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Noticia destacada | Argentina | sindicatos |

La novedad: el proyecto Lavagna

Argentina rumbo a las elecciones más tensas desde 1973

Argentina vivió su annus horribilis en 2018, y una crisis de confianza acaso irreversible en la gestión del presidente Mauricio Macri y su equipo. Tanto el macrismo como el peronismo (en sus múltiples variantes) aspiran a que el gobierno finalice su mandato en orden, porque ambos bloques pretenden ganar las elecciones de octubre de 2019.

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Mientras, la economía continúa su declive hacia nuevos estallidos, y la situación social se agudiza por los aumentos de precios y tarifas, arrecia el juego de precandidaturas y apareció con mucha fuerza el llamado «proyecto Lavagna», que busca unificar peronistas, radicales y sectores de izquierda, confiando en restaurar la economía y «sellar la paz» sobre la grieta argentina.

El 11 de marzo de 1973 se realizaron en Argentina, con proscripción de partidos y líderes como Juan Domingo Perón, y miles de presos políticos, las elecciones que debían poner fin al ciclo de dictaduras abierto en 1966 por el golpe de Juan Carlos Onganía. Triunfó la fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima con el 49,56% de los sufragios, y los otros candidatos, Ricardo Balbín (21,29%) y Francisco Manrique (14,90%) lo reconocieron como nuevo presidente. Sin embargo, Cámpora se apoyaba en la «izquierda peronista» y en julio debió renunciar para dar lugar a nuevas elecciones en las que Perón triunfó con el 61,85% de los votos. Pero la tragedia estaba lejos de finalizar y faltaba su etapa más terrible, que fue la dictadura de 1976-1983, a la que seguirían el período alfonsinista, el menemista, el breve interregno delarruista, la explosión 2001-2002, el kirchnerismo y el macrismo.

La inestabilidad institucional y política argentina no es, pues, una situación fácil de resolver, sino que es considerada casi un problema endémico.

Luego de 12 años de kirchnerismo, el ingeniero Mauricio Macri gobierna desde diciembre de 2015 con un sesgo marcadamente oligárquico y una increíble torpeza (que exaspera por momentos hasta a sus más fervientes partidarios y voceros), a causa de la cual debió realizar dos acuerdos stand-by con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, además de llevar el endeudamiento a una cifra astronómica, no resuelve los problemas de fondo de la economía, sino que por el contrario le impuso un durísimo programa de ajuste fiscal que sólo aumenta la recesión, el desempleo, la miseria y la violencia.

Los resultados están a la vista.

Como consecuencia de las sucesivas crisis de confianza manifestadas en «corridas cambiarias» (provocadas por la voracidad oligárquica que eliminó las retenciones provocando un inmenso agujero fiscal, la sequía, y la asombrosa incapacidad del equipo de gobierno, comenzando por el jefe de gabinete de ministros, el todopoderoso Marcos Peña), el Producto Bruto Interno (PIB) medido en dólares cayó casi un 50% (debe señalarse que la devaluación fue de 114%); la inflación alcanzó un mentiroso 47,6% (la más alta en 27 años), la balanza comercial tuvo un déficit de US$ 3.820 millones; el riesgo país se ubica en 680 puntos (lo que significa que si pudiera obtener préstamos en el mercado de capitales, Argentina debería pagar 6,8% por encima de la tasa de interés de Estados Unidos); el desempleo «oficial» supera el 10%; y la deuda pública nacional bruta superará este año el 80% del PIB, según el informe Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, aunque ya alcanzó el 77,4% del PIB en el segundo trimestre de 2018, según la misma fuente.

El índice de pobreza alcanzó el 33,6% en diciembre de 2018, o sea que la población padece como en el rodrigazo de 1975, la crisis de 1981, el golpe contra Alfonsín en 1989, y las crisis de 2001.

No hay esperanzas: en su informe Actualización de Perspectivas de la Economía Mundial, presentado en el Foro de Davos el 22 de enero pasado, el FMI señaló que el PIB de Argentina cayó 1,9% en 2018 y caerá 2,6% en 2019.

Como en los tiempos finales del gobierno de María Estela «Isabel» Martínez, viuda del general Perón, que gobernó entre 1974 y el golpe de Estado de 1976, hay «consenso de terminación»: la admisión explícita o tácita, por parte de macristas y antimacristas, es decir, de toda la población argentina, de que el actual gobierno es incapaz de resolver la crisis económica y que todo irá peor si no hay un cambio relevante.

Por eso las miradas ya están puestas en las elecciones de octubre de 2019.

 

Las perspectivas para octubre

La opinión pública argentina parece dividida, prima facie, en dos grandes bloques: Cambiemos, que tendría como candidato natural al ingeniero Mauricio Macri (60 años), pero donde se considera con fuerza la candidatura de la politóloga María Eugenia Vidal (45 años, actual gobernadora de la Provincia de Buenos Aires), dado el tremendo desgaste sufrido por el presidente; y una miscelánea del campo opositor que integran la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner (65, abogada), y los peronistas anti-K Sergio Massa (46 años, abogado, titular del Frente Renovador); el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey (49 años, abogado); el senador por la provincia de Río Negro Miguel Ángel Pichetto (68 años, abogado, jefe del interbloque Alianza Federal junto con los dos precandidatos antes mencionados), donde ha irrumpido la figura del exministro de Economía Roberto Lavagna, economista que en marzo cumplirá 77 años.

Este último, que acapara actualmente los editoriales y análisis políticos, ya ha señalado su voluntad de ser candidato a presidente. Se define como un hombre proveniente de un hogar peronista de clase media baja, que gracias a sus estudios y a una beca pudo doctorarse en Lovaina.

Anunció que no desea competir en una interna en el bloque Alternativa Federal, sino generar un consenso (obviamente en torno a su figura) que permita agregar personalidades del peronismo ortodoxo (es amigo de los grandes dirigentes sindicales con los que tuvo buena comunicación siempre), del kirchnerismo, sumar el apoyo de la Unión Cívica Radical (UCR, ya cuenta con Raúl Alfonsín hijo), y de sectores de izquierda.

Ha declarado que: «Uno busca un gobierno de unidad nacional, no está buscando la unanimidad, pero sí una base de sustentación de ideas económicas, de valores. Una base muy amplia que implica a sectores del Partido Justicialista, de la UCR, de partidos como el Socialista y de otros más pequeños de las provincias; también de sectores del PRO, porque está claro que no todos piensan igual (…) Desde el punto de vista filosófico, siempre he defendido las ideas del Justicialismo, el de las dos primeras presidencias del general Juan Perón: un nacionalismo económico de base industrial, con gran apoyo del Estado, y una justa distribución del ingreso. Después, en la práctica, el justicialismo se ha movido desde la derecha hacia Carlos Menem, hasta la pseudoizquierda de los últimos años. Yo estoy pensando en algo mucho más amplio, no en términos de candidaturas, sino de generar consenso que van desde los dos partidos más grandes de la Argentina hacia las nuevas expresiones».

Obviamente Lavagna y sus seguidores (entre ellos el expresidente Duhalde) buscan una personalidad respetada que pueda significar una síntesis y sellar una solución para todos los sectores de la política argentina.

Si lo hace un gran economista, con experiencia en crisis graves, mucho mejor.

 

La gestión Lavagna en los gobiernos de Duhalde y Kirchner

El Dr. Roberto Lavagna fue ministro de Economía de Argentina entre 2003 (convocado por Eduardo Duhalde) y 2005, cuando renunció ante Néstor Kirchner por cuestionar lo que llamó la «cartelización de la obra pública». Fue, con sus medidas, el autor de un verdadero milagro económico, que se expresó (tras los desastrosos gobiernos de Menen y Rodríguez Sáa) en la ordenada salida del default y cuatro años consecutivos de crecimiento de más del 8,5% del PIB, superávit comercial, superávit fiscal del orden del 3,4% del PIB y reservas por US$ 30.000 millones, con una sostenida baja del desempleo y la pobreza. Lo logró conjugando disciplina fiscal, sostén de un tipo de cambio alto y una aceitada relación con Washington a través del pago puntual al FMI.

El PIB argentino cayó un 10,9% en 2002, para crecer al 8,8% en 2003, 9,0%  en 2004, y 9,2% en 2005. Tras la devaluación de principios de 2002, el PIB pasó de US$ 98.000 millones (2002), y US$ 127.000 millones en 2003, a US$ 144.000 millones en 2004 y US$ 174.000 millones en 2005. El saldo en cuenta corriente pasó de  –US$ 9,1 millones en 2002, a US$ 9.000 millones positivo en 2002, a US$ 7,4 miles de millones en 2003 (equivalente a más de medio PBI del Uruguay de entonces) y US$ 5,4 miles de millones en 2005. Esto debería servir de lección a los economistas neoclásicos o neoliberales que afirman que el tipo de cambio -que en Argentina fue sostenido explícitamente por el Banco Central- no tiene nada que ver con la competitividad y el desempeño de la economía. Durante la gestión de Lavagna, Argentina se sumó a los países que, como Estados Unidos, China y Alemania, aumentan su competitividad y sus exportaciones evitando la sobrevaluación de su moneda nacional, entre otras políticas activas de defensa de la producción nacional.

Lavagna es un gran amigo de Uruguay. Disertó en ADM en 2008, 2012 y 2014; solicitó al gobierno de los Kirchner que terminara el litigio de los puentes y, luego de pedir reiteradamente cordura en el tema de las plantas de celulosa, solicitó que su país propusiera a Uruguay para integrar el Consejo de Seguridad de la ONU.

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