Patricia González Viñoly, más conocida como Pata González, nos recibe en su oficina situada en la segunda planta del edificio anexo a la Intendencia de Montevideo. Acaba de terminar una reunión y se acomoda en su silla para comenzar la entrevista. Ceba un mate morado y juega con un esmalte de uñas de color magenta. Se descalza, cruza las piernas y, con esa afable actitud que la caracteriza, comienza la entrevista a una persona que pasa desapercibida, que muchos ni conocen, pero que está a los mandos de campañas departamentales tan relevantes como fueron la de noviembre, Mes Internacional de Lucha Contra la Violencia hacia las Mujeres, #LaViolenciaEmpiezaconlaDesigualdad, y la de marzo, #LaIgualdadSeAprende.
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¿Qué es para ti el feminismo?
Es un movimiento social, político, académico y cultural muy grande y muy rico que implica muchísimo a las mujeres en tanto que las representa reconociendo su lugar de oprimidas y luchando para salir de él, y para que no existan más muertas ni violentadas, pero tampoco violentos ni opresores. Es un movimiento pacífico que construye, o deconstruye, una forma de relacionarnos, y que hay que cambiar. Es un movimiento que nos hace ser parte de un proceso político muy grande, en el que cada una tiene algo que aportar a esta montaña grande, larga e histórica que va a llegar mucho más lejos de lo que en nuestras vidas podemos apreciar. El feminismo es un movimiento de revolución.
¿Cuál es tu recorrido por el feminismo y tu llegada con él a la intendencia?
Yo no vengo del movimiento social. Soy politóloga e hice mi tesis sobre el vínculo entre las organizaciones sociales y los mecanismos de género del Estado, me formé en género y esa fue mi formación académica sobre el tema. Trabajé en el Mides cuestiones relacionadas con la afrodescendencia, con las políticas para personas trans y con las mujeres migrantes. Yo soy militante política y frenteamplista y milito en un sector joven en todos los sentidos, que se fundó hace poco tiempo, que es el IR. Cuando gana Daniel Martínez, el intendente, me propone para ocupar este lugar y cuando llegué -en aquel entonces era la Secretaría de la Mujer-, una de las cosas que tenía claras es que tenía ciertas limitaciones: yo no venía del movimiento, no tenía el aval, porque yo estaba propuesta por un sector político. Cargaba con eso, de buena manera, valorando muchísimo a las otras mujeres propuestas para ocupar este puesto, pero sabía que mi ventaja era que sí conocía de la política como para ocupar un cargo político. Ese fue mi norte. Otra cuestión presente que tenía puesta arriba de la mesa era que, más allá de que una conozca el movimiento, había que distinguir entre el movimiento y el Estado, y el Estado toma decisiones para todos los ciudadanos de Montevideo. Es un gobierno de izquierdas y hay una posición feminista, y el partido que gobierna este departamento se declara antipatriarcal y antirracista, y esa es mi línea política y el lugar desde el que construimos. Eso no significa que construyamos sólo para la gente que está de acuerdo con eso, construimos para todas las personas. El movimiento feminista tiene su plataforma concreta y nosotros citamos a ese movimiento a que se siente a dialogar con nosotros. Tienen el teléfono y la oficina abierta, y resultado de eso es que hay muchos movimientos sociales con los que nosotros articulamos mucho. Hay una rama del movimiento social que no tiene vínculo con el Estado y respetamos esa posición, pero con los que sí lo quieren tener hay una línea de trabajo bastante directa, al igual que con las mujeres de a pie independientes, no vinculadas a ninguna organización.
¿Cómo viviste la marcha del 8M?
Como algunas personas, tenía en el fondo el miedo de que no fuera tan grande como la del año pasado, y en realidad me sorprendió gratamente que hubiera cuadras y cuadras de mujeres, de hombres, de gurisas, de pancartas. Siento un poco que la causa del feminismo -porque yo creo que tenemos que reconocerle al feminismo la marcha en tanto que la ha organizado el movimiento feminista- vio como se le sumó un montón de gente. El hecho de que el feminismo sea cada vez menos una mala palabra en este país y empiece a tomar un lugar dentro de la agenda política me emociona, me parece importante y me parece que nos ayuda a mejorar el terreno y la coyuntura para poner cada vez más temas en la agenda que hasta hace dos años no existían. La palabra feminismo empieza a perder esa connotación tan negativa y tan dramática que tenía, y eso es una buena noticia.
¿Qué se hace cuándo hay tantos colectivos feministas y tan diversos para mantener la unidad del movimiento sin aniquilar la variedad?
¡Ay, qué linda pregunta! Es el desafío de las causas, las causas tienen siempre ese desafío. El movimiento sindical lo saldó hace muchísimos años, y tomó una definición en cuanto a eso, la definición de la unidad, y el Frente Amplio también, que lo discutió y lo saldó y generó una plataforma común. Durante muchos años la izquierda estuvo dividida en fragmentos. Nosotros en este país definimos tener una izquierda en la que se encuentran desde el Partido Comunista hasta la socialdemocracia, y eso fue un acuerdo programático: hay un objetivo que nos pone en ese lugar común. Yo creo que el feminismo pone arriba de la mesa un desafío súper interesante, y ese desafío es la forma distinta de construir las unidades y los acuerdos, porque la clásica unidad sindical que implica que hay alguien que gana la discusión, que lidera y que representa a la mayoría, es una cuestión a la que el feminismo interpela en relación a la horizontalidad del movimiento. Ahí creo que hay, y hablo como politóloga, como amante de la ciencia política, un estudio muy interesante que se cuestiona cuál va a ser el desafío del feminismo. La historia del feminismo siempre ha sido así: nunca, en ninguna época, el feminismo siguió una única línea. A veces, cuando una mira para atrás, construye un relato histórico que responde a un feminismo hegemónico y homogéneo que nunca respondió a la realidad. Hay distintos perfiles en el feminismo, e históricamente hay una construcción conceptual y política que viene por ramas y por vertientes distintas que precisamente ha contribuido por su variedad al feminismo que conocemos. Es cierto que hay tensiones políticas, como en todos los movimientos, y no existe un movimiento que las tenga. Sería estúpido pensar que todo el mundo está de acuerdo en todos los puntos de una plataforma. Sí creo, sin embargo, que hay un desafío interesante en no construir bloques y polos, de poder llegar a construir una plataforma común que permita a cada una ser como es y hacer política -en el sentido amplio- desde el lugar en el que cada una sienta que puede aportar y conceptualmente desde el que cada una se sienta enamorada del movimiento, sin desmerecer a la otra. Creo que ese es el mayor desafío. Yo soy una feminista política, y yo creo que las feministas del movimiento social, de las bases, que laburan en el territorio y con las mujeres son fundamentales. Todas las feministas son fundamentales, y nada me va a convencer de que haya una feminista que no suma para la causa. Hay algo ahí que tenemos que resolver que está relacionado con cómo vemos a la otra, cómo la legitimamos y le damos lugar a su voz. El enemigo es el patriarcado, nunca otra compañera.
¿Cómo se traducen las luchas de las organizaciones y colectivos de la sociedad civil en políticas públicas, en este caso departamentales?
Nosotros logramos hacer tres cosas que son importantes y que para mí son el gran desafío: en primer lugar, dejamos de ser la Secretaría de la Mujer, que estaba dentro de un área de desarrollo social, para ser la Asesoría para la Igualdad de Género, que depende del intendente, convenciendo a todos y a todas de que este es un tema transversal, no es un tema social ni un tema de cambio de los patrones culturales, es un tema estructurante y tiene que trabajarse en todos los departamentos. Esto nos permitió tener voz política en el gabinete y tener incidencia sobre los temas que se discutían y que se discuten, y eso es fundamental porque se logra meter una perspectiva de género en todas las cuestiones. Es un tema político, y tenemos que lograr instalar un Estado feminista, tenemos que lograr construir un Estado con perspectivas de derechos humanos y tenemos que lograr un Estado que se centre en las personas que viven y que transitan por la ciudad. Tenemos que lograr que la gente sea más feliz y para lograr eso hay que lograr que sus derechos sean efectivos. Necesitamos un Estado que esté del lado de la gente, y eso es ser de izquierda. Para que el Estado sea eso, los que gobernamos tenemos que poner todas estas cuestiones como plataforma arriba de la mesa y hacer que las instituciones de un Estado jerárquico, burocrático, weberiano, establecido y acostumbrado a una forma de construir pueda proponerse formas de construir distintas y pueda proponerse formatos de política pública distintos. En segundo lugar, hay que aceptar, bancar y construir la crítica. Bienvenidas son las críticas que nos cuestionan, que nos interpelan y que nos preguntan. Escuchar y tener los oídos grandes a la posición que tiene el movimiento, que tiene la gente y que tienen los organismos del Estado con respecto al trabajo de una es una forma de construir que permite crecer desde las limitaciones propias. Hay que tratar de ver cuáles son las posibilidades al alcance, y siempre hay que hacerlo desde la honestidad y el respeto a las posiciones de la otra. Y muchas veces se pierden posiciones y eso es bueno, porque habla de una democracia en la que, por un lado, no siempre se hace lo que se cree que se debe hacer y, por otro lado, se construye de forma horizontal. La tercera línea muy fuerte es la comunicación y la transversalidad. Hay un equipo técnico de mujeres comprometidas que tienen una experticia de trabajo increíble, con un gran conocimiento técnico y político y con una capacidad de ponerse la revolución al hombro que hace la diferencia, pues ningún proceso de cambio lo hace una sola persona, los procesos de cambio son colectivos.
La intendencia aplicó el programa de la ONU Mujeres para erradicar el acoso callejero. Cinco millones de pesos se destinarán a campañas de sensibilización contra el acoso callejero y que fueron recolectados en Montevideo Rock y en Montevideo Tropical. ¿En qué fase está el programa?
Recuerdo un titular que decía ‘El intendente Daniel Martínez va a prohibir el piropo’. Este es un tema muy incipiente como política pública de género. Venimos de un proceso por el cual queríamos trabajar el acoso callejero y el acoso en espacios públicos. La Ley Integral no estaba aún aprobada y, por tanto, el acoso no estaba tipificado, por lo que era muy difícil de probar y de demostrar. Llegamos a la conclusión de que teníamos que construir una política pública que contemplara que la violencia en el espacio público hacia las mujeres implica un uso diferencial de dicho espacio, y que si queremos un “MontevideoXigual”, tenemos que empezar a construir pautas de relacionamiento y de convivencia dentro del espacio público que eviten el riesgo para las mujeres. En ese proceso llegamos al programa de ONU Mujeres, que ya se estaba aplicando en otros países y que fue la caja de herramientas que necesitamos en aquel momento para aplicar estrategias de política pública medidas y evaluadas ya en otras experiencias. Tras la firma del convenio, estamos en un proceso de iniciación. Los objetivos son planear futuras campañas que pongan sobre la mesa estas cuestiones y, además, estamos elaborando un grupo de trabajo integrado por gente de distintos espacios de la intendencia, y queremos que el plan Ciudades Seguras sea un plan institucional hijo del Tercer Plan de Igualdad. Esto supone asignar las medidas seguras y pensar estratégicamente cuál es la política pública que queremos construir en ese sentido y que no dependa solamente del programa de las Naciones Unidas, sino de algo más profundo, que visibilice, igual que pasó con la violencia doméstica, que las mujeres sufrimos también violencia en el espacio público.
Si tuvieras que elegir una medida en materia de género para aplicar inmediatamente, ¿cuál sería?
En estos días el Poder Judicial cerró su área de género. Es necesario que la Justicia de este país sea cada vez más justa para las mujeres y que tenga un espacio para pensar el derecho a la justicia desde ese lugar y con esa perspectiva particular, que pueda trabajar en casos de violencia de género, que pueda trabajar en los territorios y que tenga presupuesto asignado, porque a las mujeres se les va la vida en la justicia, en el acceso a ella. Si tuviera que elegir una medida, en los tiempos que corren, abriría nuevamente el Área de Género del Poder Judicial.
¿Por qué el uso del término “violencia de género” y no el de “violencia machista”?
A mí me encanta el concepto de violencia machista, pero creo que no hemos llegado a dar ese paso. No creo que no hayamos llegado desde el Estado, creo que no hemos llegado desde el movimiento, y hay que respetar los procesos que designan la forma en la que nombramos las cosas. La estructura pone a las mujeres en un lugar y a los hombres en otro, y los dos nos tenemos que correr de ese lugar y construir vínculos diferentes. Nos han enseñado a vincularnos de una forma en la que los hombres tienen el monopolio de la violencia física, mientras que las mujeres, en términos generales, no utilizamos ese medio para la resolución de conflictos. Tenemos, no menor, el monopolio del uso de la palabra, como decía Lagarde. Las mujeres tenemos el uso de la palabra para resolver conflictos, y hay que convertir eso en principal estrategia política. Hay mucho para construir sobre el machismo y todavía es muy chocante para los hombres encontrarse con ese término. Yo estoy muy preocupada por los hombres, y creo que el Estado tiene la obligación de hablarles a ellos. También creo que no hay que exigirle al feminismo, y menos a las feministas, que tengan la responsabilidad de hacer eso, pero hay que hacer un lugar a los hombres feministas. Necesitamos que los hombres sean parte de la causa, que construyan posiciones teóricas, académicas y políticas. Yo necesito hombres feministas.