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Editorial

A Luisa

Por Leandro Grille.

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Luisa Cuesta murió sin haber encontrado a su hijo Nebio Melo, joven militante uruguayo desaparecido en Argentina. A Nebio lo secuestraron en el bar de la estación Belgrano C junto a otro compañero del PCR, Winston Mazzuchi, el 8 de febrero de 1976. Cuando desapareció tenía 32 años y una hija pequeña llamada Soledad. Su madre, Luisa, viajó a Buenos Aires algunos días después, cuando su nuera le mintió que Nebio estaba enfermo. Nebio no lo estaba; había sido chupado por una patota de la Federal, pero eso era algo que no se le podía contar a una madre por teléfono. En Argentina gobernaba Isabelita y todavía faltaban un mes y dos semanas para que el 24 de marzo de 1976 el golpe de Estado depusiera a la viuda de Perón e instalara la junta militar encabezada por Jorge Rafael Videla, Eduardo Massera y Ramón Agosti.

Desde esa fecha, hace 42 años, Luisa Cuesta buscó a su hijo. Poco tiempo después, en 1981,  su hermano, el dirigente sindical Gerardo Cuesta, que era preso político, murió a causa de la tortura en el Hospital Militar. Ese segundo golpe lo recibió estando en el exilio en Holanda, junto a su nieta y su nuera. Como un sadismo del destino, Luisa debió soportar la desaparición de un hijo y el asesinato de un hermano, ocurridos en dos países gobernados por un despotismo de la misma calaña, coordinados por un plan regional orquestado y definido por Estados Unidos, al servicio del poder económico, y ejecutado por las fuerzas armadas y las fuerzas de seguridad de los dos Estados.

En 1985, Luisa retornó del exilio definitivamente y llevó adelante una lucha inquebrantable por la verdad y la justicia. Cuando volvió ya era una mujer mayor de 65 años, pero con la energía que sólo puede exponer una persona con una causa cuya dimensión es hasta en cierta forma inimaginable, por lo menos para todos los que no hemos tenido que atravesar la calamidad de que un hijo simplemente se esfume por obra de una turba maligna que lo secuestra, lo desaparece en vida, lo asesina y esconde sus restos para que nunca más nadie pueda encontrarlo.

Durante más de 30 años, Luisa estuvo en la primera fila buscando a Nebio. Buscando a Nebio y buscando a todos los compañeros y compañeras desaparecidas, reclamando al Estado el compromiso de la búsqueda, el esclarecimiento de las circunstancias de la desaparición y muerte de las víctimas y poniendo una muralla contra el avance del olvido, hasta convertir la lucha por la verdad en un asunto de carácter nacional, noble, movilizado, inconmovible y transversal a las generaciones.

Luisa Cuesta se transformó en un símbolo como Tota Quinteros, Luz Ibarburu o María Esther Gatti. No sólo un símbolo de lucha, sino también un emblema de un lazo constitutivo de la especie humana, que es el amor y la lealtad de las madres con sus hijas e hijos. Las dictaduras que arrasaron América del Sur nunca contaron con el carácter indeclinable, innegociable e incoercible de esa fuerza primordial y antigua que no se extingue con el tiempo ni se amilana ante nada ni ante nadie, que conmueve y conmoverá siempre todo lo sensible que existe dentro de la intimidad de la gente que tiene corazón y sangre y un mínimo de vergüenza y de decencia.

Ha muerto Luisa y nos embarga a todos la doble tristeza por la pérdida de una persona maravillosa y por la pérdida de alguien que hizo todo lo humanamente posible para encontrar a un hijo que le arrebataron los esbirros del odio, y así y todo nunca pudo encontrarlo. En el camino, en la permanente frustración de la búsqueda, fue dejando una enseñanza majestuosa a la sociedad uruguaya, una lección de dignidad humana, de gallardía, de entereza, que nos recorre e interpela a todos. Sobre lo que hemos hecho, sobre lo que no hemos hecho para que se sepa dónde están y qué les ocurrió a los desaparecidos, para que nunca más alguien sufra semejante afrenta.

Hasta siempre Luisa. Madre y luchadora, que apenas contaste con el consuelo de saber que Nebio cayó luchando por ideas en las que creía, para que un día alumbrara una sociedad nueva, más justa, más hermosa, más pareja para todos y todas. Esas, sus ideas, más que la carne, eran las verdaderas perseguidas, las que querían eliminar y desaparecer de la faz de la tierra. Esa prédica de justicia e igualdad era el objetivo a aniquilar cuando se llevaron a Nebio y a Mazzuchi de ese bar en Belgrano porque eran militantes y pensadores que escribían periódicos clandestinos para mantener viva una organización revolucionaria. Y esas ideas no pudieron acallarlas ni secuestrando a Nebio, ni  asesinándolo ni desapareciéndolo porque las bestias no sabían que las ideas no se matan. Pero no se matan: viven en el aire, en el corazón de los sobrevivientes, en el compromiso inexpugnable de una madre, de un compañero, de un hijo que crece, de un montón de pueblo que las hace suyas y las riega como una plantita que crece y crece en los rincones más inesperados, como una rebeldía de vida por donde fluye savia, mezcla de la sangre y de los sueños de los caídos.

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