En el marco de la Feria de Cajamarca, en Perú, el escritor contó que un sacerdote mayor del colegio La Salle de Lima lo llevó a uno de los cuartos de la institución y comenzó a manosearlo. Esto ocurrió cuando tenía 12 años.
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“El colegio estaba vacío y este hermano me llevó al quinto piso, donde no podíamos entrar los estudiantes del colegio porque era donde tenían los hermanos sus cuartos. Me acuerdo de que este hermano, que estaba muy nervioso, muy colorado, sacó de pronto de su cuarto unas revistas mexicanas que se llamaban Vea, que eran de desnudos, de bailarinas”, empezó su relato Vargas Llosas.
El escritor de 85 años contó que el hecho lo dejó desconcertado. “Muy asustado, empecé a hojearla. De pronto descubrí que este hermano me estaba tocando la bragueta, como si quisiera masturbarme”, siguió el escritor. “Yo me eché a llorar y el hermano Leonzo se asustó mucho, me abrió la puerta, me dejó salir y me dijo ‘cálmate’”, contó finalmente Vargas Llosa.
“Le cuento esto porque curiosamente a partir de entonces, yo que había sido un niño muy creyente y que comulgaba cada viernes, me fui desinteresando de la religión”, agregó el escritor al ser consultado sobre su alejamiento de la religión.
El relato completo publicado en su libro de memorias
No es la primera vez que el reconocido autor habla sobre este episodio. En 1993, publicó detalles del acoso en El Pez en el Agua, su libro de memorias.
“No pude ir a recoger la libreta de notas, ese fin de año de 1948, por alguna razón. Fui al día siguiente. El colegio estaba sin alumnos. Me entregaron mi libreta en la dirección y ya partía cuando apareció el Hermano Leoncio, muy risueño. Me preguntó por mis notas y mis planes para las vacaciones. Pese a su fama de viejito cascarrabias, al Hermano Leoncio, que solía darnos un coscacho cuando nos portábamos mal, todos lo queríamos, por su figura pintoresca, su cara colorada, su rulo saltarín y su español afrancesado. Me comía a preguntas, sin darme un intervalo para despedirme, y de pronto me dijo que quería mostrarme algo y que viniera con él. Me llevó hasta el último piso del colegio, donde los Hermanos tenían sus habitaciones, un lugar al que los alumnos nunca subíamos. Abrió una puerta y era su dormitorio: una pequeña cámara con una cama, un ropero, una mesita de trabajo, y en las paredes estampas religiosas y fotos. Lo notaba muy excitado, hablando de prisa, sobre el pecado, el demonio o algo así, a la vez que escarbaba en su ropero. Comencé a sentirme incómodo. Por fin sacó un alto de revistas y me las alcanzó. La primera que abrí se llamaba Vea y estaba llena de mujeres desnudas. Sentí gran sorpresa, mezclada con vergüenza. No me atrevía a alzar la cabeza, ni a responder, pues, hablando siempre de manera atropellada, el Hermano Leoncio se me había acercado, me preguntaba si conocía esas revistas, si yo y mis amigos las comprábamos y las hojeábamos a solas. Y, de pronto, sentí su mano en mi bragueta. Trataba de abrírmela a la vez que, con torpeza, por encima del pantalón me frotaba el pene. Recuerdo su cara congestionada, su voz trémula, un hilito de baba en su boca. A él yo no le tenía miedo, como a mi papá. Empecé a gritar “¡Suélteme! ¡Suélteme!” con todas mis fuerzas y el Hermano, en un instante, pasó de colorado a lívido. Me abrió la puerta y murmuró algo como “pero por qué te asustas”. Salí corriendo hasta la calle”