Listaremos y evaluaremos brevemente algunas de esas afirmaciones, mezcla de ficción, intereses político-ideológicos e implícita afirmación de respaldo científico para esa ficción aplicada. Veremos las siguientes afirmaciones, sin mencionar a sus autores ni a las publicaciones, en el bien entendido (que comparto) de que importan los pecados y no los pecadores, ya que lo que realmente interesa es la circulación de esas afirmaciones, y no el debate personalizado y concreto, que siempre enreda los cables y obstaculiza la discusión de las ideas. Las afirmaciones en cuestión no tienen respaldo teórico para su enunciación seria, ni tampoco respaldo empírico en qué apoyarse históricamente.
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¿Cuáles son?
Uno. Que la persona, el gobierno y la popularidad de Luis Lacalle Pou están perdiendo apoyo aceleradamente, y que el desprestigio moral causado por el asunto Marset-Astesiano, supuestamente “irreparable” (entre otros semejantes), es uno de los factores principales.
Dos. Que dicho asunto ha provocado perplejidad pública, instalando en el cotidiano un “nunca pensé que en Uruguay podía pasar algo así”, y asestando un golpe a “aquella democracia ejemplar constitutiva de nuestro imaginario plural-igualitario”.
Tres. Que si el presidente del Ejecutivo no renuncia a iniciativa propia, el Poder Legislativo debería hacerle juicio político, porque no tiene por qué esperar sentencias firmes del Poder Judicial para ello; a falta de iniciativa propia del Ejecutivo, de juicio político del Legislativo, y de sentencia firme Judicial condenatoria, la sociedad civil, porque “ahí está el capital democrático que el campo ciudadano aloja”, deberá pronunciarse colectivamente.
Ninguna de estas afirmaciones tiene pedigrí teórico mencionable, y tampoco hallazgos empíricos de apoyo. Son no mucho más que wishful thinking ficcional teóricamente ingenuo (en el mejor de los casos), empíricamente infundado, político-ideológicamente interesado, y a ello están orientadas. En un esfuerzo de síntesis, para bien de lectores, las formulamos a continuación.
Uno. La corrupción, importante causa de caída político-electoral
Empíricamente, metodológicamente, no es posible atribuir causalidad ni jerarquía causal, menos que menos cuantitativa, a la corrupción política pública entre otros factores potencialmente responsables del ‘desplome de la popularidad’ de Lacalle Pou en los últimos meses. Si el diseño de las preguntas y el plan de análisis no lo previeron con mucha meticulosidad, es imposible discernir el potencial causal adverso de la corrupción en proceso de descubrimiento y judicialización, y mucho menos cuantificar su participación relativa en el desplome. El tamaño de la influencia es solo cuestión de deseos y conveniencia político-ideológica.
Teóricamente, no hay tampoco soporte para la afirmación, ni desde la psicología, ni desde la sociología política, al menos. Ya hemos referido, en columnas de Caras y Caretas, que la corrupción no mueve la aguja electoral, aunque puede hacer una diferencia en el caso de paridad electoral grande. Los factores que sí mueven la aguja, según la teoría y la investigación social, son los que tocan el bienestar material de la gente, no los aspectos simbólicos, entre ellos los morales, axiológicos. En el caso del gobierno actual, la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos, la superioridad de la inflación, una reforma jubilatoria que hará a los futuros pasivos peores consumidores que a los actuales, la seguridad pública, el acceso y calidad de la educación y de la salud, son los temas que deberían haber movido la aguja, hipotéticamente y sin apoyo empírico, mucho más que la corrupción.
Porque la gente no es muy moral cuando las papas queman y los intereses peligran, lo saben, y entienden la situación de los políticos y sus tentaciones; saben también que, pese a escandalizarse públicamente de modo políticamente correcto y para la galería (“perplejidad ingenua” dicen los artículos referidos), ellos probablemente, ante la perspectiva de no ser descubiertos y de grandes beneficios, quizás serían corruptos también; y conceden, hombros encogidos, que en todos lados se cuecen habas; la amplia mayoría ha experimentado al menos micro-corrupciones en la familia, en el barrio, en el club, en el sistema educativo, en el trabajo, en el deporte, en los más diversos aspectos del cotidiano. Y en parte rechazan, no tanto la corrupción, sino su desprolijidad y mal ocultamiento. La frase que dice “que aquella perplejidad nos permite sentir alivio de que todavía no se considere ‘normal’ (esa corrupción)” es un patético ejemplo de ingenuidad, no solo teórica sino vivencial. Ni perplejos ni ingenuos, los uruguayos son buenos actores. Solo una clase media intelectualizada, con intereses político-ideológicos claros, fabrica esta ficción sin apoyo teórico ni empírico, wishful thinking en todo su esplendor. Porque, pese a la moral católica original de la Banda Oriental, el devenir ideológico del país la debilitó, y en cambio fortaleció morales lumpen tales como la del matrero rural, el arrabal tanguero y, más recientemente, la moral del reggaetón y del trap; y, entonces, los olmos no dan peras.
Dos. Transgrede nuestro imaginario de democracia ejemplar
Empíricamente, de nuevo, el contenido del imaginario uruguayo nunca ha sido, ni investigado específicamente, ni tampoco inferido sistemáticamente de hechos o dichos de la población uruguaya jamás. Otra vez wishful thinking. Que la democracia ejemplar plural-igualitaria sea constitutiva de nuestro imaginario es wishful thinking en todo su esplendor. Parecería que todos quieren que así fuera; lo que no significa que haya sido o lo sea real y efectivamente. Ojo, yo no estoy diciendo lo contrario, que no lo sea; tampoco una afirmación contraria a esa tendría sustento empírico; porque no se sabe, si es así o si no lo es, ni en qué medida una cosa o la otra. Empíricamente, no se puede afirmar científicamente nada sobre ello, salvo registrar el mecanismo de defensa colectivo que hace años viene reiterando este lugar común como autoimagen deseada, sin base empírica alguna para evaluar su vigencia masiva en cada uno y todo momento histórico. Y no me vengan con recolecciones tan burdas metodológicamente como las del latinbarómetro latinoamericano, casi risible su comparabilidad entre naciones y entre años, carentes de validez metodológica, dada la vaguedad semántica de los estímulos usados, y su variación entre encuestados, espacios y tiempos. Tampoco una encuesta que preguntara directamente ingenuidades como ‘¿es usted partidario de la democracia o de otro régimen político?’ serviría. ¿Qué valor tendría para usted, lector, sin siquiera pedirle que sea científico social, una encuesta sobre fidelidad conyugal hecha en el boliche un viernes de noche? ¿Sería mejor una hecha en los domicilios conyugales? ¿Darían lo mismo? ¿Y una sobre corrupción policial hecha por el MI? ¿Y una para medir hinchismo por Peñarol o Nacional hecha en La Blanqueada o en Barrio Peñarol? Además, ¿qué es democracia para cada uno de los encuestados, y para los encuestadores? No tenemos buena empiria, de la poca que tenemos, para los temas que nos ocupan en esta columna.
Y esa mezcolanza utópica de Montesquieu, Jefferson y Madison, plasmada por los secretarios de Artigas, tampoco puede ser calificada como parte del imaginario uruguayo, menos que menos actualmente. Habría que fundamentarlo, lo que, empíricamente, sería muy difícil de concluir. Y es, gruesamente, una transferencia desde una clase media intelectual esperanzada hacia un ‘pueblo’ que no tiene los insumos como para insertarla en su imaginario, wishful thinking.
Tres. Los poderes del Estado, sociedad política, deberían condenarla
Es, otra vez, una ingenua esperanza apoyada en una vaga teorización sobre la democracia en base a esquirlas de las teorías mencionadas. Porque, pese a lo que se afirma, no es esperable que los presidentes, en raptos de moralidad políticamente suicida, se autoculpen al grado de aceptar responsabilidades dignas de renuncia. Más bien se defienden, disimulan, maniobran con la prensa, los otros poderes y mediante su aparato comunicacional; no es científica ni históricamente esperable la renuncia, confesión de parte; ha ocurrido, pero son rara avis en condiciones excepcionales.
Tampoco es esperable que el Poder Legislativo le haga juicio político ni censure al presidente; los políticos no están allí para hacer lo mejor para el bien común ni para encarnar valores sublimes; están para ganar poder y defender lo suyo; nunca, jamás, aprobarán un cuestionamiento a un correligionario, haya hecho lo que haya hecho y se haya dicho y probado lo que fuere. Lo que sí harán será trabajar a sus adherentes para que reduzcan las objeciones a meras arbitrariedades de maligna y voraz oposición sucia.
De nuevo, tampoco es esperable que el Poder Judicial ponga todas las castañas en el fuego ni toda la carne en el asador. Lo que es, sí, esperable, es que la Fiscalía haga todo lo humanamente posible para desvirtuar las acusaciones, minimizarlas, investigarlas con pereza, manejar los trascendidos en beneficio de los acusables; en fin, todo lo que está haciendo la fiscal Fossati o quien fuere para minimizar los hechos de Astesiano, Marset y los suyos, y proteger la eventual figuración del presidente. El Poder Judicial, durante toda su historia sociopolítica (que escribí en 2 volúmenes hace 25 años) hace continuas gárgaras y abluciones de autonomía y juridicidad mientras, económicamente dependiente de los otros Poderes, inclina la balanza hacia donde le conviene, que, en este momento, no serán ciertamente las denuncias de la oposición. Y si no cumple bien esa función será casualmente trasladada de juzgado o fiscalía, y sustituida por alguien más permeable, en pulcra y pudibunda maniobra administrativa (no faltará normativa instrumental a ello, por cierto).
‘Abandonemos toda esperanza’ (lasciate ogni speranze) dice Dante al entrar al infierno. La ingenuidad teórica y la precariedad de empiria pertinente que permiten esas esperanzas se nutre también de la jurisprudencia histórica; pero puede ignorarse también en aras del wishful thinking político-ideológico políticamente correcto para mantener o ganar posiciones en el endo-grupo.
Cuatro. Si la sociedad política no lo hace, la sociedad civil posee el capital democrático básico supletivo
Pero nada más antiteórico y carente de empiria afín, nada tan wishful thinking político-ideológicamente correcto para mantener o ganar posiciones en el endo-grupo, que la confianza en última instancia en el potencial justiciero de las instituciones de la sociedad civil a falta de justicia a cargo de los tres poderes de la sociedad política. Porque (sic) “ahí está el capital democrático que el campo ciudadano aloja”. Que lo diga la izquierda chilena luego del referéndum de fines del 2022. Y todas las veces que los chanchos votaron, votan y votarán a Cattivelli o semejantes. Gustave Le Bon ha abundado en ello pioneramente ya desde 1895; Leon Festinger y Elisabeth Noelle-Neumann lo explicarán mejor en 1957 y 1983. Las tan olvidadas nociones de los grandes teóricos de izquierda, que fueron tan enriquecedoras de la comprensión del mundo, por ejemplo ‘alienación’ y ‘conciencia falsa’ (i.e. Lukacs, Gramsci) ya no levantan sospechas sobre la sociedad civil; hay servidumbre democrática a un supuesto ‘demos’ virtuoso que se opone titánicamente al maligno ‘oligos’; las masas son mejores y redentoras de sus pérfidas élites. El pueblo y la gente, la masa, el demos, es ahora virginal y virtuoso, redentor de élites y oligos, insospechable de ser manipulado y cooptado en la época en que las neurociencias, las tecnologías invasivas, la prensa y las ciencias sociales hacen lo que quieren con la opinión pública, como lo prueban las convicciones introyectadas cuando la pandemia y respecto al conflicto en Ucrania. La necesidad de tener votos y colocar ‘compañeros’, adoptada la vía democrática, se olvida de la alienación, de la conciencia falsa y de la creciente manipulación del demos, las masas y el pueblo; quiere creer en lo que no tiene razones para creer: ¿por qué gente más traumatizada precozmente en la vida, más acomplejada, más tentada por las cortas vías lumpen al dinero y al consumo, menos ilustrada, menos defendida por las instituciones formativas de la vida, sería mejor que aquellos menos castigados en sus pasados? Si las masas sustituyeran a sus élites, si el demos se impusiera al mono u oligos, si el sermón del monte se hiciera realidad, ¿sería mejor para todos? El colmo del wishful thinking es la invención político-ideológica de la soberanía popular, como sucesora ideológica del derecho divino, del derecho de sucesión y herencia monárquicos, de la ley del más fuerte, tan arbitraria como ellos aunque creída como prístina obviedad trascendental. Es una creencia, dramáticamente funcional para aminorar las explotaciones históricas, pero arbitraria bajo la apariencia e impulso grandiosos y evangelizadores civiles; y sin garantías.
Una última acotación a los textos abordados: “Que el caso Lacalle nos convoque a recordar los alcances virtuosos del liberalismo político habla de la gravedad del golpe que el caso asestó a aquella democracia constitutiva de nuestro imaginario plural-igualitario”. Primer premio de poesía o de inflamada declamación para ganar posiciones en el endo-grupo político-ideológico. Tampoco las virtudes del liberalismo de la ilustración o de los padres fundadores se cumplen en la realidad política; es una utopía; cuando la izquierda va perdiendo especificidad, dejando de lado objetivos, medios y conceptos propios, cuando se refugia, en retirada desordenada, en la democracia liberal, también allí tendrá que engullir sapos y abrazar culebras para sentirse satisfecha con la utopía liberal; hay teóricos que se autocalifican de izquierda y son así considerados, que afirman que la nueva misión de las izquierdas, esta sí factible, es la de conseguir ‘una buena democracia’; recular en chancletas siempre fue físicamente riesgoso. ¿Cuándo un gobernante que recita el credo liberal lo cumple si las papas queman? ¿Vamos a descubrir ahora que tampoco la utopía liberal se acuerda de su axiología y normativa justamente cuando debería probar su adhesión a ellas? ¿Estamos descubriendo, en 2023, que del dicho al hecho hay gran trecho? ¿Que los Reyes son los padres? ¿Sería una grave objeción a Lacalle Pou que es un insuficiente liberal político? ¿Y los Estados Unidos, hipócrita y falso impulsor del liberalismo, que hace un siglo y medio que derriba democracias, mantiene antidemocracias, espía, interviene, mata, tortura y miente y manipula con furor?
Sin embargo, las izquierdas que se escandalizan y rasgan sus vestiduras con Marset y Astesiano apoyan calurosamente a las multinacionales y los organismos internacionales que consolidan y se benefician de la globalización asimétrica, por ejemplo elogiando y pactando con Pfizer, la más condenada empresa de la historia judicial norteamericana, muchas veces sentenciada multinacionalmente con multas multimillonarias, al lado de quien Marset y Astesiano son lactantes y domésticas mascotas de estimación. Quién te vio y quién te ve. Más desubicados que perro en cancha de bochas, decían en el barrio.
No me va a negar que le aporté material para debatir, lector, y con ganas.