Con Néstor Tito Goncálvez se fue otro grande de los números 5 de Peñarol y del fútbol uruguayo. Con perfiles distintos, los diversos center-halves marcaron el fútbol de Peñarol con aristas únicas y contagiaron en parte esos atributos a todo el combinado celeste.
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En estas líneas revisaré qué tienen en común y qué de diferente los diversos números 5 de Peñarol que marcaron también al fútbol uruguayo en su juego y en su imagen mundial. Ello nos revelará el absurdo de pretender que se los homenajea al eliminar las camisetas con ese número en el futuro aurinegro; por el contrario, hay que enseñarles a los noveles candidatos quiénes fueron sus gloriosos antecesores. Y recordar que casi todos los principales 5 del fútbol uruguayo fueron de Peñarol, así como los principales zagueros derechos fueron de Nacional.
5 de Peñarol, 2 de Nacional
Ambos rivales tradicionales pueden listar grandes jugadores en casi todos los puestos de un equipo, salvo en centre-halves (número 5) y en backs derechos (número 2). En center-halves, Peñarol ha tenido no menos de seis grandes figuras a las que Nacional no puede oponer las propias: Juan Harley, Juan Delgado, Lorenzo Fernández, Álvaro Gestido, Obdulio Varela y Néstor Goncálvez no encuentran émulos de calidad similar en Nacional. Pero hay otros tantos backs derechos de Nacional de difícil equiparación en Peñarol: José Nazzasi, Raúl Pini, José Santamaría, Atilio Ancheta, y hasta Horacio Troche o Jorge Manicera sólo encuentran semejantes en William Martínez o quizá en José Benincasa (excluimos de la lista a los zagueros extranjeros).
Peñarol no debería renunciar a esa hegemonía de center-halves ni Nacional a la suya de backs derechos: son parte de su especificidad histórica, la han transferido a los equipos celestes, y ninguno de los dos debe abdicar de su historia y de su idiosincrasia mediante la eliminación de esos números de las camisetas de sus equipos representativos como modo de honrarlos ante su fallecimiento. Lo que sí deben hacer es hablar seriamente con los botijas que tengan la chance de calzarse esos números sobre la herencia que deben honrar y agradecer.
Los 5 de Peñarol, celestes y el Tito
Los seis center-halves antes nombrados fueron fundamentales: uno, para generar el padrón de juego de los equipos de Peñarol en sus diversas épocas; dos, para transmitirlo en buena medida a las selecciones nacionales en las que también jugaron; tres, para ir conformando la figura del caudillo, líder y jefe de grupos humanos. Describámoslos sucintamente; cada uno de ellos aportó al estereotipo final del caudillo, quizá encarnado en su complejidad recién en Néstor Goncálvez.
Juan Harley. Escocés con pasaje futbolístico por Argentina, fue una figura fundamental para Peñarol y para el fútbol celeste, aun en equipos sin jugadores de Peñarol como los olímpicos de 1924. ¿Por qué? Porque Juan Harley le aportó al fútbol uruguayo el estilo escocés, tan diferente del inglés que se había impuesto en nuestros inicios en el fútbol debido a la nacionalidad de sus impulsores. El británico era un fútbol de áspera disputa defensiva del balón, rápida transición al ataque, pases largos de mucha verticalidad ofensiva y fuerte énfasis en el juego aéreo. Y así fue el fútbol uruguayo inicial, que, sin embargo, comenzó a producir jugadores criollos, de menor porte y con mayor énfasis en la habilidad técnica, sobre todo después del fulgor de Juan Pena. Pero sólo cuando Juan Harley, de físico nada exuberante, empezó a quitar la pelota por timing más que por fuerza, a administrar con pases cortos que aseguraban el control de la pelota y el avance en conjunto, trocando pases, recién entonces empezó a verse que era posible y también eficaz un fútbol más colectivo, más elaborado, con mayor dosis de habilidad que de velocidad y fuerza.
El comienzo de la década de 1910 atestigua el comienzo de las delanteras en abanico, con el 9 atrasado, en trabajo conjunto con el 5, los volantes (entrealas, 8 y 10) más adelante y los punteros más aún. El legendario equipo celeste de 1912, invicto en cinco partidos con Argentina, con Juan Harley como 5 y José Piendibene como 9 de atrás y en abanico, revolucionó ‘escocesamente’ la hegemonía británica en el Río de la Plata. Y mantuvo muchos de esos 5, esos 9 y esas delanteras en abanico hasta 1923, con la mayor racha de triunfos sudamericanos para Uruguay de toda su historia.
Pero el cisma del fútbol uruguayo, que impidió a jugadores de Peñarol y de otros clubes concurrir a los Juegos Olímpicos de Colombes en 1924, impondría una nueva revolución, no sólo en el fútbol uruguayo sino también en el mundial, con la fusión y síntesis de las escuelas británica y escocesa en esa celeste campeona. La ausencia, desde 1923, de 9 escuela escocesa, en abanico, que jugaban más que nada en Peñarol y en los otros clubes cismáticos que no irían a Colombes, provocó que un 9 muy joven, tipo británico, muy veloz y terrible shoteador, del Charley, Pedro Petrone, postergara finalmente a un 9 clásico como José Etchegoyen, que hasta pidió que pusieran a Petrone. Se defendía colectivamente, a la escocesa, con 5 más de tipo escocés (Alfredo Zibechi) o británico (José Vidal), pero al 9 británico ya no se le jugaba verticalmente para el choque aéreo o terrestre; se preparaba el juego con pases cortos con el 8 y el 10, que creaban el 2-1 sobre los laterales para los punteros (juego de ala); el 9 británico recibía con una preparación de las jugadas que sólo los escoceses hacían; los celestes marcaban como los escoceses o los británicos, armaban juego como los escoceses y cambiaban el ritmo para los punteros o el 9: perfecta síntesis de escoceses y británicos, nunca ensayada en el mundo hasta allí; enseñada por Harley, interpretada genialmente por el fútbol de 1910 a 1923, produce una síntesis en Colombes, con la batuta de los versátiles Héctor Scarone y José Pedro Cea, los máximos responsables de ese armado escocés, con juego de ala y preparación para la potencia del 9 tipo británico.
Juan Delgado. Si el legado de Juan Harley como 5 fue la colectividad de la defensa, el énfasis en la técnica y el timing para quitar y armar ataques en sustitución de la fuerza y la velocidad, esta nueva modalidad se adaptaba bien al fútbol criollo que se estaba desarrollando por carriles diversos a los físicos predominantes en un fútbol británico con el lastre del rugby. El fútbol escocés se adaptaba mejor al talante deportivo criollo, pero el medio seguía dando también jugadores de tipo inglés. La síntesis desde 1923, con Petrone como estrella, gloriosa en Colombes, es el secreto más íntimo de la supremacía uruguaya en el fútbol. Pero el fútbol criollo también produciría caudillos de tipo criollo, diversos del docente ejemplar que fue Harley.
Delgado era un negro tamborilero y escobero, chistoso y ocurrente, pero de gran porte y atlético, con técnica ambidiestra, chamuyero en la cancha, simpático y convincente. Otro estilo de liderazgo en la cancha que Harley, que aportará otros ingredientes a los docentes y ejemplares de este. El genial ‘loco’ Romano decía que nadie lo había marcado como él porque lo desarmaba a chistes cuando tenía la pelota. Aparece el condimento de la unanimidad grupal en el aprecio de un jugador territorialmente central para el equipo, con dones como para saber cómo tratar a cada uno del grupo, como lo serán en el futuro casi todos los caudillos carboneros y celestes.
Lorenzo Fernández. Era un 5 británico, generador de gran respeto en propios y ajenos por su vehemencia y carácter, amén de sus cualidades de jugador completo, que podía golear como 9 si era necesario. En el famoso sudamericano de Santa Beatriz, en Perú en 1935, ya veterano y exhausto en la final, fue apalabrado por José Nasazzi: “Pero, Gallego, qué van a decir en el barrio si saben que aflojaste”. Y Lorenzo sacó fuerzas de flaqueza e hizo de tripas corazón para campeonar una vez más. Lorenzo aportó lo más físico y contagioso anímicamente en la mezcla de cualidades que los 5 de Peñarol aportaron a los 5 uruguayos y a la imagen internacional del fútbol celeste y de sus 5.
Álvaro Gestido. Hermano del expresidente uruguayo Óscar Gestido, tenía una potencia física y atlética que lo llevaba a ser un candidato a 5; pero no tenía liderazgo sino una gran subordinación al colectivo y a la orden superior derivados de su carrera militar. Por eso lo mencionamos como un gran 5, aunque en realidad fue campeón olímpico y mundial como 6 y sobrándose, a la sombra de Lorenzo Fernández en Peñarol y Uruguay. Su mención entre los cinco líderes y caudillos se debió a la necesidad de mostrar lo que fueron los 5 de Peñarol; incluso me tienta mencionar aquella línea media de Peñarol de principios de los 30, formada por tres center-halves en la formación táctica 1-2-3-5 (Silva, Fernández, Gestido), sin laterales especializados pero con center-halves adaptados, con gran resultado.
Obdulio Varela. Aportó una gran elegancia técnica, un gran don de mando, una finísima intuición sobre cómo tratar y jugar con propios, rivales y jueces, hasta mostrando gran personalidad para tratar con dirigentes. Hay abundancia de anécdotas coincidentes en todas sus grandes cualidades, que también aportaron al cada vez más rico estereotipo del capitán, líder y caudillo, tanto peñarolense como celeste, estereotipo que recogerá Néstor Goncálvez muy poco después del retiro de Obdulio.
Néstor Goncálvez. Salteño, llegó a Peñarol con nombre falso, muchas recomendaciones y un grand physique du rôle, una estampa recia y elegante, alto pero de centro de gravedad bajo, piernas relativamente cortas, de respuesta psicomotriz no tan lenta como haría esperar su talla. No tenía la cultura táctica de Harley, ni la alegría y humor consensuales y unificadores de Delgado, ni la extrema reciedumbre y talante fiero de Fernández (o el incansable trajín atlético de Gestido), ni la inmejorable comprensión de la psiquis de compañeros, rivales, árbitros y dirigentes, sumados a gran toque y shot, de Varela. Pero tenía mucho de todo eso, aunque sin el grado sumo en que lo poseían ellos. Fue el compendio de todos los atributos de un caudillo sin tener en grado sumo ninguno de ellos. No tenía zurda ni perfil zurdo, lo que hacía previsibles sus entregas hacia su derecha (por eso los laterales ofensivos como Pablo Forlán en Peñarol o Luis Ubiña en Uruguay tuvieron tanta luz). No poseía cabezazo ofensivo aunque sí el defensivo que su altura suponía. Tampoco tenía tiro de media distancia, o arriesgaba atacando.
Tenía, sí, y en grado sumo, quite mano a mano y fuerte choque físico (con chamuyo incluido). Pese a su prestancia física de 5 típico, no era de perfil alto en la cancha ni con los árbitros, aunque hablaba con ellos y mucho con los jugadores. Pero lucía una natural autoridad y mando desde su alta elegancia y su fina reciedumbre. Quizá lo haya ayudado en su veloz imposición el vacío que dejó Obdulio Varela con su retiro en 1955, que todos ansiaban llenar. Tanto que en 1957 ya debutó con la celeste, sin haberlo hecho aún en Peñarol, por asuntos reglamentarios de su pase de la Organización del Fútbol del Interior a la Asociación Uruguaya de Fútbol.
Personalmente, tengo un recuerdo suyo y de su uruguayidad que data del Mundial de 1962 en la serie de Arica, Chile, adonde acudí como premio por final de liceo. Yo soy muy poco patriótico y me enferman los himnos, con su marcialidad hostil, egoísta y obsoleta (como el nuestro, tanto mejor en aquella versión murguera). De modo que el himno nunca me emociona, por expresar tanta negatividad anticuada. Pero comparando las salidas a la cancha de Uruguay y de los demás equipos, tengo que reconocer que la salida de Uruguay, comandada por el Tito, era majestuosa y diferente. Ni caminando ni corriendo atléticamente como los otros: Uruguay, con el Tito al frente, era elegante, parsimonioso, orgulloso de su camiseta y del pasado que estaba reviviendo, transmisor de mucha justificada autoestima que se exhibía tranquilamente, sin demasiada ostentación pero con mucha carga psíquica para quien se quisiera fijar; y distinta, única, como expresando esa singularidad privilegiada, altanero. No importa que Uruguay haya sido eliminado en el grupo, perdiendo con la URSS y con Yugoslavia, ni que Dragoslav Sekularac (de un país con otro ‘Tito’, por cierto) le haya hecho dos caños en el medio de la cancha.
Desde esas salidas uruguayas a la cancha entendí lo que era el orgullo nacional, a sus intérpretes como el Tito, a los caudillos, lo que ellos representaban y lo que les hacían sentir a los suyos, a los por él capitaneados. Le tomé un indeleble y admirativo respeto a ese tipo de seres humanos a quienes subestimaba intelectualmente; revaloré lo que Juan Pivel Devoto sostenía en el living de casa: los intelectuales deben servir a los caudillos psicosociales, aunque sean canarios ruralotes sin instrucción formal; ellos pueden representar más y liderar más eficazmente, como el Tito o algún otro de los caudillos, en su mayoría de Peñarol antes que de la celeste. Salvo el Tito, que fue antes celeste que mirasol.