El malabarista Matías Galíndez Rodríguez se encontraba en el supermercado de una estación de servicio en Ji Paraná, estado de Rondonia, conversando con un amigo sobre si el malabarismo debía ser considerado arte o no. En determinado momento, interviene en la conversación otro comprador: un hombre (que algunos identifican como policía de civil) y discrepa duramente la posición de Galíndez. Luego, sin más, con una pistola calibre 380 (conocida como 9mm corta) descerraja diez tiros a quemarropa sobre el cuerpo del trabajador uruguayo, quien fue asistido por un destacamento de Bomberos próximo a la zona, pero falleció poco después de ingresar en un centro de salud. El asesino, de nombre Thiago Fernandes, huyó en un auto Corola gris, y es intensamente buscado por la Policía, que pidió ayuda a los medios de prensa para dar con su paradero. Este es el prófugo: Matías Galíndez, de 29 años, oriundo de Empalme Olmos, hacía 7 años que vivía en el país norteño. El primer medio de sustento lo encontró en las artesanías, pasando posteriormente a los malabares. Defendía su modo de ganarse la vida, haciendo lo que le gustaba como trabajador independiente y capacitándose para brindar un mejor espectáculo en los semáforos, intentando hacer más placentera la espera aburrida de la luz que habilita el paso de los automóviles. Su familia se encuentra en Ji Paraná a la espera de repatriar sus restos. Ha recibido la solidaridad de organizaciones que nuclean a artistas callejeros como la Convención de Circo Paraguay, que en un extenso comunicado, afirman: «A pesar de nuestra innegable presencia en las calles, en las plazas, en los parques de toda latinoamerica se nos siguen marginando, prohibiendo, reprimiendo. Hoy es triste decirlo pero defender la bandera del arte callejero te puede costa la vida. A Matías se lo llevó esa intolerancia encubierta de civilidad. Vivimos en un mundo absurdo en que Es mas dificil conseguir un permiso para ejercer el arte en la via publica que comprar un arma y de sentirse con la autoridad de disparar a cualquiera que piense y viva diferente. Somos conscientes que a Matías se lo llevo el odio: el odio a la libertad de poder elegir un modo de vida alternativo, autónomo, y anti sistema que nutre de sueños, de pasiones, de desafios. Asi es la vida de los artistas callejeros. Es una lucha constante. Es la paradoja entre saber lo que generamos, la sorpresa de un niño, la sonrisa de un anciano y ese odio que se engendra en la ignorancia de quienes nos tildan de vagos y desempleados por tener una idea diferente de lo que es el buen vivir».
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