderazgo partidario que promete felicidad terrenal y redención eterna.

Su antiguo «progresismo» cambió de signo. Esta comunidad crece por la negativa, contra la crisis moral de la política, contra el matrimonio homosexual, el aborto y la legalización de la marihuana. Se aglutinan a través de las asociaciones provida y profamilia. Si a principios del siglo XX luchaban por la separación iglesia-Estado, en el XXI su agenda se nutre enfrentando la ideología de género. En su cosmos sagrado no hay lugar para el cambio social.

El doble avance (político y religioso) es multicausal, y también tiene origen en el vacío de representatividad dejado por los partidos desde los años 80, y en las sucesivas crisis, frustraciones sociales y fracasos de los distintos modelos económicos.

Mientras algunos partidos no lograron sobrevivir, otros abandonaron su rol social mediador y elaborador de proyectos ideológicos para convertirse en estructuras empresariales cambiando discursos por políticas ligadas a estrategias de marketing. Este cambio deja el terreno abierto para que el discurso religioso ocupe espacios y se mezcle con el oportunista, antiideológico y amoral de los Jaime Durán Barba.

Así en Colombia el pentecostalismo apoya a Iván Duque, extremista de derechas, en  2018.

Perú es la cuna  del movimiento “Con mis hijos no te metas”, que aglutina 700 diputados en todo el continente, entre ellos dos uruguayos. En 2017 Perú aprueba el 31 de octubre como el Día Nacional de las Iglesias Cristianas Evangélicas. Chile también decreta feriado evangélico en la misma fecha. El 15,1% de los chilenos son evangélicos.

Pero es en Brasil, la principal potencia regional, donde está su mayor poder y allí dicen contar con 50 millones de electores potenciales. La Iglesia Universal brasileña, creada en 1977 por el obispo Edir Macedo, manejaría una fortuna de 1.500 millones de dólares según Forbes. Macedo se ufana de haber dado el triunfo a Bolsonaro, a quien apoyó públicamente con sus «Gladiadores del Altar», una milicia paramilitar de jóvenes que no superan los 26 años y reciben instrucción militar diaria junto a «sesiones de oración», y sus ocho millones de feligreses.

Macedo antes apoyó a Lula da Silva, y así lo testimonian numerosas fotos.  Marina Silva, de la iglesia Asamblea de Dios, fue candidata a presidente. La bancada evangélica supera al PT, 75 contra 64 diputados. De allí salió Eduardo Cunha, artífice del impeachment a Dilma y hoy preso por corrupción.

Según un ensayo sobre el tema: «El  poder económico es inquebrantable, la Receita Federal  reporta que las iglesias en 2015 movilizaron 7.000 millones de dólares, manejan franquicias y sus propios templos en cualquier pueblo, ciudad o país del mundo. El binomio fe-política ha tenido mayor éxito en aquellos países donde se atomizó el sistema de partidos, y se transformaron en empresas electorales con debilidades institucionales, caso Brasil, América Central y Colombia. Según el New York Times hay una nueva forma populista en América Latina, y está siendo reinventada por los pastores protestantes: la inclusión intolerante. Por ahora en algunos países tiene éxito, mientras que en otros de cultura política más estable (Uruguay) demora un poco más, sin embargo ya existe. Que se active esta bomba solo depende del tiempo que pasa».

Ahora bien, si Jair Bolsonaro e Iván Duque son los modelos que propone el neoevangelismo para América Latina, nadie puede engañarse.

Los neopentescotales son, como bien se ha dicho, una plaga que se extiende.

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