El caso de los pasaportes ilegales gestionados por una organización criminal liderada por el jefe de seguridad de la presidencia, Alejandro Astesiano, desde el piso 4 de la Torre Ejecutiva es un escándalo nacional e internacional por un motivo fundamental que cualquiera advierte: Astesiano era el hombre de más confianza del presidente y fue designado por él pese a su profuso prontuario de anotaciones. Y si el hombre que andaba con el presidente de arriba para abajo, viajaba con su familia y no se le despegaba jamás era el capo de una asociación para delinquir que utilizaba el poder del Estado para sus negocios turbios, es obvio que la causa que lo involucra es políticamente sensible. Muy sensible. Porque si a un paso del presidente estaba Astesiano, eso implica, naturalmente, que a un solo paso de Astesiano estaba el presidente, que parece igual, pero no es lo mismo.
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Tomando en cuenta la gravedad de este caso, la filtración de las palabras de la fiscal en reciente audiencia disculpando al presidente son harto llamativas. Ella sostiene que la sacaron de contexto, pero el texto expreso de lo que dijo es exculpatorio sin ambages: “El mismo presidente de la República ha manifestado el dolor, ha manifestado lo que le ha implicado. Se han hecho muchas comunicaciones a través de la prensa hacia autoridades que nada tienen que ver, porque en todo caso es una situación de confianza. Y todos los que estamos en el sistema alguna vez nos hemos llevado un desencanto con alguien que creía que era de tal manera y luego surge de otra”.
Ahora bien, el prejuzgamiento no es una figura que aplique a una fiscal, porque no es una jueza. Pero si la fiscal, que carga con la responsabilidad pública de acusar e imputar, afirma en audiencia que hay autoridades que no tienen nada que ver, sino que fueron defraudadas en su confianza (como le puede ocurrir a cualquiera que esté en el sistema), refiriéndose evidentemente al presidente, único posible titular de una confianza defraudada, entonces cabe concluir que la fiscal ya cerró cualquier línea de investigación que se dirija de Astesiano hacia el mandatario. Esto es, hacia arriba. Porque arriba de Astesiano estaba el presidente. ¿Qué otra cosa puede significar su aseveración, su peculiarísima aseveración?
Para colmo, casi simultáneamente se conoce que la fiscal también sostuvo que solo se había podido recuperar el 2% de la información borrada del celular de Astesiano y que faltaban recursos para poder traducir los mensajes en ruso de algunos de sus cómplices. Pero resulta que el Ministerio del Interior cuenta con software y técnicos especializados para recuperar la totalidad de la información del celular y la fiscal, en lugar de reclamar al ministerio, se dedica a denostar al periodista que informa de esta curiosidad, tuiteando furibunda, aparentemente desde Ámsterdam, Holanda, porque (¡vaya curiosidad!) también trasciende que en el medio de esta causa gravísima se tomó tres semanas de licencia y se fue de viaje hasta el 11 de noviembre. Licencia que tendría programada desde antes, pero que cayó justo en el momento más inoportuno.
Si no fuera suficientemente raro todo esto, al día siguiente trasciende que antes de viajar se llevó un montón de documentos para la casa, y cuando se conoce esta insólita información ella se encarga de informar a la Fiscalía que no se los llevó del país, y que su equipo tiene acceso, pero no queda claro que no se los haya llevado para la casa, como informó la prensa. No queda claro si desmintió o no desmintió.
En el medio de esta seguidilla de situaciones extraordinarias, otra vez la prensa saca a la luz algo muy llamativo: la Policía ya había recuperado el 100% de la información del celular de Astesiano con el software que justamente había mencionado el periodista vituperado por la fiscal, y habría que cotejar las fechas para saber si cuando la fiscal afirmaba que solo se había podido recuperar el 2% ya se había recuperado el total o no, porque en el primero de los casos, o bien la fiscal no estaba informada de la novedad, cosa bastante extraña o bien la novedad no supo emerger de las palabras de la fiscal, cosa más extraña aún. Sorprendentemente la fiscal contesta todo. Se ocupa más de los medios y las redes sociales que de la propia causa. Al menos, lo hace también desde su merecido descanso europeo, en el que las vacaciones no han conseguido apagar su furia.
A esta altura es inevitable que el trabajo de la fiscal de este caso genere suspicacias. Cualquier causa políticamente convoca a la sospecha, pero si además el ambiente se llena de rarezas, las suspicacias afloran con más facilidad. Por otro lado, la fiscal de flagrancia, Gabriela Fossati, que lleva adelante la investigación del caso Astesiano, ya tenía un destino próximo definido para ocupar la plaza de Enrique Rodríguez, en la fiscalía de Delitos Económicos y Complejos, donde se tramitan otros casos muy sensibles políticamente impulsados por el propio gobierno, cuya autoridad máxima es el presidente de la República. Por lo tanto, la forma en que maneja este caso tiene que ser intachable, porque si la fiscal siente simpatía particular o empatía tal con el presidente, que le permite afirmar a priori que no tiene nada que ver, que simplemente fue defraudado en su confianza, cuando todavía no se ha investigado el contenido total del celular de Astesiano, su hombre de mayor confianza, y responsable de una asociación para delinquir que funcionaba en el piso cuatro de la Torre Ejecutiva, ¿qué garantías pueden tener los dirigentes de la oposición investigados en causas que se tramitan en la Fiscalía que ella podría ocupar en breve?