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Columnas de opinión | sombras | Petro | Colombia

Dime quién tiembla en las sombras

Por Enrique Ortega Salinas

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Caras y Caretas Diario

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Iván Duque no es el presidente de Colombia; nunca lo fue ni lo será. Él es un simple títere de Álvaro Uribe. Sin embargo, al creador del paramilitarismo le quedan pocos días para continuar manteniendo su poder, ya que la mayoría de la población está reaccionando en su contra y en contra de todo lo que representa: violencia y corrupción.

A Gustavo Petro le ha costado décadas vencer los prejuicios de los colombianos; pero lo está logrando. Su pasado guerrillero provocaba rechazo en la ciudadanía; cosa curiosa, porque todo colombiano es consciente de que la derecha es sinónimo de corrupción, pero le molesta cuando alguien se levanta contra un régimen abusivo. La religión ha incidido en tales prejuicios. Colombia es un país con más fanatismo religioso que Brasil, lo cual no es poco decir. Los evangélicos (mal llamados cristianos) y parte de la Iglesia Católica han inyectado la ideología derechista en sus seguidores y han logrado que vean a cualquiera que se parezca a Hugo Chávez como si se tratase del mismísimo demonio.

Estos estafadores espirituales amasan fortunas gracias al diezmo que cada seguidor les aporta; pero despotrican contra cualquier político que hable de solidaridad y justicia social. Extraño, ¿no? Se supone que es lo que tendría que hacer un cristiano. Estos pastores y varias autoridades eclesiásticas han sido cómplices del suprapoder con un grado de inmoralidad incalificables; pero ahora parece que, por primera vez en su historia, los colombianos están dispuestos a decir basta. Ya no funciona asustarlos con el cuco del comunismo. Tras ser engañados en infinidad de ocasiones, la mayoría de la población ahora se atreve a ver otras opciones diferentes a las tradicionales.

Álvaro Uribe, el súbdito más sumiso del imperio, el tirano más maquiavélico y cínico de Colombia, el más cipayo entre los cipayos, tiembla en las sombras, y tiene motivos. El economista de izquierda Gustavo Petro, descendiente de italianos y candidato por la coalición Pacto Histórico, está a un milímetro de llegar a ocupar la Casa de Nariño.

¿Quién es Gustavo Petro?

La derecha colombiana condena a Petro por lo mismo que la derecha uruguaya condena a José Mujica: su pasado guerrillero. Efectivamente, ambos, en su juventud, integraron movimientos guerrilleros para enfrentar a gobiernos abusivos, corruptos y autoritarios. Petro militó en el Movimiento 19 de abril (M-19), guerrilla urbana que se desmovilizó en 1990 y se transformó en la Alianza Democrática M-19. Con ella Gustavo Petro fue electo diputado en 1991. En 1996 llegó a senador por el Polo Democrático Alternativo (PDA), cargo al que renunció en 2009 para candidatearse a la presidencia de Colombia.

Entre 2012 y 2015 fue alcalde de Bogotá; pero el 9 de diciembre de 2013 la Procuraduría le aplicó una sanción de destitución e inhabilitación por 15 años, lo que fue ratificado en 2014. El hecho, totalmente abusivo, fue protagonizado por el procurador Alejandro Ordóñez debido a irregularidades en el cambio de operador para la recolección de basura. Todo el poder del uribismo se lanzó contra Petro. No conformes con la injusta sanción, la Contraloría Distrital también le castigó con una multa por 90.000 millones de pesos, sanción que ya le había sido impuesta por la Superintendencia de Industria y Comercio. ¿Y qué cosa justificó tales sanciones? Pues se entendió que la administración de Petro atentaba contra la libre competencia. Por si fuera poco, se le impuso otra multa -por 40.000 millones de pesos- por los camiones de basura no utilizados.

Sin mencionar a Álvaro Uribe, Petro comentó en aquel momento: “Parecen solo querer venganza ante el encarcelamiento de su jefe”. El 8 de julio de 2020 la Corte Interamericana de Derechos Humanos le dio la razón y condenó al Estado colombiano declarando que era responsable por la violación del derecho contenido en el artículo 23 de la Convención Interamericana de Derechos Humanos “en perjuicio de Gustavo Petro Urrego”.

Semejante ensañamiento solo puede explicarse por la triste realidad de un Estado fallido, con instituciones infectadas con narcotraficantes, paramilitares y políticos corruptos.

Con la fusta bajo el brazo

De acuerdo a todas las encuestas, Gustavo Petro sería el candidato más votado en la primera vuelta, ya que cuenta con más del 40% de apoyo de la ciudadanía, casi el doble del porcentaje que favorece a su más cercano contrincante. Federico Fico Gutiérrez, exalcalde de Medellín, apoyado por el uribismo y la oligarquía colombiana, pero no logra superar el 22%. Es más, no sería extraño que el exalcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández, que ha venido creciendo y ya pisa el 19%, lo supere y sea quien pase a la segunda vuelta con Petro, sobre todo después que la exsenadora colombo-francesa Ingrid Betancourt renunciara a la carrera presidencial el 20 de mayo y declarara su apoyo a Hernández.

La paradoja es que, en caso de que fuera Gutiérrez quien pase a la segunda vuelta, lo lógico sería que Hernández (que al igual que Ingrid pertenece al centro del espectro político) apoye a Petro; pero si Hernández logra llegar al segundo lugar, los posibles futuros aliados serán adversarios. De darse esta situación, el uribismo quedaría fuera de la contienda y nada de lo que le aguarda es bueno.

En esa casi segura segunda ronda, puede que los votos de Sergio Fajardo (que obtendría un modesto 7% en la primera vuelta) podrían ser el balancín. ¿A quién decidirá apoyar Fajardo en la ronda final? ¿A la derecha, que tanto daño ha causado a su país, o a un movimiento que priorizará a la gente más humilde y necesitada y hasta ahora abandonada a su suerte por la derecha?

Nadie debería apostar ni una moneda por la vida de Petro

En el continente se suman otros motivos para que la Casa Blanca realice movimientos desesperados. En Uruguay gobierna desde hace más de dos años una coalición de derecha y ultraderecha liderada por el presidente Luis Lacalle Pou, quien ya casi a la mitad de su mandato no ha cumplido ninguna de sus promesas electorales y, por otra parte, se han multiplicado los casos de abuso policial, represión sindical y hechos de corrupción. Esto explica que, de acuerdo a una encuesta realizada por la consultora Equipos, si las elecciones fueran hoy, el Frente Amplio (con 35%) superaría a todos los partidos de derecha unidos, que alcanzarían solo 32%.

En Brasil, faltando solo cinco meses para las elecciones, el excapitán del Ejército y actual presidente Jair Bolsonaro tiene, según la encuesta más generosa (realizada por PoderData) 35% de intención de voto contra 41% del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. En Bolivia, el golpe de la ultraderecha y la Casa Blanca terminó con Yeanine Áñez en la cárcel y Luis Arce en la Casa Grande del Pueblo, tal como se denomina actualmente al que antes era el Palacio Quemado.

En Argentina no sería difícil que la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner vuelva a ser quien gobierne desde la Casa Rosada.

Todo esto puede ser relativamente digerible por quienes pretenden dominar al mundo; pero... ¿perder a Colombia? Colombia ha sido por mucho tiempo el país aliado, más sumiso que el imperio ha tenido en su patio trasero. Dejar que la gobierne un partido de izquierda sería como que, en una partida de ajedrez, se permitiera que nos quemen la dama sin oponer mayor resistencia.

Por todo esto, Gustavo Petro y su equipo realizan actos portando chalecos antibalas. No sería la primera vez que las oscuras fuerzas del suprapoder se quiten de en medio de manera violenta a un candidato no proclive a aceptar sus directivas.

Sin embargo, quien tiembla no es Petro, sino Uribe.

Desde que fuera presidente (2002-2006 y 2006-2010) varias personas de su círculo más estrecho han sido encarceladas o procesadas. De las decenas de casos en que ha estado envuelto, los más recordados son el de la “Yidispolítica”(escándalo de compra de votos en el Congreso para aprobar su reelección); el caso Agro Ingreso Seguro (se descubrió que grandes terratenientes fraccionaron sus predios para acceder a subsidios) y las “chuzadas” del DAS (espionaje telefónico y seguimientos del gobierno a los opositores); pero lo más grave fue la investigación que en su contra emprendió el Tribunal Superior de Antioquia por su supuesta responsabilidad en masacres perpetradas por paramilitares. Actualmente está siendo enjuiciado por fraude procesal y soborno.

Si gana Petro (aliado o no con Hernández), nadie duda que desmantelará toda la red de corrupción e influencias de Álvaro Uribe; por lo que esta historia solo tendrá un par de finales posibles: con Uribe preso o con Petro muerto.

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