Ahora que existen y se sabe que funcionan, la distribución de vacunas se ha convertido en un drama añadido sobre la pandemia y, al mismo tiempo, una cruel demostración de las desigualdades sobre el planeta. El problema es tan crítico y acuciante que amenaza con transformarse en un enorme fracaso civilizatorio. En este contexto, en el que las mayores multinacionales de medicamentos del mundo simplemente no están en condiciones de cumplir en tiempo y forma con los acuerdos de provisión que alcanzaron con sus principales clientes del mundo rico, se aleja la posibilidad de que los países de la periferia reciban la cantidad de dosis que necesitan para comenzar a vacunar a su población, incluso a los sectores prioritarios conformados por el personal de la salud y la población añosa.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
De acuerdo a lo que afirmó el presidente Lacalle Pou el sábado 23 de enero en conferencia de prensa, Uruguay cerró acuerdos con Pfizer-BioTech para recibir dos millones de dosis de su fórmula vacunal y con Sinovac para la adquisición de 1.750.000 dosis más. Más allá de que pocos días después el director del Instituto Butantan de San Pablo, Dimas Covas, informó que no había acuerdo cerrado con Uruguay, lo que deja al gobierno en una posición extremadamente incómoda, puesto que el Butantan es el representante de Sinovac para América Latina, incluso en el mejor de los escenarios, es muy difícil que Uruguay pueda recibir las vacunas a corto plazo.
Los motivos para no ilusionarse son de mercado: Pfizer comprometió millones de dosis que no está entregando, entre otros a Europa y a Canadá, por ejemplo, y la Unión Europea está implementando controles sobre las exportaciones de vacunas de Pfizer que se producen en su territorio. Por cierto, las autoridades alemanas están dispuestas a proponer a la UE la prohibición de las exportaciones de vacunas hacia fuera de Europa (Pfizer tiene un ingenio productivo en Bélgica), hasta que la multinacional no se ponga al día con las entregas. Por su parte, Sinovac también ha tenido una demanda que no ha podido satisfacer a tiempo en decenas de países y cabe esperar que primero se pongan a tiro con las dosis comprometidas con anterioridad y recién luego comiencen a suministrar vacunas a nuevos mercados, entre ellos el uruguayo, cuyo acuerdo es tan misterioso que el presidente lo afirma y los representante de Sinovac para el continente lo niegan.
Como Uruguay arrancó tardísimo estas negociaciones, quizá por la subestimación de esta pandemia que ha caracterizado al presidente, que hasta el día de hoy no sabe de qué se trata reducir la movilidad, en un mundo donde han ensayado estrategias múltiples de reducción de los contactos interpersonales y la movilidad social más de 100 países, afectando a 4.000 millones de personas, pero el verano nos encuentra con un promedio de caso diarios muy altos para nuestro país, una positividad muy alta, de acuerdo a las recomendaciones de los expertos propios y ajenos, y con un panorama muy complicado: en poco más de un mes deberían comenzar las clases y para ese momento hay una probabilidad importante de que Uruguay apenas haya empezado una campaña de vacunación o incluso no haya podido comenzarla aún.
Sin población vacunada, con una línea de base de contagio que supera en promedio los 600 casos por día (y que serían más si hicieran más tests, porque la positividad es alta) y retornada la movilidad normal, que no es la del mes de enero, los riesgos de una disparada por encima de la capacidad de contenerla son altísimos. Y como el presidente no quiere evaluar medidas de intervención para bajar la curva de contagios, sino que, cada vez que se pronuncia, flexibiliza las que ya existen, Uruguay no va a observar una mejora, sino un agravamiento sostenido de su situación, y no es lo mismo iniciar una campaña en el medio de una epidemia descontrolada que iniciarla teniéndola razonablemente bajo control.
Uruguay desperdició la oportunidad de hacer un acuerdo con Rusia para el suministro de su vacuna. No aceptamos la mano tendida del presidente argentino, incluso cuando sabíamos que la relación entre Argentina y Rusia es absolutamente privilegiada. Si nuestro gobierno hubiese aceptado la ayuda de Argentina, como lo hizo Bolivia, hoy ya habríamos recibido un número de dosis suficiente para empezar una campaña de vacunación en buena parte del personal médico de Uruguay y todo el personal afectado a las emergencias y los centros de terapia intensiva. Este es un error imperdonable, sobre todo tomando en cuenta que una de las mutualistas más importantes de Uruguay también había llegado a un acuerdo y que el propio embajador ruso se reunió con nuestro canciller para ofrecer este producto. Por el bien de nuestro país, ojalá lleguen rápido las vacunas de Pfizer y de Sinovac, y ojalá el mecanismo Covax nos proporcione rápidamente las dosis que nos corresponden, pero hay que abrir las negociaciones a otras fórmulas vacunales, pensando ya no solo en el mes que viene, sino en todo el año y también en la posibilidad de que se precisen vacunas “adaptadas” para variantes que han aparecido o que puedan aparecer.