La realidad política de los años 40 vislumbra todavía a grandes rasgos los liderazgos de Gabriel Terra y Luis Alberto de Herrera en los partidos Colorado y Nacional respectivamente. Los sectores batllistas y nacionalistas independientes se abstuvieron de presentarse en las elecciones, por lo tanto, el período que va desde el golpe de Estado del presidente Terra (31/3/1933) hasta el golpe del general Alfredo Baldomir en 1942 es de hegemonía política de terristas y herreristas, en una coalición conservadora que integraban también otros sectores (por ejemplo, los riveristas).
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En 1940 los hilos nacionales eran manejados por estos sectores sin la presencia de una oposición fuerte. La cámara baja, por la autoexclusión de batllistas y nacionalistas independientes, y la cámara alta por la famosa reforma del “medio y medio”, que le otorgaba 15 senadores al sector ganador y 15 al inmediato perseguidor. Era el “parlamentarismo criollo”, como lo bautizara el constituyente José Salgado, en el que se repartían los dos sectores mayoritarios (terristas y herreristas) las 30 bancas.
Pero a su vez los sectores victoriosos, aunque antagónicos a primera vista, aparecen como aliados en la lucha contra el batllismo, contra la radicalidad de aquellos tiempos; es así que se cae en un extremismo natural en aquellos años. Estos sectores abonaban ideales comunes, justamente en consonancia con el antiguo dictador, quien todavía en 1940 manejaba los hilos de su sector. Los sectores conservadores se hacían con el control político y llevaban adelante su plan.
Es reveladora la intervención de Eduardo Víctor Haedo en la Cámara de Senadores, el 1° de julio de 1940: “He dicho que estamos reconstruyendo el espíritu nacional. No he de cansarme de repetir que empresa tan alta y difícil empezó con Gabriel Terra el 31 de marzo de 1933”. Herrera aporta esa misma noche su posición, hablando sobre el gobierno de Terra como un gobierno “histórico”; aportando luego su juicio sobre la ruptura de la hegemonía batllista, “hasta que un día -repito un poco lo que dijera en otra sesión, porque hay que insistir en esto como con el abecedario en la primaria y tener memoria- hasta que un buen día se dio vuelta la suerte -y ustedes los saben, porque estamos aquí traídos por esa gran marejada reivindicadota y regeneradora-, el país volvió a su cauce y empezamos a ser, en todos los aspectos, una nación constituida que quiere realizar sus destinos”. Las alusiones a Terra son más que elocuentes, y en toda la copia de la sesión, las menciones al mismo hacen evidente y el tono amable de los senadores de todos los sectores denuncia un clima de conformidad. Son siete las menciones en toda la sesión al expresidente, todas a favor. El senador Antuña, en alusión a las palabras de Haedo y su concepto del Espíritu Nacional, le agrega, para beneplácito de todos (no hay intervención en contra): “Es el espíritu de la Revolución de Marzo, que queremos mantener”. Por su parte, el senador Augusto César Bado nos habla de Terra como “el gran ciudadano” que había luchado contra “la demagogia criolla”; en pocas palabras, el batllismo; los mismos “adversarios del gran patriota”. Culmina Antuña: “La Revolución de Marzo quiso traer un orden para la república con la más genuina expresión de su predestinación histórica”, todo esto sin que nadie dijera lo contrario.
Con respecto al batllismo, fueron más a fondo y aludieron a él (siempre en su contra) unas 12 veces aproximadamente en aquella sesión. Es claro que el escenario político estaba dividido, de una manera bastante extrema, entre batllistas y no batllistas. Y a primera vista, los primeros eran estigmatizados con la izquierda, la anarquía, la demagogia, el antinacionalismo, la poca disciplina, el exceso de libertad, entre otros conceptos que los senadores veían como nocivos para el “Nuevo Espíritu Nacional” del que hablaba Haedo.
Las alusiones las comienza Carbonel Debali: “En aquellos años de 1923 y 1924, muchos de los que hoy se erigen en propagandistas de la instrucción militar se apartaban temerosos del núcleo que esa propaganda realizaba, para neutralizar sus sentimientos ante la diatriba y la crítica de la política, más o menos disolvente que imperaba entonces. Tal era la influencia de los que hoy pretenden el monopolio de la exaltación de la Soberanía Nacional, que hasta restaron todo el brillo que pudieron a la solemnización gloriosa del Centenario de la Asamblea de la Florida, que hubo de realizarse bajo el acicate del esfuerzo privado, con el desgano de los poderes públicos”. Prosigue su alocución dando su postura de la época en que “aquellos” gobernaban “la licencia, la confusión, el escarnio, sacudían la arquitectura del país, socavaban los cimientos y minaban las corrientes de la ciudadanía, negando la devoción por la patria y renegando de los atributos fundamentales”.
El antinacionalismo del movimiento batllista fue tema general, marcando una postura nacionalista marcada de los herreristas y terristas. El mismo Herrera proclama: “Estamos sitiados en nuestros grandes amores de raza por las disoluciones anárquicas y socialistas. Ninguna barrera mejor, oponible al avance escéptico -contra quienes abominan de la patria y de sus símbolos- que la milicia varonil y apasionada de las armas”.
El senador Haedo recrimina la poca importancia que el batllismo dio a la historia nacional: “La propia educación, durante años la vimos entregada a cultivar la mistificación histórica, a saber más lo que ocurría en las patrias ajenas que en la propia, contribuyendo -de acuerdo con la moda impuesta desde la altura del gobierno- a esa renegación imperdonable que significa vivir cultivando lo exótico, procurando imitar todo lo que trae el último figurín europeo, descastando el espíritu nacional, demostrando actitud para el Versallaje”.
Pero prosiguiendo con las posturas políticas de los senadores, estos persisten, como colocando el énfasis en contra de los tiranos. El senador Bado les recrimina su antipatriotismo con respecto a las Fuerzas Armadas: “No importa que antes insultaran al Ejército Nacional, no importa que desde sus tribunas lo calificaran de parásito social, no importa que estuvieran un día a punto de disolverlo al extremo que cuando ellos gobernaban mandaron delegados a la Conferencia de Desarme con instrucciones impresionantes que reclamaban hasta el desarme moral de las naciones”. “Ellos”, según Herrera, con sus demagogias, “tanto daño labran en la mentalidad de los jóvenes obreros”. El “ellos”, los demagogos, claramente en el contexto de la sesión, se identifica con los batllistas. “Digo estas cosas porque es bueno recordar, como testimonio gráfico, lo que aquí se ha hecho en tiempos en que estaba triunfante la demagogia, que tenemos no bajo el pie, sino quebrantada”. Herrera no los llama por su nombre, así como Felipe Amorín Sánchez, quien no tiene encono en decir que las leyes sociales del batllismo y los derechos que otorgaron fueron muy rápidos y demasiados, lo que generó, a su entender, una propagación de la vida fácil y cómoda: “Hemos votado leyes que no critico, que creo que son sabias y generosos, pero que tal vez fueron, en su momento, poco oportunas; hemos votado leyes de jubilaciones, hemos votado jornadas mínimas de trabajo, hemos votado descansos anuales, hemos dado toda clase de prerrogativas, de toda naturaleza y no hemos creado ningún deber, absolutamente ningún deber que contrapesara o equilibrara el ejercicio de esos derechos”, que no va con los ideales nacionalistas. Y es Ponce de León, quien habla del exceso de libertades que dieron los batllistas, que perjudica a la nación. Su sorpresa fue mayúscula al regresar de Europa, “de ver la indisciplina general que reina entre nosotros; indisciplina que no es libertad, sino que es un exceso de libertad, que es perjudicial por lo general”.
En definitiva, los sectores conservadores fueron acomodándose y tomando la posta en aquel Uruguay de los años 30 y 40.