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El vínculo entre pobreza y delito no es débil

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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El criminólogo Nicolás Trajtenberg, doctorado en Oxford y con sendos másters en Barcelona y Cambridge, aseguró en una entrevista publicada el domingo pasado en El Observador que “el vínculo entre pobreza y delito es débil”. El argumento central es que hay muchísimos menos condenados penales que pobres, lo que demostraría que no hay relación necesaria entre pobreza y delito. Quizás la aseveración que comentamos tenga la utilidad de desestigmatizar a los pobres y a la pobreza como causante directa de determinados delitos. Sin embargo, es esa afirmación la débil y no, desgraciadamente, el vínculo entre pobreza y delito, que es fuerte, por las razones que analizaremos en la columna. La afirmación de Trajtenberg es débil, porque se sustenta en dos falacias de razonamiento y en un error epistémico sobre el modelo en base al cual conceptualizar y estimar las relaciones pobreza-delito.

Las dos falacias de base

Uno: Que no haya relación “necesaria” entre pobreza y delito no quiere decir que no la haya. En efecto, si bien no se puede esperar que cada 100 pobres haya 100 criminales, ni cerca de ello, sí puede decirse que, respecto de delitos de crónica roja, de cuello blando, azul, es mucho más probable encontrarnos con pobres condenados que con gente de clase media o alta. Si es más probable encontrarse con jóvenes y con varones que con adultos o mujeres en esa clase de delitos, también es más probable encontrarse con pobres que con satisfechos o ricos.

Es cierto que no hay relación necesaria entre pobreza y delito porque podemos encontrarnos con pobres no delincuentes y con clases medias o ricas delincuentes, pero es más probable encontrar un pobre delincuente de crónica roja que un rico. No es así en el caso de los delitos económicos, financieros, administrativos, laborales, en los cuales los ricos es más probable que sean delincuentes y no los pobres. Sin embargo, hay un detalle no menor: estos delitos son mucho más peligrosos para la sociedad, aunque, sin embargo, la sociedad le teme mucho más a los de crónica roja, más concretos y más asustadores físicamente, cosa explicada ya hace más de cien años por Le Bon.

Entonces, si bien no hay relación necesaria entre pobreza y delito en crímenes de crónica roja, hay una relación probabilística –fuerte– entre ambas cosas. Y la ciencia es, en su mayor parte, especialmente dentro de las ciencias sociales y humanas, más probabilística que determinista, o detectora de relaciones necesarias, de causalidad necesaria y suficiente como patrón de influencia.

Dos: En el tipo de delitos de crónica roja que no haya una relación “directa” frecuente entre pobreza y delito, no quiere decir que la pobreza no esté relacionada con la mayor probabilidad de condiciones o factores, ya que ellos están relacionados también con el delito. La pobreza puede tener una baja relación “directa” con el delito, pero está “indirectamente” relacionada con él de varias formas. La suma de su relación directa y de sus relaciones indirectas con el delito hace de la pobreza un factor fundamental en la explicación y eventual prevención del delito.

Es de una gran miopía pensar que los efectos directos son los únicos que cuentan en la sociedad (y en los modelos econométricos de cálculo también). En efecto, la pobreza provoca condiciones y factores criminógenos más allá de su criminogenia directa. Por ejemplo, hace que la gente sienta más necesidades y se sienta más tentada a delinquir que los menos necesitados; hace que se pueda defender peor legalmente; hace que la gente sienta una deprivación relativa mayor, y esta es quizás la mayor causa delictiva contemporánea urbana. Y también hace que la gente sufra desigualdad sentida como ilegítima e inmoral frente a los que están mejor, lo que también aumenta las tentaciones; hace que tenga más probabilidades de asociación diferencial con delincuentes que las que tendría gente no pobre; hace más probable que comparta la tentación criminal en su ambiente socioeconómico y cultural; hace más probable que obtenga, una vez nacida la tentación, más y mejor información sobre el modus operandi criminal y mejor acceso a los elementos necesarios para delinquir; hace también que la gente tenga una menor formación moral, familiar y escolar de freno al delito; y hace que tenga una contención familiar y barrial (al menos) menor. La desigualdad, ilegítima e inmoral padecida, así como la mayor deprivación relativa sufrida, y esto está más que comprobado, tienen consecuencias en la producción de odio, resentimiento, envidia, frustración, que pueden contribuir a adicionar un delito contra la persona, aun cuando este fuera innecesario para la comisión de un ilícito contra la propiedad (por ejemplo, la transformación de un hurto o arrebato en rapiña, “arruiná a esa cheta”), o la magnificación de daños innecesarios a una propiedad hurtada o invadida (romper objetos queridos o valiosos que no se pueden llevar de la casa).

Entonces, la pobreza contribuye mucho indirectamente al delito aunque no contribuya directamente de modo muy apreciable, haciendo más probables condiciones o factores criminógenos directamente relacionados con la pobreza, por un lado, y con el delito por otro. El diferencial de pobreza es sumamente relevante para entender, interpretar y prever, probabilísticamente, el delito; los diferenciales de pobreza nos permiten prever probabilidades de posesión de atributos de vínculo directo con el delito. La pobreza puede tener un débil vínculo directo, determinista, con el delito, pero tiene fuertes vínculos indirectos, probabilistas, con él.

Prever delito por una cadena de probabilidades condicionales

El delito no se debe conceptualizar de tal modo que recomiende solamente cálculos de la influencia directa de factores en productos. El modelo debe ser un árbol de probabilidades condicionales que permita diseñar “senderos” (path) de influencias simultáneas, sucesivas y acumulables entre diversos momentos contingentes de esa cadena de probabilidades condicionales. El delito será producido directamente por condiciones y factores tales como las listadas más arriba. Pero la probabilidad con la que contribuyan a la producción de delito estará, a su vez, condicionada por otros factores, anteriores, estructurales, contextuales o más generales que los producen a su vez, por ejemplo del grado de pobreza actual o anterior sufridos por los actores cuya probabilidad delictiva se quiere evaluar a partir de esos factores o condiciones conocidas.

La probabilidad de la aparición de esos factores, condiciones o atributos criminógenos dependerá probabilísticamente del grado y tipo de pobreza actual o pasada sufrida. No hay un sendero causal directo fuerte entre pobreza y delito, pero habrá senderos causales directos entre la pobreza y esos factores criminógenos, así como senderos causales directos entre los distintos factores criminógenos y el delito. Habrá que determinar un modelo especificado, identificado, aditivo o recursivo, lineal o no, que tenga en cuenta no sólo los vínculos directos entre pobreza y delito, sino los vínculos entre productos criminógenos de la pobreza y el delito, así como los de la pobreza con esos factores criminógenos más directos que la pobreza en sí misma, definida desde una teóricamente pobre línea divisoria entre pobres y no pobres. Si no se hace eso, el modelo es epistémicamente insuficiente, teóricamente pobre y metodológicamente no isomórfico con la posible teoría inspiradora e interpretativa del análisis.

De todos modos, la entrevista al criminólogo contiene muchos puntos de interés, tales como la observación de que las feministas, con discurso garantista y de derechos humanos a proteger y perseguir, cuando llega la hora de las propuestas de legislación, proponen, contradictoriamente con ese discurso, nuevos tipos penales y un aumento de la punitividad judicial. También vale la confesión de que los modelos predictivos de criminalidad aún “son espantosos”, por lo que debemos recordar que pueden ser tan insuficientes porque están hegemonizados por la ateórica econometría y la obsoleta presunción de racionalidad decisoria básica en la conducta criminal (rational choice). Quizás sería mejor superar ese primitivo estadio positivista para que sean menos espantosos y puedan entonces conceptualizar, prever y hasta calcular mejor los vínculos entre pobreza y delito.

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