Por Germán Ávila
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La letanía de los 50 países que reconocen a Guaidó como presidente interino de Venezuela y que fue perdiendo cada vez más color se remoza cada tanto, sobre todo en procesos electorales que, como es de esperarse, llevan aparejados una serie de prejuzgamientos por parte de ese mismo grupo de países liderados por el siempre presente Estados Unidos.
La Unión Europea, Estados Unidos y otros países y organismos que van a la cola de los anteriores rechazaron de plano la realización de las elecciones en Venezuela. Un rechazo mecánico con un claro sesgo ideológico que sigue marcando las relaciones con ese país caribeño.
En la mecánica electoral, las elecciones del 6 de diciembre arrojaron el retorno del control de la Asamblea Nacional por parte de las fuerzas alternativas, que se presentaron con una alianza llamada Gran Polo Patriótico (GPP), que alcanzó el 68% de los escaños. Copei, Acción Democrática, Cambiemos, Avanzada Progresista y El Cambio obtuvieron el 17,9%. El Partido Comunista de Venezuela logró el 2,7% y otros partidos lograron cerca del 7%.
Estos resultados restituyen el control mayoritario de la AN a la coalición de gobierno, lo que de entrada varía el escenario inicial que puso a Juan Guaidó como presidente de ese órgano. Al variar ese escenario en lo local, las maniobras desde lo internacional también tendrán que reformularse. Sin embargo, Guaidó y su sector, cada vez más aislado en términos políticos, también están jugando su propio partido.
Por un lado, Guaidó llamó a desconocer las elecciones. No hay que olvidar que los resultados electorales para este sector no fueron muy favorables desde inicios de este año, cuando debió hacer otro show mediático para tratar de cubrir el descalabro electoral al ser derrotado como presidente de la AN. No es difícil recordar a un Guaidó descompuesto tratando de entrar al claustro por un muro cuando pudo haber ingresado por la puerta. En esa ocasión la chispa la puso su intento de entrar con otros diputados que se encontraban suspendidos. Los infaltables lentes de los medios que están a la caza de esos contenidos hicieron el resto.
El sector de Guaidó sabía que no iban a ganar esta elección y desde hace ya varios años, la oposición venezolana, con el ingenuo (o no tanto) acompañamiento de una parte de la comunidad internacional, ha entrado en la lógica de reconocer únicamente las elecciones que tienen ganadas; las demás no.
No hay que olvidar que una parte importante de la oposición al gobierno venezolano sí se presentó a la elección. Dentro de ellos hubo una importante fractura que se produjo a mediados del año 2019, cuando se dieron cuenta de que la búsqueda de una salida de facto no era viable y los estaba marginando cada vez más de la opinión pública. Varios de ellos, incluso, han considerado como un error el haber entrado en esta lógica, en vez de continuar en el camino de sumar electoralmente en el marco constitucional, como en algún momento lo expresó Enrique Ochoa Antich.
Ahora, una de las cosas que no se evalúan a la luz de los resultados, es el alcance en términos de legitimidad que, luego de dos años de presencia continua y un innegable apoyo por parte de naciones poderosas, debió haber construido Juan Guaidó, si no como presidente interino, al menos como figura sobresaliente de la oposición venezolana.
Por el contario, la respuesta fue marginarse del sistema y llamar a la ciudadanía a la inactividad, teniendo claro que es más fácil dejar de hacer que tomar la iniciativa e ir adelante. A Guaidó en Venezuela no le creen y no convoca, esa es una verdad inocultable. Atribuirle el alto grado de abstención a ese sector es desconocer una serie de factores que pueden tener que ver con él, pero no en la vía de la abstención como iniciativa política.
Venezuela es un país bloqueado, con escasos recursos para la movilidad y donde el grueso de su población debe pensar con mucho detenimiento cuáles son los principales gastos que deben hacerse en la economía del hogar. Sin duda, el nivel de desgaste del escenario político en los países donde el voto no es obligatorio, y que se acentúa en los países con un conflicto en desarrollo, no es una característica que se atribuya solo a Venezuela. Su “ejemplar” vecino, Colombia, casi siempre marca una abstención cercana al 60%, y eso que en ese país las elecciones son una fiesta de compra y venta de votos, como numerosas investigaciones han demostrado ya.
No es posible atribuirle la baja participación en las elecciones en Venezuela a un solo factor, sin duda es una muestra de las dificultades que atraviesa ese país de manera estructural. En este sentido, los intentos de plantearse la abstención como una muestra de erosión del sistema estatal venezolano son un claro intento por seguir desviando la discusión de sus ejes centrales. No existe ningún país en el mundo que tenga una especie de preveeduría en su sistema electoral, en la que, con anterioridad a la realización de las elecciones y con base en opiniones y no en una investigación real, se desestimen sus resultados.
Tampoco existe un país a nivel mundial donde el nivel de abstención se convierta en un elemento de legitimación de una propuesta política que no participa en el proceso electoral. Ni siquiera se hicieron este tipo de cuestionamientosen los tiempos poscoloniales en África, donde gobiernos títeres eran impuestos por Europa para continuar gobernando “vía tercerización” y llegaban gracias a elecciones con unos niveles de abstención superiores al 80%. Esto reafirma cada vez con más certeza que la indignación de la comunidad internacional occidental está flechada, y de por medio no está la defensa de los intereses de la soberanía o la población venezolana, sino sus propios intereses.
Guaidó, en su desesperado intento por mantenerse como figura de la oposición a los ojos de quienes lo financian a nivel internacional, ha lanzado la iniciativa de una consulta hecha por fuera del sistema electoral y que se basa de manera casi exclusiva en mecanismos digitales de participación. No es difícil adivinar el éxito que puede llegar a tener a la hora de mostrar números que existen de manera exclusiva en bases de datos que no están bajo ninguna auditoría real.
De otro lado está el reconocimiento que se ha hecho por parte de países cuya postura ha sido clara también desde antes de estas y otras elecciones, como China, Rusia e Irán, que han marcado diferencia con la otra parte de la comunidad internacional y mantienen a raya a Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Venezuela, se quiera reconocer como factor geopolítico o no, es la reserva petrolera más grande del mundo y una de las últimas que queda. Esto no es menor, la pugna de intereses es de dimensiones regionales, donde el cambio de gobierno en Estados Unidos seguro generará una variación en el estilo, pero difícilmente en la postura respecto a Nicolás Maduro.