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Tristeza não tem fim: Viglietti quiso hacer el mapa de todos

Por Víctor Carrato.

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Estuvo siempre donde lo llamaron y también donde no, pero él consideró que debía estar. La solidaridad era un concepto que manejaba sin verbalismo. Fue un viajero eterno, el estuche de su guitarra lo delataba. Muchas veces para no cobrar nada y dormir en la casa de algunos compañeros. La gente cree que los cantores populares deben actuar gratis en cualquier lado y siempre. Daniel Alberto Viglietti Indart. Un perfeccionista con la guitarra, no podía ser menos. Su madre, la pianista Lyda Indart, nacida en Fray Bentos, Río Negro, hizo una carrera muy importante, que pocos destacaron, hasta que Daniel la convenció de venir a Montevideo. Dirigida por Erich Kleiber, se formó con Guillermo Kolischer, pero estudió con Walter Gieseking. Después se fue a Francia junto con su hijo donde también tocó y brilló. Su padre, Cédar Viglietti, el mismo nombre de su hermanastro, fue guitarrista y le traía discos, siempre esos discos frágiles de 78 revoluciones con la voz de Gardel, de Magaldi, Los Trovadores de Cuyo, cosas que lo fueron vinculando con la música popular del Cono Sur y en particular del Río de La Plata. Hasta que llega Tormo, que vino de San Juan, en la Argentina, cerca de Mendoza. Tormo lo fascinó y sin que Daniel se diera cuenta, imitando sus discos le hizo descubrir lo que era cantar, siendo un niño de 9, 10 años. Fue él que difundió “Mis Harapos”, una canción de corte anarquista muy importante. Y luego está Atahualpa Yupanqui, “que le gustaba tanto a mi madre como a mi padre”. Atahualpa ha sido un maestro de esos que no dan clase directa pero de los que uno aprende mucho, contaba Daniel. En París lo reverenció y tuvo tanta amistad con Atahualpa como la Piaf, que llevó a Yupanqui a Europa. Daniel Alberto Viglietti Indart nació en Montevideo, el 24 de julio de 1939, y nos dejó el 30 de octubre de 2017. Su barrio de origen fue Sayago, pero después también vivió en el Buceo, en la calle Lallemand. Después fue embajador uruguayo no designado, recorriendo el mundo. Estudió guitarra con los maestros Atilio Rapat y Abel Carlevaro, con los cuales no se le podía errar a la cuerda. Así forjó una sólida formación como concertista para luego dedicarse, en los años 1960, principalmente a la música popular. Probablemente su guitarra era el instrumento que más necesitó en su vida y ella lo acompañó hata su partida en el foyer del Teatro Solís. La cultura era el centro de su atención. Sobre ello escribió en Marcha desde joven, bajo la batuta del maestro don Carlos Quijano. Registró, con su grabador viajante, cientos de entrevistas a camaradas de la cultura, cuyos extractos utilizaba en sus programa de tv o radiales Párpado o Tímpano, tanto en Radio Nacional de España o en El Espectador. Daniel viajaba, y como decía su íntimo amigo Mario Benedetti, “¿qué sucede cuando un indio se encuentra con otro indio? Se cuentan historias de indios.” Los indios que encontraba Daniel eran de todos lados y muy heterogéneos. De todos guardó un poqutio. Durante años construyó un extenso archivo musical al que denominó “Memoria Sonora de América Latina”, que incluye, además, entrevistas a músicos y escritores realizadas en un lapso de 40 años de trabajo. En paralelo con su amigo Eduardo Galeano, Viglietti hizo las cuerdas abiertas de América Latina, con una intensa tarea de investigación, preservación y difusión de la música latinoamericana. Su obra musical se caracteriza por una particular mezcla entre elementos de música clásica y del folclore uruguayo y latinoamericano. Su primer disco era una mezcla de ello, Canciones folklóricas y 6 impresiones para canto y guitarra, grabado en 1963. Desde Hombres de nuestra tierra, su segundo disco a dos voces con Juan Capagorry, su primer representante, inicia un trabajo compartido con escritores, musicalizando luego poemas de Líber Falco, César Vallejo, Circe Maia, los españoles Rafael Alberti y Federico García Lorca, el cubano Nicolás Guillén entre otros. Desde su otro disco, junto a Alberto Candeau, La patria vieja, recorrió los años artiguistas hasta llegar a las Canciones para el hombre nuevo, en 1968, con claro sello guevarista, recorrió con Canciones para mi América el continente. En el año 1970, llegó a Canto libre, luego a las Canciones chuecas en 1971, a Trópicos, llena de Caribe en 1973, hasta Trabajo de hormiga en 1984, tras una larga pausa compositora. Esa pausa que suele aparecer en cantores exiliados, no fue óbice para seguir andando y cantando, muchas veces a dos voces, con genios como Mario Benedetti, Paco Ibáñez o los innovadores de La nueva trova cubana, Noel Nicola, Silvio Rodríguez o Pablo Milanés. El año 1971, lo sorprende, como a tantos, en la explanada de la Intendencia de Montevideo, en el primer acto del Frente Amplio, el 26 de marzo, cuando su esposa, la mezzosoprano y profesora de canto, Nelly Pacheco, cantó el Himno Nacional, como única voz. Más tarde conocerá a la francesa Annie Morvan, una excelente experta en literatura latinoamericana. Tenían dos apartamentos en el barrio de Ivry, en las afueras de París. Un apartamento donde vivían, y el otro el estudio de Daniel. Allí llegaban llamadas de todas partes del mundo y desde Uruguay, cassettes con la música uruguaya naciente y enfrentada a la dictadura. El sello Ayuí/Tacuabé, con Mauricio Uba, Ruben Olivera y Coriún Aharonián, seguía funcionando como hasta hoy. Viglietti fue detenido durante la represión en Uruguay en 1972, por lo que intelectuales y personalidades internacionales como Jean Paul Sartre, Francois Miterrand, Julio Cortázar y Oscar Niemeyer realizaron campañas por su liberación. También hubo uan gran manifestación estudianteil alrededor de Jefatura pidiendo su liberación, en momentos en que se rumoreaba que le habían cortado las mano. Su liberación estuvo ligada a una muestra televisiva en la que lo obligaron a mostrar sus manos ante las cámaras. Annie Movan es la madre de Trilce, su única hija, llamada así por la admiración de ambos hacia el poeta peruano César Vallejo. “el más grande poeta católico desde Dante, y por católico entiendo universal” y según Martin Seymour-Smith, “el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas”. Vallejo otro exiliado en París. A la hija de Daniel y Annie, la llegó a cuidar Cecilia Micheini, otra exiliada en París. Más tarde apareció, la mexicana Lourdes Villafaña quién acompañó a Daniel en la vuelta de su exilio y vivió con él hasta su muerte, en el Parque Posadas. “Hay que seguir recordándolo vivo, fuerte, apasionado, con sus canciones, con su compromiso, un compromiso que siempre mantuvo durante toda su vida y hasta el final, con su gusto por el canto, por la belleza, por la naturaleza y los derechos humanos”, dijo Villafaña a la prensa durante el velatorio.

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