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Editorial pandemia |

QUEDATE EN LA BURBUJA

Una bomba en casa y una mecha encendida

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Esta semana se constató que en Uruguay estamos sentados en un saco de explosivos. Por si algunos lectores no lo entienden, estamos arriba de una bomba y la mecha ya está encendida y humeante.

Esto no es una gran sorpresa porque lo hemos conversando en estas páginas muchas veces y además lo hemos visto reiteradamente en los comunicados diarios del Sinae. Sorprendido pareció el presidente, que adelantó el gabinete, que un día antes había convocado para el cinco de abril esperando un Turismo tranquilo en la estancia de Anchorena.

Cerca de 2.000 casos de covid-19, más de una docena de muertos por día y la evidencia de que en 8 departamentos había sido secuenciada la mutación brasileña del, denominado P1, sacudieron el sueño del gobierno que luego que lo reclamara la comunidad científica, la oposición, sus socios aliados en el gobierno y buena parte de las organizaciones sociales, adoptó una serie de medidas, probablemente insuficientes, dirigidas a restringir la movilidad social y pocas o nulas acciones económicas para apoyar a los sectores más humildes y postergados de la sociedad, a los jubilados y trabajadores, a las mujeres solas y con hijos y a las empresas pequeñas y medianas.

Resulta muy difícil entender las causas de semejante negligencia por parte del gobierno que preside Luis Lacalle Pou.

Cuesta entenderlo, porque uno no sabe si es solo negligencia e irresponsabilidad, si también hay ineptitud o si su pensamiento político y filosófico lo condiciona para menospreciar el impacto sanitario -que incluye la muerte de tantos compatriotas- para proteger la rentabilidad de los sectores económicos y el capital que le llevaron a la presidencia.

Muchas veces yo he reflexionado sobre qué tipo de condiciones hay que adquirir, qué tipo de educación, entrenamiento, práctica o reflejos hay que tener para administrar situaciones críticas en que se juega la vida de otras personas poniendo en el otro platillo de la balanza la economía, la política, seguridad o la propia soberanía de un país.

Me he preguntado, en particular, sobre un tema que a veces está sutilmente tratado en la literatura, como el de “qué es lo que hay que tener” para mandar a la muerte segura a 1.200 ciudadanos para salvar, por ejemplo, el déficit fiscal o el Producto Interno Bruto.

Me imagino que ese problema lo tiene planteado cualquier estadista y para su resolución y para sopesar las diferentes opciones hay que recurrir a los consejos de los que saben más, a sus basamentos culturales, sus sostenes éticos y filosóficos, sus posturas y aspiraciones políticas y, naturalmente, sus capacidades intelectuales.

Por eso creo que para pensar, juzgar y opinar sobre lo que está pasando, hay que procurar ponerse en los zapatos del otro.

 

Hay que saber a quién votamos  

Yo comprendo que muchas decenas de miles de personas hayan sopesado ventajas y desventajas y creído que votaban en las elecciones a una persona joven, carismática, diferente, preocupada por el país y con una larga tradición familiar y política que lo antecedía.

También comprendo que blancos, colorados y cabildantes quisieran terminar con 15 años de gobierno frenteamplista, que se consideraran excluidos de las decisiones políticas, que quisieran cambiar el rumbo y aun que sintieran que durante los gobiernos de izquierda se gastó mal, se despilfarró y hasta que se robó.

Conozco a personas que se imaginaban otras consecuencias de una derrota electoral del Frente Amplio; creían que iban a tener un gobierno más de su gusto, que iban a estar mejor, iban a ser más felices, criar a sus hijos y nietos en una sociedad más inclusiva, menos dividida, más tolerante. Algunos creían que iban a hacer mejores negocios.

Pero hayamos deseado lo que hayamos deseado, lo que tenemos es este gobierno y este presidente, con sus virtudes y sus defectos, sus fortalezas y sus debilidades.

Parecería que una de sus principales virtudes -según lo dijera él mismo- es que tiene “principios”, principios que le impiden adoptar la resolución de hacer una restricción de la movilidad severa y compulsiva y con la que construye una matriz de comportamiento que reafirma su convicción de que más restricción de la movilidad social es menos libertad.

Eso mismo, que es su principal virtud, es, en verdad, el problema. Cuando se trata de detener o aplanar una pandemia que se contagia exponencialmente por una circulación acelerada y comunitaria del virus, es absolutamente necesario- así lo demuestra la experiencia universal- hacer una cuarentena que limite al máximo la circulación de la gente para cortar la cadena epidemiológica.

Si por principios no se pueden adoptar medidas más severas, no hay mucho para discutir. Solo nos queda contar los muertos y comprender que tenemos el presidente equivocado.

Es obvio que nadie está planteando la dictadura del proletariado, sino una medida muy corta, temporal cuya fuerza disuasiva no es la Policía ni el Ejército, sino la unidad nacional, la autoridad moral y el liderazgo. Si no hay esto, no hay nada.

 

Nadie es más que nadie

Y ahí está el principal defecto que tiene este presidente, el de la falta de liderazgo político, la incapacidad de conducir a la sociedad porque no la representa, porque solo representa a menos de la tercera parte del país y porque es una expresión clasista que se expresa en cada gesto y cuyos “principios” le impiden conectarse con los que creemos, como Artigas, que “nadie es más que nadie”.

Los principios de Lacalle son los que se enseñan en el pensamiento confesional, el individualismo, el patriarcado, el interés, el egoísmo, la rentabilidad, la desigualdad. Son los de la familia Lacalle. Los valores que se aprenden en el British no son los que acunó la tradición nacional. Los que constituyen el sustento ideológico de la patria son la fraternidad, la igualdad, la solidaridad, la laicidad, la libertad, en donde la autoridad emana de la soberanía popular.

El segundo gran defecto que yo percibo es el de la incapacidad de reflexionar sobre sus actos o al menos hacer conocer sus reflexiones para conocer si es capaz de hacer algún tipo de autocrítica.

Parece evidente que durante los primeros seis meses de gobierno la estrategia central de la comunicación gubernamental fue negar las realizaciones de los gobiernos del Frente Amplio y transmitir el mensaje de que “los otros” eran ineptos, despilfarradores y eventualmente corruptos y que el nuevo gobierno venía a terminar con el recreo y cumplir sus promesas.

El comportamiento de la epidemia le permitió transmitir la idea de que gracias a una estrategia presidencial se había logrado lo que nadie había hecho, controlar la covid-19 y aplanar la curva de crecimiento.

Si esto se pudiera eventualmente interpretar como un éxito, no cabe duda de que lo que sucede hoy es un tremendo fracaso, máxime que continuó regodeándose con el triunfo, desoyendo las advertencias que venían de todos lados. Tal vez la situación actual hubiera merecido reflexionar sobre lo que no se hizo y los que saben le aconsejaban hacer, pero el poder no solo corrompe, también enceguece.

Anoche Lacalle no fue capaz de admitir nada, ni que llegó tarde con las vacunas, ni que no fue capaz de dialogar con la oposición, ni que manejó a destiempo “la perillas”, ni que desoyó las advertencias de la comunidad científica ni que no creó la base material y humana para disponer de las camas de CTI suficientes cuando fueran necesarias.

Eso se llama soberbia e insistir en el error, capricho. Soberbio, caprichoso, pituco, ese es el presidente que tenemos.

 

Quedate en casa, no; quedate en la burbuja

Ahora bien, vayamos a las medidas que anunció el presidente, que son en general adecuadas, rengas, tomadas a destiempo y escasas. Admitamos que tienden a limitar la movilidad y la circulación del virus. Sin embargo, no cortará el círculo vicioso de la epidemia y probablemente no interrumpirá la tragedia. Tampoco atendió los reclamos de la mayoría de la sociedad de atender la emergencia económica, que a esta altura es terrible. La ayuda a los pobres es mínima y nada hay que aporte a los trabajadores asalariados, a los jubilados, a los sectores medios y a la micro, pequeñas y medianas empresas. El Estado no destinará recursos para contribuir a paliar esta emergencia social; tomará parte de los sueldos de los funcionarios públicos con sueldos más altos y no tocará los de los privados con mayores sueldos, los gerentes de las grandes empresas, las ganancias de los bancos y las empresas agroexportadoras, los grandes patrimonios, ni las reservas del Banco Central, ni los créditos blandos disponibles para estas situaciones de emergencia

Tampoco los sectores más golpeados de la industria y el comercio, los organizadores de espectáculos y fiestas, los gimnasios, hoteles y restaurantes serán contemplados.

Ni una postergación de pagos a BPS y DGI, ni un alargamiento de los plazos para las obligaciones bancarias y de las tarjetas de crédito ni beneficios en los alquileres. Nada.

El fundamentalismo liberal está en el poder y ni los reclamos de los colorados batllistas fue atendido. El último informe del Banco Central es contundente, aumentó el déficit fiscal, disminuyo el Producto Interno Bruto y no hay ningún indicador económico que muestre mejoras en ningún rubro.

Todo se atribuye a la pandemia, pero ya en 2019 se había advertido que si ganaba Lacalle, esto iba a pasar. Está política económica fracasó en todos lados en donde se aplicó con y sin pandemia. Seguir por la ruta del neoliberalismo nos conduce al precipicio. Es muy duro ver cómo estamos cayendo y que los propios organismos oficiales nos digan que no solo terminó el ciclo de 19 años de crecimiento con inclusión, sino que regresamos a los números de 2002, cuando algunos niños llegaron a comer pasto.

Tal vez nadie se olvide de estos meses porque son los peores de nuestras vidas. Estoy seguro de que no se olvidarán los uruguayos de 71 a 80 años que vimos cómo Álvaro Delgado se sacaba una selfie vacunándose mientras deja a 200.000 personas a la deriva esperando una vacuna que tardará semanas o meses en llegar. Así estamos muchos viejos, sin protección, sin vacuna y sin otra opción que quedarse en casa hasta mayo o junio y desear sobrevivir con buena suerte.

Al menos yo no me olvidaré de un presidente que se divertía haciendo surf en las vacaciones mientras la epidemia crecía día a día, de un pelotudo que hacía jueguito con el Mama Arismendi cuando el gabinete esperaba para realizar una reunión urgente por el avance de la pandemia; un petiso que gasta una fortuna en peluquería usando un peluquín, haciéndose un entretejido o un implante para mejorar su depreciada cabecita.

Yo no me voy a olvidar de quiénes son los responsables de los más de 1.000 uruguayos que murieron o morirán por covid-19 y de los más 100.000 pobres nuevos, las 40.000 empresas cerradas y las decenas de miles de nuevos desocupados.

La llamada gestión de la pandemia ha sido patética, en verdad no hay ninguna gestión de la pandemia porque es el coronavirus, y ahora su mutación P1, el que pilotea la epidemia.

 

Respuesta a Sotelo de Federico Fasano
¿A qué cínicos se refiere Sotelo? ¿A los clásicos como Antístenes y Diógenes, a los nihilistas como Rousseau y Nietszche o a los más modernos como Mark Twain y Oscar Wilde? ¿O acaso a los que hoy manejan sin compasión la economía y la salud desde la Torre Ejecutiva? “Aislemos a los cínicos”, proclama Sotelo sin darse cuenta que dicta su propio aislamiento. El concepto clásico del cínico del siglo IV AC mutó radicalmente. Hoy es sinónimo de quien defiende lo indefendible, el insolente frente al que está en una posición de debilidad. Sotelo debe mirarse en su propio espejo y proceder a aislarse. Defiende lo indefendible. Defiende un gobierno pordiosero de ideas, que se niega a apelar a las formidables reservas que le legó el Frente Amplio para amortiguar la crisis social y económica originada por la pandemia. El lunes tuvimos, según el índice poblacional, un 555% más de infectados que Argentina y un 198% más de asesinados por la covid que nuestros vecinos del Plata. Hasta cuándo seguirá el gobierno apelando a la filosofía cínica de ignorar la realidad. Estoy con Sotelo, hay que aislarlos. Una última reflexión para Sotelo. Usted integra un partido que se dice socialdemócrata.No importa la grave derrota electoral que sufrieron, premiada con cargos inmerecidos, pero cómo puede quedar usted callado ante la negativa de abrir una rendija en las reservas. Atrévase, Sotelo.

 

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