Por Ricardo Pose
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Si por un instante los ciudadanos y ciudadanas pudieran abstraerse de la imagen de los dos candidatos y decidir su voto sin mirarse el ombligo (momento de definición que se supone se toma durante la veda electoral), fuera cual fuera su opción y lo que implica cada una de ellas, no hallaría sólidas razones para anular su voto o votar en blanco.
Hay razones emocionales, desde el descreimiento hasta el enojo con el sistema político hasta las dictadas por la razón; si hay una elección en la que deberían tomar aire y contar hasta diez en el primer caso y exponer todos los argumentos arriba de la mesa, es esta.
La indiferencia expresada en la frase “la política me chupa un huevo”, el descreimiento, la desilusión, son una arista más del profundo individualismo que en el fondo opera en nuestras conciencias, y que hace que se vea la actividad política como una mercancía de consumo más y, como tal, que se puede adquirir o desechar.
Aflora desde lo emocional y el confort de la pereza intelectual sostener que “todos los políticos son iguales”; las consecuencias de esta actitud no se manifiestan solo en las urnas; es buena parte de las causas de los problemas que la sociedad tiene, por ejemplo, en el área de la seguridad pública, de la educación, de la convivencia. Es la muletilla póstuma del “hacé la tuya”.
En el otro extremo, están los convocantes al voto en blanco o anulado; los profetas de ese voto fueron desde siempre los sectores vinculados a las sectas y religiones evangelistas, que, teniendo al dios todopoderoso como su único referente, no hallaban ser humano que encarnara sus convicciones.
Sería bueno valorar que, si ahora los evangelistas accedieron a tener su opción electoral y sus representantes institucionales, seguir con la cantinela del voto en blanco o anulado es, desde el punto de vista político, una opción metafísicamente retrógrada.
En ese sentido, el “pastor” Hoenir Sarthou puede dar cátedra.
Quizás, y si no fuera en esta elección, podrían comprenderse las razones de los auténticos ácratas; pero ellos, lamentablemente cada vez más escasos, jamás pondrían los destinos de los más humildes en jaque por sus utopías. Seguramente votarán por quien consideren el menos dañino para los intereses de los postergados.
Solo quienes pretenden perpetuarse en hacer de la pobreza de la gente su razón de ser y existir, su enano perfilismo político, pueden argumentar que para su exigua acumulación, “cuanto peor le vaya a la gente, mejor”.
En un artículo, el anarquista Martín Palacios fundamenta: “Uno de los pensadores ácratas más interesantes que dio el Uruguay del siglo XX, aparte de la superlúcida Luce Fabbri, fue Alfredo Errandonea. Errandonea planteaba que, más allá de la espuriedad de la forma de ocupar estatalmente ‘lo público’ en su provecho por la élite de la dirigencia política, los anarquistas no podemos aceptar pasivamente el regreso a la negativa total de los derechos populares a los bienes y servicios que ya habían sido reconocidos como sociales, por más de que ese reconocimiento llegara por la vía estatal. Pensemos a todos ellos como sector público, como el espacio del cual debe apropiarse el colectivo social. Para hacerlo, obviamente, el camino no son las privatizaciones, que significan su regreso liso y llano a la propiedad capitalista. Para hacerlo, el camino más anarquista pasa por la autonomización y descentralización; por llevar su gestión a manos de los propios interesados”.
Palacios dirá más claramente: “Ser anarco no es precisamente caer en una suerte de individualismo ensoñado e irresponsable ante el otro, aunque haya quien lo plantee así, especialmente entre ciertos sectores de una clase media acomodada que harían las delicias de unas cuantas corrientes del neoliberalismo más duro y de tendencia fascista”.
El diseño
Este es el tercer balotaje en el que se define la elección presidencial; Uruguay tiene por delante, cartas a la vista, la necesidad de un rediseño de lo electoral. O flexibiliza los márgenes necesarios para ganar una elección o le pone fin a su régimen semipresidencialista.
¿Qué sentido tiene ser la mayoría electoral, si la misma corre el riesgo de que su voluntad sea cambiada por la acumulación de minorías?
¿No sería más sencillo abogar por un régimen francamente parlamentarista?
No son discusiones para dar antes del 24, cuando ya estamos danzando al ritmo impuesto, pero sería bueno hacer el ejercicio de reflexión porque lo que quedó en jaque es el concepto de democracia representativa, tomando en cuenta la debilidad de la misma, que podría permitir, por ejemplo, que se imitara el ejemplo de procesos políticos como los de Paraguay y Brasil, con sus vergonzosas destituciones de presidentes democráticamente electos, cual repúblicas bananeras.
La suerte de los uruguayos no puede quedar cautiva de los acuerdos a los que puedan arribar las distintas bancadas y de la gobernabilidad que pueda llegar a otorgar al Poder Ejecutivo. Aun concluyendo que todo este diseño que apunta a trabar el funcionamiento institucional fuera correcto, es necesario expedirse claramente, y eso no se hace ni anulando ni votando en blanco.
Yo no fui
Poncio Pilatos, política del avestruz escondiendo la cabeza bajo tierra, tirar la piedra y esconder la mano; frases populares que conocen muy bien de esa actitud que raya entre la cobardía y la irresponsabilidad.
El Uruguay de los derechos conquistados y consagrados está en jaque. No es terrorismo; la región es un triste antecedente de la aplicación de las políticas públicas y los programas económicos que propone la coalición multicolor.
Si en un lapsus mental, pudiera llegar a catalogar a Luis Lacalle Pou como un ciudadano de buenas intenciones, arribaría a la conclusión de que es un buen hombre en el lugar equivocado; y en ese lugar, cortan el bacalao los banqueros, los terratenientes, los más privilegiados de la sociedad uruguaya; es su más fiel peón; no tiene por dónde zafar.
Cuando el gobierno divertido y alegre de Jorge Batlle hizo caer el país a pedazos, Uruguay se había vaciado de votantes del líder colorado; nadie había sido, nadie lo había votado.
Hay sectores de nuestro pueblo cuya existencia, su dignidad, sus posibilidades, sus alternativas, sus oportunidades, penden de un hilo que puede seguir o cortarse si se decide subir el dólar o no; si se negocian ante el Estado los salarios y las condiciones de trabajo o no; si se genera más empleo o no; si se invierte en obras públicas o no; si el Estado sigue cumpliendo su rol de escudo de los pobres o su suerte queda librada a las razones del mercado.
De si se hace o no se hace, de qué y cómo se hace o de qué y cómo no se hace, Uruguay se está definiendo, y el escenario político habla de dos campos bien delimitados. Votar en blanco o anulado no te unge de neutralidad. Se pasa a ocupar el triste papel de los abstencionistas durante las ocupaciones que llevaban adelante los regímenes nazis o fascistas, de los trabajadores que se beneficiaron de los aumentos de sueldo por la pelea que dieron sus compañeros junto al sindicato, de quienes observan pasivamente cómo le roban una cartera a una anciana en la parada o le desvalijan la casa al vecino, de los que no se meten en la casa de al lado aunque escuchen los gritos aterradores de los niños y mujeres víctimas de violencia doméstica, de los que pasan por la vida flotando como un corcho.
Porque la sociedad uruguaya de esta elección no sale sin inmediatas reflexiones sobre los acontecimientos que se avecinan; porque la historia reciente juzgará sobre la sabia decisión de una parte de la sociedad de no ingresar en el corral de ramas que implica el “camino multicolor” o la supremacía de los intereses corporativos de los sectores dominantes y de quienes se creen dueños del ganado por solo oler a bosta.
Porque la decisión de votar en blanco o anular el voto no es solo un problema de cálculo y estrategia electoral; si para el bien de los más humildes de mi pueblo, resulta triunfador Daniel Martínez, será difícil olvidar que en un momento de definiciones decidiste no enchastrarte las manos; y si gana Luis Lacalle, te sumás casi que mecánicamente a la legión del revisionismo.
Resignificando a Palacios con respeto a los anarquistas, quienes voten en blanco o anulado representan a ciertos sectores de una clase media acomodada, o que cree serlo, que harían las delicias de unas cuantas corrientes del neoliberalismo más duro y de tendencia fascista.