Ayer Caras y Caretas publicó una noticia que ha sido difundida en casi todos los medios de circulación nacional y que originalmente fue publicada por el semanario Búsqueda.
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Guido Manini, su esposa y suegro explotan, según una inspección técnica, un padrón del Instituto de Colonización.
La condición de colono sólo ha sido desmentida por el Senador mencionado y el mismísimo Director de Colonización ha declarado que dicho informe existe y será analizado por sus servicios jurídicos.
El informe que el senador cuestionó desmentiría una reiterada afirmación de Guido Manini, quién ha repetido que dicho padrón es propiedad de su suegro y que él no es beneficiario de ninguna concesión del mencionado Instituto.
De ser único este episodio controversial sería justo beneficiarlo con la duda, máxime que el propio Instituto aún no ha tomado resolución definitiva sobre el tema.
En el día de ayer el Senador Manini justificó en un comunicado público su relación y la de su suegro y su esposa con el mencionado padrón de 2800 hectáreas.
Lo hizo más creíble el hecho de que su suegro el Coronel dice haber comprado ese padrón a Colonización en la década del 70, particularmente entre los años 1975 y 1981, en plena dictadura cívico militar, época en donde los coroneles llevaban ventaja.
Aunque parezca no tener nada que ver, resulta al menos curioso y deplorable que un Senador de la República haga dormir a sus 5 peones en lo que el mismo informe técnico califica como una “modesta construcción de una sola pieza”, violentando disposiciones del Ministerio de Trabajo.
Pero resulta que no es la primera vez que resulta controvertida la verosimilitud de las aseveraciones de Manini.
Por lo menos lo hacen las investigaciones del Fiscal Rodrigo Morosoli, las declaraciones de tres Generales que juzgaron en un Tribunal de Honor la conducta de José Gavazzo y del propio Presidente de la República Tabaré Vázquez quién dispuso su cese como Comandante en Jefe, lo que determinó su pase a retiro.
Entonces, digamos que en esto de su relación oscura con la verdad, el senador, militar, historiador, docente, productor rural y eventualmente colono, no es un primario absoluto.
Recordemos para contextualizar que en el antedicho Tribunal de Honor, el militar juzgado José Gavazzo describió su participación en la captura, las torturas, el homicidio y la desaparición del joven Roberto Gomensoro con bastante lujo de detalles y reveló episodios de la detención y las torturas a Eduardo Pérez Silveira que aún hoy permanece desaparecido.
Oportunamente, quien presidía el Tribunal de Honor, General Gustavo Fajardo, se dirigió verbalmente a su superior, también al General Guido Manini, a los efectos de que tal declaración fuera puesta en conocimiento de la Justicia penal.
El Gral. Guido Manini parece haber ocultado esta información, menospreciando su trascendencia, más grave aún en el caso de Eduardo Pérez Silveira, en que se accedía a nueva información relevante y que continúa desaparecido.
Tan es así que el Presidente del Tribunal de Honor declaró en Fiscalía que con el diario del lunes piensa que tal comunicación al comandante en jefe la debió haberla hecho por escrito y que en conocimiento de la evolución posterior de los hechos se sintió “violado”.
Hasta aquí van dos episodios que por lo menos abren un margen muy grande se dudas sobre la credibilidad de Manini.
Pero hay una tercera que aún lo hace más evidente. Manini declaró ante quién lo quisiera escuchar, que en caso de ser investigado se presentaría ante la justicia sin fueros que lo protegieran y cuando llegó la oportunidad de presentarse no lo hizo, es más recurrió al apoyo político de sus pares en el senado, quienes resolvieron mantener sus fueros legislativos lo que le permitió eludir una eventual condena.
El Senador Manini tiene la costumbre de cargar las culpas de sus conductas en los demás, a quiénes acusa de mentir, por ejemplo, al ex Presidente Tabaré Vázquez, al ex Secretario de la Presidencia Miguel Tomma, al Fiscal Rodrigo Morosoli, y al General Gustavo Fajardo, que presidía el Tribunal de Honor y que por alguna razón hoy hubiera preferido haber documentado su entrevista con Manini.
También ahora culpa a los servicios inspectivos del I.N.C, al Director de Colonización Andrés Berterreche y a la prensa que informa de estos hechos a la que descalifica con argumentos diversos y muchas veces insultantes, calificándolos de sicarios (“asesinos a sueldos”), sugiriendo que reciben buena paga y olvidando que el que cobra dos sueldos del estado, el de Senador y la Jubilación militar es él.
Voy a recordar un cuento que hacen todas las mamás del mundo y que probablemente también hacía la mamá de Manini.
Había una vez un pastorcito que cuidaba en solitario una majada de ovejas. Aburrido una tarde decidió llamar la atención de los campesinos del pueblo cercano y comenzó a gritar muy fuerte pidiendo ayuda: “Socorro un lobo se acerca y devorará a mis ovejas”- exclamaba desesperado.
Los campesinos que estaban trabajando a unos pocos cientos de metros, corrieron a ayudarlo y lo encontraron riéndose de la broma que había hecho, confesando que estaba aburrido y quería llamar la atención sobre su soledad.
Los campesinos volvieron enojados a sus habituales trabajos y pocos días después, nuevamente la paz de la siesta fue perturbada por los gritos del pastorcito pidiendo ayuda.
Desde el pueblo corrieron a prestarle ayuda, aunque tenían muchas dudas de la veracidad del ataque por el que el pastorcito gritaba.
Cuando llegaron el niño los esperaba a carcajadas burlándose de la inocencia de sus vecinos.
Estos regresaron a sus casas y unos días después cuando escucharon los pedidos de ayuda del pequeño que imploraba porque el lobo se comía las ovejas, decidieron ignorar el reclamo y continuar con sus tareas.
A la noche, el pastorcito regresó al pueblo llorando porque el lobo había matado y comido a sus queridas ovejas.
Este cuento es un cuento con moraleja. Si mientes una y otra vez, cuando digas la verdad no te creerá nadie.
Manini debería recordarlo porque cuando las mentiras se vuelven hipocresía llegó la hora de decir la verdad.
Sin embargo, Manini, en vez de reflexionar, pierde la cabeza. Yo comprendo que la vida de un político es menos tranquila que la de un militar, pero es la segunda vez en dos meses que Manini me envía un whatsapp diciendo que lo publicado en Caras y Caretas es una “canallada”.
La primera, cuando publicamos parte del expediente de la Fiscalía podría ser hasta justificable, pudiendo ser consecuencia de una calentura de quién es descubierto en falsa escuadra.
Pero esta segunda vez, cuando publicamos lo que afirma la inspección técnica del I.N.C, no lo puedo dejar pasar.
Esta vez el adjetivo, canalla, fue elegido.
Manini descartó otros adjetivos posibles, como equivocado, impudente, erróneo, malintencionado o tendencioso. Eligió canalla.
Manini será patrón en su estancia pero un Senador de la República tiene que aceptar que un medio de prensa de buena fe, incluso equivocado, informe de hechos que tienen relevancia pública y que comprometen su credibilidad y su honorabilidad.
Tiene que aceptarlo sin insultarme y, eventualmente, desmentirlo.
Si cree que yo o los periodistas que escribieron estas notas, somos ruines, sinvergüenzas, truhanes, bandidos o que actuamos de mala fe o con real malicia, que lo difamamos o que afectamos su honor, tiene la obligación o la oportunidad de denunciarnos por Ley de Prensa y sentarse delante del Juez competente a probar sus dichos en ese terreno en donde nadie es más que nadie.
Ni siquiera tiene necesidad de renunciar a sus fueros.
Lamentablemente la ley no permite defender el honor de otra manera pero cuando no hay pan, buenas son las tortas.
Todo el mundo miente a veces, por uno u otro motivo.
Lo malo es cuando se convierte en una compulsión.
En la estrategia militar, la mentira, el engaño, la desinformación son recursos válidos para derrotar al enemigo, pero en política el engaño es una estafa a los adversarios y también a los amigos.
Por algo hasta sus compañeros de la coalición consideran que Manini no es un aliado muy confiable.
Conste que no hubiera querido escribir esto porque respeto algunas posiciones del Senador Manini y de algunos de sus colaboradores más cercanos, particularmente de su hermano, pero hay cosas que uno no debe dejar pasar.
Al menos, a mí, con 76 años de edad, con más de 55 años de vida gremial y política y con más de 37 años de periodismo, nunca nadie me había dicho canalla en la cara sin que se llevara al menos una piña. Pero ahora, en época de redes sociales los insultos se dicen por whatsapp y suelen quedar impunes.