El mes pasado, durante 3 sábados, la avenida 18 de Julio se volvió peatonal de 13 a 18 horas. La gente caminó relajadamente al sol, abandonando tensos encierros y cuarentenas, sin mayor cuidado por las distancias sociales ni por el uso de mascarillas. Fue una iniciativa de unos comerciantes ante la Intendencia de Montevideo, porque veían sus ingresos menguar sádicamente, no tanto a causa del virus, sino más bien de las exageradas y contraproducentes medidas tomadas contra él.
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Pero fue suspendido el emprendimiento ante el tan hipocondríaco como voraz clamor de médicos especializados. Pero fueron reimplantadas un mes después porque no pasó nada de lo tan temido por los aterrorizados profetas.
Este mes se disputa una de las dos carreras ciclistas por etapas más importantes del mundo, el Tour de France, que junta a los mejores 150 ciclistas, con sus acompañantes, dirigentes y periodistas, en un grupo de unas 1.000 personas que, durante dos semanas, recorre Francia, pernoctando en unas 15 ciudades y entrando, para embalajes secundarios, en unos 70 poblados más. En cada una de las ciudades de llegada de las etapas y en cada uno de los poblados, la gente se aglomera, abandonando cuarentenas, encierros, distancias y quizás mascarillas; y se entusiasma, como hace décadas, ante las fugaces visitas de la caravana deportiva, que cambian anualmente sus puntos de detención, de modo que a cada ocasión la pintan calva.
Como con la peatonal recién mencionada, cuarentenas, encierros, distancias y mascarillas son transgredidos. Lo que se agrega ahora es una extraordinaria transmisión del evento, incluidas tomas aéreas de toda Francia, con explicaciones de cada lugar y monumento. Los truculentos médicos, afortunadamente, no han podido con ella, quizás por tradición, por intereses económicos superiores o por hábito cultural turístico.
Como en el caso de los paseos vespertinos de los sábados en la peatonal, se suponía que habría una mortandad medieval; pero, hasta ahora, no ha pasado nada de lo tan vociferadamente temido por los augures empoderados; ni en Montevideo, como consecuencia de la transgresión peatonal, ni en ningún lugar de una Francia multitransgredida sanitariamente -fugazmente en 70 lugares, por 12 horas en 15 ciudades de pernocte-, en cerca de 100 poblaciones y por una caravana permanentemente transgresora de un millar de personas.
¿Dónde se metió la covid-19 tan temida por los ‘especialistas’? Porque ha quedado obscenamente claro que no hubo (falta dejar pasar días desde el fin del Tour para confirmarlo) ningún brote; ni en Montevideo ni en ninguna de las 70 ciudades tocadas, en las 15 en que durmió una caravana transgresora de mil personas por toda Francia; entre paréntesis, uno de los países con mayor tasa de mortalidad por la pandemia.
Que expliquen entonces los especialistas (infectólogos, virólogos, epidemiólogos, etc.) por qué no hubo brotes donde y cuando se violaron todas las advertencias y protocolos. Yo no tengo ninguna de esas especialidades médicas; pero sí soy un especialista internacional, con estudios, experiencia, cursos y artículos por más de 35 años, en generación social de miedos y pánicos, y en construcción social de desmesura. Por eso, desde hace ya seis meses, a través de estas columnas en Caras y Caretas, he venido enfrentando a los especialistas sanitarios con mi especialización social. Los que han leído el enfrentamiento implícito podrán ver quién tuvo más razón; y los que no nos leyeron pueden hacerlo aún desde la página web de la revista y desde YouTube. O leer declaracioncorona.uy, o entrar en Facebook en https://www.facebook.com/groups/743040006268429/, donde me acompañan otros especialistas coincidentes.
Peatonal 18 de Julio, Montevideo, Uruguay
Para no acusar injustamente a un grupo seguramente plural, creemos recordar que la voz televisiva angustiada frente a esos peatones transgresores de una nueva normalidad tan lucrativa para sus voceros, era la de Dr. Julio Facal. Instalada la alarma, las soleadas tardes peatonales fueron suspendidas, aunque, ante la ausencia total de los brotes medievales supuestamente inevitables, fueron reimplantadas, ahora con cartelería sanitaria recordatoria de las medidas higiénicas que impedirían brotes que, valga recordar, no se produjeron cuando esas mismas medidas se transgredieron.
Uno realmente piensa que la alarma médica no era tanto por miedo al brote viral que sobrevendría a las medidas transgredidas, sino, más bien, a un miedo mucho más asustador para los promotores del miedo y pánico pandémicos: el terror a que se transgredieran las medidas sanitarias y no hubiera brotes virales, que no pasara nada de lo temido; gran peligro para la legitimidad y confianza de los usufructuarios de la pandemia en dinero, poder y estatus.
Todos los usufructuarios y empoderados quedarían deslegitimados, ‘pegados’, si las medidas se abandonaban y los contagios eran los mismos se observaran o no las medidas; si se abandonaban y no pasaba nada, a la gente se le podría ocurrir que las medidas no servían para nada y que los especialistas no sabían tanto, ni que los políticos estaban tan bien asesorados -de hecho no es así, en realidad no sirven para mucho, pero no para nada-. Había, entonces, que suspenderlas, no tanto para evitar brotes virales, sino para evitar algo mucho más peligroso: que la gente dudara de los científicos, de los políticos y de la prensa que las había aconsejado e impuesto en el caso de que las transgresiones no fueran seguidas de brotes.
De hecho, no hubo ni brotes medievales previstos ni aumentos siquiera de los contagios en los lugares profanados o entre los sacrílegos. Esa misma prensa, que está tan atenta a cada infectado que aparece en las islas Fiji, no dijo nada del tan significativo hecho de que la multitransgresión peatonal no hubiera resultado en catástrofes como las temidas por los especialistas; siguieron publicitando, con el mismo febril entusiasmo, las medidas cuya transgresión no había ocasionado ningún surto epidémico; no les llamó para nada la atención que los especialistas le hubiesen errado tan glamorosamente -como pasó, además, con el enorme error que originó el pánico en el mundo- ni que el abandono de las medidas sanitarias no hubiese provocado brotes.
Cada uno ve lo que quiere ver e ignora los que le conviene ignorar; y eso que dicen que se atienen solo a los hechos reales y que solo nos cuentan la pura verdad. Ignoremos esos detalles, entonces, y sigamos asustando, que el susto es lucrativo: la gente sale menos, usa más pantallas fijas y móviles, ve más publicidad, ganamos más y mejor.
El hecho también me recordó alguna cavilación anterior: ¿por qué los múltiples empresarios fundidos o perjudicados por las medidas adoptadas, por qué los múltiples desempleados, en seguro de paro o los que no consiguen empleo, no demandan al Estado por daños y perjuicios y lucro cesante, al menos? Porque hay una abundante biblioteca que afirma, con mucho fundamento, que esas medidas no solo no son buenas, que pueden ser hasta intrínsecamente malas -o por lo menos no probadamente buenas-, sino que hay mejores estrategias que las de terminar con la vida económica, familiar, educacional, comercial, turística, cultural, deportiva, para combatir una pandemia como la de covid-19, con tan pocos muertos, internados, enfermos y contagios como para justificar el fin de la vida social; algunos países, como Suecia, no terminaron con la epidemia tampoco, pero al menos no arruinaron a casi todos en el frustrado intento por hacerlo.
Vuelta de Francia
Durante 15 días, alrededor de 1.000 adultos, sin respetar las prohibiciones y consejos sanitarios, recorren buena parte de Francia, no solo portando el virus como figura medieval negra con la guadaña, sino provocando, en todas las villas y ciudades por las que pasa y donde pernocta, transgresiones varias en las mismas prohibiciones y protocolos.
Si prohibiciones, protocolos y consejos fueran científicamente confiables, tendríamos que esperar un aumento espectacular de contagios, internaciones y fallecidos en toda Francia; o, al menos en la caravana del millar que recorre el país y en los lugares en que el entusiasmo tradicional por la carrera que los visita y publicita secundariza la fidelidad a las medidas sanitarias.
Pues bien, aún no ha sucedido nada. Pero, si en 20 días no hubiera brotes de covid-19 en la caravana, ni en las ciudades de pernocte ni en las furtivamente tocadas para embalajes parciales, cualquiera en el planeta Tierra tendrá el derecho y la tentación de pensar que el miedo pánico no parece justificado, y que la ruina de la civilización tampoco; y, por lo tanto, que la ‘nueva normalidad’ puede no ser tan necesaria como un retorno a la vieja normalidad, tan injustificadamente abandonada.