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Economía en picada y sociedad en caos

Brasil entre la restauración o el abismo

Como previeron grandes economistas como Carlota Pérez, atravesamos tiempos autoritarios, definidos por la etapa actual del desarrollo capitalista y esa grieta, como dijo Gramsci, alumbra monstruos. Brasil, la mayor potencia regional, encara una elección de vértigo con empate técnico entre el candidato de Lula da Silva y un líder de ultraderecha.

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Henry Kissinger decía que “América del Sur se inclinará hacia donde vaya Brasil”. No es de sus frases más felices, pero también es cierto que el golpe del mariscal Humberto de Alencar Castelo Branco, en 1964,  inauguró de hecho la era de dictaduras que duraría hasta mediados de los 80; y que la elección de Luiz Inácio Lula da Silva, el 27 de octubre de 2002, puede situarse como el nacimiento de “la era progresista” en América Latina, hoy severamente cuestionada, y que ha sido sustituida en varios países por partidos de derecha.

Más inquietante resulta el brillante artículo ‘La hipótesis de Weimar’, de Enric González, publicado en El País de Madrid, que afirma que “cuando el diálogo resulta imposible, no queda otra opción que suprimir al adversario”, y nos remite a una serie de novelas ambientadas en el “Berlín de la República de Weimar, el régimen democrático que nació tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial y murió con el ascenso al poder de Adolf Hitler”. Como si refiriera a realidades muy cercanas (Argentina y Brasil, nuestros influyentes vecinos, y segundo y tercer clientes comerciales), señala que “lo que denominamos República de Weimar es difícilmente repetible. Catástrofe militar, golpismo comunista, hiperinflación seguida de deflación, terrorismo y caos social: una época espantosa que dio paso a algo aun más espantoso. Una de sus características esenciales, sin embargo, fue la incompatibilidad absoluta de las dos opciones políticas más dinámicas, aunque no mayoritarias. Algo no muy distinto a lo que vivió España en los mismos años. Cuando el diálogo resulta imposible, no queda otra opción que suprimir al adversario”.

Agrega con lógica implacable que “en Weimar, las fuerzas democráticas, en especial los socialdemócratas, se vieron aplastadas por la presión de las fuerzas antisistema: los nacionalistas (luego nazis) desde la derecha, los comunistas desde la izquierda. Cuando la situación se hizo insostenible, los socialdemócratas buscaron el apoyo de los nacionalistas para mantener el orden. Y, por supuesto, fueron engullidos”.

El articulista dice que la historia nunca se repite (dictamen en el que no creemos), pero muestra algunos ejemplos en que sí ocurre: “Fijémonos en Italia: está gobernada por dos fuerzas antisistema, el anarcoide Movimiento 5 Estrellas y la ultraderechista Lega, con predominio político de la segunda, y los partidos tradicionales se han reducido a casi nada.  Pensemos en Brasil : es probable que los electores tengan que elegir entre el izquierdista Partido de los Trabajadores y el ultraderechista Partido Social Liberal de Jair Bolsonaro, de apariencia temible […] ¿Y en Francia? Existe la posibilidad de que Emmanuel Macron sufra un desgaste parecido al de su antecesor, François Hollande. ¿Y si el 8 de abril de 2022 descubriéramos que la segunda vuelta presidencial se disputará entre Marine Le Pen y el populista de izquierdas Jean-Luc Mélenchon? […]”;  y concluye: “La hipótesis de Weimar suena inverosímil. Bien mirada, la historia acostumbra a serlo”.

 

La tragedia brasileña y sus protagonistas

El hecho es que en Brasil, gobernado por un pequeño grupo de grandes empresarios paulistas comandados por Michel Elías Temer, que tiene 4% de aprobación popular y varios procesos en marcha por corrupción, está azotado por tres años de contracción económica (2017 exhibió un dudoso 1% de crecimiento, mientras que el PIB cayó cerca de 4% en 2015 y 2016); un desempleo abierto de casi 12 %; la violencia y la delincuencia consuetudinarias, y el sentimiento, nunca tan generalizado, de que la corrupción domina todas las áreas de la vida política y social. No cabe duda de que los años de gobierno del Partido de los Trabajadores mejoraron la condición de los más humildes, pero tampoco de que la debilidad de las clases políticas y la inseguridad han coadyuvado a la creencia cada vez mayor en la necesidad de una “mano fuerte” que resuelva esos problemas, que, obviamente, afectan a la población pero también al turismo y a las inversiones nacionales y extranjeras.

Sólo eso explica que un discurso terrorista y terrorífico, contrario al rol de la mujer y de las minorías, como el del exparacaidista Jair Bolsonaro, de 63 años, haya crecido hasta lograr un lugar principal en las preferencias electorales. Bolsonaro puede resultar repugnante a muchos paladares, pero como enseñó Baruch de Spinoza (y como nos lo recuerda el ejemplo de Trump), “en política no se debe reír ni llorar, sino que se debe comprender”.

 

Bolsonaro y “los mercados”

Es muy claro que los grandes intereses que dominan el poder real en Brasil no se sienten cómodos con Fernando Haddad, el candidato puesto en su lugar por Lula, pero tampoco con Bolsonaro, debido a su extremismo y su falta de experiencia gubernativa, sin contar cierta dosis de “mesianismo” que podría volverlo peligroso para ellos mismos. Los observadores han declarado que, en definitiva, a pesar de las proclamas, se desconocen los planes de gobierno concretos de ambos candidatos.

El viernes 21, los candidatos participaron en un debate televisivo organizado por la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil. No participó obviamente Bolsonaro (quien, sin embargo, fue el centro de los ataques y, por tanto, de la discusión, y ostenta 28% de intención de voto para el 7 de octubre), pero sí lo hicieron Haddad (22%), Ciro Gomes (13%) y la ecologista Marina Silva (7%), considerados de centroizquierda y que disputan el mismo espacio; el socialdemócrata Geraldo Alckmin (9%) y el exministro de Hacienda del PMDB Henrique Meirelles, considerados de centro derecha.

Mientras que Haddad fija su discurso en ser el representante de Lula, los electores de Bolsonaro buscan el combate a cualquier precio de la inseguridad. La polarización está asegurada de antemano, pero lo que resta es definir cómo jugarán los votantes de los candidatos que no llegarán al balotaje, que seguramente protagonizarán Haddad y Bolsonaro.

El ataque al candidato de ultraderecha se dio por parte de Alckmin, que lo acusó de desarrollar un “modelo autoritario, intolerante y que defiende la tortura”. Silva y Meirelles cuestionaron algunas medidas de Bolsonaro como la creación de un impuesto a los movimientos financieros, que fue posteriormente negada por aquel.

Alckmin se mostró partidario de reformas como la laboral y la bancaria. Silva se refirió a una reforma tributaria para beneficiar “a los que menos tienen”.

Aunque se refirieron a los temas de seguridad y corrupción (el más radical es Bolsonaro), insistieron en presentarse como una tercera vía que termine con la polarización. Gomes, Alckmin, Silva y Meirelles hablaron de terminar con la “radicalización” y “reunir a los brasileños”.

Haddad reprochó a los restantes candidatos el “sacar candidaturas desde la puerta de una cárcel”, en obvia alusión a la situación de Lula da Silva.

Sin embargo, desde el hospital Albert Einstein de San Pablo, donde se repone de las tres puñaladas recibidas, Jair Bolsonaro, tras congratularse de su primer lugar en los sondeos, envió un mensaje a los dueños del poder (destinado a desbancar, además a Alckmin y Meirelles, considerados los favoritos de “los mercados”) y prometió el domingo 23 “extinguir y privatizar gran parte de las empresas públicas de Brasil” de resultar vencedor. Escribió en las redes: “Asumí el compromiso de reducir el número de ministerios y extinguir y privatizar gran parte de las empresas estatales que hoy existen”.

El excapitán de la reserva del Ejército, notorio admirador de la dictadura de la “seguridad nacional” (1964-1985) y partidario de dar “carta blanca” a la Policía en el combate contra la delincuencia, se despega así del carácter industrialista nacional que tuvo aquella (cuya crueldad está fuera de discusión), sin pensar que las Fuerzas Armadas de Brasil, que han tenido notoria presencia en esta elección por inconcebibles declaraciones de los altos mandos militares en apoyo de la prisión de Lula da Silva, constituyen acaso la principal empresa pública de gran país del norte, como ocurre en otras muchas naciones de América Latina.

Bolsonaro también envió otros mensajes al sistema financiero y sectores empresariales, prometiendo mayor libertad económica y disminuir su carga tributaria. En tal sentido, escribió en Twitter que “es necesario parar de estrangular a quien produce. Mientras los adversarios mienten y se preocupan solamente con el poder a cualquier precio, nuestro equipo se centra en el futuro del país”. El expansivo ultraderechista, famoso por sus declaraciones militaristas, racistas, homofóbicas y machistas, era hasta hace días el principal favorito con 28% de intención de voto, seguido por Fernando Haddad con 23%. Si ninguno superara el 50% de los votos, ambos se medirían el 28 de octubre en una segunda vuelta, en la que las encuestas arrojan un “empate técnico”.

 

El incendio y las vísperas

¿Se sumará Brasil a la ola derechista y autoritaria que avanza sobre el mundo, desde Estados Unidos a Europa, y desde Asia a América Latina, o la principal potencia regional volverá a ser gobernada por un régimen de izquierda?

Según un sondeo del instituto Ibope, realizado entre el 22 y 23 de setiembre, con 2.506 entrevistados, Haddad triunfaría sobre Bolsonaro en segunda vuelta por 43% contra 37%.

Esta encuesta de Ibope tiene un margen de error de dos puntos porcentuales y aumentó la polarización entre ambos candidatos.

Ciro Gomes, tercero, continúa estancado con 11%.

Geraldo Alckmin aumentó un punto y llegó a 8%, en tanto que Marina Silva continuó en su caída y se sitúa en 5%. Los votos en blanco o anulados cayeron a 12% y los indecisos a 6%.

Así estamos a algo más de una semana de las elecciones en un país “de sangre caliente” cuya economía y tejido social están devastados, que llega a los comicios con una presidenta destituida; un expresidente (que además es, por lejos, el hombre más popular del país) preso por acusaciones de corrupción e impedido de participar de la elección que ganaría en forma indudable; con el actual primer mandatario investigado por actos de corrupción, y a pocas semanas del intento de asesinato de uno de los principales favoritos, el ultraderechista Jair Bolsonaro.

El instituto Ibope dice que Fernando Haddad, representante del Partido de los Trabajadores, ganaría sobre Bolsonaro.

Pero, como decía Luis Eduardo Sordo González, “carreras son carreras”.

Brasil camina sobre el pretil y, con él, América del Sur.

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