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Columna destacada | Suárez | camisetas | Peñarol

Polémica

Suárez tiene razón en cambiar camisetas

Una camiseta de un rival es un objeto tabú, impuro, importador de males, que debe ser estigmatizado y maldecido, según gente de determinados ambientes socioculturales más o menos elementales.

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Caras y Caretas Diario

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4/9/2022. Luis Suárez, finalizado un partido en que Nacional vence a Peñarol, intercambia camisetas con el capitán aurinegro Walter Gargano. El hecho provoca críticas del presidente de Peñarol, Ignacio Ruglio, y luego del Consejo Directivo. Fernando Errico explicita: “Así hubiéramos ganado 6 a 0, si yo estuviera en el otro cuadro, tampoco me gustaría que Suárez entre (sic, debería decir ‘entrara o entrase’) al vestuario con la camiseta de Peñarol”.

Un antecedente de 1972

Luego de un clásico, el argentino Daniel Quevedo, recién llegado a Peñarol, intercambia camisetas con el entonces -y también argentino- goleador de Nacional Luis Artime. Llegando al vestuario, el Tito Goncálvez -histórico capitán de Peñarol y Uruguay-, entonces ayudante técnico de Juan Ricardo Faccio, enojado, le arrebata la camiseta de Nacional y la tira en el baño. “Yo no tenía ni idea de lo que significaba una camiseta en el vestuario de Peñarol”, dice Quevedo en 2021, en una entrevista.

La civilizada explicación de Suárez

Se defiende: “Nosotros los jugadores tenemos que tratar de fomentar la rivalidad que hay dentro de la cancha. Después, afuera, somos seres humanos. El Mota [Gargano] es mi amigo”. Amplía: “Jugué clásicos Barcelona-Real Madrid... Ajax-Feyenoord… Liverpool-Everton [clásico desde 1890]… cambié camisetas y no pasó nada. Son recuerdos que vos te quedás”. También afirmó que lo volvería a hacer.

Pregunto, lector: ¿qué opina Gargano? ¿Qué opinan los dirigentes de Nacional? ¿Qué pasó entre Gargano y los directivos de Peñarol, que claramente opinan distinto sobre esos intercambios de camiseta con rivales clásicos? ¿Qué opinarán las hinchadas? Porque ya es una práctica muy común en todo el mundo desde hace muchos años, como se ve tanto en vivo como por TV. ¿Es un fundamentalismo antisocial y antideportivo exclusivamente peñarolense, o hay otros jugadores, dirigentes o hinchas de otros clubes que compartirían la crítica a Suárez y a los intercambios de camisetas, en especial entre rivales de clásicos o derbies tradicionales?

¿Qué implica psicosocial y antropológicamente una u otra posición frente al tema? Esto lo veremos más abajo.

En cualquier caso, lo sugiero como suculento tema de encuesta para los sondeadores de la opinión pública, que generalmente solo se ocupan de temas político-partidarios, casi como si fueran las únicas fuentes de interés.

Totem y tabú hoy. Violencia y sectarismos antisociales

La aparición de los deportes en la humanidad responde a una evolución cultural y civilizatoria que es diversa en el mundo antiguo y en el moderno. Y que varía incluso dentro de ese mismo mundo moderno. Es hasta diversa su razón de ser en el fútbol, que se distingue en eso de otros deportes y que también evoluciona en su justificación y fines. Largo y apasionante tema que merecería un espacio que desborda el de esta columna semanal. Sin embargo, algunas cosas importantes pueden ser mencionadas a los efectos de entender la relevancia del tema que desataron el intercambio de camisetas Suárez-Gargano, las reacciones de dirigentes de Peñarol y el recuerdo de antecedentes al respecto desde 1972.

Los deportes son consecuencia de la superación de estadios de la humanidad en que la preocupación y ocupación cotidianas fundamentales eran la supervivencia individual y colectiva, y la conquista de espacios, seres y personas que asegurasen esa supervivencia y la autoestima de los involucrados en esas actividades. La humanidad, para todo ello, necesitaba caminar, correr, luchar, remar, saltar, arrojar objetos, nadar…. Pero la evolución tecnológica va haciendo innecesarias ciertas capacidades y habilidades, sustituidas por instrumentos y herramientas más eficaces para los mismos fines. Los deportes son celebraciones de las virtudes, habilidades y capacidades de importancia menguante para la supervivencia, pero manifestadas por intrínsecas y no atadas a su eficacia instrumental para la supervivencia. No se corre ya solo ni básicamente para cazar o escapar; ni se nada solo para salvarse de una abrupta correntada pluvial; ni se arrojan objetos para atacar o defenderse; pero esas actividades, ya obsoletas desde el ángulo de su instrumentalidad cotidiana vital, son resignificadas desde el novedoso ángulo de su contribución intrínseca a autoestimas individuales y a orgullos colectivos; los desempeños diferenciales ya no hacen contribuciones diferenciales a la supervivencia colectiva; pero generan individualidades ranqueables y diferencialmente remunerables por esa virtud; y las colectividades se alimentan totémicamente de los desempeños individuales o colectivos (hay deportes individuales y plurales desde siempre) construyendo prestigios, estatus, orgullos, honras y honores, autoestimas.

Cuando el barón Pierre de Coubertin promueve y resucita los Juegos Olímpicos modernos en 1896 resignifica de modo ‘liberal’ los ideales olímpicos antiguos: el ideal a cultivar y premiar es el valor individual de los deportistas como símbolos de excelencia del ser humano visto individualmente; las sumas de puntos entre naciones son una innovación posterior, cuando los desempeños diferenciales se consideran indicios de superioridades raciales, nacionales o de regímenes políticos alternativos. En ese sentido, los juegos modernos cambian nuevamente su significación básica en pleno siglo XX. Las sumas de puntos adicionan muestras de superioridad nacional, racial, política. La ‘ultraliberal’ valoración del genio individual nerorromántico se concentra ahora en la persecución y superación de récords. El récord individual más los triunfos competitivos inter-individuales e inter-grupales totalizan el cada vez más complejo mundo del deporte, reflejo de la superación del estadio de aplicación del movimiento corporal a la supervivencia hacia una celebración más simbólica de virtudes, capacidades, habilidades y méritos corporales: como manifestaciones liberales neorrománticas del genio individual, y como manifestaciones de superioridades colectivas de diverso origen. Esta dicotomía también existía en el mundo antiguo; los grandes atletas eran tentados por ofertas competitivas entre reyes (como ahora). Si bien los superatletas eran venerados como tales por sus valores intrínsecos, también representaban honor para sus representados; un rey antiguo mandó hundir una flota que transportaba poetas desde un reino lejano, que se rumoreaba que batirían a todos sus rivales en los Juegos Poéticos, tan importantes como los deportivos entonces. La dualidad genio individual-valor colectivo, así como la totémica representatividad e impacto en orgullos y autoestimas de triunfos y derrotas, existió siempre y sigue siendo clave para entender hoy fenómenos sociales en el mundo del deporte, como los relacionados al asunto protagonizado por Suárez.

El fanatismo y las inescrupulosidades que suscitan no son solo ni totalmente una prostitución de la caballerosidad antigua por el capitalismo, la sociedad de la abundancia, del espectáculo y del consumo; ya vimos cómo un rey podía mandar hundir una flota que traía poetas que batirían a los locales; se sabe que los deportes colectivos (i.e. las carreras de trirremes y de carros de caballos) eran los que promovían mayores desórdenes entre los aficionados rivales; hasta había policías específicamente entrenadas para esos eventos especialmente riesgosos (harían bien en anotar nuestros pésimos ‘expertos’ en seguridad para el deporte). En el caso del fútbol, su separación del rugby desde el ancestro común del juego irlandés del hurling y su desarrollo en los establecimientos educativos para varones, se justificaban porque se necesitaban deportes agotadores y viriles, pero divertidos, para cansar y educar a adolescentes que, de lo contrario, se masturbarían; y el imperio británico estaría en decadencia en buena parte por la mengua en virilidad y energía en los jóvenes británicos (argumentaban padres civiles e instructores religiosos a coro).

La simbología de camisetas, escudos y colores

Cualquier deportista, antes como ahora, aunque con matices y diferencias, encarna, representa e impacta en un imaginario simbólico básico, pero que sin embargo admite matices que pueden ayudar a explicar las divergencias posibles en torno a los intercambios de camisetas como el mencionado de Suárez.

Los clásicos y los derbies (Nacional-Peñarol es un derby montevideano y también un clásico intra-nacional) son producto de una acumulación de enfrentamientos deportivos concretos, y de toda la representación y reproducción de los mismos por el ‘mundo’ del fútbol (hinchadas, periodismo, dirigentes, instancias sociales conexas, barrios, familias).

La permanencia y consolidación de derbies, clásicos y clásicos-derbies va dicotomizando, binarizando los partidos y su repercusión en individuos y grupos; con este proceso se va entrando en una suerte de guerra de trincheras en que todo lo propio del ‘nosotros’ se va convirtiendo en un bien intrínseco y todo lo propio del ‘ellos’ se va convirtiendo en un mal intrínseco; una noción bien primitiva, mágico-religiosa, de la disyunción bien-mal extiende la dicotomía desde el bien propio a la salud e higiene propias, y extiende también el mal ajeno a la toxicidad y contaminación que induciría con su contacto visual y táctil sobre todo lo alternativo a lo propio. La bendición de lo propio por carismáticos y poderosos líderes propios convierte en bien propio todo aquello que no es contado naturalmente entre lo bueno, santo y limpio propio. Así como la maldición de lo propio por carismáticos y líderes ajenos pueden convertir todo aquello contado naturalmente como bueno, santo y limpio en malo, maligno e impuro; aun a fines de los 70, Fluminense envió a un hechicero a presenciar el entrenamiento de Botafogo en su cancha antes de un clásico carioca; el hechicero simplemente fumaba un grueso charuto y lanzaba bocanadas a los jugadores de Botafogo mientras estos trotaban. Desbandada masiva. Los botafoguenses dijeron que hasta que otro hechicero no deshiciera el maleficio introducido por el hechicero de Fluminense no entrenarían.

Desde el estudio de los aborígenes australianos en el pasaje del siglo XIX al XX, se sabe que hay objetos a los que se les atribuye la concentración de determinadas potencialidades positivas, productoras del bien, los ‘fetiches’; en cambio, la tradición hebrea nos habla mucho de los ‘chivos expiatorios’ y ‘chivos emisarios’, aquellos objetos que expían los males y se los llevan de la comunidad. La preocupación, bien comprensiblemente primitiva, con la evitación y eliminación de los tabúes y las impurezas malignas, y con el fomento y multiplicación de los fetiches y tótems, nos podría llevar a las nociones de ‘estigma’, propios de personas u objetos que condensan maldad y riesgo de impureza por su presencia o contacto, al menos en la maravillosa versión de Erving Goffman. Lo estigmatizado lo es por su virtualidad contaminadora, tóxica, impura, generadora de tabúes. Las impurezas rituales y objetuales son articuladoras importantes de las religiones monoteístas (vide Mary Douglas); el Libro del Levítico, por ejemplo, concentra toda la operativa contra la impureza para el cristianismo y para el judaísmo en las poblaciones antiguas. Esta primitiva religiosidad mágica, de impacto enorme en el cotidiano, se traslada, con sus características, a los objetos, personas y situaciones del mundo profano posterior, más moderno, y sobrevive parcialmente, y secularizado, en capas diversas de las poblaciones.

Una camiseta de un rival es un objeto tabú, impuro, importador de males, que debe ser estigmatizado y maldecido, según gente de determinados ambientes socioculturales más o menos elementales.

Recordemos que, a menor prestigio y autoestima propios, los individuos adhieren con mayor pasión a aquellas personas o colectivos que les pueden proporcionar, de modo vicario e indirecto, todo el bien que ellos por sí mismos no consideran factible obtener. Quizás los más fanáticos y sectarios de los partidarios sean aquellos que no pueden conseguir prestigio, estatus y autoestima por sí mismos; y que deben, entonces, apostar todas sus fichas al triunfo del club para volverse así triunfadores vicarios, indirectos. Para tales primitivos y adherentes necesitados, cualquier irrupción de un objeto tabú, estigmatizado, impuro, arriesga la probabilidad de la victoria tan necesitada o deseada, en especial porque esa misma cosmovisión incluye la creencia de que los males sufribles son castigos divinos a faltas humanas.

Así, una camiseta rival deviene un tabú, una impureza que puede acarrear ira y castigo divinos, algo que debe ser expulsado por chivos expiatorios y emisarios, por su toxicidad intrínseca y por su ofensa a un ‘nosotros’ identificado con el bien y la buenaventura. Todos sabemos de la extraordinaria entrega de Suárez a las camisetas que ha vestido y de los sacrificios que ha realizado para honrarlas y servirlas, aun con ciertas culpas asumidas (i.e. el penal contra Ghana, o los sacrificios para llegar a jugar contra Inglaterra en 2018, o las proezas para perseguir a su ‘amor’ por el mundo). Pero, quizás sin una religiosidad mágica tan elemental, consciente de que la entrega total en la cancha y el entrenamiento no excluía otras dimensiones de la vida en la sociedad, habiéndolo hecho ya como recuerdo de una jornada y de seres humanos apreciables aunque transitorios rivales, y no necesitando de ese fundamentalismo nosotros-bien vs. ellos-mal, Suárez intercambió su camiseta de Nacional con la de Peñarol, con su capitán Gargano, antiguo compañero de selección y amigo personal.

Una sociedad civilizada, que se desee libre de fundamentalismos sectarios inductores de violencias, debe procurar eliminar o suavizar este tipo de creencias neo-mágico-religiosas para que las pertenencias no sean necesariamente trincheras bélicas, más allá de sanas comunalidades que se manifiestan en actividades modernas como los deportes, que tendrán sus bemoles, pero que, cuidados en su moralidad y en su sanidad, son excelentes resignificadores de las primitivas actividades humanas; pero para ello deberán desprenderse de erizados primitivismos al parecer encarnados por el Tito Goncálvez ayer y por la cúpula dirigente de Peñarol hoy. Suárez, tan campante; pero tememos por Gargano, que quizás deberá sufrir un implacable bullying informal y quizás reprimendas formales por intervenir en un muy deseable acto humano, como es el amistoso intercambio de camisetas luego de un duro derby clásico. Los boxeadores se abrazan y sonríen luego de pegarse rudamente; los rugbistas de ambos bandos confraternizan en un ‘tercer tiempo’ al final; a comienzos del siglo XX, los jugadores se juntaban y hasta vivían en casas de sus rivales: el equipo de Nacional que en 1903 venció a Argentina en Buenos Aires fue agasajado con una fiesta para todos en casa del 9 argentino, Alejandro Watson Hutton; que fundamentalismos lumpen (que abundan) no arruinen tradiciones socio-deportivas que existen y también abundan y deberían ser alimentadas. Que nunca falten.

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