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Editorial educación | reforma |

Fracaso inminente

Dos modelos de gestión de la educación

No puede implementarse bien una reforma construida sin diálogo con docentes y estudiantes, en un contexto de conflicto permanente

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Sin ingresar en el contenido del proyecto concreto de reforma curricular aprobado por el Consejo Directivo Central de la ANEP el pasado miércoles, ya es posible afirmar que la gestión política de este cambio es espantosa: no puede implementarse bien una reforma construida sin diálogo con docentes y estudiantes, en un contexto de conflicto permanente, con un notable estilo persecutorio de las autoridades, con amenazas de sanciones a los estudiantes que ocupen centros o hagan huelga, con denuncias penales a docentes sindicalizados, con comisiones investigadoras en el Parlamento, con jerarcas de la enseñanza, como la directora de Secundaria, Jenifer Cherro, que parecen sacados de Jurassic Park y con ostensible desdén por las opiniones y posiciones de las asambleas técnico docentes.

En ese marco delirante casi cualquier proyecto está destinado a la resistencia y al fracaso, aun cuando el proyecto contenga innovaciones positivas. En la enseñanza importan los cambios, importan los planes, pero también importa, y mucho, la forma en la que se hacen las cosas. Porque la teoría de que la letra entra con sangre no habla mal de la letra, que por cierto puede estar muy bien, habla mal del método pedagógico. El mejor proyecto educativo, si se impone despóticamente, sin intercambio ni persuasión, deja de ser el mejor proyecto y pasa a ser un programa autoritario e inaceptable.

El principio de autoridad tiene límites y el límite más obvio es el despotismo. La educación es un ámbito donde importan los contenidos e importan las formas casi al mismo nivel. Porque la verdadera educación debe ser fuente de crítica y de libertad y nunca de autocensura, dogmatismo y lógicas tiranas. Por eso hace más de un siglo que la universidad latinoamericana buscó conducirse de forma autónoma y con participación decisiva de los órdenes.

Ahora bien, hace mucho tiempo que se debaten estas cosas. Y es conocida la resistencia, especialmente de la derecha, pero también en algunos ámbitos de la izquierda, a la autonomía y a cualquier forma de cogobierno. Algunos consideran que esos institutos cordobeses conforman una díada de desconexión con la sociedad e ineficiencia. Dicen que si el poder político no tiene incidencia directa en la enseñanza, entonces se le entrega la política educativa a corporaciones que, por sus propias lógicas, se apartan de los intereses ciudadanos. Otros tantos, quizá más, consideran que ámbitos muy democráticos de gobierno son ineficientes. Que los cambios que impone la dinámica de la realidad no pueden ser acompasados por instituciones gobernadas por amplísimos colectivos en debate.

Para refutar ambas observaciones, vale la pena repasar lo que sucede y ha sucedido en la Universidad de la República. ¿Por qué? Porque siendo la Universidad la única institución educativa verdaderamente autónoma y cogobernada, nunca ha caído en ningún vicio de desvinculación de las necesidades de la sociedad, y sus graduados siguen siendo de altísimo nivel, completamente actualizados y la institución es ampliamente reconocida por su permanente vocación de cercanía con lo que pasa en nuestro país. No forma para un mundo que no existe o un Uruguay que no es. Por el contrario, tiene miles de canales de comunicación con la sociedad, con el sistema productivo, con el resto de las instituciones y adapta sus métodos y planes de estudio a una velocidad que ya quisieran el resto de los subsistemas.

En las últimas dos décadas la Universidad cambió mucho más que primaria o secundaria. Cambió todos sus planes de estudios, se proyectó a todo el territorio nacional, creó carreras, facultades, posgrados, grupos de investigación, diseminó conocimiento por todos lados y multiplicó por dos su matrícula. La Universidad se adaptó hasta a la pandemia, se transformó en completamente virtual cuando fue necesario, repartió computadoras entre los jóvenes, garantizó asistencia sanitaria, diagnóstico, desarrolló soluciones para enfrentar el flagelo, proporcionó a los mejores científicos, hasta puso plata. Y todo lo hizo con cogobierno, autonomía y sin ninguna dotación de recursos de este gobierno.

Ahora que se discute simultáneamente el presupuesto de toda la enseñanza y la reforma educativa en primaria y secundaria, observemos los contrastes: en la universidad el conflicto no es para adentro, es hacia afuera, y la comunidad toda, incluyendo docentes, funcionarios y estudiantes, es apoyada por la institución en esta lucha por que se destine dinero a su presupuesto. En cambio, en la enseñanza bajo la órbita de la ANEP el conflicto es interno a la propia institución, la comunidad enfrentada con el Codicen y el Codicen alineado con el gobierno en una lucha que no puede terminar de otra manera que en un fracaso.

Hay que analizar con serenidad y comparar: el modelo autónomo y cogobernado de la educación superior es infinitamente mejor que el otro y sus resultados son, por lejos, más exitosos. Por algo es. Hay que ser necio para no rendirse ante tanta evidencia.

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