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Columna destacada | golpe | noche | Seregni

Larga y oscura

La noche del golpe

En estos días cargados de recuerdos, me despierta la necesidad de evocarlos.

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Cuando miro la última sesión del Senado (1973), antes del golpe y me veo, un muchacho parado, lleno de ganas de transformar el dolor en lucha… miro y me da la sensación de que no queda mucha gente viva de aquel momento, en aquel lugar. Luego en el exilio, comencé a llevar anotaciones sistemáticas diarias, que permiten reproducir hechos, hoy históricos, en minutos con total fidelidad.

Tratando de reunir recuerdos para esta nota, creo que el punto de quiebre fue aquella noche. Mis padres viajan rápidamente a Buenos Aires y allí me reúno con ellos días más tarde. De ahí en adelante cada vez que iba a verlos, creía que no volvería, pero volví…

El fin de semana anterior al golpe, 24 de junio, estábamos en Maldonado. No eran tiempos electorales, pero todos los fines de semana salíamos a recorrer el país. Pequeñas reuniones, grandes asambleas, el país estaba movilizado, fuera de tiempos electorales, como aquella noche de la plaza San Fernando.

La plaza desbordaba de gente. De la vereda de enfrente la JUP comenzó arrojar piedras. Fui a enfrentarlos. No por valiente, sino por irresponsable. Tenía 20 años. Vi venir a la Policía. No fue para defenderme. Me detuvieron. Wilson interrumpió su discurso: “Se llevan preso a mi hijo”. Me dio una pasajera tranquilidad, pero agregó: “Que se vaya acostumbrando, se vienen tiempos difíciles”. El diputado del departamento Miguel Galán fue hasta la Jefatura y logró mi libertad.

Esa misma noche los viejos se fueron al Cerro Negro (Rocha), necesitó distancia para pensar, dijo. Regresé a Montevideo con un viejo dirigente del Movimiento Por la Patria, Horacio Polla. Llegué tarde: frío, viento, calles vacías. Debajo de la puerta, una esquela del capitán Piñeyrúa, muy amigo de la familia: militar en actividad y demócrata. Quería reunirse con Papá, pero no estaba. Vivía cerca de casa; de madrugada fui a verlo.

Me informó que Bordaberry había ordenado la detención del senador Erro a su regreso de Buenos Aires, donde estaba invitado por la Juventud Peronista. El Senado había negado la solicitud de levantamiento de los fueros que, a instancia del futuro dictador, se había solicitado. Debía informar la novedad al viejo. No sabía cómo. Sentí ruido de llaves en la puerta: “No es momento de estar lejos”, dijo Wilson entrando con mamá al departamento.

Me solicitó que coordinara con Piñeyrúa y sus amigos una reunión el jueves siguiente, en una oficina de Ciudad Vieja donde solían reunirse. El martes 26 temprano papá visitó a Seregni en su departamento, le acompañé. Acordaron emitir una proclama. La redacción quedó a cargo de Oscar Bottinelli (por entonces secretario del general) y el profesor Juan E. Pivel Devoto por el Partido Nacional, para hacerse pública en el momento del golpe, condenándolo y apoyando la Huelga General que ya anunciaba la CNT.

Invitaron a los colorados a participar del documento, pero no aceptaron. “Cada uno desde su trinchera, contra el mismo enemigo”, pero no juntos, fue la amable respuesta de un joven y promisorio de dirigente batllista.

En la reunión papá y el general hablaron mucho de Zelmar Michelini. Seregni le pediría que fuera a parar el regreso de Erro para ganar tiempo. Zelmar pasó por casa rumbo al aeropuerto. Nunca olvidé el prolongado abrazo entre los dos. Por ese motivo Michelini no estuvo en la histórica sesión del Senado. Horas más tarde, ya sabíamos que el golpe era inminente. Sería en la madrugada siguiente.

Fuimos al Palacio acompañados por mamá. Ya no se separaron más. Papá me pidió varias veces que fuera al despacho del Toba (Presidencia de la cámara). Finalmente, el viejo fue personalmente a pedirle que se fuera, se resistía. Se escondió unos días.

Acompañé a los viejos a un acto de la coordinadora del Cerrito de la Victoria en el cine Grand Prix. Lo recibieron con alegría y se sorprendieron con la noticia de la inminencia del golpe. El festejo se trasformó en despedida.

Mientras tanto, varios amigos (Horacio Terra, Ricardo Vidal) organizaban la salida de Wilson por la noche a Buenos Aires en un velero que actualmente ancla en Argentina. Yo solo debía ocuparme de su salida del Palacio. Se inicia la sesión de despedida de las instituciones. Antes, representantes de todos los partidos le piden al vicepresidente Jorge Sapelli -contrariamente a lo que narra un libro sobre la vida de Wilson- que asista a la reunión del Consejo de Ministros para aguarle la fiesta a Bordaberry y votar contra el golpe. ¡Qué divinidad la de Sapelli en la larga noche que se iniciaba!

Fue una sesión de quórum difícil. Los herreristas faltaron, Sapelli no estaba, Washington Beltrán pidió licencia, Carminillo Medero, enfermo, llegó comenzada la sesión. Habla Wilson despedido con una ovación. Me cuesta verlo, año tras año, cuando la televisión emite la filmación de esa noche. Me veo joven, abrazándolo fuerte al final de sus palabras. Fue nuestra despedida, no sabía cuándo ni dónde lo volvería a ver.

Saliendo ya del Palacio, en la misma puerta, un brazo uniformado lo ataja. Pudo haber pasado cualquier cosa. Era el agente José Antonio Grasso, que a diario custodiaba la puerta de ingreso del Senado. Apenas lo conocíamos. Solo un saludo al cruzarnos diariamente. Miró a papá y le dijo: “Wilson, mi casa es muy pobre, pero allá no lo van a ir a buscar”. La solidaridad siempre aparece cuando se la precisa.

Tal como estaba organizado, se escabulló mientras la juventud agolpada en la puerta, según habíamos quedado, me siguió con gritos y aplausos, como si papá también estuviera, para confundir a los represores. Un amigo, Enrique Cadenas, que murió hace pocos días, llevaba puesta su gabardina. Juntos salimos en el auto de Wilson.

Nos siguió un vehículo de Fusileros Navales, ellos pudieron escapar.

Nos detuvieron en la rambla, manos en la cabeza en la intemperie hasta que amaneció. Luego un amigo me ocultó un par de días. No sabía entonces que el velero no había podido salir. Prefectura ya había cerrado el puerto del Buceo. Comenzaba una larga y oscura noche.

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