El presidente Vázquez destacó que “hay que mirar lo que pasa en Argentina, en Brasil, en el mundo, miren cómo está Uruguay”, “no estamos en recesión, tenemos respaldo internacional, tenemos grado inversor […] tenemos estabilidad política […] tenemos todas las libertades”. No fue titular en ningún medio. Entretanto, Argentina muestra la imposibilidad de gobernar desde el miedo a la intervención del Estado.
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Es muy conocida la frase de que cuando estalla una guerra la primera víctima es la verdad, pero lo mismo rige para las realidades económicas, mucho más, obviamente, en tiempos electorales.
El miércoles 28 ocurrió la más importante y desdichada noticia en lo que va del año, acaso para toda América Latina, que necesita procesos políticos y económicos ordenados en un momento de grandes turbulencias globales.
El gobierno argentino que encabeza Mauricio Macri, tras una nueva y feroz turbulencia económica que fue nuevamente incapaz de manejar, declaró un default virtual (al pedir públicamente la reestructura de su deuda para no caer en estado de cesación de pagos por imposibilidad de honrar los compromisos contraídos en tiempo y forma, más claro, imposible) a través de un discurso televisado de su flamante ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, que ha demostrado de entrada tener un sentido de realidad superior al de todo el gabinete (incluyendo, por supuesto al presidente), a excepción del exministro Alfonso de Prat-Gay.
Al cierre del turbulento miércoles 28 el valor del dólar, imparable, había superado los $A 61 y el riesgo país pasó los 2.000 puntos básicos, dato que a esa altura no tenía ninguna significación, ya que el único y último posible prestamista de Argentina es el Fondo Monetario Internacional (FMI), ahora muy comprometido por el que posiblemente sea el mayor error de su trayectoria, al otorgar su mayor préstamo, por US$ 57.100 millones, por razones que a todas luces eran de simpatía política (compartida por el presidente Trump, cuya nación tiene el mayor poder en el organismo multilateral) hacia un gobierno inoperante e ineficiente, de un país cuyos gobiernos ya habían entrado (a veces en clamor parlamentario y nacional) en cesación de pagos interna y externa en otras varias ocasiones.
Incluso ha tomado estado público que varios países europeos discuten si debe hacerse efectivo o no el último tramo de US$ 5.400 millones que llegaría en estos días, y que peligraría la ya proclamada presidencia de Christine Lagarde, firmante del estropicio y defensora a ultranza de Macri y Dujovne en el Banco Central Europeo (BCE), donde sustituiría nada menos que al habilísimo y ahora más necesario que nunca Mario Draghi, hombre del MIT.
El 28, en cadena televisiva, el ministro Lacunza explicó que “Argentina le propuso (al FMI) iniciar el diálogo para reperfilar los vencimientos de deuda”, es decir, reestructurar la deuda con su principal acreedor por imposibilidad de pagarla (no puede haber otro motivo), a la vez que anunció la reprogramación (imperativa) de su deuda de corto plazo, o sea, el pago de bonos en dólares a inversionistas institucionales, imponiendo un calendario de pagos que establece honrar el 15% a los tres meses de la fecha de vencimiento; tres meses después otro 25% y seis meses después el 60%.
Lacunza destacó que no se prevé negociar quitas de capital ni de intereses, sino solamente extender los plazos para “despejar las exigencias financieras del período 2020 -2023″. Afirmó que “Argentina no tiene un problema de solvencia (capacidad de repago) pero sí de liquidez (disponibilidad de pago) a mediano plazo” y ratificó la voluntad plena de honrar la totalidad de los compromisos.
Reiteramos, la verdad resplandece a través del torbellino de palabras pseudotécnicas: Argentina no puede cumplir con sus pagos comprometidos y esto en cualquier lugar del mundo se llama default, o sea, cesación de pagos, mucho más teniendo en cuenta las posibilidades reales de pagar, cualquiera (y no será cualquiera) sea la reprogramación que se obtenga.
La misma medida fue pedida antes del 11 de agosto por el Dr. Roberto Lavagna, luego por Alberto Fernández y hasta por José Luis Machinea, el último ministro de Fernando de la Rúa, sostenedor de la Convertibilidad y hombre del establishment conservador.
El fracaso de la política económica de Mauricio Macri aparece desplegado en toda su desesperante dimensión.
Pero hay más, porque a pesar de lo que diga el ministro Lacunza, Argentina tiene también un gran problema de solvencia, porque aun cuando comenzara pronto el crecimiento económico (los observadores ya pronostican que la caída del PIB será de casi 3% en 2019, y el caos está paralizando la cadena de pagos y el aparato productivo) el ingeniero Macri, en complicidad con Christine Lagarde y el aval de Donald Trump, contrajo esa deuda gigantesca (que ahora se ve impagable) para cubrir el agujero fiscal que creó al eliminar los impuestos a la fabulosa riqueza agroexportadora argentina, y tanto la exoneración como el agujero fiscal permanecen incambiados.
Si los grandes latifundistas agropexportadores pagaran los impuestos que deben a la sociedad que les permite su cuantioso lucro (y esto rige para todos los países, en especial los agropecuarios), los déficits fiscales serían mucho menores, o bien no existirían.
Es el fracaso de una política oligárquica, voraz y rapaz, hecha para favorecer intereses de por sí privilegiados en detrimento de las clases medias y las grandes mayorías nacionales, de los pequeños productores, los trabajadores y los pobres.
Ni qué decir que esta desdichada noticia impacta profundamente en nuestra economía y en nuestra política (en las exportaciones, en las importaciones, en nuestra principal fuente de ingresos que es el turismo, en las compras de frontera, etc., etc.), lo que desarrollaremos en próximas notas.
Cabe consignar que Brasil, si bien se escapó por un pelo de caer en recesión al crecer 0,4% en el segundo trimestre contra -0,1% del primero, está acosado por problemas de todo tipo (de los cuales el incendio que arrasa la Amazonia no es el mayor de todos, recordar que han demostrado desobedecer a Bolsonaro las Fuerzas Armadas y el Banco Central), que no permiten contar con su presencia plena para acompañar o liderar un proceso de crecimiento acompasado o siquiera de estabilización de la región, sin olvidar nunca que es nuestro segundo socio comercial, después de China Popular.
Jair Bolsonaro, que sólo cuenta con el apoyo (y sería bueno ver hasta dónde llega el mismo) del cambiante Donald Trump, le ha dado con sus tonterías y con la tragedia de la Amazonia el pretexto perfecto a Emmanuel Macron para trabar y postergar el Acuerdo de Alianza Estratégica Mercosur-Unión Europea, que igualmente debe aún sortear muchos trámites en su camino, pero que sería beneficioso para ambos bloques si llegara a implementarse.
Finalmente cabe consignar que Paraguay, tercer país del bloque, experimentó una caída del PIB del orden de 2,8%, lo cual augura su entrada en recesión este año, como advirtió el ministro de Hacienda Benigno López Benítez, quien con admirable franqueza anunció que “Paraguay experimenta una combinación de eventos adversos, externos e internos, que afectan la actividad económica, (y) que de resultar en una variación negativa para el cierre de este año, ameritaría tomar medidas extraordinarias para asegurar el despegue en 2020”.
Al punto vale la pena recordar que en este escenario regional pavoroso (sobre todo por la falta total de expectativas favorables) Uruguay es el único país que crece (lo hará más de 1% este año, tomen nota de esta cifra) y que tiene perspectivas de crecimiento sólidas para 2020 con la construcción del Ferrocarril Central y la instalación de UPM II, sin contar los efectos colaterales de estas concreciones.
El único que lo ha recordado a nivel político ha sido el presidente Tabaré Vázquez, lo cual se comenta solo, refiriéndonos tanto a los altos funcionarios gubernamentales (con excepciones) como para la oposición.
Argentina en su laberinto
Muchos se preguntan (y Alberto Fernández es quien más debería hacerlo) si Mauricio Macri llegará al final de su gobierno, o tendrá que huir en helicóptero como Alejandro Agustín Lanusse, María Estela Martínez “Isabel”, viuda del teniente general Juan Domingo Perón (que se fue detenida por las FFAA), Raúl Alfonsín (aunque haya salido a pie, el mejor presidente en tantos años) y Fernando de la Rúa.
Macri ha demostrado que ni él ni su equipo pueden controlar las turbulencias económicas que devastan la economía de su país y consumieron su electorado. Pese a su inalterable optimismo (que en realidad llevaría a dudar de su estabilidad psicológica, no ya de su sentido de realidad, que evidentemente no existe), y aún de las marchas ciudadanas que lo apoyan, es claro que su gobierno agoniza, y que son abrumadoras las posibilidades del triunfo de la fórmula Fernández-Fernández el 27 de octubre próximo, tras la brutal derrota del 11 de agosto pasado y los hechos supervinientes.
La sociedad argentina, desde los círculos más empinados hasta el pobrerío, se siente inundada del sentimiento de “déja vu”, de vivir nuevamente las terribles circunstancias que sufrieron cuando el “Rodrigazo” en 1975; las vísperas y la caída de Isabel Perón en 1976; la crisis posterior a la derrota de Malvinas en 1982; los días oscuros de Carlos Menem, y la terrible crisis de 2001. La peor historia parece repetirse siempre en Argentina. La Iglesia Católica pidió que se declare “emergencia alimentaria” teniendo en cuenta el 35% de pobreza.
Lo peor de Macri, entre tanto para elegir, es la lentitud de sus reacciones: tras la derrota del 11 de agosto (32% contra 47,8% de “los Fernández”) su exabrupto nocturno, y “el lunes negro” que la siguió (donde para colmo Argentina se vio inundada de “leyendas urbanas” que decían que el presidente y su gabinete habían precipitado la gran devaluación por motivos políticos e intereses económicos propios, ya que varios prominentes tienen sus fortunas dolarizadas y en el exterior), recién el 17 de agosto, tras marchas y contramarchas asumió el nuevo ministro Hernán Lacunza anunciando medidas para estabilizar el país. Al día siguiente de su exposición, el dólar tocó los $A 62 y el riesgo país llegó a 2.500 puntos.
Llega el turno del control de cambios
Pero la turbulencia, la recesión, las marchas populares, la miseria y la escalada del dólar continuaron con sus embates y así, sorpresivamente, el domingo 1º de setiembre, Macri debió desprenderse definitivamente de su neoliberalismo a ultranza y aplicar un odiado control de cambios. Mediante el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 609/2019 estableció un conjunto de medidas.
* En primer lugar se estableció un tope de US$ 10.000 dólares mensuales para las compras de las personas físicas;
* Los exportadores tendrán un plazo de entre 5 y 180 días para liquidar las divisas que obtengan por sus operaciones.
* Las empresas no podrán atesorar las divisas, pero sí pagar al exterior deudas e importaciones.
* La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), organismo de recaudación de impuestos autárquico del Estado argentino dependiente del Ministerio de Hacienda, podrá cancelar obligaciones previsionales con bonos reperfilados.
El ministro Lacunza afirmó que el gobierno no ve problemas de estabilidad en caso de que el FMI suspenda o postergue el desembolso de los US$ 5.400 millones que debían llegar a fin de mes o comienzos de octubre. Llamó “control de capitales” y “control a la dolarización” al Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 609/2019. Afirmó que se trata de medidas antipáticas e incómodas, “pero si no las hacíamos y el dólar subía descontroladamente sin motivos, las consecuencias serían peores: más inflación y más pobreza”.
Reconoció que reaparecerá el dólar paralelo o “blue”, que el lunes cotizó hasta a $A 65.
En Uruguay, el dólar pizarra se vendió a $ 38 el martes 3 y los operadores turísticos aceptan que la temporada será desastrosa por el lado argentino, nuestras exportaciones sufrirán y nuestras importaciones y compras en Argentina aumentarán, en tanto la industria competitiva del vecino país se verá severamente afectada.
Conclusiones preliminares
Las medidas tomadas por el gobierno oligárquico, ineficaz y voraz de Mauricio Macri (reestructuración de la deuda, o sea, admitir la imposibilidad de pagarla y de cumplir el acuerdo leonino firmado con el FMI) y la adopción de medidas de control de cambios llegan, como todo lo de él, tarde y mal, y son insuficientes.
El mandatario argentino, tan visitado y admirado por Luis Alberto Lacalle Pou y Ernesto Talvi (hay fotos de los encuentros), se mostró, a pesar de haber operado una extraordinaria transferencia de ingresos de los pequeños productores, las clases medias, los trabajadores y jubilados a los grandes agroexportadores, notoriamente incapaz de controlar la economía y aún de comprender los datos mínimos de la realidad.
Así le fue, económica y políticamente.
Dado que toda la falta de confianza se refleja en las compras masivas de dólares, reiteramos que la medida que faltó es haber fijado administrativamente el tipo de cambio por el lapso que media hasta el 10 de diciembre, como recomendó el maestro Jorge Notaro, lo cual hubiera sido bienvenido por todos los sectores internos y externos, en cuanto se detuvieran a pensar un segundo en ello.
Salvo para aumentar sus privilegios (como en la eliminación de las retenciones y en el “blanqueo de capitales”), este equipo oligárquico muestra la suicida incapacidad de los llamados neoliberales -en realidad, dirigistas de derecha- para aplicar medidas de intervención del Estado en beneficio de la actividad privada, de aplicar políticas expansivas que estimulen la economía, el empleo y el Estado de bienestar.
Ni soñar con hablar de desarrollo y justicia social: sólo importan sus privilegios.
Hay otra medida que Macri no tomó por falta de valor político y sentido de la realidad: llamar a Alberto Fernández y Roberto Lavagna para conducir una transición consensuada que conviene a los tres nombrados, pero acaso no al entorno oligárquico que lo rodea, empezando por su Jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun, quien todavía alimentaría locos deseos de ser el “heredero”.
El gobierno de Macri constituye un excelente ejemplo de la impotencia de las medidas dirigistas de derecha o neoliberales para encarar cualquier crisis.
El terror a la intervención del Estado para activar la economía y el empleo (que es la política que siguen desde hace décadas las grandes potencias como Estados Unidos, China Popular, Japón y Alemania, entre otras) es una enfermedad paralizante que puede conducir, como demuestra este caso, a la derrota política total.
La única verdad es la realidad.