Los meses pasan y los hombres van quedando. Entre setiembre y diciembre de 1811 se dieron una serie de hechos que marcarían hasta hoy en día la historia de este territorio. Imposible, seguramente, estudiarlos por separado. Los hombres no somos realmente conscientes de nuestro tiempo histórico; aquellos orientales estaban en medio de sucesos que marcarían el futuro, a mediano y largo plazo, de la vieja Banda Oriental. El historiador o el simple narrador, con el diario del lunes, puede hacer relaciones, marcar procesos y dotar de significados a los hechos pasados, siempre desde el presente. Las necesidades de hoy son entonces problemas del pasado. Setiembre de 1811: aquellos meses se presentaban halagüeños para la coalición de hermanos rioplatenses. Porteños y orientales sostenían el sitio. Pero la historia tenía escondido uno de los más complejos momentos para ambos. Todo se presentaba a pedir de boca para los patriotas, pero una movida magistral del virrey Francisco Xavier de Elío desnudaría las flaquezas y principalmente las diferencias entre la dirigencia porteña y Artigas. Desde el principio de la insurgencia, Elío tramaba la forma de deshacerse de los rebeldes. Era extremadamente duro aquel godo, quien reprimía a los montevideanos que simpatizaban con los rebeldes. Expulsó a una treintena de familias y a nueve franciscanos a los empujones: “Váyanse con sus amigos los gauchos”, fue el saludo final. La idea era simple, aunque extremadamente peligrosa. Pedirle ayuda a los reyes portugueses, quienes se encontraban por aquellos años residiendo en Río de Janeiro. Carlota Joaquina, la reina lusitana, era la hermana de Fernando VII, el Deseado, Rey de España tras la abdicación de su padre. El virrey había amenazado con la intromisión: “El virrey de estas provincias á los habitantes de toda la campaña de la banda oriental del Río de la Plata. Vecinos de toda esta campaña, las intrigas y sugestiones de la desesperada Junta de Buenos Aires os han precipitado en el proyecto más disparatado y criminal. Retiraos a vuestras casas á gozar de vuestra tranquilidad, no se os perseguirá: de otro modo vuestra ruina y la de vuestras familias es ciertísima. La Junta de Buenos Aires ni quiere, ni puede daros los auxilios de soldados y armas que os promete, porque ni los tiene ni puede pasar expedición alguna por el río, que no sea desbaratada por los muchos barcos armados con que le tengo inundado; pero aunque alguno escape ¿de que os sirve? Mirad que á mí sola orden entrarán cuatro mil portugueses, y con la expedición que ha salido á la campaña, cogidos entre dos fuegos, ni podéis escapar, ni entonces os valdrá el arrepentimiento: todavía ahora tenéis ocasión; retiraos, os digo otra vez á vuestros hogares, y si no me obedecéis, pereceréis sin remedio, y vuestros bienes serán confiscados”. Montevideo, 20 de marzo de 1811, Xavier de Elío – Gazeta de Buenos-Ayres, jueves 4 de abril de 1811. Tras varias negociaciones los portugueses. invadieron finalmente con una fuerza bastante considerable. La contestación a los dichos de Elío por parte de Venancio Benavides fue contundente: “A siete mil hombres dispuestos, y preparados á defender á nuestro Soberano el Sr. D. Fernando VII, la patria, y sus sagrados derechos no se conquistan con papeles”. A pesar de ella, la invasión era una realidad. En julio de 1811 caía sobre la Banda Oriental la tromba lusitana al mando del capitán Diego de Souza. El 17 cruzan el río Yaguarón dividiendo sus fuerzas; en setiembre toman la fortaleza de Santa Teresa. Más tarde, en octubre, toman Maldonado. En agosto, los españoles, con fuerzas renovadas, se determinan a atacar a Buenos Aires. Michelena bombardeaba Nuestra Señora Santa María de los Buenos Aires. A pesar de esto, los bombardeos no fueron fructíferos. En medio de este ambiente en el que los patriotas se encontraron entre dos fuegos, se dan derrotas consecutivas de los rebeldes en el norte. En junio, tras una capitulación, se retiraba el denominado Ejército del Norte. Los patricios porteños, pragmáticos hasta los huesos, deciden aceptar un armisticio. Representantes ingleses habían ya acercado posiciones, siempre en pro de sus prebendas comerciales. “Sin embargo el asedio continuaba respirando confianza, cuando aparece inopinadamente otra misión del gobierno de Buenos Aires, cometida al representante salteño, Dr. don Julián Pérez, que había pertenecido a los anteriores diputados: su misión era sin réplica, para que el General en Jefe Rondeau, dispusiese su retirada a repasar el Río de la Plata, ínterin él recababa un armisticio con el General Elío, garantizando a los habitantes que se hallasen en el caso de no seguir el ejército, sin responsabilidad de sus opiniones o procederes cualesquiera los que hubiesen tenido contra el gobierno de Montevideo, etc., etc.”, comenta Carlos Anaya ante la inminente negociación porteña con Elío. Armisticio en octubre Los patricios porteños asumen el poder en forma de triunvirato el 3 de setiembre, en el que despunta Manuel de Sarratea, junto a Paso y Chiclana. Llegado octubre la tregua era inevitable. Los orientales quedaban definitivamente huérfanos de ayuda de la unión. Quedaba pues el más difícil de los desafíos: ser derrotados y unirse en esa derrota. La negociación era simple. Los porteños pretendían firmar un armisticio con Elío, quien ahora tenía varios ases en la manga: El bloqueo del puerto de Buenos Aires y las tropas lusitanas en territorio oriental, demasiado cerca de la capital revolucionaria. Detrás de la negociación estaban el embajador español en Brasil y, como no podía ser de otra manera, el embajador inglés, Lord Strangford. Las largas negociaciones llegaron a un buen final para los intereses de Elío y el triunvirato, pero no para los orientales. El armisticio fue finalmente firmado el 20 de octubre de 1811. Los orientales no estaban detrás de la decisión; eran claras las diferencias de autoridades en aquellos tiempos. La capital era Buenos Aires. El 10 de setiembre se reunieron un centenar de orientales con una delegación porteña, en la Panadería de Vidal, sobre la actual calle Joaquín Requena. Allí acudieron los representantes de la capital, Manuel de Sarratea, Dean Funes y Juan José Paso. La delegación fue bien recibida, pero la noticia de las negociaciones y el intento de armisticio cambió la opinión de los orientales. Aquellos estaban dispuestos a seguir -ellos solos- el sitio a la ciudad. Un mes después llegó José Julián Pérez, en nombre del triunvirato, a conversar con los orientales. Ya el armisticio era casi una realidad. Esta asamblea de más gente que la anterior fue en la Quinta de la Paraguaya. En esta asamblea en la que se mantuvo esa postura contraria a la negociación, se nombró a Artigas como Jefe de los Orientales. Este punto es visto por la historiografía como el momento clave, en el que Artigas toma definitivo protagonismo en la revolución. A pesar de esta lucha de autoridades locales, la decisión estaba tomada y hasta el mismo flamante jefe decidió acatar la orden. Llevar adelante un sitio en solitario era prácticamente una quijotada. Artigas fue nombrado por el triunvirato como gobernador de Yapeyú, la gobernación del norte. El mismo 20 de octubre Artigas decide retirarse. Levantando campamento, despacio, de cabeza gacha, arrancaron los soldados orientales. Tres días después de la partida se reunieron aquellos hombres a orillas del arroyo San José. Allí se ratificaron las órdenes de la capital, aunque se expresó el deseo de seguir con la lucha; aquello no era posible en ese contexto. De esta forma comenzaron a marchar hacia el norte, derrotados, y de esa derrota nació el viaje de gran parte de aquel pueblo detrás del caudillo hacia su nuevo cargo. Dejando atrás, sin volver la vista, masticando la bronca de la “Redota”, partieron ese octubre en mucho más que un éxodo: una derrota.
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