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Editorial mundo | sistema económico | debates

AGUAS TURBULENTAS

El mundo sin reglas reclama cautela

La situación del sistema económico mundial es lo suficientemente delicada para que todos los actores se tomen el momento actual con responsabilidad.

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En sus “Cuadernos de la cárcel” (1930), Gramsci explicaba que las crisis se producen cuando lo viejo se está muriendo y lo nuevo no ha podido nacer todavía. Para el dirigente y teórico comunista italiano era en esos momentos de transición que tienden a emerger todo tipo de sistemas patológicos. Y la realidad política que se impuso en Europa en la década de los 30 terminó lamentablemente dándole la razón.

Gramsci argumentaba que la sociedad de la época necesitaba transitar desde un sistema de organización social y económica a otro, pero que esa transición era bloqueada por los fuertes poderes establecidos. En esos momentos, las clases dominantes tratan de comprender lo que ocurre con las herramientas a su disposición, que vienen del mundo anterior y que, por lo tanto, no sirven para comprender la nueva realidad.

Esto abre el espacio político para debates y visiones de todo tipo. Ante la imposibilidad de comprender lo que ocurre, emerge el discurso de la violencia, la desinformación gana terreno y las teorías conspirativas están a la orden del día.

De esa orgía de destrucción y muerte, Europa renacería dividida en dos bloques, que más allá de la propaganda política, en la primera década de la posguerra, tal vez funcionaron en forma más similar de lo que se quiere admitir. No debemos olvidar que la recuperación económica experimentada por Europa continental en el período tenía como premisa una ocupación militar del territorio a ambos lados de la “cortina de hierro”. Y en las grandes líneas, tanto los países de la OTAN como los del Pacto de Varsovia se manejaban como economías altamente planificadas.

Basta con leer el pensamiento de Harry Dexter White, el artífice de Bretton Woods, para comprender que era un admirador del modelo centralizado que expresaba y ponía en práctica posiciones diametralmente opuestas a la de teóricos como Hayek y su brevísima claque que lo rodeaba en la Universidad de Chicago de la década del 50.

¡Quién hubiera dicho que el fundador del FMI se inspiraba en el modelo industrializador de la Unión Soviética! ¿Quién se atrevería a decir que la civilización occidental judeocristiana, el hoy llamado “mundo basado en reglas”, iba a poner un cerco infranqueable a las infalibilidad del mercado que proclamaban los teóricos del liberalismo? En efecto, Dexter White llenó al mundo occidental de “reglas” y organismos multilaterales que actuaban como brazo extendido del Gobierno estadounidense.

Los neoliberales de hoy nos quieren hacer creer que esas “reglas” no solo son universales, sino que son inmutables y no tienen nada que ver con la evolución y las necesidades de la sociedad en un momento histórico y un lugar determinado.

Paradojalmente, es el propio Trump quien ha decidido patear el tablero de las reglas del mundo anterior sin renunciar a la prepotencia del dominio imperial. Pero, como bien advertía Gramsci, lejos de comprender el mundo del futuro, daría la impresión de que el presidente de los Estados Unidos nos quiere retener o, si acaso, llevar a un mundo del pasado. Por algo ya emergen las primeras fricciones con Elon Musk, hijo pródigo de la era posindustrial, y que comprende que el grado de interdependencia económica es prácticamente imposible de deshacer.

Está bien con agitar un poco las aguas para alinear a la tripulación de este mundo ausente de liderazgos, pero no al costo de romper el timón de la embarcación.

En un libro que acaba de publicarse, el sociólogo estadounidense Fred Block argumenta que los cambios en la forma de producir han implicado que el trabajo individual se vuelva una pieza de un abstracto y complejo sistema que desvincula al trabajador del producto final. Para Block, esto hace que se “invisibilice” el resultado del esfuerzo individual. En efecto, el mundo del trabajo actual vuelve cada vez más difícil relacionar la cantidad o intensidad del esfuerzo laboral con la producción económica.

Si aceptamos que estamos ante una transformación del mundo del trabajo similar a la que se produjo en el mundo de entreguerras, entonces es más fácil comprender que la gente busque refugiarse en chovinismos y supersticiones que le permitan transitar mejor la incertidumbre. El reflejo es lo que está ocurriendo con las democracias occidentales. Por un lado, observamos países como Francia y Alemania, anquilosados en la defensa de un “sistema de reglas” que bien les sirvió para su recuperación en la posguerra, pero que le quedó vedado a los países del Mediterráneo y, por supuesto, al llamado Sur Global, incluyendo América Latina. Lo del acuerdo del Mercosur con la Unión Europea podría ser el chiste más largo del mundo en el que algunos ilusos creen encontrar una respuesta facilonga a nuestra inserción comercial.

Por otro lado, los sistemas políticos nacionales se ven crecientemente amenazados por oportunistas que visualizan la oportunidad para generar liderazgos que, como sucede en nuestro país, aunque resulten cada vez más efímeros, les sirven de boleto de entrada para sentarse en la mesa de reparto de prebendas del sistema anterior al que tanto critican pero que no pierden la oportunidad de aprovecharse haciéndose presentes a cobrar un sobre en las ventanillas del vilipendiado Estado.

Volviendo al mundo del trabajo, si antes las grandes fábricas eran organizadas verticalmente para reducir su dependencia en el trabajo artesanal, las redes de producción actuales hacen que la especialización y la experticia vuelvan a cobrar relevancia. Si antes la fábrica era el centro de la actividad capitalista, ahora ese centro no existe y ha sido reemplazado por una telaraña de pymes que colaboran entre ellas integrándose a la cadena de producción en un modo menos jerárquico que el anterior.

¿Cómo harían los trabajadores de Google para hacer un paro, por imaginar un hipotético ejemplo? Esta forma de producir aumenta la necesidad de un Estado más presente que nunca.

Para el profesor Block existen dos razones fundamentales. La primera, que las pymes no tienen el músculo económico para invertir en investigación y desarrollo. Pueden y deben innovar en procesos y productos, pero no produciendo las ciencias básicas tan fundamentales para el desarrollo económico en el largo plazo. En segundo lugar, el Estado cumple un rol fundamental en mantener todo ese ecosistema de pymes conectado, apoyado y coordinado.

Esto que podría parecer hoy una utopía es el fundamento que permitió a un país devastado por la guerra, como Italia, construir y producir productos tan sofisticados como la Ferrari. Aclaramos que nos referimos a la que se fabrica en Módena y no la que nos dejó por legado Azucena Arbeleche, chocada, fundida y sin una pizca de aceite.

Efectivamente, el economista italiano Sebastiano Brusco acuñó el término “modelo Emiliano” para referirse a las redes de producción integrada e inclusión social diseñadas por el Gobierno regional de Emilia-Romagna en la Italia de la posguerra en la que esta bellísima región italiana fue gobernada por los “temidos” comunistas.

Vistas desde el ángulo del trabajo, las medidas arancelarias impuestas por Trump son una manera bastante rudimentaria de dar por tierra con el sistema de reglas impuesto por el propio Estados Unidos para, unilateralmente, intentar mejorar las oportunidades laborales de sus votantes.

No nos confundamos, Trump no quiere o prefiere evitar la guerra si le fuera posible. El curioso Donald Trump busca una redistribución del trabajo mundial que retorne a su país al sitial de privilegio que supo ostentar en los dorados años 50 que eran los recordados años de su niñez. El futuro nos dirá si tuvo éxito o no en su intento. Pero lo cierto es que el Sur Global se va a sacudir fuertemente como resultado de estas medidas.

En este contexto, ¿qué es lo que puede hacer Uruguay? Afortunadamente, ostentamos un déficit comercial con los Estados Unidos, lo que explica que nos encontremos dentro de la lista de los países “bien tratados”. Es por ello que el ministro de Economía, Gabriel Oddone, estuvo muy atinado en sus declaraciones y, muy moderadamente, adoptó una dialéctica que buscar reducir los costos para el país, ganando espacio para una negociación con Estados Unidos que nos saque rápida y prudentemente de la zona de peligro.

Tal vez esa táctica pueda llegar a resultar favorable para Uruguay, aunque habría que estar advertido de que cualquier negociación no puede ser al costo de dañar nuestro histórico relacionamiento con Brasil, como ya ocurrió en el pasado con los fallidos intentos de acuerdos de libre comercio con China y Estados Unidos.

No es momento para la grandilocuencia y los narcisismos de baja estatura, sino para procurar alguna ventaja táctica relativa al resto de nuestros competidores, sin llegar al punto de convertirnos en “enanos molestos”.

La situación del sistema económico mundial es lo suficientemente delicada para que todos los actores políticos, económicos y sindicales se tomen el momento actual con responsabilidad. Aún si lográramos negociar condiciones más o menos favorables en la relación bilateral con la prepotencia de la Administración norteamericana, la economía, las finanzas y la geopolítica del mundo están patas para arriba. En particular, no podemos olvidar que en los últimos tres años Estados Unidos exportó un promedio de U$S 25 mil millones de dólares de soja por año, cuyo principal destino es China. Si mañana esa soja no pudiera ingresar al mercado chino, inundaría el resto del mundo con uno de nuestros principales rubros de exportación. Algo similar puede ocurrir con la carne, justo cuando atravesamos una crisis que ha puesto en duda el sistema de trazabilidad y ha provocado el cierre de varios frigoríficos.

Más alejados estamos del día a día de los mercados mundiales de celulosa. Pero los resultados globales de UPM y Stora Enso no son buenos y se ven reflejados en una caída en el precio de sus acciones en la bolsa que va más allá de las turbulencias actuales.

Dada la altísima eficiencia de sus plantas en Uruguay, que curiosamente aportan muy positivamente al balance de los resultados globales de estas multinacionales, la única oportunidad de realizar economías sería apretando “aguas arriba” a su cadena logística, del mismo modo que los supermercados exprimen a sus proveedores locales. No debería extrañarnos, entonces, que el nombre de Juan Otegui, que navegaba en las aguas entre la sobriedad y el anonimato, hoy esté involucrado en las denuncias de Conexión Ganadera, y tal vez dentro de poco tiempo declarando en los estrados judiciales.

El juego es grande y tiene innumerables movimientos ocurriendo o por ocurrir, más o menos visibles y de mayor o menor volumen. Ninguna de estas aristas se presta para experimentos como el que lleva adelante el BCU subiendo las tasas en pesos 0,25 % en un mundo en que la variabilidad de la Bolsa de Nueva York se multiplicó por un factor de 3. A veces, si no se sabe bien qué hacer, lo mejor es no hacer nada. En todo caso, una suba de 0,25 % por ahora no le mueve ni un pelo a la inflación.

Lo que me parece un experimento más audaz es designar a un economista del cerno del Fondo Monetario Internacional, que esgrime como uno de sus méritos no ser del Frente Amplio, como presidente del Banco Central con el propósito de bajar la inflación a casi cualquier precio.

Supongo que debe haberse decidido tal nombramiento en nombre del pragmatismo y rezando al altar de la prudencia y la independencia del Banco Central, pero no habría que olvidar que Bretton Woods pasó a la historia, que el mundo de unilateralismo ya fue, que el FMI es un espectro conservado en un freezer y que la cenizas del orden basado en reglas sólo quedaron depositadas como en una urna en la cabeza de Julio Sanguinetti.

Lo que se viene es groso y hasta yo, que me cuento entre los ansiosos de que mi gobierno se haga notar con decisiones populares y audaces, aconsejo cautela. Pero una cosa es no hacer olas y otra dejarse llevar por la corriente, porque es ya sabido que la corriente siempre nos lleva a donde ya no hay vuelta atrás.

No quiero despedirme de los lectores sin advertir que por suerte en Uruguay tenemos a Ignacio Munyo, que sabe de economía y pontifica de todo, y que en esta difícil encrucijada del mundo nos aconseja no cometer el error estratégico geopolítico de cualquier acercamiento con China, incluyendo nuestra participación en la Celac y nuestra relación con los BRICS.

Esta preocupación de Munyo tiene el propósito de que el Gobierno de Yamandú Orsi no vaya a “molestar” (sic) a Trump. Por suerte Munyo nos abre los ojos para que no seamos tan imbéciles de promover cualquier acercamiento a nuestro principal cliente comercial, al país que más crece y al que algunos de los más prestigiosos académicos del mundo, incluyendo muchísimos norteamericanos, califican como el lugar en donde se localiza el futuro.

Obviamente, Munyo no se desorienta, como no suelen desorientarse aquellos a los que no les molesta el imperialismo norteamericano en sus variadas modalidades de dominación. Para Munyo no hay ninguna oportunidad para molestar a los Estados Unidos y menos ahora que los chinos son “su principal enemigo”. Tal vez a Munyo le cuesta asumir el derrumbe de sus recetas infalibles, de sus “textos” de economía, de sus organismos internacionales y del orden basado en reglas, reglas en las que han crecido expoliando las economías del hemisferio sur las empresas financieras y trasnacionales que los financian a él y su Ceres.

Como vemos, a Munyo algunas regulaciones le encantan, como por ejemplo “las del orden basado en reglas”.

Conste que la cautela de Munyo no es la cautela de la que yo hablo.

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