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Arte y cultura | Atardecer naranja | arte | naturaleza

Cuerpo y territorio

Florencia Itzaina en Atardecer naranja#2: "Con el arte somos uno con la naturaleza"

Artista plástica y muralista, pinta hablando desde la primera persona, y así su sensibilidad se volvió parte del paisaje en distintos territorios.

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En el episodio #2 de Atardecer naranja conversamos con Florencia Itzaina. Su obra es íntima y colectivo al mismo tiempo. Trabaja a partir del contacto con historias de mujeres reales y en el momento de pintar murales algo de la práctica se vuelve comunitaria. Desde 2017 también empezó a experimentar en formatos de papel, lienzo y collages, desarrollando una forma de intimidad nueva, relacionado con su experiencia como mujer y el rol de la mujer en el arte. Su primera muestra individual, en 2019, se llamó “Nosotras mismas”.

Después de viajar y moverse mucho, necesitó cierta quietud, se quedó más en Uruguay y fue madre. Dice que en este momento lo político aparece en su obra con otra sutileza. Que la mujer y el territorio siguen, pero que ahora está explorando más específicamente alrededor de la idea de que somos uno con la naturaleza. Hoy además de pintar, dirige y da clases en El impulso, un taller en Ciudad Vieja, que también funciona como espacio de encuentro.

Compartimos en esta nota algunos extractos de la entrevista e invitamos a todos los lectores a ver la conversación completa en el canal de Caras y Caretas TV. Todos los jueves a las 19, nuevas conversaciones con artistas y personas vinculadas a la cultura.

Embed - Atardecer Naranja. Florencia Itzaina

Pintás en lo alto, ¿cómo sentís el cuerpo pintando en la altura?, ¿cómo es ese vértigo?

Se sienten distintas cosas. Es otra interacción con el entorno y tenés puntos de vista que no solemos tener desde abajo. Ves otras perspectivas de todo el entorno. No me da vértigo. A veces me pueden dar ciertos miedos escaleras o andamios que no están bien armados, el tema de de la seguridad, que las gruás o los andamios que están puestos sean seguros. También te aislás un poco del entorno y es hermoso. Es como que ves otras cosas. Ves jardines. Te sentís pequeño también. Hay otra interacción con el espacio y es divertido.

Pintar murales es volverte parte del paisaje de las ciudades. ¿Cómo son tus procesos creativos con los muros? ¿Cómo sentís cuando ves tu obra en Montevideo?

Creo que va dependiendo de cada etapa. Hace 15 años que estoy en el formato mural y entonces los procesos creativos han ido variando a medida que una también va cambiando. Al principio la parte más amateur, experimental, estaba buena. Era más libre, no pensando si iba a gustar o si era como muy experimental. Pero, bueno, eso también se veía en el resultado. Ahora con mi obra personal estoy queriendo andar por otros tipos de procesos creativos, como volver al juego y a la experimentación. Porque también siento que ese aspecto de lo técnico se me hizo como un poco rígido y ando precisando volver a cosas más orgánicas en el proceso creativo. Siento que son como distintos capítulos. En el barrio que vivo y he vivido muchos años, que es en Ciudad Vieja, veo muchos muros pintados por mí, y les tengo cariño. Nunca volvería a hacer lo que hice, pero me gusta verlos y ver cómo fue pasando el tiempo. Ahora también estoy valorando mucho esos inicios más sueltos o sin pretensiones, siento que volver a eso también es un desafío. Me encanta cruzarme con esos muros porque me trae recuerdos de cómo fue hecho. Eso es lo más interesante.

Lo que pasa alrededor del muro no pasaría nunca si estás adentro de un estudio. Y lo dejas a la deriva, a que lo destiña el sol, pasan cosas, se intervienen. Está vivo.

El agua, el cuerpo y el vínculo entre mujeres de distintas generaciones y territorios son elementos muy presentes en tu obra. ¿Por qué te interesa esa exploración?, ¿te parece que las voluntades poéticas y políticas siempre van juntas?

Se fue dando de manera natural representar mujeres. Y a medida que fui cobrando otras conciencias sobre el ser mujer, el ser mujer artista, se volvió un poco más político porque por medio de esto también puedo dar los mensajes que quiero. Hablar de la igualdad, de los distintos cuerpos de las mujeres, de que la mujer en el arte no es musa, es artista, ocupa ese espacio. Eso es lo que me interesa del mural también, estar con una escalera, con un andamio o una grúa y estar pintando algo gigante. Las mujeres también ocupamos esos espacios. Ahora, por suerte hay un montón, pero hace 15 años era como un poco más novedoso. Había sorpresa de que esté pintando un mural una mujer sola. Y hablando con otras mujeres muralistas decíamos quera una forma de decir “sí, estamos acá”.

Ahora me estoy yendo para una rama más poética. Por eso aparece el tema del agua. Como el ser uno con la naturaleza de alguna forma. No es que el feminismo no esté, sino que siento que vienen otras cosas también, como otras capas, en donde la humanidad y la naturaleza se entrelazan y no hay tanta etiqueta.

Sigue estando lo político, pero con otro lugar de sutileza, que también tiene que ver con los distintos periodos históricos y sociales que vamos pasando.

Celia Paul en “Autorretrato” dice que la pintura es la disciplina individual por excelencia. En tu trabajo hay un gran testimonio de tu intimidad, pero también encontraste una manera de volverlo una práctica comunitaria en el momento de pintar los murales. ¿Cómo pensás el vínculo entre la ética y la estética desde esta tensión de entre lo individual y lo colectivo que tiene la pintura?

A mí me encanta la posibilidad colectiva que da el mural por el proceso previo, sobre todo por el camino que hicimos con Camilo de Colectivo Licuado, de meterle a la investigación. Le sacábamos las fotos a personas reales, dependiendo del mensaje o lo que queríamos hacer, contactábamos con distintas mujeres según si era algo relacionado a la memoria o a un lugar o una lucha específica. Ese proceso es muy interesante y muy político. Ahora justo estoy en un momento más de la necesidad de soledad o de estar en silencio, para concentrarme y también para probar otras cosas. El mural igual es como el amor, es un amor para toda la vida, da mucho ver tu trabajo en el espacio público, que la gente interactúe. Algunos también son trabajos, los muralistas vivimos de esto, entonces se mezclan muchas cosas. También es un trabajo remunerado y está bueno cuando son encargos que eso sea valorado.

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Stella Paul en ‘Arte y alquimia’ dice que “hacer los colores es alquímico”, que “convertir materias en colores en una obsesión”, ¿qué es el color para vos como artista?, ¿cómo opera el color en tus procesos creativos?

El color me acercó a un lado que siento que es súper alquimista, me parece fascinante la teoría del color, que con pocos colores podés llegar a desarrollar todos los colores. Como que te da una varita mágica de creación. Tengo tremendo cuelgue con el color y me parece que está buenísimo transmitirlo en el espacio de taller, el goce por hacer el color y empezar a descomponerlos. Es rarísimo lo que pasa, es como magia. Y en la pintura el color es de lo más importante porque se pueden transmitir muchas cosas por medio del color, puede despertar muchas emociones o darte sensaciones, más allá de la forma. Lo otro es que la gente te puede reconocer por las paletas de colores. Voy pensando en retrospectiva y he pasado por muchas paletas, y como que puedo identificar los distintos momentos. Ahora estoy como en una era grisácea, pero dentro de esos colores bien bajos. Antes era más saturado. La paleta de colores te identifica y arma lenguaje, y a la vez puede ir cambiando.

Hay algo muy bello en tu obra que es la presencia tangible de la noción de territorio. Tu pintura siempre construye un territorio específico y la manera en la que pintás la piel de las mujeres también podría ser un mapa, también da cuenta del territorio del cuerpo. ¿Cómo pensás el vínculo entre el cuerpo y el territorio en tu obra?

En los últimos años estuve trabajando con Ana Gotta, que es mi mentora y curadora, y está buenísimo porque es como que vamos creciendo juntas y acompañándonos. Y es muy genia, me ha abierto muchas otras perspectivas, en esto de ir trabajando la sutileza, de indagar el territorio y también con la idea de mensaje global.

Lo que estoy tratando de decir o de explorar es que somos uno con la naturaleza. Lo vimos en ciertos patrones que se repiten, con nuestras ramificaciones, las venas, las ramas, los ríos, las grietas de nuestra piel.

En esto de que si empezamos a poner zooms en determinadas partes de nuestro cuerpo no sabemos si es una duna de arena, una montaña o una tierra agrietada. Y ahí empezó un trabajo en el que tomaron más importancia las pieles, los distintos tonos de piel. Capaz que ahí estaba también ese mensaje político que venía trabajando, pero capaz que antes era más figurativo y obvio, que también estaba bien. Pero ahora está apareciendo de una manera más sutil. Post-maternidad apareció más el elemento agua y ahora estoy investigando eso pero de una forma más sutil. Las figuras humanas, las mujeres, están siempre, porque es lo que soy y hablo desde la primera persona, es lo que me sale por ahora y lo dejo ser, porque igual siempre son un alter ego de alguna manera. Son emociones que están ahí, a veces no soy yo, pero igual vienen desde un sentimiento profundo.

Abriste el espacio “El impulso”, que es tu taller y también un lugar para dar clases. Ciudad Vieja tiene muchos lugares de encuentro similares, autogestivos. ¿Cómo pensás tu lugar como artista en relación con el ambiente de las artes plásticas?

He pasado por muchos otros espacios también. Desde hace 10 años estoy en Casa Wang, que es como sede de muralistas, amigues increíbles, colegas muy muy zarpados, y después, el año pasado, pasé por La Hoguera, con Nati de León, un espacio nuevo muy increíble, también en Ciudad Vieja, en donde estuvimos dando clases y estuvo hermoso. Y luego de esto sentí la necesidad de tener mi propio espacio para dar clases y también un espacio de taller más grande que el que tenía. Así sale la idea de “El impulso”, de la necesidad de un cuarto propio, para poder centrar el lugar donde dar clases y de pintar, por temas de tiempo y de logística. En diciembre del año pasado alquilamos este espacio, y lo armamos con Lea, el Reina, que me estuvo súper acompañando en todo y él da clases también ahí. Me armé el espacio de taller que tanto precisaba y hay ciertos días, ciertas horas, en las que estoy en soledad y me puedo concentrar en mi obra, que es algo que nunca me había propuesto de esta manera.

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