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Columnas de opinión | Hannibal | El silencio de los inocentes |

HANNIBAL EN MONTERREY

"La historia real que dio lugar a Hannibal Lecter"

Vale la pena volver a leer El Dragón rojo y El silencio de los inocentes y ver nuevamente las adaptaciones al cine, comparando la ficción con la realidad, esa realidad que muchas veces supera a la imaginación.

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En 1991 una película sacudió al mundo del cine: The Silence of the Lambs. El silencio de los corderos llegó a América Latina como El silencio de los inocentes y dio varios pasos adelante en el género del terror psicológico. La película se basó en la novela de Thomas Harris, publicada en 1988. Lo curioso es que en el mundo literario, El silencio de los corderos fue la secuela de El dragón rojo (1981); pero en el cine surgió primero lo que fuera la segunda parte de la obra. Esta película norteamericana fue dirigida por Jonathan Demme y protagonizada por Jodie Foster y un impactante Anthony Hopkins. Con una inversión inicial de 19 millones de dólares, el filme recaudó 272,7 millones en taquilla y recibió cinco premios Óscar: mejor película, mejor director, mejor actor (Anthony Hopkins), mejor actriz (Jodie Foster) y mejor guion adaptado (Ted Tally), siendo la primera película de terror en obtener la estatuilla como mejor película. El exorcista (1973) había sido candidata con diez nominaciones; pero solo obtuvo dos premios, al mejor guion adaptado y al mejor sonido. El silencio de los inocentes provocaba horror no tanto con lo que mostraba como con lo que sugería. La segunda parte (primera en lo literario), El dragón rojo, fue más explícita, por ejemplo, cuando Hannibal Lecter muestra sus habilidades culinarias a la detective Clarice Starling y le come el cerebro a un buen amigo mientras este se encuentra vivo. El silencio de los inocentes cuenta la historia del psiquiatra Hannibal Lecter, un asesino en serie que practica el canibalismo, y la detective Clarice Starling, que lo entrevista en su lugar de reclusión buscando ayuda para capturar a “Búfalo Bill”, otro asesino en serie que suele desollar a sus víctimas. En cuanto al nombre del personaje, es obvio que su creador, Thomas Harris, asoció Hannibal con cannibal, o sea, caníbal en inglés. Ahora, ¿en quién se inspiró para esta obra cumbre de la literatura del terror? Lo que viene es real y sucedió en 1963, cuando un joven periodista de la revista Argosy viajó de Estados Unidos a México para entrevistar a un triple homicida texano, preso en el penal de Topo Chico, en Nuevo León. El recluso, Dykes Askew Simmons, que tenía labio leporino y cicatrices en la cabeza, había estado internado en un centro de salud mental de Estados Unidos. Tras llegar a Monterrey, asesinó a los hermanos Manuel, Hilda y Martha Pérez Villagómez. Fue capturado y condenado a muerte. En un intento de fuga, los guardias de la prisión le dispararon e hirieron, dejándolo al borde de la muerte; pero un médico, Alfredo Ballí Treviño, le salvó la vida. Enterado de esto, el periodista quiso conocer a Ballí y tuvo una reunión con él. El joven reportero contaría, décadas después, que se encontró entonces “con un hombre pequeño y ágil, de cabello rojo oscuro”, que permanecía estático mientras hablaba con él; agregando que “había cierta elegancia en aquel médico que, al parecer, provenía de una familia de buena posición económica”. Se dio entre ambos una charla que, por algún extraño motivo, era tensa e inquietante. El joven reportero no era otro que el mismísimo Thomas Harris, quien contó la anécdota en el año 2013, al cumplirse un cuarto de siglo del lanzamiento del libro que lo catapultó a la fama. El siguiente es el diálogo que el escritor mantuvo con este doctor, a quien llama “Dr. Salazar”, en el consultorio de la prisión.

¿Lleva usted lentes de sol consigo, señor Harris?

Sí.

¿Podría sugerirle que cuando lo entreviste (a Simmons) no se los ponga?

¿Por qué?

Porque él podría ver su reflejo en los suyos… Pero dígame, ¿piensa usted que Simmons era maltratado por otros niños durante los recreos debido a que es un hombre con un defecto físico?

Probablemente, eso es común.

Sí, es común. ¿Vio usted fotos de las víctimas: las dos jovencitas y su hermanito?

Sí.

¿Diría usted que eran chicos atractivos?

Lo eran: jóvenes bien parecidos provenientes de una buena familia… con una buena educación, me lo han dicho. Pero… no está usted diciendo que ellos lo provocaron, ¿o sí?

No, por supuesto. Pero las aflicciones infantiles hacen que las aflicciones posteriores sean fácilmente recreadas.

Continuaron luego discurriendo sobre las características mentales del asesino y sus víctimas, el tormento y la culpa, hasta que la charla fue interrumpida cuando el director de la prisión, Miguel Guadiana Barra, golpeó la puerta del consultorio y comunicó que había finalizado el tiempo. Harris se despidió de Ballí Treviño, agradeciéndole su atención e invitándolo a tomar una copa o almorzar con él cuando visitara Texas. El médico respondió cortésmente: “Gracias, señor Harris. Ciertamente lo haré, cuando vuelva a viajar”. Minutos después Thomas Harris le preguntó a un guardia cuánto tiempo llevaba el médico trabajando en la prisión. Esto habrá resultado muy cómico para él, porque había asumido, erróneamente, que Harris sabía con quién había estado hablando. Aquel médico era un asesino que había empaquetado el cuerpo de su víctima en una pequeña caja de cartón. "Él nunca dejará este lugar. Está loco", le explicó. También le contó que el director le permitía atender a personas de las inmediaciones que venían a visitarlo a la prisión, porque era un buen médico y “con los pobres no se comportaba como un demente”. De hecho, no les cobraba y los atendía con gusto. Este diálogo inspiró a Harris para desarrollar uno de los mejores momentos de El silencio de los inocentes, cuando Clarice Starling (tan principiante de agente como Harris de periodista) habla con Hannibal Lecter en la prisión. Alfredo Ballí pasó a la historia como la última persona condenada a muerte en México; sin embargo, su pena fue sustituida por 20 años de penitenciaría. Pero, ¿qué había hecho para recibir tal condena? El 8 de octubre de 1959, Alfredo Ballí Treviño tenía 28 años y un consultorio en la calle Artículo 123 de la colonia Talleres, en Monterrey. El joven médico tenía una relación sentimental con Jesús Castillo Rangel, un estudiante de medicina de 20 años. En aquella época, las relaciones homosexuales eran condenadas cruelmente por la sociedad; por lo que debían mantenerse bajo máximo secreto. Aquel día discutieron en el consultorio. Ballí Treviño sometió a Jesús Castillo, le inyectó pentotal sódico, lo degolló con un bisturí, lo desangró, lo descuartizó y colocó los restos en una caja de cartón. Luego llevó la caja en su automóvil hasta un terreno baldío del municipio de Guadalupe y la enterró. Pocos días después, la policía la desenterró y el médico fue detenido. Al confesar los detalles del descuartizamiento, se jactó de la exactitud de los cortes y de no haber tocado ni un solo hueso. En mayo de 1961 fue condenado por los delitos de homicidio calificado, inhumación clandestina y usurpación de profesión. También se le investigó como presunto responsable de la muerte de varios jóvenes cuyos cuerpos habían aparecido en las carreteras del estado; pero nunca se logró demostrar su culpabilidad. Cuando un quinto de siglo después salió de prisión, se dedicó a atender gente pobre en un modesto consultorio. En sus últimos años de vida usaba una silla de ruedas; pero seguía atendiendo a la gente humilde.

En 2008, el periodista Juan Carlos Rodríguez quiso hacerle una entrevista para contar su historia en el diario Milenio; pero la respuesta fue: “Si lo desea, podemos hablar sobre cualquier otra cosa, excepto eso. No quiero revivir mi oscuro pasado. No quiero despertar mis fantasmas, es muy difícil. Pagué lo que tenía que pagar. Ahora sólo espero el castigo divino”. Ballí Treviño nunca se fue de Monterrey y murió a los 81 años en 2009. Cuando los periodistas nacionales y extranjeros preguntaban por él a las personas del vecindario, solían describirlo como una buena persona. En cuanto a Dykes Askew Simmons (el asesino a quien salvó la vida), cuando llevaba 8 años de estar preso, su esposa consiguió llevarle a la cárcel el hábito de una monja, con el que se disfrazó y logró escapar en medio de un grupo de religiosas. Poco después abandonó México y regresó a Texas; pero disfrutó poco tiempo su libertad, ya que fue atropellado en Forth Worth y murió. El personaje de Clarice Starling le fue ofrecido a Michelle Pfeiffer y a Meg Ryan y ambas lo rechazaron por la violencia contenida en la historia. Jodie Foster se ofreció y la aceptaron como última opción. Que ella tomara el papel fue sorpresivo para muchos, ya que, una década atrás, había sido acosada por un psicópata, John Hinckley Jr., quien atentó contra el presidente Ronald Reagan solo para llamar su atención. Esa interpretación le valió a Foster el Óscar a la mejor actriz. Ahora, sabiendo todo esto, vale la pena volver a leer El Dragón rojo y El silencio de los inocentes y ver nuevamente las adaptaciones al cine, comparando la ficción con la realidad, esa realidad que muchas veces supera a la imaginación.

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