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Abre los ojos

Por Enrique Ortega Salinas

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Caras y Caretas Diario

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En 2007 Mario recuperó la vista gracias a los médicos cubanos que colaboraban con el gobierno de Evo. Aquel militar no era un militar cualquiera. Él ya tenía una deuda inmensa con Cuba, Bolivia y la historia. Ahora tenía dos.

Seguramente, al ser rescatado de las sombras, su mente viajó por millonésima vez al 9 de octubre de 1967, sobrevolando montañas y el puerto de Churó, hasta llegar al poblado de la Higuera, cerca de Vallegrande, de apenas 400 habitantes y casas enanas, de tierra seca. Mario, por entonces suboficial del ejército boliviano, se vio nuevamente con su fusil abriendo la puerta de uno de los salones de la humilde escuela para cumplir una orden de ejecución. Era pasado el mediodía. El guerrillero que habían capturado se había puesto de pie, con sus manos atadas y la pierna herida, apoyado contra la pared, como esperándolo. Mario le ordenó que se sentara. “¿Por qué, si vas a matarme?”, contestó el prisionero con calma increíble. Y aquel hombre, que era conocido por el apodo de Ramón, no se sentó. 1.800 efectivos habían sido enviados a la zona para atraparlo vivo o muerto.

Unos días atrás, el 28 de setiembre y a unos pocos kilómetros de La Higuera, un campesino llegó corriendo al poblado para dar aviso a la compañía de los rangers de que un grupo de guerrilleros estaba acampado a orillas de un torrente. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, cuatro pelotones del ejército se posicionaron a cada lado del puerto, bloqueando la vía de escape hacia el río Grande. Ramón y sus compañeros estaban rodeados en una quebrada.

A la una comenzaron a escucharse en La Higuera las lejanas explosiones producidas por cuatro morteros y granadas de mano y el tableteo mortal de las ametralladoras. Tras unos veinte minutos de silencio se reinició el desigual combate por otro cuarto de hora y cuatro soldados cayeron muertos por balas guerrilleras, mientras que Ramón había sido alcanzado por un proyectil en la pierna y un ataque de asma le estaba jugando una mala pasada. También había caído el guerrillero boliviano Aniceto Reynaga, pero esto, en lugar de menguar el coraje de los subversivos, pareció aumentarlo, porque los 17 rebeldes comenzaron a hacer estragos en filas enemigas. Ramón continuó combatiendo hasta que un proyectil destruyó la recámara de su carabina M-1 y se agotaron las balas de su pistola. Su compañero Willy lo ayudó a avanzar e intentaron escalar, mientras otros guerrilleros aumentaban el tiroteo al ejército para que su líder pudiera ascender. Pacho, Arturo y Antonio, tras liquidar a varios soldados, fueron alcanzados por una granada.

La montaña se puso dura. Cada poco Willy soltaba a Ramón y disparaba, luego continuaban avanzando, dejando un hilo de sangre que se bebían la tierra, las piedras, la maleza y las espinas; pero finalmente, sorprendidos y rodeados por varios soldados, con la mayoría de sus compañeros cubanos y bolivianos muertos, Willy y Ramón se rindieron.

Al caer la noche, una procesión recorrió la polvorienta calle principal de La Higuera. Soldados, mulas cargadas de cadáveres, un prisionero que no podía caminar sino ayudado por dos militares, otros prisioneros, Willy y el Chino, que iban con las manos atadas, y Pacho, herido de gravedad… No era una postal común de La Higuera.

Willy y Ramón fueron empujados contra el fondo de dos salones diferentes de la humilde escuela del poblado. Luego vinieron los interrogatorios a Ramón, que resultaron ser una verdadera pérdida de tiempo.

Luego vino la bajeza total. Oficiales y soldados comenzaron a repartirse las escasas pertenencias del líder revolucionario, tal como hicieron casi dos milenios atrás con las prendas del hijo de un carpintero mientras aquel agonizaba. Sus gemelos de plata, su pipa, su mochila… se pelearon como aves carroñeras por cualquier objeto, quizá sabiendo lo que valdrían para los coleccionistas cuando pasaran los años, porque el tal Ramón era nada menos que el famoso Che Guevara.

No hubo cómo atemorizarlo; parecía un gigante entre liliputienses. Sabiendo que la hora de su muerte había llegado, no suplicó ni intentó negociar con los oficiales, aunque sí pidió que le permitieran atender las heridas de Pacho, ya que él era estudiante avanzado de Medicina; pero se lo negaron y su compañero murió sin asistencia alguna. Cuando el coronel Selich, intentando mortificarlo, le arrancó con sus manos parte de la barba, el Che le golpeó con las manos atadas, y cuando aquel fue a pegarle, le escupió la cara.

A eso de la medianoche del 8 de octubre, el embajador norteamericano Douglas Henderson le comunicó al dictador René Barrientos la directiva de Washington: había que eliminar al Che. A la mañana siguiente, un mensaje cifrado llegó hasta la radio que un agente de la CIA, de origen cubano, había instalado en La Higuera. Este agente había torturado al Chino durante la noche para hacerlo hablar y había pretendido hacer lo mismo con su líder, que lo trató de mercenario y traidor. El Chino murió sin abrir la boca. Tras decodificar el mensaje, Félix Rodríguez, que se hacía pasar por Félix Ramos, lo puso en conocimiento de los militares bolivianos.

Mario Terán, Carlos Pérez Panoso y Bernardino Hunca se ofrecieron para ejecutar la orden; pero para que pudiera reunir el coraje de disparar contra el Che, tuvieron que dar bebidas alcohólicas a Terán, ya que cada vez que aquel lo miraba lo inmovilizaba. Cuando el suboficial entró al salón del tercer grado apuntó con su fusil al prisionero. Terán no se atrevió a disparar mientras Guevara clavaba en él su mirada; tuvo que simular que se alejaba, luego se dio vuelta y le descargó la ráfaga letal. El subteniente Pérez entró y con su revólver le disparó una bala que se alojó en el cuello del legendario argentino, porque la orden era que pareciera muerto en combate y no ejecutado en cautiverio. Luego llegaron otros militares y el agente de la CIA, y aunque ya estaba muerto, le dispararon en las piernas cinco veces, mientras en el salón de al lado, Willy sabía que había llegado su turno y decidió morir a lo macho, a lo Che, para no morir jamás. Cuando el sargento Bernardino Hunca entró dispuesto a ejecutarlo, Willy gritó con desprecio: “¡Lo mataron! ¡No me importa morir porque me voy con él!”.
Cuatro décadas después, los médicos cubanos traídos por un presidente indígena sacaron a Mario Terán de las sombras. Como una ironía del destino, lo primero que vio al abrir los ojos, fue un afiche de Guevara, algo común en los consultorios cubanos, y lloró.

Sobre el final de su vida, las últimas palabras del revolucionario continuarían repiqueteando en su memoria, llenándolo de vergüenza y admiración; porque no fue una súplica, no fue un ruego, no fue una oración… fue una orden: “¡Deje de temblar y apunte bien, que va a matar a un hombre!”

Y nació la leyenda

Tras la ejecución, el cuerpo del Che fue trasladado en helicóptero a Vallegrande, donde lo expusieron públicamente durante un día y medio en el lavadero del hospital. Las monjas y otras mujeres le cortaron mechones de cabello para usarlos como talismanes.

Actualmente, en la escuela de La Higuera hay un museo para honrarlo. La pileta, donde fue exhibido, diariamente está llena de flores y ofrendas y varios hogares del lugar tienen fotografías del Che rodeadas también de flores y velas y los pobladores realizan oraciones a la imagen del argentino nacionalizado cubano. Los 60 kilómetros que separan a La Higuera de Vallegrande se conocen como “La Ruta del Che” y miles de peregrinos lo recorren todos los años.

El mito creció cuando se supo que Félix Rodríguez, agente de la CIA que dirigió la operación contra el Che, comenzó a sufrir ataques de asma poco tiempo después de la ejecución del guerrillero, siendo el asma la cruz que el Che cargó durante toda su vida.

No tengo noticias de homenajes o reverencias a sus verdugos.

Ahora, abre los tuyos

En enero de 2021, Estados Unidos incluyó a Cuba en la lista de países que patrocinan el terrorismo. Vaya… la potencia que tiene casi 800 bases militares distribuidas por todo el planeta, es la que acusa a la isla de ser un peligro para la paz. También acusa, por supuesto, a Venezuela.

Lo cierto es que, mientras Estados Unidos envía soldados y armas a todas partes, Cuba envía médicos y maestros; incluso oculistas para curar la ceguera a quien mató a uno de sus dos héroes más imponentes y queridos. Tanto los venezolanos como los cubanos sufren el infame bloqueo que los condena a vivir en la miseria por no arrodillarse ante el imperio.

Quizá seas uno de los que repiten que es inaudito que Venezuela esté en la ruina siendo un país tan rico en petróleo. Quizá no te molestes en averiguar lo que implica dicho bloqueo; quizá no sepas que no le permiten comerciar y que a Venezuela le han rapiñado sus depósitos en Inglaterra y ni siquiera han aflojado la presión durante la pandemia, lo que puede desembocar en un genocidio. Si el bloqueo no ha producido millones de muertos en ambos países rebeldes es porque sus gobiernos, a diferencia del actual gobierno uruguayo, no titubean a la hora de gastar lo que haya que gastar en salud.

Que comenzara contando lo del Che y la manera que los cubanos devolvieron mal por bien a su asesino, fue porque hay dos hechos actuales que me hicieron recordarlo.
Por un lado, Cuba acaba de anunciar que producirá 100 millones de dosis de la vacuna Soberana 02 contra la covid-19 y la compartirá con otros países como India, Venezuela e Irán.
“Nosotros no somos una multinacional en la que el retorno [financiero] es la razón número uno; funcionamos al revés, crear más salud y el retorno será una consecuencia. Nunca va a ser la prioridad”, manifestó el director general del Instituto Finlay de Vacunas, Vicente Vérez.

Qué diferencia con Estados Unidos, que presiona a los laboratorios para acaparar sus vacunas; pero tú vives horrorizado con el cuco del comunismo y crees que los norteamericanos son los salvadores del mundo.

Por otra parte, Jair Bolsonaro no tiene tanques de oxígeno para ayudar a Manaos. El demente se burló tanto de la epidemia que no tomó precauciones elementales para contrarrestar el mal. El presidente es el mismo que ofreció el territorio brasileño hace un par de años a Estados Unidos como base de operaciones para atacar a Venezuela. En consonancia con la ideología de este espécimen, Luis Lacalle Pou no invitó a los gobernantes de Venezuela y Cuba a su ceremonia de asunción.

Ahora estamos pagando una fortuna por las primeras dosis para Uruguay y seremos de los últimos países de la región en inocular a sus habitantes; pero el tema es ¿qué haremos si no conseguimos la cantidad necesaria de dosis? ¿Con qué cara irá nuestro presidente a pedir al gobierno cubano que le tienda una mano?

¿Sabes qué? No tengo dudas de que si Lacalle lo solicita, Cuba nos dará la ayuda que solicitemos; porque sus parámetros morales están a años luz de la lógica herrerista. Algo así sucede hoy en día con Venezuela y Brasil. Los tanques de oxígeno que Manaos clamaba con desesperación a Bolsonaro no los proveyó Bolsonaro, sino Venezuela.
Ni al presidente brasileño ni al uruguayo les da la mente o el corazón para comprender estas acciones.
Y pensar que son los derechistas los que suelen denominarse cristianos.

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