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Editorial

Chapita Bianchi

Por Leandro Grille.

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Graciela Bianchi es un caso paradigmático de la banalización de la actividad política. La diputada del Partido Nacional, que alguna vez fuera la directora de liceo más violenta y antipedagógica de la enseñanza pública nacional, construyó su pasaje a la política por el concurso de los medios, siempre ávidos de encontrar un mesías entre los personajes más autoritarios de la función pública, como si las tendencias despóticas en el ejercicio de una responsabilidad en alguna dependencia del Estado fuesen la virtud necesaria a identificar para la construcción de la esperanza blanca de la restauración. Lo mismo hicieron con el exfiscal Gustavo Zubía y, en apenas unos meses de actuación política partidaria formal, todavía sin ningún cargo de representación, ya hemos sido testigos de su grado de insensatez cuando sacó un arma en un programa de radio, alardeando de ello y llamándola de “matagatos”.

El último derrape astronómico de la diputada Bianchi fue su denuncia a los medios de comunicación de que contaba con información secreta, provista personalmente por servicios de inteligencia de Estados Unidos e Israel sobre el caso de la muerte del fiscal argentino Alberto Natalio Nisman. Su teoría de que el supuesto asesinato de Nisman fue preparado en Uruguay por una célula de Hezbollah en coordinación con el servicio de inteligencia argentino durante la presidencia de Cristina Kirchner no es otra cosa que el refrito de una alocada especie que la diputada argentina Elisa Carrió repartió en febrero de 2015, afirmando que el presunto crimen se había organizado en Buquebus y en una casa de la calle Rivera, coronado por una nota del diario Clarín en la que adjudicaban la autoría del hecho a un comando venezolano-iraní entrenado en Cuba.

La extravagancia de Bianchi se completó con una entrevista que le hizo el periodista argentino Pablo Duggan, que siempre ha sido muy antikirchnerista, pero que desde el principio condujo una investigación periodística seria sobre el caso y llegó a la conclusión de que el fiscal Alberto Nisman se suicidó en coincidencia con el peritaje original de más de una decena de expertos que infirieron que no había habido participación de terceras personas en el lugar de la muerte. En el reportaje de Duggan, una Bianchi notoriamente alterada hizo agua por todos lados y llegó a afirmar que era una política prestigiosa en nuestro país, cuya presencia en las listas había aportado medio millón de votos al Partido Nacional. “No es seria”, le decía Duggan cuando le señalaba la inverosimilitud de que una ignota diputada uruguaya contara con información privilegiada de los servicios de inteligencia más poderosos del mundo, mientras que la investigación conducida en Argentina durante más de tres años no la había obtenido. Bianchi, además, había dicho que iba a concurrir a Argentina a brindar la información en la oficina del fiscal Eduardo Taiano, a cargo del caso, quien supuestamente la habría citado a declarar, pero hasta este lunes fuentes de esa fiscalía en Comodoro Py aseguraron que esa citación no se había producido.

Empecemos por el principio. Nadie le cree a Bianchi. Ni en el Partido Nacional, ni en el gobierno ni mucho menos en el Poder Judicial argentino. Sus declaraciones son, por donde se las mire, completamente absurdas, y la posición de los dirigentes blancos ha sido en todos los casos hacerse los desentendidos y alegar que ellos no cuentan con información. El caso reviste una gravedad institucional inusitada porque, aunque la diputada Bianchi actúa como una irresponsable e inimputable -más allá de sus fueros-, no deja de ser gravísimo que una legisladora en funciones ventile teorías de este calibre sobre casos sensibles a nivel internacional, involucre a nuestro país y además se adjudique una interlocución preferencial con la CIA o el Mossad. En una entrevista concedida al programa En la mira, que conduce Gabriel Pereyra, el periodista de El Observador, Martín Natalevich, “experto en terrorismo”, dice que en las fuentes que ha consultado no existe ninguna evidencia de la participación de Hezbollah en Uruguay en los últimos años y menos en la planificación del asesinato del fiscal Nisman. El testimonio de Natalevich tiene importancia porque, aunque él dice que sus fuentes de consulta son fuentes abiertas, todo indica que son fuentes abiertas con diálogo fluido con fuentes cerradas que conducen directamente al servicio de inteligencia israelí, Mossad.

La actitud de Bianchi ha generado preocupación en el sistema político uruguayo. El problema no tiene que ver con el contenido impactante de sus “revelaciones”, en las que nadie cree, sino con las repercusiones, para la imagen de Uruguay en el exterior, de comportamientos de tan ostentosa ligereza en asuntos de marcada relevancia en la geopolítica internacional. Pero además Bianchi, en una conducta marcadamente imitativa de Elisa Carrió (ha adoptado incluso algunas inflexiones de su voz), llega a alertar sobre la posibilidad de ser asesinada y dice cosas como estas: “Y miren que yo no me voy a suicidar. Si aparezco suicidada, yo no me quise suicidar. Que quede claro”.

Es inexplicable por qué el Partido Nacional todavía no le pidió la banca. La diputada Bianchi los expone al bochorno público en cada una de sus intervenciones, pero si eso es soslayable por cálculo electoral, otra cosa es meter a Uruguay y a sus instituciones en la mira de la sospecha internacional, hacer terrorismo mediático, provocar alarma pública con la afirmación sin pruebas de que en nuestro país actúan organizaciones terroristas, señalar a agentes de Estados extranjeros como las fuentes directas de su información y sembrar dudas sobre la posibilidad de que aquí se cometan crímenes políticos; todo ello desde su posición de representante en el Parlamento nacional, con lo que eso implica.

Por más que los que conocemos a Bianchi sabemos que no se puede tomar en serio nada de lo que diga o haga, su condición de legisladora la transforma en una referencia institucional y sus dichos tienen otra relevancia que los dichos de un troll en Twitter o un ciudadano trastornado en Facebook. La tienen porque en el mundo no se la escucha por la estatura de su inteligencia, sino por su carácter de parlamentaria, y aquí mismo, en Uruguay, mucha gente podría prestarle atención por el mismo motivo. Es hora de que el sistema político tome cartas en el asunto. No se puede simplemente ignorarla bajo la hipótesis de que, en definitiva, no tiene los patitos en fila porque, insana o maligna, lo que está haciendo enrarece el clima político y puede tener consecuencia en el ámbito internacional, donde no conocen los atributos de su personalidad y sí su cargo en la Cámara de Diputados.

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