lEl asesinato del artista plástico Felipe Cabral , Plef, aún está sin resolver y, por suerte, la prudencia ha llevado a la fiscal Mirta Morales a no archivar el caso. Sin embargo, es poco comprensible no tomar los elementos que surgen de la investigación para no solicitar la formalización de alguno de los implicados.
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Así como nadie cree que el presidente Luis Lacalle no conociera a Astesiano a pesar de ejercer la custodia de su propia familia, nadie cree desde hace cuatro años que de la casa de la familia Panizza de donde salió el tiro que mató a Plef nadie sepa qué y cómo pasó.
Ángel Panizza, fallecido a poco más de tres meses del cobarde crimen y convertido en el principal sospechoso, formalizado por tráfico de armas por tener algunas sin guías, se llevó a la tumba la verdad, pero también las responsabilidades, que en Fiscalía están encajonadas.
Por más vueltas que se le dé al asunto (y hace cuatro años que le damos vuelta), siempre volvemos a los mismos lugares y arribamos a las mismas conclusiones.
A la hora del crimen, Ángel Panizza estaba acompañado de su hijo y su nuera, y el relato del casi coma alcohólico mencionado por la pareja resulta poco menos creíble.
Ya en el artículo del año pasado habíamos consultado a un semiólogo que nos confirmó lo que claramente surge de escuchar los audios: la pareja miente y lo hace, además, descaradamente.
Sin arma a la vista, posiblemente jamás se sepa de quién fue el dedo mal parido que asesinó a un botija por la espalda.
Uno no quisiera pensar que por ser una familia del exclusivo barrio de Punta Gorda, los integrantes de la Justicia tengan ciertos pruritos en rascar hasta el hueso, pero aunque nos juran que sí lo hicieron, que agotaron todos los medios, la muestra de las evidencias no permite confirmar el esfuerzo invocado.
Bajo la alfombra
“Temis hace rato que entregó la espada y la balanza a los patricios. Y vicha por debajo de la venda para no cometer ningún desliz”. (E. Larbanois)
El asesinato de Plef, al igual que los de Luca Ventre, Fernando Morroni, Roberto Facal y Guillermo Machado, son los crímenes realizados desde la apertura democrática, que se barren bajo la alfombra.
Allá lejos, en los 80, el decreto de razzias policiales del gobierno de Sanguinetti se llevó la vida del joven obrero de la construcción, militante de la UJC (Unión de Juventudes Comunistas), que según el relato policial amaneció, luego de una noche de calabozo, ahorcado con su buzo en la Seccional 15ª. Las pericias forenses confirmaron que no había chance de que se haya suicidado. El comisario se llevó poco menos de una advertencia y el tema quedó allí.
Fernando Morroni fue asesinado en los incidentes del hospital Filtro bajo el gobierno de Luis Lacalle y los únicos procesados fueron los responsables del operativo policial. A pesar de que en su momento aportamos las pruebas de la identidad del ejecutor, el asesinato fue alcanzado aparentemente por la prescripción, aunque estamos convencidos, se estiró la causa hasta el plazo legal.
Roberto Facal fue asesinado también en los incidentes del hospital Filtro en un clima más confuso que el de Morroni.
Luca Ventre, en enero de 2021, ingresó a la Embajada de Italia, donde luego de ser reducido salió sin vida, y un manto de diplomacia internacional sigue sin dar respuesta a lo sucedido.
A pesar de que de alguna u otra manera estas causas están vinculadas a un cierto contexto político, la falta de facturación electoral hace que, a pesar de los primeros discursos políticamente correctos, el debate sobre las responsabilidades políticas ingrese al túnel de la impunidad o se escabulla debajo de la alfombra.
Plef fue asesinado en el gobierno de Tabaré Vázquez y en pleno desarrollo de la campaña “Vivir sin miedo”, impulsada por Jorge Larrañaga.
Dirigentes del oficialismo de entonces salieron a facturar que Plef era la primera víctima de la campaña “Vivir sin miedo”, pero luego sus ansias de conocer la verdad parecen haberse marchado junto con la derrota de la propuesta de reforma constitucional.
Jorge Larrañaga, quien impulsara dicha reforma, ofreció a la familia de Plef toda la ayuda que estuviera a su alcance (¿pesaría en su conciencia la manija dada de poder aplicar justicia por mano propia de la cual unos reaccionarios de Punta Gorda se hicieron eco?). Pero nada muy pragmático por la causa hizo mientras gestionó el Ministerio del Interior.
Mientras la justicia no llega
Plef aun vibra en los archivos de sonido de su banda Magia Negra, brilla su obra de pintura callejera, su devoción por el gato que hizo popular en los muros de la ciudad.
Sabemos de la ternura de Sara, su madre, que aún espera escuchar el sonido de la bicicleta ingresando por el corredor, manteniendo el cuarto de Plef ordenado y limpio para cuando decida venir a acostarse.
Conocemos la ardiente paciencia de Victoria y Federico, sus hermanos, para terminar de saber por qué alguien le arrebató la vida a Felipe.
Sabemos de la pintura de Minocho y los cientos de grafitis que todos los 16 de febrero se alzan en su nombre.
Sabemos de la huella musical del Chichito Cabral, su padre, que si la enfermedad se lo permitiera, hablaría de Plef en la rueda de “amigos, boliches y vino, pez de color”.