La crisis sanitaria del Covid-19 ha encontrado en esta ciudad ecuatoriana, de 2,6 millones de habitantes, su rostro más siniestro.
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En el diario Primicias de ese país se narra: Chimborazo 2425 y General Gómez, al sur. Edificio gris y azul. Primer piso. Allí murió el jueves 26 de marzo, en su propio cuarto, Emma Marina González Sánchez, de 89 años.
Su nieta hace el recuento de un dolor profundo: “Tenemos el certificado de defunción. No sabemos si fue coronavirus. Ya no importa. Que se lleven el cuerpo. Está descompuesta. Pusimos a mi abuela en una caja funeraria. Tenía el rostro ya ennegrecido”.
“Vivíamos en el mismo departamento. Tuvimos que llevar el cadáver al garaje… Igual, hasta aquí sentimos los olores. ¿Cómo se puede vivir así?”.
Son relatos que se replican. Cada drama parece salido de las fauces de la literatura negra. Es Guayaquil, que concentra 1.520, de los 2.243 contagiados de Covid-19 que hay en Guayas y de los 3.163 que tiene Ecuador.
Oficialmente en el país hay 120 muertes por el virus hasta el jueves 2 de abril, aunque muchas personas han fallecido sin que se les haga la prueba.
En los sectores más pobres -los cinturones de miseria, tanto en los extremos norte y sur- el panorama es peor; por el tipo de edificaciones: más pequeñas, estrechas y el hacinamiento, donde pueden vivir hasta 10 personas.
Guayaquil padece una curva ascendente de los casos “acompañada de la mortalidad, especialmente de los grupos más vulnerables”, explica Gina Watson, representante de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en Ecuador.
“No es un comportamiento anormal del virus. La humanidad ha aprendido a vivir con las diversas pandemias a lo largo de la historia. Por ejemplo, la viruela: se erradicó. Luego se aprendió a vivir con la polio y en el continente americano se eliminó. Como científicos estamos seguros que aprenderemos a vivir con el Covid-19”.
La situación extrema de Guayaquil, bautizada por los medios internacionales como el Wuhan de Ecuador, ha provocado protestas de los habitantes, que exigen ayuda para enterrar a sus muertos.
Desde el gobierno
El Gobierno anunció el martes 31 de marzo que ya no era obligación cremar los cuerpos; sin embargo, desde la madrugada hay colas inmensas para tomar un turno, por ejemplo, en los cementerios de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, que es una de las tres entidades que dan este servicio.
El presidente Lenín Moreno, en un intento de enfrentar el drama, ha ordenado simplificar los trámites médicos y legales: de ocho papeles a uno, el certificado de defunción firmado por un médico.
Pero conseguir un médico para esa firma también se ha convertido en un suplicio.
De allí que se creó la Fuerza de Tarea para que policía, bomberos, agentes de tránsito y las tres ramas de las fuerzas armadas (Ejército, Marina y FAE) ayuden a recoger los cadáveres.
La persona a cargo de ello es Jorge Wated, titular de BanEcuador. Él explicó que este grupo ha podido sacar 200 cuerpos de sus casas; aunque no ha precisado cuántos quedan pendientes.
Todo esto sin contar con los fallecidos en los hospitales públicos o clínicas privadas. Para descongestionar las casas de salud el plan ha sido usar contenedores frigoríficos para los muertos, tres de ellos entregados por el Municipio de Guayaquil.
En un día regular, por circunstancias naturales o violencia, mueren en la ciudad un promedio de 28 personas. Eso más el Covid-19 suman un coctel de mortandad que el régimen no ha podido atender, y cuyas cifras difieren.
Los cementerios de la ciudad -particularmente de la Junta de Beneficencia- han explicado que están disponibles 2.000 espacios para afrontar la situación.
Algo que no será suficiente: el mismo Jorge Wated y el presidente Moreno han ratificado este jueves el peor escenario: los muertos superarán los 3.500.
Guayaquil está lejos de superar el dolor, mientras más cuerpos se apilan en las esquinas más ocultas de casas y departamentos. Así, Guayaquil vive con sus muertos.