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Columnas de opinión | política | cine |

Desde el jardín

Lenguaje y política en una sátira inolvidable

Su sabiduría refería a las flores y plantas pero, cada vez que hablaba, por alguna extraña razón que no podía comprender, quienes escuchaban dejaban de lado esa referencia literal para interpretar sus palabras como metáforas profundas sobre la sociedad y la política.

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Cuando murió el anciano, quedó más huérfano que nadie. El viejo era su referencia y ya no estaba. Él mismo se sentía una creación de quien lo protegió y le brindó refugio durante años. Le había marcado el sendero y lo había seguido.

Mirando la televisión había aprendido que no convenía adjetivar demasiado. Quienes lo hacían quedaban envueltos en situaciones cambiantes y él prefería el orden, los senderos que no se bifurcan, la previsibilidad del crecimiento natural. Así había cultivado el jardín y así había llegado a estar allí. Era lo que había aprendido, lo que había puesto en práctica y lo que le gustaba hacer con esa mansedumbre bonachona que operaba como un bálsamo que abrazaba a todos. Por eso, al salir al mundo, predicaba esos lugares comunes que no decían mucho y elogiaban una supuesta singularidad basada en no estorbar a nadie.

Personaje

Este relato intenta acercarse al personaje protagonista de una breve novela publicada en 1971 y llevada al cine en 1979, obteniendo premios y distinciones en el gran show business de la industria cinematográfica de Hollywood, y catapultando a la novela como un best seller editorial. Su paradoja consiste en ser una corrosiva sátira política dirigida contra la esencia del gobierno norteamericano (y no solo) digitado por los ultrarricos de siempre. Además, y por si fuera poco, apuntaba sus dardos contra la cara más mediocre y perversa de la televisión y su impacto en la cultura y la educación, no como elementos de liberación sino de ignorancia, sumisión y despojo. Y dio en el blanco.

Aquella novela breve había sido escrita por un polaco emigrado a los Estados Unidos a mediados de los años cincuenta. Se titulaba Desde el jardín, y fue escrita por Jerzy Kosinski, cuyo verdadero nombre era Josef Lewinkopf y había nacido en la ciudad de Lodz el 18 de junio de 1933. Su experiencia como niño bajo la invasión de Polonia por parte del Ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial había sido traumática. De familia judía, sus padres le consiguieron un documento falso y le inventaron una fe católica. Huyó al campo para sobrevivir bajo el cuidado de una familia campesina. Cuando el Ejército Rojo liberó a media Europa del terror nazi, pudo volver con sus padres y continuó los estudios. Ya en el socialismo, en la Universidad de Lodz estudió Historia y Ciencias Políticas e ingresó a trabajar en la Academia Polaca de Ciencias.

En 1957 emigró a Estados Unidos y se graduó en la prestigiosa Universidad de Columbia, dando clases en Yale y Princeton. Se casó con una norteamericana y obtuvo la ciudadanía. Su primera novela, El pájaro pintado, fue alabada por la crítica. En 1968, ganó el Premio Nacional del Libro (National Book Award), uno de los más prestigiosos galardones del momento, con su siguiente novela titulada Pasos. Pero la obra con que pasaría a la historia sería Desde el jardín. No porque tuviera un éxito inmediato sino por lo que sucedió pocos años después.

Cine, televisión y política

En 1978, el director de cine Hal Ashby dirigió una de las mejores adaptaciones de la literatura al cine, con el propio Kosinski trabajando en el guión del filme. Hay que decir que la nouvelle ya tenía una estructura dramática muy cinematográfica. Ashby le agregó una serie de recursos técnicos muy propios de los programas y series televisivas de aquellos años, algo que se puede apreciar en el uso del zoom o de ciertas cortinas y efectos para algunas transiciones, como si el filme se burlara doblemente de la televisión a la que criticaba.

La película tuvo un gran éxito pero, además, se impuso como un filme serio, de un cine de calidad y con un profundo contenido político, más allá de su aire de comedia liviana. Uno de los grandes aportes fue el de Peter Sellers, que intentaba escapar de su encasillamiento en el personaje del torpe inspector Clouseau en la saga comercial de la Pantera Rosa. Sellers hizo hasta lo imposible para convencer a Kosinski de permitir la adaptación al cine con la dirección de Ashby y él como protagonista. Su interpretación se distingue como una de las mejores de su trayectoria, junto a las logradas con Stanley Kubrick en Lolita y Dr. Strangelove. Por si fuera poco, en Desde el jardín cumplió su sueño de actuar a dúo con Shirley MacLaine, secundados por los experimentados Jack Warden y Melvyn Douglas, quien ganó el Oscar como Actor de Reparto.

La película fue estrenada en EEUU con el título Being There (Estar allí). En España fue titulada Bienvenido Mr. Chance, tal vez para emparentarla con el humor amargo de Berlanga. Con mayor sensatez, en hispanoamérica fue distribuida como Desde el jardín, recuperando el título de la novela.

Su trama seguía el unidireccional y vertiginoso camino de un personaje que no sabía leer ni escribir y había vivido décadas como jardinero, sin salir de una mansión rodeada de altos muros. Siendo un niño huérfano, había sido llevado por un viejo millonario para el que trabajó como jardinero. Su vida consistía en cuidar el jardín y mirar televisión, único contacto con el mundo exterior.

Cuando el anciano muere, llegan un par de abogados que no encuentran el más mínimo registro de su existencia como empleado ni como ciudadano. Como el Sr. Chance nunca había tenido documentos ni recibió jamás salario, solo comida y casa, termina siendo desalojado de la propiedad. Así sale por primera vez a la calle, aunque impecablemente vestido con el traje del viejo amo, un sombrero bombín y una maleta.

A poco de andar tiene un pequeño accidente cuando un auto le aprieta una pierna al estacionar. Del lujoso automóvil bajan un chofer y una mujer de su edad que lo atiende con cortesía, temerosa de haberlo lesionado. Al preguntarle quién es, el Sr. Chance responde Gardener (jardinero en inglés), pero la dama lo asume como apellido. Tras esa y otras confusiones termina llevándolo a su mansión, ya que resulta estar casada con uno de los hombres más ricos del país, quien está enfermo y cuenta con todas las atenciones médicas en su hogar.

A partir de allí se suceden un malentendido tras otro. El Sr. Chance apenas emite palabras que aprendió mirando televisión y responde a todo con frases referidas al cuidado de un jardín, lo único que sabe, las que son interpretadas por el millonario en clave política, especialmente como una sabiduría económica. Cuando los visita el presidente de Estados Unidos, éste queda perplejo ante las respuestas de Chance y lo termina citando en una importante entrevista televisiva. A partir de ahí Chance es buscado por la TV y llevado a un programa de gran audiencia que lo instala como si fuera un filósofo o un gurú de la macroeconomía.

Su nuevo anfitrión pertenece al grupo selecto de multimillonarios que deciden quién será el presidente de los Estados Unidos. Así, embobados por su propio snobismo y la buena imagen que Chance cosecha en la gente, asesorados por oportunos prestidigitadores del marketing y seguidos por la corte partidaria de turno, toman la decisión de postular al Sr. Chance a la más alta magistratura del país para ejercer el cargo con más poder del mundo. En ese sentido, la historia pronostica esa pléyade de candidatos con buena imagen y discurso vacío.

Algunos vieron en ella el ascenso de Reagan, otros el de Berlusconi o Menem. Es probable que también se traslade al exhibicionismo prepotente de Trump o se pueda extrapolar a la delirante y enfermiza verborragia de Milei. Sin embargo, esa corrosiva mirada sobre figuras presidenciales alcanza a muchos otros y desnuda otras posturas tan o más endebles, ya sea por frases de estampita usadas para la posteridad, engañapichangas para encantar serpientes o por su pragmatismo contradictorio de vuelo corto y anuncios a las apuradas.

Lenguaje y política

Así como se puede reivindicar la definición de Aristóteles, en La política, que afirma que el hombre es un animal que habla porque posee un logos, no en el sentido intelectual sino de un habla que le permite designar lo ventajoso y lo dañino, lo justo y lo injusto, seguramente no faltarán quienes prefieran a Talleyrand, sacerdote, diplomático y estadista en la Francia de fines del siglo XVIII e inicios del XIX (donde se lo consideró la quintaesencia del traidor) cuando reivindicaba el lenguaje, pero no el que sirve para manifestar sino el más adecuado para ocultar el pensamiento.

Tanto la novela como la película exponen esa doble condición del lenguaje en su relación con la política mediante la disociación del sentido como una patología que se niega a nombrar. Lo interesante es que lo hace a través de un personaje inocente para señalar, con certera puntería, a quienes realizan semejante operación lingüística e ideológica con plena conciencia de sus intenciones y sólo en función de sus propios intereses.

Por eso esta sátira olvidada no deja títere con cabeza. No solo desnuda la operación de los sectores más reaccionarios capaces de encontrar una renovación para mantener sus privilegios; es también una crítica feroz a ese lenguaje banal de la economía que impone su poder fetichista sobre la sociedad alienada. A la vez, es una demoledora alegoría sobre el papel de algunas élites y su manejo de la cultura de masas para idiotizar a la población. Y por cierto, también alerta sobre el uso del lenguaje como un instrumento para el irresistible ascenso personal a costa de nunca decir nada, pero siempre acompañado con la infaltable corte de aduladores que aplauden cualquier cosa. La película, en sus créditos finales, como tantas otras pero mejor que ninguna, deja explícito un mensaje tan tranquilizador como inquietante: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Ese fue su mayor grado de ficción.

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