Tal vez no fui suficiente expresivo cuando el viernes escribí que estábamos sentados en una bomba con la pólvora encendida.
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A veces soy muy alarmista pero pienso que en esto de advertir el peligro, más vale pasarse que quedarse corto . Además, quizás esta vez quedé muy corto, porque viendo los números y hablando con amigos, licenciados en enfermería, médicos y jerarcas de instituciones privadas, me parece que ya estamos volando en una lluvia de esquirlas, fuego y barro humeante.
La Medicina, los gremios médicos, la academia y las sociedades científicas, han concitado en estos doce meses de pandemia, el reconocimiento y el respeto merecido de toda la comunidad. Profesionalmente, los trabajadores de la salud son los que más han dado y los que más han sufrido.
Casi 700 de ellos se han infectado trabajando y siete han fallecido. No han pedido tregua ni excepciones, ni beneficio especial alguno, los que por otra parte no hubieran retribuido proporcionalmente ningún sacrificio.
En estos días, los que están en la trinchera más peligrosa y expuesta han confirmado que estamos llegando a situaciones muy preocupantes en los cuidados críticos y al colapso puntual de algunas unidades de cuidados intensivos e intermedios, especialmente en los departamentos del norte, Artigas, Rivera y Cerro Largo.
Las instituciones prestadoras de salud alertan sobre el agotamiento de los recursos humanos y materiales para contener la avalancha de pacientes con síntomas que deben ser diagnosticados y eventualmente internados como consecuencia de la epidemia de COVID 19 y avisan sobre las dificultades para amortiguar el temor en la población y la angustia de los funcionarios de los servicios asistenciales.
En ocasiones acusan estar siendo desbordados.
En estos días, el propio Ministerio de Salud Pública instruyó sobre cuáles son los pacientes que deben ser priorizados cuando se trata de ingresarlos a una unidad de cuidados intensivos y cuáles deben ser atendidos en cuidados paliativos.
Hoy mismo se está limitando el ingreso de algunos pacientes que por sus características o su extrema gravedad no se beneficiarían de los cuidados críticos y se están ingresando a otros pacientes cuya situación es eventualmente reversible.
Hace tiempo que se perdió el hilo epidemiológico y resulta difícil controlar que los infectados y sus contactos guarden cuarentena.
Hoy se coincide en que solamente hay una manera de salir de esto y que si se logra vacunar a un porcentaje muy elevado de la población tal vez podamos hacerlo.
Los expertos advierten que debería restringirse al máximo la circulación porque es posible que sea peligroso vacunar simultáneamente con éste crecimiento de la pandemia sin correr el riesgo de que nuevas mutaciones del virus resistan la eficacia de las vacunas.
Los informes dicen que la vacunación es en general rápida, bien organizada y que tal vez el fin de semana se llegue a vacunar al 20% de la población.
Mientras tanto debe procurarse tratar de tener el menor número de infectados posible y el menor número de muertos. En los últimos quince días de marzo han fallecido un tercio de los uruguayos que murieron en los los doce meses anteriores.
Rafael Radi sugiere procurar frenar los contagios ahora y blindar el mes de abril para, al menos pasar el otoño y llegar al invierno con un porcentaje grande de la población vacunada.
Nos corre muy de cerca el avance de la mutación P1 del Virus, que ya se detecta en el 80% de los casos en Rivera y es muy potente en todo el norte del Río Negro.
El Presidente ha dicho que tiene “principios” por los cuales no puede disponer una restricción extrema de la movilidad.
Para justificar este capricho cuenta con los grandes medios de comunicación hegemónicos y una batería de trolls operando en las redes sociales.
Sin embargo, es claro que no deben ser “principios” tan robustos porque Piñera, Boris Johnson, Macron y tantos otros gobernantes de “principios”, cuando se vieron desbordados hicieron lo que razonablemente había que hacer.
Los partidarios del gobierno, sobre todo los más fanáticos y obtusos, creyendo que la satisfacción de los reclamos de la oposición y las instituciones médicas constituirían una derrota de la coalición y de Lacalle Pou, justifican la tozudez, mienten, tergiversan las noticias, culpan a otros e ignoran las advertencias Algunos, los más honestos, creen que está bien lo que se está haciendo, aun desoyendo a los que saben, argumentando que los médicos y el personal de la salud sólo ven una parte de la realidad .
Algunos analistas y personas de indudable prestigio son víctimas de este estado de confusión y pretenden mantenerse al margen de este debate responsabilizando a ambos de transformar una tragedia sanitaria en un debate político.
En realidad, tiene algo de razón porque en la medida que se mezclan, ciencia, política y economía, las decisiones afectan la salud de la población y naturalmente otros intereses a veces muy legítimos y a veces no tan santos.
Algunos incrédulos sospechan que detrás de la advertencia de la academia, de los médicos y la oposición hay una operación política que pretende erosionar la autoridad del gobierno y no responden a un interés auténtico de ayudar a construir un liderazgo capaz de movilizar a toda la sociedad en aras de un propósito común y además generoso.
En verdad, trato de comprender estas ideas y comportamientos más o menos diversos y confieso que no logro hacerlo. ¿Qué sentido tiene acusar a las organizaciones de mujeres, a los “frenteamplistas”, al Sindicato Médico o al PIT CNT del incremento de los casos de COVID 19, la elevada cantidad de muertos y la alta ocupación de las camas de los CTI? ¿Se justifica jugar a la ruleta rusa para no tener la sensación de haber sido derrotados? ¿Es moralmente aceptable atacar a los médicos y al personal de la salud en un momento en que se juegan la vida por cumplir con sus obligaciones profesionales y con su vocación de servicio?
¿Porque no restringir al máximo la movilidad de manera que se obstaculice la difusión de la epidemia y el incremento de los casos? ¿Estamos ante un conflicto político extremo o ante un problema de salud pública al que constitucionalmente el gobierno debe dar una respuesta segura y confiable más allá de los hipotéticos “principios” del ocasional Presidente?
Sospecho que detrás de los “principios” es probable que haya temor de que se acentúe la crisis económica y la medida afecte a las grandes empresas, sobre todo a lo que Lacalle llamó los “malla oro”, que erosionen la cadena de valor de las industrias agroexportadoras, a los shoppings, a las grandes superficies, a los bancos y el capital financiero, quienes han logrado mantenerse indemnes en la profunda crisis económica que se vive.
Se justifica esto? ¿Es posible y útil procurar mantener los equilibrios macroeconómicos a costa de la salud, la vida de tanta gente el hambre y la pobreza de una enorme cantidad de uruguayos?
¿Es legal esto que nosotros llamamos irresponsabilidad temeraria?
De verdad que no se entiende. Todo parece indicar que los casos seguirán siendo muchos, igual que los muertos y la ocupación de los CTI. De pronto no crezcan tanto pero probablemente seguirán siendo muchos. Muy probablemente, demasiados.
El gobierno sabe lo que tiene que hacer. La claque y la hinchada puede hacerse la que no entiende pero los que gobiernan entienden bien.
Le advierten los científicos que lo asesoran y que han sido especialmente mesurados, “serios”, equilibrados, hasta merecer objeciones por habérseles considerado hasta cómplices de las actitudes, hasta cierto punto negacionistas, gubernamentales.
Hay que restringir al máximo para limitar la circulación del virus. Nadie pide un estado policíaco ni medidas de seguridad ni estado de sitio. Repetir eso y atribuírselo a la oposición es una tontería impropia de un gobernante responsable.
Lo que se pide es convocar a un diálogo, un debate entre adversarios para obtener el respaldo del cien por ciento de la población.
Guido Manini parece haberlo comprendido pidiendo un diálogo nacional para consensuar o al menos construir un marco económico que nos permita enfrentar esta crisis con políticas de Estado.
Tal vez, si fuera posible esto, el gobierno no se sentiría tan acosado y se tendría más confianza para afrontar medidas más enérgicas que permitieran sin grande dolores y con mucha colaboración popular la lucha contra la pandemia.
Así, con semejante sensación de acorralamiento, con Graciela Bianchi provocando y con la barra aplaudiendo cualquier locura, va a ser difícil gobernar y la opinión pública, por más que se manipulen las encuestas se irá pronunciando.
No parece serio jugar con fuego. El final no parece estar muy próximo en el tiempo y la gente está sufriendo mucho la pobreza, la desocupación, el aumento de las tarifas y la inflación. Probablemente las autoridades esperan que pase la ola sin gran afectación de los números de la macro y que la inversión extranjera y la rentabilidad de las empresas empujen la economía disminuyendo la desocupación aún a costa de la caída del salario y el bienestar de la mayoría de la población.
Pero estamos lejos de eso. Lejos del final de la pandemia y lejos de esa sociedad equilibrada con que sueñan Alfie, Arbeleche y Lacalle en donde los ricos serán cada vez más ricos y disfrutaran de los placeres de la vida y los pobres cada vez más pobres se rendirán sin luchar.
Mientras tanto el Presidente está pareciendo un poco desesperado mostrando los dientes a todo el mundo, peleando con los médicos, con la oposición, con el PIT CNT, con la Argentina, pretendiendo en un año, bajar los salarios, las jubilaciones, dragar a 14 metros, no darle pelota a Manini cuando pide un poquito de sentido común, aprobar la ley de medios, aumentar el dólar privatizar las empresas públicas, bajar las tarifas de los exportadores, aumentar el IVA , privatizar la fibra óptica y cumplir con Phillps Morris haciendo legal el cigarrillo electrónico . Toda la tropelía no se puede hacer en sólo cinco años
Así, Lacalle Pou va directamente al fracaso. No es que no me guste que fracase sino que será con un costo demasiado grande, en lo económico, en lo social, en la calidad de vida de los uruguayos y en lo sanitario. Con un país devastado somos todos perdedores.