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Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla

A 44 años del crimen de Barbados: a mis hermanos Inmemorian

El 6 de octubre ha sido para el pueblo cubano, desde 1976 un día de duelo. En esa jornada de 1976, agentes a sueldo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) materializaron uno de los crímenes más aberrantes que puedan describirse.

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El 6 de octubre ha sido para el pueblo cubano, desde 1976 un día de duelo.

En esa jornada de 1976, agentes a sueldo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) materializaron uno de los crímenes más aberrantes que puedan describirse.

El vuelo de la aeronave CU-455 de Cubana de Aviación estalló en el aire, unos minutos después de su despegue de la isla de Barbados, cuando se dirigía a Jamaica para desde allí, emprender el regreso a Cuba.

Ninguno de los pasajeros y tripulantes sobrevivió, por lo que ese día 73 familias lloraban a sus hijos, hermanos, esposas/os y un pueblo entero se indignaba.

No había en el vuelo ni militares, ni funcionarios gubernamentales, entre los 73 asesinados vilmente, había 57 cubanos, 11 guyaneses y cinco coreanos.

Parte fundamental de los cubanos asesinados estaba compuesta por el equipo juvenil cubano de esgrima que regresaba victorioso de los juegos centroamericanos.

Los autores del atentado fueron identificados rápidamente, sus autores intelectuales fueron los terroristas de origen cubano Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila.

Los venezolanos Hernán Ricardo y Freddy Lugo fueron los autores materiales y a ellos correspondió la “misión” de colocar las bombas dentro del avión.

Fue un crimen preparado en Venezuela, con la complicidad de la CIA, de quien Posada Carriles era uno de sus agentes.

Aunque Ricardo y Lugo fueron detenidos y procesados por las autoridades venezolanas, que los condenaron a 20 años de prisión en su condición de «autores materiales» del hecho, no sucedió lo mismo con los autores intelectuales, luego de su detención inicial, Orlando Bosch, fue absuelto por presuntos defectos técnicos del proceso.

Luis Posada Carriles por su parte, estuvo detenido durante ocho años en una cárcel venezolana, a la espera de una sentencia definitiva, pero el 18 de agosto de 1985 logró huir de la Penitenciaria General de Venezuela (PGV) con la complicidad de la DISIP y la CIA.

No voy a detallar acá, la larga hoja de servicios de Posada Carriles al servicio de quienes hoy se nombran paladines de la lucha contra el terrorismo.

Los paladines de la lucha contra el terrorismo hoy fueron gestores directos de acciones como estas y en lo que a Cuba se refiere, ellas llevan más de 60 años en curso y han incluido una amplia gama de acciones que van desde sabotajes hasta atentados.

Datos oficiales calculan el costo acumulado de estas agresiones, valorado a precios corrientes para casi seis décadas, en 138.843.000.000 de dólares, tan solo en 2018 las pérdidas se calcularon en 4.343.000.000 de dólares.

Además de la asfixia económica a la Revolución cubana, hay que recordar el número de cubanos muertos e incapacitados: la larga historia de agresiones ha dejado un total de 3.478 cubanos muertos y otros 2.099 incapacitados.

Pero tampoco voy a extenderme en ello, la historia de las agresiones a la isla ha sido largamente documentada y todavía ella está allí, erguida y resistente.

Voy a hablar de lo que recuerdo de ese y los siguientes días, solo así considero, vale la pena homenajear a los que ese día vieron sus vidas arrancadas de forma brutal e imprevista.

Ese día, como muchos otros yo me encontraba en el “polígono” de la Escuela Militar Camilo Cienfuegos de La Habana, junto al resto de los que como yo eramos llamados “los camilitos”.

Entre mis tantos compañeros estaba Wilfredo Pérez, apenas dos años mayor que yo y que recién se había integrado a la escuela luego de un intento de iniciar estudios para piloto de combate en Moscú.

De forma imprevista, ese día llamaron a Wilfredo, quien si despedirse del resto de sus compañeros salió de la escuela.

Unos minutos después supimos lo que había pasado, su padre era el piloto de la aeronave cubana que había sido abatida por un cobarde atentado.

Estuvimos unos largos días sin saber de Wilfredo, hasta que el 15 de octubre de ese mismo año, apenas 11 días después del atentado, toda Cuba lloraba a sus hijos caídos en aquél monumental acto de homenaje a los mismos.

Recuerdo como comenzó Fidel su discurso: “Conmovidos, luctuosos, indignados, nos reunimos hoy en esta histórica Plaza para despedir, aunque solo sea casi simbólicamente, los restos de nuestros hermanos asesinados en el brutal acto de terrorismo perpetrado contra un avión civil en pleno vuelo con 73 personas a bordo, de ellas 57 cubanos. La mayor parte de los restos yacen en las profundidades abismales del océano, sin que la tragedia haya dejado a los familiares allegados ni aun el consuelo de sus cadáveres. Solo los restos mortales de ocho cubanos han podido ser recuperados. Ellos se convierten así en símbolo de todos los caídos, el único resto material al que daremos sepultura en nuestra tierra de quienes fueron 57 saludables, vigorosos, entusiastas, abnegados y jóvenes compatriotas nuestros. Su edad promedio apenas rebasaba los 30 años, aunque sus vidas eran ya, sin embargo, inmensamente ricas en su aporte al trabajo, al estudio, al deporte, al afecto de sus familiares allegados y a la Revolución”.

Mientras Fidel describía el proceso de investigación realizado por Cuba y sus agencias de inteligencia, nosotros, “los camilitos” sentados en aquél polígono que alguna vez fue pista de aterrizaje, imaginábamos el dolor no sólo de nuestro compañero de estudios, sino de todas aquellas personas a las que no conocíamos y que a partir de entonces pasarían a engrosar los nombres de aquellos a los que se les quiere porque han dado para la defensa de las ideas que teníamos las más altas entregas.

Fidel fue, como siempre, extraordinariamente certero en la descripción del escenario estratégico sobre el cual aquél cruento atentado se inscribía.

“Al principio teníamos dudas si la CIA había organizado directamente el sabotaje o lo elaboró cuidadosamente a través de sus organizaciones de cobertura integradas por contrarrevolucionarios cubanos; ahora nos inclinamos decididamente por la primera tesis. La CIA tuvo una participación directa en la destrucción del avión de cubana en Barbados”, explicó y a continuación dijo “En los últimos meses el Gobierno de Estados Unidos, resentido por la contribución de Cuba a la derrota sufrida por los imperialistas y los racistas en África, junto a brutales amenazas de agresión, desató una serie de actividades terroristas contra Cuba. Esa campaña se ha venido intensificando por día y se ha dirigido, fundamentalmente, contra nuestras sedes diplomáticas y nuestras líneas aéreas” y pasó a describir una serie de acciones vinculadas a esto.

Tras denunciar y enumerar una larga serie de acciones, Fidel anunciaba que se ponía fin al acuerdo que se había firmado con los Estados Unidos en 1973 para el combate de actos de piratería aérea y marítima, “El acuerdo suscrito entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba el 15 de febrero de 1973, no puede sobrevivir a este brutal crimen”, dijo ante una colmada Plaza de la Revolución que lo ovacionaba.

No puedo recordar cuántas veces nos levantamos emocionados, llorosos, rabiosos, deseosos de ir de una buena vez al combate, mientras Fidel hablaba y sintetizaba el dolor y la firmeza de un pueblo tantas veces herido por la cobardía, la saña y el odio de aquél Norte revuelto y brutal que siempre nos ha despreciado.

Cuando ya creíamos que todas las emociones habían sido descritas, sobrevino aquél impresionante final de su discurso:

“¡Nuestros atletas sacrificados en la flor de su vida y de sus facultades serán campeones eternos en nuestros corazones (Aplausos); sus medallas de oro no yacerán en el fondo del océano, se levantan ya como soles sin manchas y como símbolos en el firmamento de Cuba; ¡no alcanzarán el honor de la olimpiada, pero han ascendido para siempre al hermoso olimpo de los mártires de la patria! (Aplausos.)

¡Nuestros tripulantes, nuestros heroicos trabajadores del aire y todos nuestros abnegados compatriotas sacrificados cobardemente ese día, vivirán eternamente en el recuerdo, en el cariño y la admiración del pueblo! (Aplausos) ¡Una patria cada vez más revolucionaria, más digna, más socialista y más internacionalista (Aplausos) será el grandioso monumento que nuestro pueblo erija a su memoria y a la de todos los que han caído o hayan de caer por la Revolución! (Aplausos.)

Hacia nuestros hermanos guyaneses y coreanos inmolados ese día, va también nuestro recuerdo más ferviente en estos instantes. Ellos nos recuerdan que los crímenes del imperialismo no tienen fronteras, que todos pertenecemos a la misma familia humana y que nuestra lucha es universal (Aplausos).

No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!”.

El clásico “Patria o Muerte” que tanto conocíamos, dejó de ser sólo aquél clamor firme de resistencia y se tornó esa noche parte de nuestros cuerpos.

Ese día, todos fuimos nuestros muertos.

 

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