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Política

Dios, cocoa, peluditos y rumores: los vasos comunicantes de la derecha política

Tienen el aspecto de una vivienda humilde más, y por lo menos hay más de una de estas iglesias evangélicas en los asentamientos. Además de ayuda espiritual, y a veces material, ofrecen servicio de merendero, aunque también los hay de la comisión del barrio; forman parte de la foto en que posan los pobres atormentados por los problemas y conflictos transmitidos por una clase media que se resigna a dejar de serlo.

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Por los años 90, en el barrio montevideano de Santa Catalina, nació uno de los tantos asentamientos que se propagaban por todo el país, y en el que nos tocó en suerte construir el proyecto de una vivienda casi propia.

Años de temporal neoliberal, no era nada extraño que, apenas solucionado cómo evitar se volaran las chapas del techo o terminada la planchada de la pieza y el baño, florecieran kiosquitos y almacenes.

El salón comunal fue el refugio para los náufragos de aquellas tempestades y cubrió servicios de merendero primero, comedor después, policlínica móvil de salud, regulación de los servicios de luz y agua. Vecinos solidarios y militantes de izquierda apechugaban como podían al naufragio propio y ajeno.

Al mismo tiempo también surgían en los terrenos de algunos vecinos templos afroumbandistas y, a pesar de las primeras resistencias, templos evangélicos. Resistencia por que estos se erigían en terrenos pensados para vivienda personal, pero la gente que acudía en busca de agregar a sus menguados recursos ropas y algún alimento más, hacia insostenible negar la contundencia de su presencia y resistidos por su práctica sectaria y confrontativa con los creyentes umbandistas y con los integrantes de las comisiones del barrio y autoridades municipales.

En Montevideo, al menos, el respaldo institucional de los militantes de izquierda y de algunos vecinos que votaban a los partidos tradicionales era la estructura municipal, léase por aquella época centros comunales zonales, y así no era raro que quienes estaban al frente de la comisión barrial, los merenderos o comedores populares o comisiones de salud fueran concejales vecinales, impulsados, además, por estos organismos.

Imperceptiblemente, las sensibilidades abocadas a mitigar los efectos de la brutal crisis trabajaban en espacios comunes que entraban en tensión cuando la disputa electoral convertía el trabajo voluntario y solidario en una herramienta al servicio de intereses electorales o ideológicos.

Sirviendo una taza de cocoa y una rebanada de pan con dulce, recogiendo y pidiendo donaciones, haciendo una planchada de urgencia o levantando un rancho de costaneros para una madre sola con hijos, anduvimos frenteamplistas de varios pelos, anarcos, ambientalistas, blancos y algún colorado, en cierta tensa armonía.

La primera señal

La descentralización en Montevideo, con todas sus falencias, tuvo un efecto rotundo de impacto en la construcción del concepto de ciudadanía. Las juntas locales integradas, por representantes de todos los partidos políticos, mantenían un equilibrio en función de los resultados electorales, y fue un error de apreciación de ciertos militantes de izquierda que esa mayoría frenteamplista, asegurada en su junta local, pudiera mantenerse en la representación de los concejos de vecinos.

Muchos compañeros sintieron disputado su espacio cuando notorios militantes de los partidos tradicionales empezaron a ocupar cargos como concejales, algunos surgidos de organizaciones sociales territoriales y mucho de ellos de innegable trayectoria como referentes de su comunidad.

Aquellas tareas voluntarias y solidarias, estamos convencidos, dieron vigor a las viejas estructuras en las que dirigentes barriales, gestores de pensiones y empleos públicos trillaban los barrios en épocas electorales.

Pudimos apreciar su desarrollo favorecido  cuando empezó a menguar la organización y participación de colectivos que habían dado surgimiento al proceso de descentralización municipal. Los militantes de los partidos tradicionales cada vez ganaban más bancas en los concejos de vecinos.

La derecha social

En Montevideo fue Jorge Gandini el más lúcido en ver, desde la comisión de asuntos sociales del Partido Nacional, la importancia de disputar esos espacios hegemonizados por la izquierda.

A la vieja metodología de asistencialismo que repartía bandejas de comidas, chapas, bloques, algún trámite burocrático, la obtención de un carné de salud y todas las gestiones que permitía tener los ministerios en sus manos, se sumaba la línea de desarrollar organización vecinal, la mayoría de las veces como fuente demandante de las políticas municipales. Contaban, además, con la pertenencia o simpatía, al menos, de aquellos devotos evangelistas.

Algunos fueron un poco más lejos y empezaron a manejar el concepto de derecha social. Con una fuerte presencia en las redes, fue naciendo un proceso de identidad y de pertenencia; merenderos y comedores, cuadros de baby fútbol, jornadas solidarias con enfermedades no transmisibles, con los refugios de perros y toda agenda animalista, y portavoces, difusores, propagadores de los grandes medios de comunicación sobre los temas de seguridad pública, haciendo del rumor escrito y oral una forma de vida.

Pertenecen a esa variopinta legión de gente, además, el narcisismo que permiten las redes; se exhiben cuerpos moldeados en el gym, en la proa de yates de las chicas de clase media, o cuerpos agraciados por la naturaleza que cumplen con los cánones estéticos y de consumo, de lindas gurisas pobres que muestran sus atributos con un fondo de pared de bloques y techos de chapa sin cielo raso.

Los ejes conceptuales

Desconfianza generalizada en el sistema político, valores cristianos en una amplia gama que contempla todas las religiones protestantes y las líneas más conservadoras del catolicismo, una visión humanista anclada en el asistencialismo, un exacerbado individualismo expresado en un afán de alcanzar la meta de los mayores niveles de consumo, una importante confianza en los medios masivos de comunicación, un activa participación en las redes sociales, un fundamentado rechazo a la agenda de derechos, aun cuando muchos de ellos pertenezcan a algunos de los colectivos amparados, una práctica constante del rumor y la incertidumbre y un relato que hace de la inseguridad su moneda diaria.

En esta sintética lista por supuesto hay las más variadas excepciones, y no todo el arco de la oposición política al gobierno frenteamplista se convierte en su síntesis; pero es de tomar en cuenta la nueva realidad, en la que sectores religiosos de corte evangelista, que antes inducían el voto en blanco como una muestra de desconfianza a todo el sistema político, ahora se integran al mismo. 

Freire y Bolsonaro

El revolucionario pedagogo Paulo Freire desarrolló esa metodología que, además de los docentes, deberían haber asimilado más de un militante de izquierda para su práctica que también encierra algo de docencia; pero, lamentablemente, la ola de la educación popular, fue la luz de un rayo en algunos sectores de izquierda.

La lógica electoral, esa por la cual casi esgrimía un ciudadano un voto, generó una suerte de sectarismo irracional contra aquellos que no nos votaban, dejando por el camino las lecciones del revolucionario brasilero.

Salimos a volantear los excelentes números de reducción de la pobreza y la marginalidad, dejando de convivir con pobres y marginales; tanto que en sus últimas tres internas en Montevideo el Frente Amplio votó muy bien en la franja costera de Montevideo, esto es el Montevideo de clase media, y ve cada vez más reducida la participación en los barrios de la periferia.

Faltó un relato que acompañara la distribución más equitativa del ingreso y la riqueza.

Nada de lo que se está viviendo en los barrios periféricos, los gritos y palmas en iglesias evangélicas, los que van a bañar peluditos en los refugios de animales, los que agregan una taza de leche a quienes ya toman su ración diaria en los comedores escolares, los que avistan diariamente  los autos merodeando el barrio para secuestrar  niños pobres, algunas de las que sudan en el gym y bailotean zumba, las que ven el enemigo en el parlamento, en el gobierno, en la escuela pública, es muy distinto que lo que se avizora en el resto del continente (“[…] la pobreza es la misma, los mismos hombres esperan”).

Es la siembra del caos, para volver a los planteos más caóticos en el perifoneo de quienes emergen como nuevos mesías políticos.

Es un plan macabro que permite a Trump en el norte y Bolsonaro en el sur; pero la legión de pueblo que les otorga su voto no emerge por generación espontánea.

A veces creo que como fuerzas progresistas perdemos del horizonte valorar nuestros triunfos electorales explicados como una respuesta a la brutal crisis neoliberal, con su saldo de exclusión y marginalidad, su inmediatismo político y la estética sobre el programa. Uruguay no es frenteamplista como Brasil no era petista.

Habrá que salir con el programa del Frente, y la Pedagogía del oprimido.

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