Replicar noticias falsas es grave y le puede pasar a cualquiera. Por eso, si antes los periodistas teníamos aquel principio -muchas veces imposible de cumplir- de que una información se debía chequear por tres fuentes que no tuvieran relación entre sí, ahora se debe ser más cuidadoso aún. Las redes ayudan a que estemos informados, pero también a la desinformación. Si bien para todo periodista chequear la información debe ser un acto reflejo, con esta costumbre ética debería contagiarse el resto de la población. Hasta el hartazgo vemos presentados como nuevos, artículos que nuestras pupilas ya habían repasado. Lamentablemente, suelen ser aquellos que generan una reacción de rabia o impotencia, las que muestran y reafirman las injusticias de este mundo, las que al cabo del día terminan por convencernos que nada cambia para mejor. Toda esta parrafada viene a cuento por una entrevista que publica el semanario Opinar, el mismo que fundara Enrique Tarigo y que se vendiera en los quioscos, pero que ahora sólo tiene su versión online. La portada de la edición del jueves 12 de enero, está dedicada al tema cárceles. Nobleza obliga, llama la atención su título principal, teniendo en cuenta que el medio responde definidamente al Partido Colorado: “Cuando Bonomi no es el problema”, dice Opinar. Problema es el contenido que el semanario anuncia en la tapa: “En mayo de 2007 el diario O Globo de Brasil, publicó una ‘Entrevista a Marcola del PCC’. Y transcribe un artículo del brasileño Ozorio Fonseca, que no fue publicado en 2007, sino en 2006. Aunque el periodista no da detalles del encuentro con el famoso narcotraficante, una los imagina allí, cara a cara, en la sala de visitas de una prisión, quizá separados por un vidrio, miradas, gestos, silencios. Las preguntas no son brillantes, pero el resultado sí lo es. Las respuestas de Marcola poseen un conocimiento exquisito y cruel del ser humano. Este hombre es tan implacable como necesario para el sistema. Lo sabe y lo dice sin ambages. Dos ejemplos: En determinado momento afirma no temerle a la muerte: “Ustedes son los que tienen miedo a morir, yo no. Mejor dicho, aquí en la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme, pero yo puedo mandar matarlos a ustedes allí afuera. Nosotros somos hombres-bombas. En las villas miseria [favelas] hay cien mil hombres-bombas. Estamos en el centro de lo insoluble mismo. Ustedes en el bien y el mal y, en medio, la frontera de la muerte, la única frontera. Ya somos una nueva ’especie’, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes. La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común. ¿Ustedes intelectuales no hablan de lucha de clases, de ser marginal, ser héroe? Entonces ¡llegamos nosotros! ¡Ja, ja, ja!”. En otro pasaje, Marcola aconseja: “Les voy a dar una idea, aunque sea en contra de mí. ¡Agarren a ‘los barones del polvo’ (cocaína)! Hay diputados, senadores, hay generales, hay hasta expresidentes del Paraguay en el medio de la cocaína y de las armas. ¿Pero, quién va a hacer eso? ¿El ejército? ¿Con qué plata? No tienen dinero ni para comida de los reclutas. El país está quebrado, sustentando un estado muerto con intereses del 20 % al año, y Lula todavía aumenta los gastos públicos, empleando 40 mil sinvergüenzas. ¿El ejército irá a luchar contra el PCC? Estoy leyendo Clausewitz, ’Sobre la Guerra’. No hay perspectiva de éxito. Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en los rincones. Tenemos hasta misiles anti-tanque. Si embroman, van a salir unos Stinger. Para acabar con nosotros… solamente con una bomba atómica en las villas miseria. ¿Ya pensó en eso? ¿Ipanema radiactiva?”. El artículo de Fonseca se hizo famoso. Recorrió el mundo de la mano de cuanto medio quiso levantarlo, programas de radio y hasta de televisión, convocaron a expertos para analizarlo. Marcola no es cualquiera. No, señor. Mueve un ejército, tiene carisma, armas y dinero. Mucho dinero. No es un guerrillero; ni siquiera un exguerrillero para andar dando entrevistas. Poco debe importarle a Marcola que el mundo entienda su guerra, porque seguro debe tener clarísima su condición de delincuente. Pero resulta que va Ozorio Fonseca y el narcotraficante confiesa como un católico frente al Papa. Si hasta parece una película. Marcola esposado, la cadena de los grilletes que unen sus pantorrillas pegando contra el piso, retumbando en la sala lúgubre de la prisión. El pobre Fonseca, que ya se había sentado, duda si pararse para saludar al jefe de los jefes. Piensa en todos los pequeños Marcola que están afuera, esperando una llamada, una orden. Se acuerda de Ciudad de Dios y de Zé Pequenho. Mejor seguir donde está, haciendo los menores movimientos posibles. Prende el grabador y pregunta rápido, mientras mira de soslayo a los carceleros: “¿Usted es del PCC?”. Bien igual, Ozorio. Toda representación que se haga es válida porque la entrevista nunca existió. Ozorio Fonseca, es el pseudónimo del periodista Arnaldo Jabor, quien, al ver la repercusión que tuvo el reportaje, dijo: “Escribí una entrevista imaginaria con un traficante preso del PCC. El personaje de ficción critica al Brasil de hoy y denuncia los errores de la Policía y de la sociedad. Es un texto del cual me enorgullezco; a todo el mundo le gusta, pero no creen que fui yo el que lo hizo. Encuentran real la lucidez del bandido”. Eso fue en 2006. A pesar del desmentido, la falsa entrevista se sigue utilizando cada vez que alguien quiere sacar partido. Apenas estrenado el 2017, el semanario colorado Opinar la puso en tapa diciendo que Marcola “reveló una cultura que hoy ya está imperando en las cárceles uruguayas”. Al igual que los pozos en las carreteras de Jorge Gandini y el Tabaré Vázquez en la foto de Ana Lía Piñeyrúa, el Marcola de Opinar calza justito en la ficción nacional. Por algo será.
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