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Caso Odebrecht: La corrupción como herramienta del poder

El escándalo de Odebrecht ha traído tras de sí muerte y más corrupción; pero lo que más ha traído es la comprobación de que el poder da para maniobrar y, contra todo pronóstico, salir bien librado e incluso fortalecido.

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La empresa fue creada a mediados del siglo pasado por Norberto Odebrecht Pernambuco en Salvador de Bahía, Brasil. Su fuerte han sido los sectores de la construcción y la petroquímica.

Con negocios en los cinco continentes, se convirtió desde los años 90 en una de las empresas más influyentes de Latinoamérica; fruto de osados movimientos de mercadeo, logró hacerse de una importante cantidad de contratos para la realización de concesiones viales y de infraestructura, prácticamente en toda Latinoamérica.

Sin embargo, su fama ha sido notablemente alimentada por los escándalos de corrupción que han acompañado su nombre desde hace dos años. En 2016 el Departamento de Estado de los Estados Unidos publicó un informe donde detalla el soborno a funcionarios públicos en varios países del mundo; desde ese momento las investigaciones por coimas han llegado a lo más alto de la política latinoamericana, pero también han sido hábilmente manipuladas para sacar del camino a oponentes políticos y deslegitimar contradictores.

Odebrecht, a inicios de los años 80, creó un departamento que llamó “Sector de relaciones estratégicas”, que se encargaba de administrar los recursos que fueron a parar al bolsillo de los funcionarios públicos que, al más alto nivel, se encargaron de definir quién se quedaba con uno u otro contrato; las ganancias al final se multiplicaban exponencialmente para la compañía brasilera, que firmaba acuerdos por cientos de millones de dólares y era capaz de mantener varios contratos simultáneos por país.

Los escándalos de Odebrecht son la muestra de que para la derecha los crímenes estructurales terminan convertidos en algo así como “errores felices”. Se sacrifican piezas, alfiles, muchos peones y uno que otro caballo, pero el tablero y todas las piezas siguen siendo de los mismos dueños.

Las coimas de la compañía brasilera han sido comprobadas en varios países de Latinoamérica: Guatemala, Argentina y Perú tienen varios funcionarios investigados por recibir dinero a cambio de adjudicar contratos. Sin embargo, los dos casos más sonados sin duda han sido los de Colombia y el mismo Brasil, que por demás son los casos que muestran de manera más clara la forma en que este tipo de situaciones terminan siendo manejadas a favor de la clase política tradicional latinoamericana.

En Colombia, las investigaciones han salpicado la base misma del Estado; funcionarios de los últimos tres presidentes tienen que ver de alguna manera con los delitos cometidos por la empresa brasilera en territorio colombiano, sin embargo, el punto más alto del caso llega cuando el mismo presidente recién investido Iván Duque, junto con el entonces candidato presidencial Óscar Iván Zuluaga, estuvo reunido en Brasil con Marcelo Odebrecht, heredero del emporio y condenado hoy a 19 años de cárcel.

En Colombia la situación se complica cuando la entidad encargada de adelantar las investigaciones a nivel local, llamada Fiscalía General de la Nación, queda en manos de uno de los asesores jurídicos de Odebrecht en Colombia durante varios años: Néstor Humberto Martínez, quien además es una de las principales fichas del uribismo, que es el sector político más vinculado al escándalo.

Esta situación, de por sí compleja, adquiere nuevas dimensiones cuando, al estar impedido éticamente, Martínez propone el nombramiento de un fiscal ad hoc para que desarrolle las investigaciones exclusivamente para ese caso. Luego de varias idas y vueltas, se nombra a Leonardo Espinosa quien, además de ser amigo personal y profesionalmente muy cercano a Martínez, no bien habiendo tomado posesión como fiscal ad hoc le firma un poder “amplio y suficiente” a este mismo.

Por otro lado, la novela se pone aún más oscura cuando Jorge Enrique Pizano, quien actuó como auditor de uno de los contratos que estaba ejecutando Odebrecht en Colombia, murió, al parecer de un infarto, mientras que su hijo, Alejandro Pizano, falleció luego del sepelio de su padre al ingerir una botella de agua que se encontraba en el escritorio de su progenitor, la que habría sido contaminada con cianuro, lo que seguramente le produjo la muerte casi de inmediato.

Pizano proporcionó una serie de audios donde era claro que Néstor Humberto Martínez, durante sus años de asesor de la multinacional brasilera, no solo estuvo al tanto de las coimas, sino que participó de ellas, lo que generó uno de los casos más extraños de toda la novela Odebrecht, en la que un funcionario terminó investigándose a sí mismo.

Finalmente, mientras el fiscal ad hoc entraba en posesión, otro de los testigos clave en este caso, el exsecretario de la Oficina de Transparencia de Presidencia de la República de Colombia es encontrado muerto en su casa, presuntamente luego de haber cometido suicidio.

Entonces, en menos de tres meses mueren dos de los principales testigos del caso en Colombia, mientras sus instituciones políticas se encuentran intactas a pesar de saberse que están permeadas de corrupción hasta la médula.

En la otra mano está la situación de Brasil, donde la derecha aprovechó las enormes dimensiones del escándalo para sacar del camino a Lula da Silva, pues las pruebas que lo vinculan con el caso de corrupción más sonado del hemisferio son completamente débiles y faltas de asidero jurídico; sin embargo, lograron allanar el camino para que Bolsonaro no tuviese a Lula como contrincante en un seguro balotaje entre los dos.

De esta forma, es fácil comprobar que hasta la corrupción es una herramienta para atornillarse en el poder para quienes están en él.

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