Acerca de la vida, trayectoria y muerte del legendario guerrillero, se ha escrito hasta el cansancio, por lo que nada nuevo se puede decir sobre su gigantesca figura, que atravesando la historia se ha constituido en un mito. Tal vez el más consistente de nuestro siglo. Mocedades Nacido en Rosario (Argentina), el 14 de junio de 1928, fue hijo de una familia de clase media alta, de la que se desconoce cualquier tipo de implicancias con lo que constituiría posteriormente la personalidad de su vástago. Aquejado de asma desde su infancia más tierna, la lucha contra la enfermedad -que lo atormentaría durante toda su vida- contribuyó a la forja de un carácter férreo, atizado por la voluntad, seguramente uno de los rasgos más sobresalientes del Che. Fue esa condición de asmático severo la que llevaría a su familia a trasladarse a Córdoba en 1930, buscando aires más benignos para su dolencia crónica. Allí vivió hasta 1947 y, hasta entonces, nada hacía presagiar que su vida fuera a transcurrir por los derroteros que le llevarían a ser uno de los líderes de la Revolución cubana y, luego de ello, uno de los más grandes internacionalistas de nuestra época. No obstante no implicarse en las actividades políticas y sociales de la Argentina de su tiempo, otros rasgos de su carácter marcaban un diferencial respecto a los muchachos de su entorno. Ellos eran su permanente inquietud y su avidez de espacios dilatados, buscando conocer fundamentalmente la geografía humana de nuestro continente. Pero ello nunca estuvo vinculado a preocupaciones sociales ni políticas, pese a que en su patria natal se estaban produciendo transformaciones que, tal vez de manera indeleble, lo iban permeando, como luego se expresaría en distintos testimonios. Ya se insinuaba por entonces una libertad de pensamiento, una tendencia a no obedecer a otra cosa que a sus propias convicciones, lo que sería clave en las decisiones que tomaría en el futuro. Constituye una incógnita, en cambio, el acendrado antiimperialismo que manifestó desde su más temprana adolescencia. Ese antiimperialismo que con el tiempo se constituiría en odio (y no hay que temer a la palabra) se materializaría en la guerra permanente que mantuvo en particular contra el imperialismo estadounidense, en todos los terrenos y condiciones. En 1947, un quebranto económico induciría a su familia a trasladarse a Buenos Aires, donde, a instancias de su padre, comenzaría a estudiar medicina, graduándose como alergista en 1953. Jugaba rugby, significativamente deporte reservado a las clases altas, pero era conocido como el Chancho, por su torpe aliño indumentario y la informalidad de su conducta. Ya era un ávido lector, y sus lecturas le confirmaban en el antiimperialismo que le sería constitutivo. Se interesaba particularmente por los incipientes procesos de descolonización en África, por el desarrollo de la India de la mano de Jawaharlal Nerhu y por la Argentina profunda, a la que comenzaría a conocer en 1950, cuando con una bicicleta a motor recorrió las provincias del norte argentino, para retornar por la provincias del Cuyo. Viajero incansable Su ansia de espacios abiertos se consolidó a partir de 1951, cuando fue contratado por la estatal YPF como practicante en uno de sus petroleros. Esa actividad lo llevó a recorrer la costa atlántica, desde Comodoro Rivadavia a Trinidad y Tobago. Conocidos los rebordes del continente, esperaba la ocasión de adentrarse en sus entrañas. La oportunidad llegaría en 1952, cuando, junto a su amigo Alberto Granado, emprendería su primer viaje por América del Sur. Franqueada la cordillera, recorrerían Chile de sur a norte, abandonando la motocicleta de Granado, definitivamente fundida, en Santiago. Desde allí viajaron como polizones hasta el puerto de Antofagasta y se internaron en Perú, subiendo la cordillera hasta el Titicaca. Se internaron en la zona amazónica, donde trabajaron durante meses en un leprosario, hasta que partieron en balsa, remontando el río hasta la frontera con Colombia. Partieron en hidroavión hacia la Bogotá convulsa que sucedió al asesinato de Eliecer Gaitán (en el período que la historia recuerda como “La Violencia”). Abordaron un ómnibus que los condujo a Caracas, donde Granado consiguió empleo en un leprosario y el Che, luego de trabajar como doméstico y lavaplatos, consiguió el dinero para volver a Buenos Aires, en julio de 1952, para terminar sus estudios. Durante ese primer viaje conoció a Hugo Pesce, un médico peruano que lo introdujo en el pensamiento de Mariátegui y lo ayudó a comprender el papel que juegan los pueblos autóctonos, los campesinos y los marginados en la lucha por el socialismo. En 1953 Guevara emprende su segundo viaje, esta vez con Carlos Ferrer. Iban a Caracas, al encuentro de Granado. Si en el primer viaje había conocido la miseria de América, en este sabrían de insurgencia. Su primera estadía fue en La Paz, donde participaron de la ebullición del proceso revolucionario del MNR. Partirían a Perú y luego a Ecuador. Pero ya la mente del Che no estaba puesta en Caracas, sino en Guatemala, donde el gobierno nacionalista de Jacobo Arbenz mantenía una enconada lucha con la United Fruit, respaldada por el gobierno de Estados Unidos. Guatemala: el rostro del imperialismo Llegó a Guatemala seis meses antes del golpe de Estado de Castillo Armas y supo de la crueldad del ya odiado imperialismo. En ese tiempo conoció a Hilda Gadea, una exiliada peruana que sería su primera esposa, y también -lo que marcaría decisivamente su vida- a un grupo de exiliados cubanos que habían participado en la fallida toma del cuartel Moncada. Allí se cristalizó su pensamiento comunista, de la mano de su independencia de pensamiento, ya que cuando el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) pretendió afiliarlo, rechazó indignado el convite. Ernesto Che Guevara sería fiel a sí mismo hasta el último día. Ante la inminencia del golpe de Estado se alistó en las brigadas sanitarias y, junto a la resistencia, pidió vanamente armas para el pueblo. Allí no sólo se consolidó su odio al imperialismo, sino también su desconfianza en “el patriotismo del ejército”, que es meramente la traición. El rigor con que conduciría la lucha en Sierra Maestra había tenido excelentes mentores. En carta a su madre diría que “la liquidación del ejército es el verdadero principio de la democracia”. Casi en simultáneo, en misiva a una antigua novia argentina, anticiparía algunos perfiles de su futuro como revolucionario: “Debería haber habido unos cuantos fusilamientos al comienzo… Si se hubieran producido esos fusilamientos, el gobierno hubiera conservado la posibilidad de devolver el golpe”. A bordo del Granma De Guatemala, Ernesto Guevara (que aún no era el Che) pasaría a México. Allí trabajaría como fotógrafo y luego como alergista en el Hospital Infantil. La suerte quiso que se encontrase de manera casual con Ñico López, sobreviviente del Moncada, que lo condujo a las reuniones que los conspiradores del recién creado Movimiento 26 de Julio “en casa de María Antonia”, según recordara el Che en su célebre carta a Fidel. De manera tumultuosa, acontecimientos que signarían su vida se precipitarían. En 1955 fue padre de su primera hija y, luego de unas breves vacaciones junto a Hilda, se ofrecería ante los revolucionarios como médico de la expedición que planificaban. Fue aceptado de inmediato. El 25 de noviembre de 1956, desde el puerto de Tuxpan, 82 hombres partieron hacia Cuba en el Granma. La suerte estaba echada. La incorporación del Che al 26 de Julio y a la expedición del Granma fue decisiva en más de un aspecto. Por sus cualidades personales, pronto Guevara se convertiría en uno de los comandantes más valiosos del ejército revolucionario en ciernes. Pero, además, su radicalización ideológica -era confesadamente comunista- influiría de manera contundente en un movimiento que era anticomunista y que, por esa razón, comenzaría a tener la simpatía de Estados Unidos. La dictadura de Batista había enajenado el apoyo de propios y extraños y para los yanquis había dejado de ser un aliado fiable en su patio trasero. Un conjunto de desencuentros y errores organizativos llevó a que el desembarco de los rebeldes se produjera el 2 de diciembre, dos días después de lo planeado, cuando los apoyos que los esperaban ya se habían retirado. Para empeorar las cosas, gran parte de las municiones, víveres y medicamentos había quedado en el barco. El 5 de diciembre, el grupo fue sorprendido por el ejército en Alegría del Pío, siendo casi completamente exterminado. Sólo sobrevivieron 20 combatientes (la leyenda diría que fueron 12) y el Che resultó herido, salvando la vida gracias a la intervención de Juan Almeida, que lo condujo junto a ocho combatientes hasta Sierra Maestra, donde los supervivientes del grupo insurgente se reencontraron y reorganizaron. La forja del comandante En Sierra Maestra el Che demostró su valía, no sólo como médico, sino como combatiente y táctico brillante. Superando sus ataques de asma -aspecto que había ocultado cuidadosamente antes del desembarco-, inculcó entre los combatientes la disciplina y se hizo respetar por su temeridad e implacabilidad en circunstancias límites. Implacable con represores y traidores, era respetuoso de las reglas de la guerra en la relación con sus compañeros y con el propio enemigo cuando las circunstancias lo ameritaban. Casi al borde del exterminio, durante los primeros meses de 1957, los rebeldes se limitaron a entablar pequeños combates, por lo general defensivos o de pura supervivencia. Pero el panorama comenzó a cambiar en febrero, cuando apareció en el periódico The New York Times una entrevista a Fidel Castro que terminó por volcar la opinión pública en favor de los rebeldes. A fines de abril, ese impacto mediático se amplificó al ofrecer Castro una entrevista a la cadena norteamericana CBS en la cima del pico Turquino, la mayor prominencia de Sierra Maestra. En ese interregno, los rebeldes habían ganado el apoyo de buena parte de los guajiros, población misérrima y abandonada en esas inmensidades. Para ello fue decisivo el trabajo del Che, que realizó un intenso trabajo sanitario entre esa población librada a su suerte. De esa manera, la veintena de supervivientes del Granma fue reforzada por el reclutamiento voluntario, contando en poco tiempo con 127 combatientes. A fines de mayo estuvieron en condiciones de librar un combate importante, como fue el asalto del cuartel El Uvero, que resultó en victoria para los rebeldes. Luego del combate, Fidel asignó al Che el cometido de asistir a los combatientes de ambos bandos que habían resultado heridos, llegando a un acuerdo con el médico del cuartel, por el que los rebeldes que tenían lesiones de mayor entidad serían atendidos y su vida e integridad física serían respetadas. Acuerdo que se cumplió a pies juntillas. La Segunda Columna Durante dos meses, el Che, junto a otros cuatro combatientes, se internó en Sierra Maestra atendiendo la recuperación de siete heridos. Cuando se reagrupó con la columna principal, ya contaba con un grupo autónomo de 26 combatientes. Con ese contingente que se sumaba a los 200 combatientes con que contaba el comandante, este creó la Segunda Columna. El Che era ascendido a capitán y pocos días después a comandante. Hasta ese momento el único que ostentaba ese rango era Fidel Castro. El grupo insurgente comenzaba a transformarse en ejército. Comandada por el Che, la nueva columna, dividida en cuatro pelotones, se consolidó en oriente a través de sucesivas victorias, creando en la zona de El Hombrito un pequeño complejo productivo que abastecía de productos a los rebeldes. Allí Guevara imprimió el periódico El Cubano Libre y por primera vez emitió al aire la legendaria Radio Rebelde, que hasta el día de hoy prosigue sus transmisiones. Se preocupó por la alfabetización y la politización de sus hombres creando una fortísima solidaridad en el seno de la pequeña fuerza. Ya la pequeña columna se destacaba por su disciplinamiento, su composición social (negros, mulatos y pobres), que tenía un perfil diferente al del conjunto del 26 de Julio, más indisciplinado, y en el que sobrevivían rezagos de racismo y otras postergaciones ancestrales. Tal vez por su vivencia natal peronista y por su propio jacobinismo, el Che los llamaba los “descamisados”. Sus procedimientos estaban en consonancia con su perfil social. Su función era depurar la retaguardia de filtraciones y bandidos (abundantes en la zona de oriente) y pronto se hizo conocido por su rigor. Camilo y el Che: la astucia y la intrepidez Al tiempo que crecía la fama internacional de Fidel Castro como demócrata liberal opuesto a la dictadura de Batista, comenzó a forjarse la leyenda de duro, e incluso de criminal del Che. Es decir, se le comenzaba a visualizar (junto a Camilo Cienfuegos) como el “ala izquierda” de un movimiento que tenía tanto de revolucionario como de restaurador de la legalidad. En febrero de 1958, el régimen de Batista se aísla aun más al ejecutar a 23 integrantes del ejército rebelde en un simulacro de combate. Comenzaba el período de la “guerra sucia” y el comienzo del fin para el régimen. Ese mismo mes, Fidel formaba tres nuevas columnas, al mando de su hermano Raúl, Camilo Cienfuegos y Juan Almeida. En mayo se realizó la reunión de Altos de Mompié, en la que se consolidó definitivamente el liderazgo de Fidel Castro en la comandancia de todos los grupos que luchaban contra Batista (de los que el 26 de Julio era el principal, pero no el único). Fue también un punto de inflexión en lo ideológico, en el que los grupos de la “Sierra” marcaron su hegemonía ante los del “Llano”, de inflexión más moderada. Pocos días después de la reunión de Mompié, el ejército de Batista desplegó más de 10.000 efectivos para lo que pensaba sería la campaña definitiva de aniquilamiento del ejército rebelde, compuesto a la sazón por menos de 300 efectivos. Pese a la asimetría de las fuerzas en pugna, Fidel persistía en sus planes de contraofensiva, creando una nueva columna al mando de Ciro Redondo. Durante dos meses, acosados por fuerzas superiores, los rebeldes estuvieron a punto de ser derrotados, pero a fines de julio obtuvieron una inesperada victoria en Jigüe, para acto seguido sitiar Las Vegas, en la sierra del Escambray, en un combate en el que por primera vez las fuerzas gubernamentales se dispersaron en una desorganizada retirada. A comienzos de agosto, el desmoralizado ejército de Batista comenzó a replegarse de Sierra Maestra. Comenzó a vislumbrarse la victoria, pero para ello aún restaba librar la decisiva batalla de Santa Clara, ciudad que abría el camino a La Habana. Hacia allí se dirigieron el Che y Camilo Cienfuegos, mientras las columnas al mando de Fidel y Raúl Castro se consolidaban en oriente, preparando el asalto a Santiago de Cuba. Con anterioridad al combate de Santa Clara, en un trayecto de 600 kilómetros por zonas cenagosas, soportaron los bombardeos de la aviación gubernista y evadieron sucesivos cercos en los que Camilo Cienfuegos adquirió notoriedad por su notable capacidad para romperlos o burlarlos. En tanto, el Che repetía a mayor escala la experiencia de Sierra Maestra, generando infraestructura y logística en los territorios ganados al enemigo. En un desesperado intento por mantenerse en el poder, a comienzos de noviembre Batista convocó a elecciones, las que fueron saboteadas por los rebeldes, registrándose una mínima concurrencia popular al simulacro de restablecimiento de la democracia. Los estertores de la dictadura A fines de noviembre, Batista emprendió la que sería su última gran ofensiva contra las columnas del Che y Camilo. Sucesivamente, las tropas gubernamentales fueron derrotadas en Fomento, Guayas, Cabalgán, Placetas y Santi Spiritus. Intentaron reorganizarse en Yaguajay, batiéndose en retirada luego de un cruento combate de diez días. Mientras la columna de Camilo se batía con éxito en Yaguajay, la del Che tomaba la localidad de Remedios y el puerto de Caibarién. Al día siguiente, la retirada gubernista se convirtió en desbandada tras la victoria rebelde en Camajuani. El camino hacia Santa Clara, llave para ingresar a La Habana, quedaba expedito. En esa inesperada y estratégica sucesión de victorias, fue decisivo el disciplinamiento de las tropas rebeldes inculcado por el Che y la formidable brillantez táctica de Camilo. El alto mando del 26 de Julio no esperaba un desenlace a breve plazo de la guerra, pero el Che y Camilo advirtieron la desmoralización del ejército de Batista, vislumbraron la fisura y por allí se filtraron. La estratégica batalla de Santa Clara Consciente de que la batalla decisiva se libraría en Santa Clara, cuarta ciudad cubana y llave para el acceso a La Habana, Batista concentró allí 3.500 soldados, respaldados por un tren blindado. Se batirían contra 350 rebeldes que compensaban la disparidad de fuerzas con el ánimo conseguido por la sucesión de victorias y la experiencia adquirida en el curso de las mismas. La batalla comenzó el 28 de diciembre, se extendió hasta la tarde del 29 y las bajas en ambos bandos fueron considerables. Entre ellas figuró la del Vaquerito, jefe del llamado “Batallón suicida” y hombre particularmente apreciado por Guevara. La toma del tren blindado decidió el combate y el 1º de enero, advirtiendo el inminente ingreso de los rebeldes a La Habana, Batista partió al exilio junto a su Estado Mayor. Entre el 2 y el 3 de enero, las columnas del Che y Camilo tomaron sin resistencia los cuarteles de Columbia y La Cabaña. Era el momento de la victoria. “Nuestra lucha es una lucha a muerte” La formación del nuevo gobierno -bajo la presidencia de Manuel Urrutia- no incluyó en su plantilla institucional a los principales dirigentes de la guerrilla. Se trataba de un gobierno moderado y marcadamente anticomunista. Sin embargo, era perceptible que la figura dominante era Fidel Castro, comandante en jefe de las fuerzas revolucionarias convertidas en el nuevo ejército de la República de Cuba. Pero el Che, junto a un grupo de revolucionarios, que operaba en secreto -con el aval de Castro- desde el comienzo de la guerra, estaba creando desde el anonimato la estructura y la articulación institucional del emergente poder popular. Allí se forjaron las leyes fundamentales del proceso revolucionario, como la reforma agraria, la creación del Instituto Nacional que la materializaría (el INRA) y se decidirían los juicios sumarísimos y el consecuente fusilamiento de elementos contrarrevolucionarios acusados de delitos de lesa humanidad. Con su habitual frontalidad, el Che reconocería estas ejecuciones. En diciembre de 1964 diría en las Naciones Unidas: “Sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba”. A esa altura, Ernesto Che Guevara se había transformado en una figura decisiva. Su influencia y las propias circunstancias determinaron la radicalización del pensamiento de Fidel y de la mayoría de sus compañeros de Sierra Maestra. La experiencia guatemalteca había enseñado al Che la importancia de la depuración de los enemigos del proceso revolucionario y la necesidad de profundizar permanentemente los logros de la revolución. Pero no sólo en materia táctica el Che había consolidado su pensamiento. También lo había hecho en términos estratégicos. Ya tenía claro que esa profundización llevaría a una rápida confrontación con Estados Unidos y que sería preciso lograr el apoyo de la Unión Soviética para sobrevivir, al tiempo que no abandonaba su concepción internacionalista y guerrillera de la lucha, íntimamente vinculada a la insurgencia en los países subdesarrollados, certeza que mantendría obstinadamente hasta su muerte en Bolivia. La construcción del socialismo y el hombre nuevo Inicialmente Guevara se desempeñó al frente del INRA, haciendo realidad las promesas distributivas y de fomento que había realizado el movimiento 26 de Julio, aboliendo el latifundio y eliminando la indemnización a los terratenientes expropiados. Sucesivamente fue presidente del Banco Central de Cuba y ministro de Industria, a la vez que en el ámbito internacional se transformó en el principal divulgador del pensamiento y los logros del gobierno revolucionario, visitando a líderes de países del Tercer Mundo en los que se concretaban cambios en profundidad, tales como el Egipto de Gamal Abdel Nasser, la India de Nehru o la Yugoslavia de Tito. Al mismo tiempo, lograba el acercamiento a la Unión Soviética, comprometiendo a sus autoridades a absorber parte de la cuota de azúcar que Cuba volcaba en el mercado internacional, viajando a Moscú y a varios países de lo que por entonces era el llamado campo socialista. La necesidad de poner en pie una economía débil, subdesarrollada y devastada, unida a la a la férrea verticalidad de su carácter, le llevó a diseñar, junto a la nacionalización de las principales empresas nacionales y extranjeras, la planificación de la economía y el trabajo voluntario, apuntando a la implantación de una incipiente economía pesada que redujera la extremada dependencia de Cuba del monocultivo y de los centros de poder. El 28 de julio de 1960, haría pública una idea que luego desarrollaría, referida al “hombre nuevo socialista”, concepto que forma el núcleo de lo que podríamos denominar en sentido estricto como “guevarismo”, por su originalidad y por el fuerte énfasis puesto en la solidaridad y el sentido del compromiso que debían caracterizar a ese nuevo modelo humano. Por añadidura, la conducta del Che era en todo consecuente con la idea que preconizaba. Estaba presente en las jornadas de trabajo voluntario, en las líneas de producción de las fábricas, en la zafra cañera, en la construcción y transmitía su entusiasmo y su ejemplo a los trabajadores. Era conocido también por su estricta austeridad, por su renuncia a los ingresos que se le destinaban por sus investiduras y por el disciplinamiento que se imponía y que exigía a quienes militaban en su entorno. La Revolución cubana y la agresión imperialista Como lo había previsto el Che, el 3 de enero de 1961, el presidente Eisenhower rompió relaciones con Cuba y el 17 de enero, 1.500 contrarrevolucionarios que habían partido desde Nicaragua desembarcaban en Bahía de Cochinos con el apoyo desembozado de la CIA. Ante el fracaso de la invasión, en lo sucesivo Estados Unidos promovería otras técnicas de desestabilización, como el sabotaje, los atentados terroristas y el aislamiento y el bloqueo de la isla, que tendría un hito relevante en su exclusión del ámbito de la OEA en enero de 1962. Sabiendo que la frustrada invasión de Cochinos era un intento que se reiteraría, en junio de 1962, Cuba negoció con la Unión Soviética la instalación de misiles en su territorio, lo que llevaría meses después a la llamada “crisis de los misiles”, que puso al mundo al borde de la guerra nuclear. La crisis se conjuraría a fines de 1962, cuando los presidentes Kennedy y Jruschov acordaron la retirada de los misiles en Cuba y recíprocamente las bases misilísticas de Turquía que amenazaban a la Unión Soviética. Dicho acuerdo no contó con la aprobación del Che, que, fiel a su estilo, lo expresó abiertamente ante la prensa. África: “La historia de un fracaso” Luego de la crisis de los misiles y tras culminar su gestión al frente de la cartera de Industria, el Che comenzó a sondear nuevos horizontes. De viajero itinerante había pasado a ser insurgente. Del insurgente emergía el internacionalista. Ya por entonces, había sido determinante para la apertura de focos guerrilleros a lo largo de toda América Latina, pero antes de adentrarse en ella, previa renuncia en su célebre carta dada a publicidad a comienzos de 1965 a todos los cargos formales que le unían al proceso cubano, tomó a África y más concretamente a la República del Congo (RDC) como campo de experimentación para la lucha armada antiimperialista. Para ello, comenzó a formar un contingente de combatientes, algunos de ellos que lo acompañaban desde tiempos de Sierra Maestra, varios de los cuales lo seguirían hasta su derrota definitiva en Bolivia. La elección de la RDC como campo de acción no es azarosa. Tanto por su historia reciente (basta recordar el asesinato de Patricio Lumumba en 1961 por los colonialistas belgas, asesorados por la CIA), así como por su centralidad, era a África lo que luego sería, en el diagrama geopolítico, Bolivia a América Latina. Existía también un movimiento de resistencia en el exilio (el Comité Nacional de Liberación, con asiento en Tanzania), que avalaba la presencia del contingente del Che en el continente africano. En abril de 1965, Ernesto Che Guevara, llegaba con identidad falsa a Tanzania y se ponía al frente de la lucha, que se desarrollaba en una zona liberada por los rebeldes en la zona oriental del Congo, en las inmediaciones del lago Tanganika. Fiel a su estilo, el Che y su contingente entraron inmediatamente en combate, sin dar aviso a las autoridades de la RDC, que no abandonaban su exilio en la capital de Tanzania. Las fuerzas irregulares de la resistencia carecían de disciplina, de liderazgo y de capacidad combativa. Luego de varias escaramuzas con resultado adverso, los insurgentes africanos se batieron en retirada, dejando prácticamente solos a los cubanos enfrentándose a un ejército de mercenarios superior en número y armamento. Luego de perder seis combatientes, la retirada del Che se hacía inevitable. La experiencia africana fue decepcionante y el hecho quedó registrado en el comienzo del sus Cuadernos de guerra: “Esta es la historia de un fracaso”. Una de las frases finales de esos escritos -exhumados póstumamente- era aun más contundente: “No hubo un solo rasgo de grandeza en esa retirada”. “Salimos los 17” Desde Tanzania, el Che voló a Praga, donde estuvo hasta mediados de 1966, organizando lo que sería su última campaña: la instalación de un foco guerrillero en Bolivia, a partir del cual pensaba extender la insurgencia al resto del continente. La Bolivia que había conocido en sus años juveniles ya era otra. La experiencia del MNR, iniciada en 1952, se había desgastado y derrumbado luego del golpe militar de 1966. El 7 de noviembre, según consta en su diario, el Che y sus combatientes se instalan en la quebrada de Ñancahuazú, en una zona selvática que se alza sobre las últimas estribaciones de la cordillera de los Andes. El grupo estaba formado por 47 combatientes, 16 de ellos cubanos y 26 bolivianos. Adoptaría como denominación la de Ejército de Liberación Nacional (ELN). A cuatro días de instalado, el grupo es detectado por la delación de dos desertores. El gobierno boliviano pediría entonces el apoyo de Estados Unidos, que a través de la CIA comenzaría a organizar la coordinación de la contrainsurgencia en territorio boliviano y la activación de un sistema de inteligencia en los países limítrofes. La detección del grupo precipita el comienzo de las acciones. El 23 de marzo el ELN ataca un destacamento militar matando a siete soldados. Inmediatamente la guerrilla se divide en dos columnas que actuarían en áreas separadas para luego reencontrarse. El reencuentro nunca se produciría. Posteriormente, en un dramático goteo, se sucederían las derrotas. Entre fines de abril y comienzos de mayo -tal vez íntimamente convencido de la inminencia de la derrota- el Che escribe el que sería su legado póstumo, el Mensaje a los Pueblos del Mundo, leído en la reunión de la Tricontinental en La Habana. En el mismo -en una frase- está contenido el resumen más escueto que se conoce del pensamiento de Guevara respecto a la lucha antiimperialista: “Crear dos, tres… muchos Vietnam es la consigna”. El documento culmina con otro concepto que con el paso del tiempo se ha hecho memorable: “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: Estados Unidos de América”. Entre junio y julio, el ELN pierde seis efectivos y el 31 de agosto, cruzando el río en Vado del Yeso, la segunda columna es emboscada por el ejército al cruzar el río, siendo casi totalmente exterminada (hubo un solo superviviente). Como resultado, la primera columna, comandada por el Che, quedó completamente aislada, debiendo abandonar el cauce del Río Grande y subir por la Cordillera, dando un largo rodeo no previsto. El 26 de setiembre ingresaban a La Higuera, transitando por territorios desolados y no relevados. Al salir del caserío fueron emboscados, perdiendo tres efectivos. Del grupo inicial quedaban sólo 17 combatientes, que debieron ascender aun más en la Cordillera. El 7 de octubre, aislados, no tuvieron otra alternativa que bajar hacia el río en una penosa marcha por un terreno no relevado y saturado de efectivos militares. Ese mismo día se registra la última anotación del Che en su diario. Todo el drama de esa última peripecia se resume en unas palabras que bien pueden significar el adiós definitivo: “Salimos los 17 con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde estábamos”. “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte” El 8 de octubre, los maltrechos y diezmados sobrevivientes fueron emboscados en la Quebrada del Yuro. Batiéndose en retirada, en inferioridad de condiciones, el Che Guevara ordenó que los enfermos salieran adelante, mientras él, junto al resto, se enfrentaban al enemigo. Fue fiel a su carácter hasta el final. Harry Villegas (Pombo), uno de los cinco sobrevivientes, narra que si el Che hubiera marchado junto al contingente de enfermos -que no podían marchar a la misma velocidad que el resto- hubiera evadido el cerco, que aún no se había cerrado por completo. De hecho, ese pequeño grupo pudo salir con vida mientras el Che y su pequeño contingente soportaba la embestida. Pero el cerco se cerró y se produjo el enfrentamiento final. Luego de tres horas de combate, tres de los hombres del Che pierden la vida y otro es herido de gravedad y moriría al otro día. El Che resulta herido en una pierna y uno de sus hombres es capturado al ir a rescatarlo. Un tercero es capturado al día siguiente. Otros cuatro sobrevivientes morirían cuatro días después en el combate de Cajones, y de los seis guerrilleros restantes, uno moriría a consecuencia de una bala perdida cuando ya estaban lejos de la zona de combate; los otros cinco lograrían alcanzar la frontera con Chile. Al día siguiente, el Che, herido, es trasladado a la escuela de La Higuera junto a su compañero. Allí, la CIA, a través de su agente Félix Rodríguez, ordenaría ejecutarlo. Así se hizo a las 13.10 del 9 de octubre. Momentos antes, dos de sus compañeros habían corrido idéntica suerte. Por la tarde, el cuerpo del Che fue transportado a Vallegrande donde fue expuesto para dejar constancia de su muerte. Previamente, habían inyectado su cadáver con formaldehído para evitar su descomposición. El día 10 sus manos serían cortadas para tener pruebas adicionales de su eliminación. Su cuerpo desapareció y fue recién en 1996 cuando sus despojos fueron encontrados por un equipo de antropólogos destacado en la zona de los hechos. Los restos del Che, junto a los de sus compañeros, yacen hoy en el Memorial de Ernesto Guevara, ubicado en la histórica Santa Clara, que un día no muy lejano se despertó para verlo.
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El juicio de la historia
Ante la grandeza y actualidad de una figura como la de Ernesto Che Guevara, el juicio de la historia es irrelevante. Porque trascendió la historia ubicándose en un linde del que tal vez -y sólo tal vez- la poesía pueda dar cuenta. Los juicios de valor claudican ante la memoria del que fue uno de los más grandes exponentes del género humano. Todo lo que se pueda añadir a esto parece banal. Se trata de Ernesto Che Guevara. Hay que ponerse de pie para nombrarlo.