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¡Buena jornada!

Por Eduardo Platero.

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Caras y Caretas Diario

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¡Muy buen 1º de Mayo! Nos negaron la cadena y no fue un acto aislado. Forma parte de una filosofía de gobierno: “todos en casa y yo los informo”. A renglón seguido, Gerardo Sotelo tomó posesión de su cargo y de su sueldo y reencontró las tijeras de la censura de la dictadura.

Otros tiempos, otras personas, otras explicaciones, pero un mismo propósito: “únicamente la información oficial”.

Tal vez en otra ocasión me extienda. No sobre el acto (pequeño) de Sotelo imponiendo la censura previa a los medios oficiales sino, sobre la cuestión más extensa y profunda de qué entendemos por democracia.

Ahora quiero seguir con la jornada del 1º de Mayo.

En principio habíamos planteado como alternativa los cuatro actos. Pronto la reflexión nos mostró los inconvenientes.

¿Cómo se podían realizar con un número acotado de asistentes?

Las caravanas fueron una solución. Todos saben ahora que, con coronavirus y sin coronavirus, el 1º de Mayo es el Día Internacional de los Trabajadores y en Uruguay se celebra como tal. Sin que el internacionalismo intrínseco de la fecha nos haga olvidar el paisito. Y sin que el miedo a una peste nos encierre.

Un día de recordación y homenaje a los Mártires de Chicago y a todos los mártires que guardamos en el corazón. Mártires que cayeron luchando y mártires que no cayeron, pero dedicaron su vida entera a la lucha de la clase trabajadora.

Un día de fraternidad internacionalista en el cual ponemos el acento en la unidad de todos los trabajadores del mundo y en la identificación como clase por encima de las fronteras.

También un día de reflexión acerca de los problemas y las reivindicaciones de los trabajadores en nuestro país. Problemas derivados de nuestra condición de “no poseedores” de los medios de producción y generadores del valor de las cosas.

Lula dijo, refiriéndose a la fecha, que al capitalismo no lo sostiene el capital, sino los trabajadores. Comparto, ya que sin trabajadores no hay generación de valor.

Agrego, el valor lo generan los trabajadores, pero en una injusta proporción queda en manos de los capitalistas, que, además de poseer el capital, tienen el poder. Y lo utilizan para mantener una situación injusta y antinatural que los beneficia. Lo utilizan a veces, cuando es necesario, reprimiendo y sojuzgando y lo utilizan constantemente alineando a los medios formadores de opinión para que nos convenzan de que este el el orden natural de la sociedad.

Aprovechan cualquier circunstancia para enviarnos el mensaje: “De su casa al trabajo y del trabajo a su casa. Nosotros cuidamos de todo”.

Rafael Barret, ese gran pensador anarquista, nos enseñó, hace más de un siglo, que si los trabajadores son quienes crean con su esfuerzo el mundo en el cual vivimos, no es injusto que reclamen como clase poseer y dirigir ese mundo que crean todos los días. Agregaba, como un llamado a no dejar todo librado a la espontaneidad: desde ese punto de vista, no hay huelgas injustas. Eso sí, hay huelgas torpes.

Reflexión que no cito textualmente pero que ha guiado y guía mi accionar. No hay lucha injusta, pero sí las hay torpes.

No se trata únicamente de “luchar es vencer”.

De todos modos, quien se lanza a la lucha lo hace venciendo sus temores y sus dudas. Desde ese punto de vista, es alguien que ha vencido al medroso o sometido que todos llevamos dentro.

Se trata de “luchar para vencer”.

Eso impone reflexión, organización, niveles de conciencia y sentido de la oportunidad.

Es la misma lucha la que enseña. En el triunfo o en la derrota, lo que importa es cuánto hemos aprendido; a qué niveles de organización hemos llegado; cuánto mejor estamos para la siguiente etapa.

Por eso, no debe haber lucha sin reflexión y sin resumen de lo aprendido en ella.

¡Basta por aquí!

No me quiero poner en el sitial de viejo sabio porque no lo soy. Así como no soy uno de “los viejitos” que con tanto proclamado amor el gobierno nos quiere tener guardaditos en casa tragándonos las “verdades oficiales” que Sotelo nos filtrará.

He dicho y sostengo que, si bien los gobiernos -el poder- no inventaron el coronavirus y la pandemia, sí la estaban esperando y la usan para conformarnos la cabeza. Para “meternos para adentro” y aceptar que la nueva realidad se construya según las necesidades y deseos de las clases dominantes.

Si esa era la esperanza, más les vale tener en cuenta la jornada del primero.

Esa nueva realidad en la cual nos encontraremos una vez superados los encierros y temores de la pandemia, no nos la impondrán sin que luchemos. En esa lucha, inevitable porque el capitalismo necesita reestructurar al mundo de las relaciones de trabajo, entramos con ventajas y desventajas.

La principal, tal vez la única y más importante ventaja con la cual contamos es nuestra unidad.

Los trabajadores uruguayos construyeron y mantuvieron su unidad y la conservan a pesar de las lógicas divergencias producto de la inexistencia de un pensamiento único.

Estamos unidos como trabajadores y mantenemos un sólido bloque social con los estudiantes, los jubilados, y movimientos sociales de la importancia de Fucvam. A los que sumamos las coincidencias con los reclamos de Madres y Familiares de Desparecidos y con los distintos movimientos generados en torno a la cuestión sexual.

El derecho inalienable de la mujer a disponer de su cuerpo y a ser tratada y pagada en igualdad de condiciones. El derecho a optar sin discriminación por la identidad sexual de cada uno y la protección de las opciones minoritarias. ¡Nadie tiene derecho a discriminar! Ni por opción sexual, ni por el color de piel ni por el país de origen. ¡Ni por nada!

Somos un bloque social con independencia, pero con interdependencia. Nos sentimos unidos y tratamos de actuar en forma coincidente. Allí está nuestra fortaleza y allí están nuestros límites.

No somos toda la sociedad y existe un amplio territorio en disputa. Las capas medias, el pensamiento religioso y todo ese sector que es trabajador, pero, a su vez, empleador; la preocupación genuina por el medioambiente y las presiones que estamos ejerciendo sobre el mismo. Porque ya somos cerca de 8.000 millones de seres humanos y todos necesitamos comer.

Los trabajadores rurales en su mayoría lo hacen para pequeños patrones. Las pymes son un importante sector medio que tiene más en común con nosotros que con las grandes patronales.

Las compañeras domésticas, en un buen número, están asalariadas por asalariados a su vez.

Por último en esta enumeración que no pretende ser ni sistemática ni exhaustiva, están los 300.000 o 400.000 trabajadores informales que siempre existieron, pero ahora saltaron a primer plano.

Existe un amplio sector de la sociedad que está, o debería estar, en disputa. Con nosotros o con los grandes capitalistas. Esa es la disyuntiva.

La gran pregunta que deberíamos formularles es: ¿A quién crees que favorecerá esa “nueva realidad” anunciada?

El capital tiene una lógica que no podría eludir aunque lo quisieran sus poseedores: la lógica de la acumulación.

El capital se acumula. Crece devorando el valor agregado por los trabajadores y también a aquellos capitalistas más débiles.

Dinero y poder son una pareja inseparable. Si tienes dinero, ¡necesitas del poder! Y si tienes poder, serás el dueño del dinero.

Con lo cual, aquellos que no están en la cúspide de la pirámide tienen más que perder aliándose con el gran dinero, que estableciendo acuerdos respetuosos con los asalariados.

Esa es la gran tarea y el movimiento sindical es un gran removedor de ideas, pero no puede por sí mismo sustituir, suplantar u omitir lo político.

Los sindicatos son la organización que se dan los trabajadores para luchar por sus derechos y reivindicaciones.

¡Nunca podemos olvidarnos de esa tarea primordial!

Podemos y debemos tener un pensamiento estratégico, pero el día a día nos obliga a responder por las urgencias concretas de los trabajadores concretos que representamos.

Que nos han elegido como dirigentes y nos reclaman que atendamos a su salario, a sus condiciones de trabajo, a sus problemas y urgencias concretas y diarias.

El cambio, para ser realmente cambio, tiene que ser un cambio en el manejo del poder.

Es decir, un cambio político.

Y el movimiento sindical se deformaría asumiendo ese papel.

Ejemplos como el laborismo en Reino Unido alcanzan para comprender que “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”.

Podemos, sí, convocar un gran encuentro social que abra un diálogo fecundo con aquellos sectores que no saben cuál será su destino en la “nueva realidad” que se nos ha anunciado.

Podemos y debemos hacerlo ya que, esa “nueva realidad” será tanto más dura cuanto más débiles y aislados demos batalla.

Sin abandonar las responsabilidades concretas que emanan de nuestro origen. Nacimos para defender al trabajador. Como clase y como grupo específico.

Con sinceridad y preocupación declaro que no percibo muchas señales que me indiquen que, en el plano político, el grado de comprensión del momento especial que estamos viviendo tenga claridad.

Deseo estar equivocado, pero me está pareciendo que hay una mayor preocupación por el discurso que por la organización.

Sin organización consciente de lo que pasa y de lo que se quiere, el mejor de los discursos no vale más que el papel en que está escrito.

En fin, no soy y no pretendo ser otra cosa que un observador preocupado que tiene el privilegio de que un medio haga públicas sus preocupaciones. Y que desea con toda el alma estar equivocado. ¡Cuánto deseo sentir la seguridad que emane de la sólida organización política de la alternativa progresista!

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