Argentina tendrá elecciones presidenciales y legislativas en octubre de 2019 y eso hace que gobierno y oposición suavicen sus enfrentamientos, ya que ambos quieren llegar a los comicios y ganarlos. No habrá desafuero de CFK ni la CGT arrojará sus muchedumbres sobre la Casa Rosada. Mientras tanto, se aplica el terrible ajuste fiscal acordado con el FMI, la pobreza arrasa Argentina y la población padece, como en el Rodrigazo de 1975, la crisis de 1981, el golpe contra Alfonsín en 1989, y las crisis de 2001.
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La pregunta es si el sufrimiento social desbordará los cauces sindicales, pero eso lo dirán los hechos. Nadie debe alegrarse por la crisis argentina: si estalla pasará de ser nuestro cuarto cliente en bienes y primero en servicios a feroz competidor y desplomará nuestro tipo de cambio, disparando la inflación. Argentina podría decidir nuestro destino electoral. En ambos sentidos.
No hay nada como escuchar a los economistas argentinos de derecha, por ejemplo, el Dr. Juan Carlos de Pablo (1943, a quien el cronista sigue desde 1976 a la fecha, en tanto ferviente partidario de todos los gobiernos conservadores, de la dictadura a Cambiemos), para comprender la magnitud del desastre que, como un tsunami, anega la economía argentina, cuyas cifras asombran por lo malas. Como algunos periodistas anti-kirchneristas, estos economistas gritan sus recomendaciones a un impávido Mauricio Macri (que se fue de vacaciones en mitad de la erupción) y su impasible gabinete, sin que nadie del gobierno parezca prestarles atención.
Mientras la inminencia de la asunción de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil impulsa una emigración calificada y siembra incertidumbre en todos los agentes económicos (porque en realidad nadie sabe cabalmente cómo serán las medidas que pueda aplicar, habida cuenta de la fuerte presencia militar en su gabinete y en el esquema de poder real), Argentina padece lo peor del ajuste acordado con el FMI, que repasaremos someramente.
El 25 de setiembre (luego de la segunda arremetida cambiaria, que en realidad expresó la desconfianza de todos los agentes económicos en la gestión del presidente Mauricio Macri y su gabinete de aristócratas incompetentes, no de CEOs, como se creyó en un principio), el FMI acordó con el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne (había caído por el camino el titular del BCRA, Luis Caputo), un aumento del financiamiento por US$ 7.000 millones sobre un pedido de US$ 20.000 millones, razonablemente no concedido.
A esto se ha sumado un significativo «swap» de China Popular por US$ 8.700 millones, concedido por Xi Jinping en la trascendente reunión del G20 ocurrida recientemente en Buenos Aires, tema sobre el que volveremos.
Con ello los fondos obtenidos del Fondo Monetario Internacional (FMI) ascendieron a US$ 57.000 millones (casi un 10% del PIB de Argentina de entonces, equivalente a un stand by por US$ 6.000 millones para Uruguay), a cambio de un paquete de medidas anunciado por Guido Sandleris, nuevo presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA).
El mismo consistía en: aplicar una «terapia de choque» de emisión cero, o sea, que la base monetaria (la cantidad de dinero circulante) pasará de aumentar 2,2% mensual a “0” hasta junio de 2019 a fin de llegar al objetivo de tener un déficit fiscal “0” en 2020; trabajar con bandas cambiarias para mantener el dólar entre $A 35 y $ 44; y nuevas medidas de “esterilización”, como la emisión de Letras de Liquidez (Leliqs), a fin de retirar dinero de plaza para desestimular la compra de dólares, pagando una increíble tasa de 72%, que sólo pueden ser adquiridas por bancos.
Las medidas, sobre todo la primera (emisión “0”), además de una durísima política contractiva, que sólo aumentó la recesión y el desempleo, implican renunciar a un instrumento principal de política económica como es la política monetaria, implican necesariamente nuevos recortes de gastos y un aumento de la recesión. Cabe agregar que también supone la puesta en marcha de una virtual bomba de tiempo económica, ya que mientras que la cantidad de dinero se «congela», los sueldos, jubilaciones, alquileres, impuestos y otros compromisos continuarán aumentando según evolucionen los contratos ya pactados o a pactarse, y eso necesariamente generará un conflicto.
Macri reconoció en conferencia de prensa que la pobreza creció y el ministro Dujovne que Argentina vivirá una prolongada recesión. Así ocurrió.
Mientras llega fin de año
En medio de un clima de tragedia sin fisuras, al miércoles 26 de diciembre, el dólar cerró a $A 39,48, acumulando un 110% de incremento en 2018; la tasa del Banco Central de la República Argentina se ubica en 60% anual (absolutamente impagable, lo cual paraliza el crédito en la Argentina), la inflación llegará a más de 50%, en tanto que el riesgo país llegó a 780 puntos básicos (es decir, que si alguien decidiera prestarle a Argentina, debería sumar 7,8% a la tasa de referencia de Estados Unidos, hoy situada en la banda 2,25%-2,5%, aunque nadie presta al país hoy), el índice de pobreza superó el 33,6% de la población (unas 13 millones de personas) y el desempleo superó el 10% de la Población Económicamente Activa. El PIB medido en dólares cayó de US$ 600.000 millones a US$ 461.000, y similar caída tuvo el PIB per cápita.
Como informó Caras y Caretas, Argentina finaliza el año con una caída de ventas en los shoppings del orden de 20% y de 12% en los supermercados.
Las tarifas suben más de un 70% acumulado y se pagan en cuotas en la nación que supo ser el granero del mundo.
Las conclusiones no pueden ser más desoladoras: se aceptó un plan de ajuste durísimo, sin perspectivas de crecimiento, pero con la clara expectativa de evitar la cesación de pagos (o default) que permita llegar a las elecciones de 2019 al partido de gobierno con una “oferta de orden económico”, acaso la única esperanza que parece tener la población argentina hoy.
Sin embargo, el presupuesto recién aprobado determina que los salarios aumentarán 32% y las jubilaciones 35% en 2018, en tanto que los combustibles subieron tres veces en setiembre y los impuestos nacionales y municipales aguardan subas promediales de 35%. Todo eso mientras la cantidad disponible de dinero se mantiene constante.
Un cóctel explosivo
Lo más preocupante es que la terrible tensión a la que se verán sometidos los trabajadores, los jubilados y los pobres (cuyos ingresos, como siempre, constituyen la variable de ajuste del FMI en los países subdesarrollados) puede tener en Argentina -más allá de lo que pueda decidir el sindicalismo peronista- reacciones de gran violencia, como las que provocaron el Cordobazo en 1969, el Rodrigazo en 1975, y muchísimas otras manifestaciones que tumbaron gobiernos militares y civiles.
Uruguay y las demás democracias latinoamericanas, ya muy castigadas y que ahora reciben el presente griego de la asunción de Jair Bolsonaro, asisten a otro fracaso (o a la temible penuria) de lo que pudo ser para algunos o muchos una esperanza democrática, convertida en una pesadilla a plazo fijo.
Mientras la extrema derecha se afianza en el Viejo Continente, y los Trump y los Bolsonaro definen una nueva forma de gobierno supuestamente democrático pero esencialmente autoritario, nuestro país encara las elecciones de 2019 en un clima de creciente enfrentamiento y crispación.
Quienes, como el cronista, vivieron el prólogo y el nacimiento de la última dictadura, deben alertar a nuestros compatriotas acerca del peligro que se cierne sobre nosotros.