Por Germán Ávila
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
El ambiente para la elección, que luego de que el gobierno de facto de Jeanine Áñez intentara aplazar indefinidamente, tuvo lugar el pasado 18 de octubre, estaba muy tenso desde los días anteriores. Corrieron rumores sobre la posibilidad de una nueva intervención de las fuerzas militares y policiales para calmar posibles inconformismos de los votantes del Movimiento al Socialismo que pudieran no estar de acuerdo con un resultado que obligara a la realización del balotaje por primera vez en la historia electoral de Bolivia.
El panorama mostraba dos posibles desenlaces: que Arce lograse alcanzar más del 40% de los votos con una ventaja superior a 10 puntos sobre Mesa o que, al no lograrse dicho escenario, fuese necesaria la realización del balotaje, la suma de los votos de Carlos Mesa y los de Luis Fernando Camacho permitieran darle la pelea al MAS. Sin embargo, los sondeos a boca de urna el lunes en la tarde y los resultados oficiales que se empezaron a difundir desde el lunes mostraron que la victoria de Arce está asegurada con el 53% de los votos y más de 20 puntos arriba del segundo.
La realidad es que el resultado que obtuvo el MAS en Bolivia era la única manera que tenía ese país de transitar verdaderamente de vuelta hacia la democracia. El gobierno de facto demostró en los hechos que no tuvo, tiene o tendrá escrúpulos a la hora de aferrarse a la administración del Estado. Áñez hace ya casi un año firmó un decreto que permite a las fuerzas militares y policiales usar fuerza letal a criterio individual y sin ninguna consecuencia. De igual manera, con la excusa de la pandemia, trató de aplazar las elecciones tanto como le fue posible y buscó la manera de ilegalizar el MAS con el fin de no tener que enfrentarlos en las urnas.
El resultado del decreto de Áñez fue la realización de dos masacres completamente justificadas y blanqueadas por el Estado, en las que 22 personas fueron asesinadas y casi 200 resultaron heridas mientras la OEA guardó completo silencio. La persecución política y las maniobras de lawfare contra el MAS hicieron que Evo Morales, García Linera y decenas de dirigentes de ese partido se tuvieran que exiliar o refugiar en la Embajada de México a merced del acoso diario de las fuerzas de seguridad que amenazaron varias veces con entrar a la fuerza.
Después de todo ese despliegue, era claro que no iban a entregar la presidencia con facilidad. No solamente por el hecho de apartarse del poder que da la administración del Estado, sino porque seguramente muchos de los miembros del actual gobierno de facto van a tener que comparecer ante la justicia por los crímenes que cometieron durante la dictadura. Hubo allanamientos ilegales, linchamientos, asesinatos, atentados, se ampararon bandas paramilitares que cometieron asesinatos y lesionaron gravemente a varias personas, incluso a varias que no hacían parte de las protestas en contra del golpe. Durante este año se desató una xenofobia y un odio que dejó profundas heridas en la sociedad y que no va a desaparecer con el cambio de gobierno.
Esta realidad la tenía claro el sector golpista, por eso prepararon, ante los ojos de todos, una reedición del golpe de hace un año con la intención de mantenerse en el control del gobierno. El terreno se preparó con el componente fundamental de las fuerzas militares desplegadas en las calles desde las primeras horas del domingo. Aunque las votaciones se desarrollaron en una tensa calma, se podía percibir la hostilidad por parte del gobierno, pues algunos de los veedores internacionales fueron víctimas de retenciones y acoso por parte de las fuerzas del Estado.
Antes de iniciar los comicios, el Tribunal Supremo Electoral anunció la suspensión del Sistema de Difusión de Resultados Preliminares (Direpre), que, como en cualquier elección del mundo, va emitiendo comunicados con los consolidados parciales cada cierto tiempo. La razón de dicha suspensión fue, según el comunicado del Tribunal Electoral, “no generar incertidumbre”, lo que realmente terminó aumentándola. No hay que olvidar que fue una suspensión temporal en el Direpre lo que sirvió como excusa para que la oposición señalara la existencia de un posible fraude, situación que se convirtió en el germen del golpe de Estado.
Las fuerzas armadas en la calle y el sistema electoral contando los votos en secreto eran el escenario perfecto para intervenir en el resultado y consolidar un fraude que permitiera la realización de un balotaje, en el que la diferencia entre los dos candidatos sería mucho más estrecha, de tal forma que se podría manipular el resultado para favorecer a Mesa, o se podría declarar un estado de excepción y desconocer los resultados.
Para lo que seguramente no estaban preparados, era para que la diferencia entre el primero y el segundo fuera tan abultada. Si Arce no llegaba al 50% sino al 40% y había una diferencia de 10 u 11 puntos, sería un escenario en que seguramente se podría maniobrar para reducir esta diferencia a 8 o 9 puntos para obligar a balotaje.
Pero Arce no solo logró superar el 50% de los votos, sino que la diferencia con Mesa pasó de los 20 puntos; en otras palabras, no tenían manera de dibujar un posible escenario para el balotaje, tendrían que reducirle unos 4 puntos a Arce, además, tendrían que subirle más de 10 puntos a Mesa, y por más control que se pueda tener sobre el Tribunal Electoral, una manipulación de ese calibre no resiste una veeduría internacional medianamente creíble.
En este caso, para que el sector golpista pudiese mantenerse en el gobierno, debían realizar una serie de acciones desbordadas que seguramente no estuvieron dispuestos a hacer, como clausurar las elecciones o declararlas ilegales bajo cualquier pretexto. Por otro lado, el caudal electoral del MAS no deja de ser una señal de alarma para la derecha boliviana, pues en este caso como en pocos, no se trata de un caudal electoral pasivo, que vota y se retira; cualquiera que tenga algún nivel de cercanía con la realidad política boliviana sabe que el progresismo de ese país es de un fuerte nivel de organización y compromiso con la movilización, de tal manera que realizar alguna acción de ese tipo terminaría desencadenando una ola de violencia que seguramente sería muy difícil de controlar con un resultado completamente desconocido.
La transmisión de mando ha quedado para finales de noviembre; el parlamento quedó con mayoría del MAS y el rumbo constitucional poco a poco se va recuperando. Sin embargo, hay una situación que no se puede dejar de lado y es que los sectores que llevaron a cabo el golpe de Estado el año pasado tomaron una forma mucho más clara, salieron a la luz liderazgos diferenciados y se dejaron ver con más claridad los intereses que están tras esos liderazgos.
Uno de los líderes que surgieron fue Luis Fernando Camacho, quien, Biblia en mano, entró al palacio de gobierno una vez fue entregado por el gabinete de Evo Morales y realizó ceremonias religiosas mientras desmontó todas las whipalas que encontró a su paso, asociándolas a conceptos casi medievales como la brujería y el pecado.
Camacho se mantuvo como candidato hasta el final. No dejó su candidatura en pos de una derecha unida que recortara la distancia que claramente tenía Arce. Camacho decidió quedarse para lograr los votos suficientes para ser senador. Pero, más allá de su posición dentro del Estado, lo claro es que se ha convertido en un referente de la oposición boliviana, que se concentra en Santa Cruz, al punto que las movilizaciones en rechazo a los resultados electorales no se hicieron esperar y ya hay muestras de violencia en ese sector del país, mientras Camacho, al cierre de esta edición, no había reconocido el triunfo de Arce, como ya lo habían hecho Áñez y Mesa.
Más allá de tratarse de un signo de arrogancia burocrática, el no reconocimiento de Camacho hacia los resultados de las elecciones es un llamado a la violencia y la inestabilidad, pues los pronunciamientos que hace por Twitter son a desconocer los resultados, a protestar por los mismos y a “defender lo logrado en las calles”, situación que, en un momento de tanta inestabilidad, es muy riesgoso.
Lo cierto es que Arce fue electo con sobrados méritos electorales; la derecha que no desaprovecha oportunidad para tratar de no perder, habla de que Bolivia apoyó más a Arce ahora que a Evo hace un año, como una muestra de su ocaso político. Sin embargo, la realidad va mucho más allá que una referencia personal al expresidente. Bolivia votó el progresismo, rechazó el golpe y dejó el claro mensaje de que su proyecto nacional sigue en pie.