La meteorología, ciencia fundada por Aristóteles hace 25 siglos y cuya definición relativa al ‘viento’ aún perdura, se desarrolla fuertemente durante el siglo XX, en forma independiente de la astronomía y la astrofísica. Es recién a mediados del siglo pasado que los periódicos, las radios y, luego, la televisión empiezan a incluir, en sus emisiones, datos meteorológicos a tener en cuenta al momento de planificar actividades cotidianas, laborales, familiares o de ocio. Estos datos empiezan a sustituir a la experiencia, tradicional a los hombres de campo, por ejemplo, de auscultar el cielo y recurrir al pasado para tentar pronósticos que aliviaran la pura incertidumbre o dependencia de alguna fuerza trascendente, como lo fue durante casi toda la existencia humana.
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En forma conjunta con el desarrollo científico de la meteorología y la especialización cotidiana de diagnósticos y pronósticos, crece la dependencia hacia estos para la planificación de diversas acciones en distintos plazos y lugares. Y también crecen, de manera más que perceptible, las variadas ofertas que circulan por internet y aplicaciones específicas, con variados pronósticos en diferentes plazos de previsión y con distinto detalle.
La meteorología se ha convertido en los últimos años en un asunto público de primera importancia, al punto de que los relojes callejeros, además de la hora, muestran ahora la temperatura, la previsión de sol, nubosidad y lluvias, y la fuerza relativa de los rayos ultravioletas. Esta práctica trae aparejados los reclamos contra errores o imprevisiones, y contra los servicios encargados de generarlos y emitirlos. En tanto crece la indignación por los errores, imprecisiones o todo aquello creído como tal por el público, los meteorólogos, tantas veces chivos expiatorios del malhumor o las frustraciones individuales, se defienden como pueden.
Los pronósticos son probabilísticos
¿Qué queremos decir con esto? Lisa y llanamente, que lo que se pronostica es cierta probabilidad de que determinados hechos se cumplan con mayor probabilidad que sus alternativas. Ni más ni menos. O sea que usted no debería quejarse porque no llovió estaba pronosticado que lloviera, porque solamente era más probable que lloviera, pero no seguro; lo mismo ocurre con la radiación ultravioleta, el viento, etcétera. En realidad, empezaría a tener derecho a quejarse si, a medida que se suceden pronósticos y hechos, los hechos contrarios a lo pronosticado ocurren cada vez más en comparación con los pronosticados, ya que probabilidad indica ocurrencias esperadas teóricamente frente a inesperadas en una cantidad creciente y tendiente a infinito de ocurrencias reales.
Si un pronóstico es probabilístico, lo que se pronostica es que, presentes las condiciones sobre cuya base se modela el pronóstico, existe mayor probabilidad de que ocurra un hecho (lluvia, viento fuerte, calor excesivo, radiación ultravioleta alta) que sus alternativas (sequedad, calma, frío, radiación ultravioleta leve). Pero lo pronosticado puede no ocurrir, sino lo contrario o algo diferente, sin que el pronóstico se vea afectado en su cientificidad, que es probabilística y no determinista puntual. Porque lo que la meteorología dice, en el fondo, es que, dadas las condiciones de cálculo del modelo estadístico de predicción, presentes esos síntomas, a mayor cantidad de veces en que ellos se den, mayor probabilidad hay de que se dé el fenómeno pronosticado y menor de que se den otros alternativos o contrarios. Entonces, puede llover cuando no se pronosticó y el pronóstico no sería científicamente equivocado por ello; el error sería que en el largo plazo y en un número de casos tendiente a infinito, cada vez se dieran más casos desfavorables al pronóstico y menos favorables a este. No es anticientífico ni un error de la ciencia, de los científicos, ni del modelo usado para calcular el pronóstico. Simplemente, cuando se nos dice ‘mañana llueve’ no se nos asegura que eso sucederá, sino que es más probable que llueva frente a que no ocurra; y que, en el largo plazo, esa probabilidad aumentará a mayor número de días pronosticados.
En realidad, para saber sobre la cientificidad de los pronósticos habría que analizar los registros y ver cuántas veces hubo un acierto frente a un error; y si esos aciertos tienden a aumentar frente a los errores con la acumulación de registros. Si se confirman más aciertos que errores, usted no puede quejársele al meteorólogo ni a su institución porque no se cumplió un pronóstico. En realidad, el problema es suyo, porque no sabe que el pronóstico es probabilístico y no determinista-puntual, y de los que no le explicaron a la opinión pública, antes de comunicárselo y de prometerle implícitamente que, conocido el pronóstico, podría usted planear tranquilo sus actividades. Y entonces, si pese a un pronóstico de sequedad puede llover, no puedo quejarme de ello porque es parte del juego probabilístico.
En buen romance, ¿para qué mierda me sirve estar atento a los pronósticos meteorológicos, si son meras probabilidades? Lo veremos más adelante, aunque por ahora puedo adelantarle que los pronósticos tienen anunciante y que su incidencia-dependencia en la sociedad de masas es parte de la solución intentada para disminuir la incertidumbre cotidiana contemporánea, junto a otras improbabilidades mayores (y tan irritantes para los científicos) como los horóscopos, que, por oposición a los meteorológicos, no cosechan quejas por su incumplimiento. Por un lado, porque la gente los atiende con una expectativa no racional, y por otro, porque su extrema vaguedad siempre hace posible que quien necesite creer en ellos para minimizar incertidumbre pueda argumentar que alguna de esas vaguedades se corresponde con ‘mi’ realidad. ¡Ni qué hablar del tarot!
Otras complicaciones del modelo de pronóstico
Una pequeña complicación más para quien crea o quiera creer que lo pronosticado tiene que ser verdad ‘aquí y ahora’ y que, si no lo fuera, sería un error científico del pronóstico. Los pronósticos aumentan probabilísticamente su valor predictivo a mayor número de ocurrencias compulsadas, como ya vimos. Pero, además, también aumenta su probabilidad predictiva a mayor espacio a predecir y a mayor tiempo predecible; todo lo contrario al ‘aquí y ahora’ tan creído, deseado o necesitado por la gente.
Un modelo meteorológico probabilístico para Uruguay predecirá mejor que otro para Montevideo; uno para la costa atlántica sudamericana lo hará mejor que aquél para Uruguay. También se hará verdad con más probabilidad en un mayor tiempo de ocurrencia; puede ser posible que le llueva a alguien en un lugar –pese a que se dijo que no– y que no les llueva a otros en el resto del día en barrios vecinos. Otra vez la ominosa pregunta: ¿y entonces para qué preciso el pronóstico si sólo es probabilístico y puede, además, ser inaplicable para mi ‘aquí y ahora’, que es lo que yo preciso?
Lo que se aprecia, en todo caso, es una radical incompatibilidad entre el criterio científico de acierto pronóstico y su utilidad cotidiana. Porque para el meteorólogo no hay ningún error en que llueva si se pronosticó lo contrario, ni tampoco le refuta nada que llueva donde no se dijo, o si no llovió en casi todo el resto, tal como se dijo.
Una catástrofe puntual para una familia o una ciudad no atacan la probabilidad científica de un pronóstico. Los científicos sólo lamentan que la improbabilidad posible les haya tocado a ustedes, porque estaban en el lugar y tiempo equivocados. Lo que equivale a decir que el pronóstico no falló, porque la desgracia improbable era posible, aunque era imprevisible prever a quiénes y en dónde les ocurriría improbablemente lo contrario de lo pronosticado probabilísticamente. Entonces, otra vez la pregunta…
¿Para qué sirve la meteorología?
A mayor área focalizada por el modelo, mayor su potencia predictiva, que es probabilística; y a mayor tiempo que el pronóstico tenga para verificarse, mayor la probabilidad de su acierto. Entonces, amigo lector, no crea que un pronóstico para Uruguay se le cumplirá a usted en su barrio a la hora que sale para hacer las compras en el supermercado, ni crea tampoco que no le sirve porque se mojó durante el mandado, inesperadamente.
No se quede en la playa si se llena de nubes negras y dejó las ventanas abiertas, porque la directora del Inumet o el meteorólogo de su canal preferido le dijeron que no llovería; pero tampoco elija para vacacionar un fin de semana pronosticado como malo. Le sirve cuanto mayor es el plazo a prever y mayor el territorio a cubrir con el pronóstico. Cuanto menor sea el ‘aquí’ y más cercano el ‘ahora’, más confíe en su experiencia y las de sus mayores, sobre todo si provienen de contextos rurales.
De todos modos, creo que es lo que todos hacemos; lo que le di son informaciones racionales para no chillar tanto contra los pronósticos, que, según usted, no se ‘dan’. Pero sin duda, sí debe chillar contra los que no se lo han explicado, para poder vender el espacio meteorológico publicitariamente sin advertirle sobre sus potencialidades y limitaciones. Tampoco le dicen que lo que hacen supuestamente a favor de la seguridad no sirvió, sirve ni servirá; ni que el fútbol uruguayo se terminará como espectáculo popular en vivo si se sigue legislando, exigiendo documentos y suspendiendo por cualquier cosa. Pero los que tendrían que trabajar en la seguridad harán la plancha en móviles o edificios, mientras la gente ve más publicidad en las pantallas de sus casas que en los estadios. Todos los poderosos, contentos, incluso los periodistas, que se horrorizan de lo que les conviene, como a los otros beneficiarios.